Un Discurso
Leopoldo Alas "Clarín"
Discurso
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Publicado el 29 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.
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Publicado el 29 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.
Entró la camarera, bandeja de plata en mano, y presentó a la duquesa el correo. Había en él periódicos franceses, Ilustraciones metidas en su fino camisón de seda, dos o tres cartas de satinado sobre y heráldico timbre, y, nota desaliñada en aquel concierto, otra carta más, cerrada consigo misma, sellada con obleas verdes, regado de gruesa arenilla el sobrescrito.
Quizás la propia extrañeza que le causó ver tan tosca misiva moviese a la duquesa a echarle mano, anteponiéndola a las demás; pero aun no bien puso los ojos en ella, cuando dijo festivamente:
—¡Si es para el ama!... Que venga, que tiene carta de sus padres.
La camarera salía ya, y la duquesa añadió con mucho interés:
—Que traiga la chiquitina... Que la traiga abrigada; hoy es un día fresco.
Pocos minutos tardó en menearse el cortinaje de brocado crema sobre fondo azul y en oírse un tlin... tlin... de menudos cascabeles, y antes de que asomase la fornida persona del ama, la duquesa sonrió a una manecita pálida, hoyosilla: una manecita de diez meses que esgrimía un sonajero de plata.
—¡Vente, angelote..., a mamá..., mil besos!
—Mmiií —gorjeó la criatura, palpando con afán el medallón de turquesas y brillantes que resplandecía sobre la bata de negro terciopelo de la dama, mientras las caricias de ésta, como golosas moscas, se le posaban sobre el cuello, frente y ojos.
—Está descolorida, ama..., está ojerosita... ¿Cómo ha dormido? ¿Qué dice miss?
—Miss dice..., es decir, no dice nada...; ¡ay!, sí, dice que también allá por su tierra los chiquillos, cuando andan con dientes..., ya ve ucencia..., rabian de Dios y se ponen esmirriaditos.
Alzó levemente los hombros la duquesa, como indicando: «Buen par de apuntes estáis tú y miss». Y hablándose a sí misma, murmuró:
Dominio público
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Publicado el 30 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.
Los amigos de don Teótimo Gravedo llenaban los salones de su espléndida morada, atraídos por esta singular invitación:
D. T... G... pronunciará un sermón muy corto en la noche del
próximo domingo, y después dará un té religioso a sus amigos. Tendrá la
mayor satisfacción si se digna Vd. honrar su casa aquella noche.
Era don Teótimo hombre ceremonioso y circunspecto, de cara larga,
nariz larga y patillas aún más largas que la cara y la nariz: su
estatura era tan alta, que los pantalones mejor medidos le resultaban
siempre cortos: sentado, parecía estar de pie, y de pie parecía andar en
zancos. Cuando los convidados estuvieron reunidos dijo extendiendo sus
brazos por encima de toda la reunión:
—Señores: Todos habéis notado que la fe desparece y lo habréis observado con dolor, porque me consta que todos sois deístas. Los cultos antiguos están en oposición con las ideas nuevas: son religiones para las mujeres y los niños. Acaso os decidiríais, para restaurar el sentimiento religioso, a practicar cualquiera de los ritos conocidos, pero sois gentes ocupadas; mientras se oye una misa se puede hacer un préstamo al Gobierno. Lejos de nosotros ahuyentar del mundo la idea de Dios, sombra benéfica, que da resignación al pobre y protege nuestras arcas. Dios nos ha hecho grandes servicios cuando era poderoso entre los hombres: no podemos abandonarle en la desgracia.
Dominio público
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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.
¡Espíritu extraño a mi familia planetaria, que, como yo, vagas por la inmensidad buscando el término del pavoroso viaje de las almas, detén un momento el raudo vuelo y fija tu penetrante vista, ajena a las imperfecciones de los carnales sentidos, en aquel astro que frontero a nosotros se presenta, girando pausado al rededor de uno de los innumerables soles de la Vía Láctea!
—¡Sombra a la par que yo desvanecida de la materia, cuya cósmica unidad descubro claramente!, di, ¿por qué apartas mi atención, absorta ante las grandiosas maravillas del Universo, fijándola en cuerpo celeste tan raquítico, pobre y diminuto, sol extinguido, esqueleto de una estrella, pigmeo que pasea su mortaja por los insondables abismos del espacio?
—¡Ah! Aquel planeta fue mi patria.
—¿Tu patria? ¿Patria del espíritu un átomo?
—¡La patria del cuerpo que animé!
—Di mejor tu destierro.
—Treinta años vi correr en ella, ¡un instante apenas!, y siento el dolor de la partida.
—¡Cuán apacible deslizarase la vida del polvo animado en esa esfera, anónima para mí, cuando de tal suerte lloras su ausencia!
—La dicha, el placer, la bienandanza son allí risueñas ficciones: nombres, como la oscuridad, que afirman una negación.
—¿Que te aqueja, pues?
—El grato recuerdo de un ser amado.
—¿Luego existe la dicha?
—Existe el más dulce y cruel de los dolores.
—Me asalta el deseo de conocer mundo semejante. ¿Qué hiciste en tu sepulcro carnal? ¿A qué frívolos pasatiempos se entregaron tus iguales? ¿Cómo vive la materia en acción?
—¿Quieres saberlo? Sígueme y tus ojos te darán testimonio de ello. Trasladémonos sin tiempo alguno a la estrella Polar, y, merced a la lentitud de la luz, verás los reflejos de mi mundo, la Tierra, durante los treinta años que di vida a deleznable arcilla.
—Sea.
Dominio público
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Publicado el 19 de febrero de 2023 por Edu Robsy.
―No soy tan supersticioso como algunos de sus médicos (hombres de ciencia, como a ustedes les gusta ser llamados) ―dijo Hawver, respondiendo a una acusación que no había sido expresada―. Algunos de ustedes (solo unos pocos, lo confieso) creen en la inmortalidad del alma, y en apariciones que no tienen la honestidad de llamar fantasmas. Tengo apenas una convicción de que en ocasiones los vivos son vistos donde no están, sino donde han estado, donde han vivido tanto tiempo, quizá tan intensamente, como para haber dejado su impresión en todo lo que les rodea. Sé, de hecho, que el medio ambiente puede ser tan afectado por la personalidad de uno para mostrar, mucho después, una imagen de la propia persona a los ojos de otro. Sin duda la personalidad que crea la impresión tiene que ser el tipo de personalidad adecuada, así como los ojos que lo perciben deben ser el tipo correcto de ojos: los míos, por ejemplo.
―Sí, el tipo correcto de ojos, que transportarían sensaciones al tipo equivocado de cerebro ―dijo, sonriendo, el doctor Frayley.
―Gracias; es agradable que se cumplan las expectativas de uno; esa es la respuesta que esperaba de su amabilidad.
―Discúlpeme. Pero dice usted que lo sabe. ¿Eso no es demasiado decir? Quizá no le molestará contarme cómo es que lo aprendió.
―Usted lo llamará una alucinación ―dijo Hawver―, pero no importa.
Y contó la historia:
Dominio público
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Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.
Ocho años tenía Luisito, niño moreno, de ojos como nueces, cabello rizado, en cuyo peinado ponía grande esmero su mamá, que le quería como sólo saben querer las madres; y Luisito a veces abusaba algo del cariño maternal, cosa que no deben hacer los niños. Nada le faltaba, a no ser que el criado no le acompañara cuando iba a la escuela, pues al pasar por la calle sus ojos se clavaban en los niños menos dichosos que él, que por ellas vagaban y hubiera deseado poder correr por la ciudad como ellos, sin que nadie le molestara con su vigilancia. Tanto creció el deseo, que un día aprovechó un descuido del criado para esconderse detrás de la puerta de una escalerilla; y transcurrido buen rato, asomó las narices a la calle, y al convencerse de que el criado se había ido, saltó a ella, echó la gorra en el aire y se dijo:
—¡Ya soy libre!
El bueno del criado estaba desesperado; pero Luisito, sin cuidarse de él, comenzó a recorrer las calles hasta que se detuvo delante de una frutera, compró una libra de peras y se las comió murmurando:
—¡Qué ricas están! ¡En mi casa sólo me permiten comer una! ¡Qué tiranía!
Luego jugó con otros niños; y todo marchaba perfectamente, y Luisito estaba tan contento que no comprendía cómo antes no había hecho su primera escapatoria. Como tenía algunos cuartos, compró un trompo; pero no era muy diestro en su manejo, y el trompo, en vez de bailar en el suelo, pegó un brinco y rompió uno de los vidrios de la tienda de un zapatero que salió con el tirapié. Corrió Luisito cayéndosele la gorra, y tras él echó el zapatero, quien no pudo alcanzarle; pero se quedó con la gorra, diciéndole mientras le amenazaba con el tirapié:
—¡Ah, tunante; lo que es la gorra no te la devuelvo sin que me pagues el vidrio!
Dominio público
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Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.
En el interior de una casa de la calle Ahumada, un joven se hallaba en una pieza pequeña, sentado delante de un escritorio. Después de arrojar el resto de un cigarro que humeaba entre sus dedos, tomó la pluma y se puso a escribir lo siguiente:
"Querido Pablo:
"Al fin vamos a vernos, después de tan larga separación. Con esta idea vienen en tropel a mi memoria los alegres juegos de nuestra niñez y los amores fugaces de colegio: vuelvo a estar contigo, en una palabra, y recorro una a una las horas felices de nuestra fraternal amistad.
"A todo esto se me olvidaba decirte el objeto de mi viaje, que te comunicaré en dos palabras: voy, encargado por mi padre, a entregar la hacienda al nuevo arrendatario, y como no me acomodaría vivir solo en ese viejo caserón donde he pasado mi niñez, voy a pedirles a Uds. hospitalidad por algunos días.
"Da un abrazo en mi nombre a la buena tía, otro al selvático Antonio y tú, mi querido Pablo, recibe uno muy cordial de tu amante primo.
Emilio".
Esta carta llevaba la fecha del 23 de octubre de 1834.
El joven que acababa de escribirla salió al patio después de cerrarla y la entregó a un hombre que esperaba al lado de un caballo ensillado con el avío clásico de los campos.
Tres días después, el hombre que había recibido la carta se bajaba delante de una casa de campo de pobre apariencia, situada en la provincia de Colchagua.
Después de acomodar las riendas de su cabalgadura con ese cuidado por sus arreos de viaje que distingue a nuestros huasos, el viajero penetró en una pieza en la que se veían tres personas: una mujer que parecía rayar en los cincuenta años, y dos jóvenes, entre los cuales habría sido muy difícil conocer una diferencia en la edad; pues ambos aparentaban tener de veinticinco a veintiséis años cuando más.
Dominio público
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Publicado el 8 de febrero de 2018 por Edu Robsy.
Se da un aire a todos los hombres que conocemos o recordamos, de escasa talla, comunicativos, afables sin afectación ni aparato, limpios y aseados, que siempre parecen jóvenes, y llegan a morirse de viejos sin que nadie lo crea, porque hasta el último instante se les ha llamado muchachos y por tales se les ha tenido; hombres, por el exterior, insignificantes y vulgares hasta en el menor de sus detalles; hombres, en fin, de todos los pueblos, de todos los días y de todas partes.
Se llama Galindo, o Manzanos, o Cañales, o Arenal... o algo parecido a esto, pero a secas; y a nadie se le ocurre que tenga otro nombre de pila, ni él mismo le usa jamás.
—¡Ya vino Galindo! —se nos dice aquí un día al principiar el verano. Y cuantos lo oyen saben de quién se trata, como si se dijera:
—Ya llegaron las golondrinas.
Tiene fama, bien adquirida, de fino y caballero en sus amistades y contratos, y no se ignora que vive de sus rentas, o, a lo menos, sin pedir prestado a nadie, ni dar un chasco a la patrona al fin de cada temporada; y esto es bastante para que hasta los más encopetados de acá se crean muy favorecidos en cultivar su trato ameno.
Al oírle hablar de las cinco partes del mundo con el aplomo de quien las conoce a palmos, tómanle algunos por un aristocrático Esaú que ha vendido su primogenitura por un par de talegas «para correrla»; quién por un aventurero osado, sin cuna ni solar conocidos; quién por antiguo miembro del cuerpo consular, o diplomático de segunda fila... Pero lo indudable es que ha viajado mucho, y con fruto; y que no teniendo en su frontispicio pelo ni señal que no sean comunes y vulgares, no hay terreno en que se le coloque del cual no salga airoso, cuando no sale en triunfo.
Tampoco, mirado por dentro, posee cualidad alguna que brillante sea.
No es elocuente, no es poeta, no es artista: no es perfecto ni acabado en nada.
Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 79 visitas.
Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
Había cerrado la noche, y agotada la grasa del candil, la cocina hallábase casi en tinieblas, pues las brasas del fogón apenas iluminaban débilmente y a intervalos, el rostro de Peregrina, quien se sorprendió cuando Cleto, casi al lado suyo, le dió cariñosamente las buenas noches.
Sin acritud, pero con firmeza, advirtióle la joven:
—Ya sabes que no debemos encontrarnos solos... ¿Qué querías?
—Verte.
—Si no andás con los ojos cerrados, me podés ver todo el día; y más mejor que aura, en lo oscuro.
—Y hablarte.
—Yo no te puedo escuchar; ya te lo dije ves pasada, y vos me prometiste respetar mis razones.
—¡Pero es que no puedo olvidar! —gimió el mozo.
—Yo tampoco te olvido.
—¡No puedo resinarme a verte casada con otro!...
—¡Yo tengo que resinarme y sufrir más que vos, acollarada a un hombre que nunca podré querer, pero al cual he de serle fiel toda la vida!...
—¡Y me condenás a quedar como ternero guacho?
—Casi siempre vale más criarse guacho que alimentao por una madrasta!
Con voz ahogada por la pena, gimió el mozo:
—¡Ya no me querés!... Tu amor jué una linda fruta que se cayó verde del árbol.
—¡Quizás por demasiado grande!
—¡Tal vez por falta ’e juerza!... Dende perjeños juimos amiguitos, y eramos entuavía unos mocosos, cuando una tarde, en la orilla’el arroyo, juramos que habríamos de ser marido y mujer, que habríamos de pasar la vida juntitos como el casal de torcazas qu’en ese mesmo estante s’acariciaban sobre una rama del tala grande que cuida la boca de la picada!...
Yo te marqué en la boca con un beso y vos pusistes en mi boca la marca de tus labios!... ¡Marcas a juego, Peregrina!... y esas marcas no se borran!...
—¡Ya lo sé, ya lo sé! —respondió sollozando la moza.
Y luego, en arranque violento y desesperado, exclamó:
Dominio público
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Publicado el 4 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Cuando en 1825 fue Bolívar a Bolivia, mandaba la guarnición de Potosí el coronel don Nicolás Medina, que era un llanero de la pampa venezolana, de gigantesca estatura y tan valiente como el Cid Campeador, pero en punto a ilustración era un semi salvaje, un bestia, al que había que amarrar para afeitarlo.
Deber oficial era para nuestro coronel, dirigir algunas palabras de bienvenida al Libertador, y un tinterillo de Potosí se encargo de sacar de atrenzos a la autoridad escribiéndole la siguiente arenga: "Excelentísimo Señor: hoy, al dar a V.E. la bienvenida, pido a la divina Providencia que lo colme de favores para prosperidad de la Independencia Americana. He dicho".
Todavía estaba en su apogeo, sobre todo en el Alto Perú, el anagrama: "Omnis libravo", formado con las letras de Simón Bolivar. Pronto llegarían los tiempos en que sería más popular este pasquín:
Si a Bolívar la letra con que empieza
Y aquella con que acaba le quitamos,
De la Paz con la Oliva nos quedamos.
Eso quiere decir, que de ese pieza,
La cabeza y los pies cortar debemos
Si una Paz perdurable apetecemos.
Una semana pasó Medina fatigando con el estudio de la arenga la memoria que, como se verá, era en él bastante flaca.
En el pueblecito de Yocoya, a poco mas de una legua de Potosí, hizo Medina que la tropa que lo acompañaba presentase las armas y, deteniendo su caballo, delante del Libertador, dijo después de saludar militarmente:
— Excelentísimo Señor. .. (gran pausa), Excelentísimo Señor Libertador... (más larga pausa)... —y dándose una palmada en la frente, exclamó: ¡Carajo!... Yo no sirvo para estas palanganadas, sino para meter lanza y sablear gente. Esta mañana me sabía la arenga como agua, y ahora no me acuerdo ni de una puñetera palabrita. Me cago en el muy cojudo que me la escribió.
Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 151 visitas.
Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.