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La Navidad del Pavo

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Por asuntos de la gran Sociedad industrial de que yo formaba parte, hube de ir varias veces a M***, donde nadie me conocía, y a nadie conocía yo. Durante mis breves residencias en la mejor fonda pude, desde mi ventana, admirar la hermosura de una señora que vivía en la casa de enfrente. Desde mi observatorio se registraba de modo más indiscreto su tocador, y yo veía a la bella que, instalada ante una mesa cargada de frascos y perfumadores, contemplándose en el espejo, peinaba su regia mata de pelo color caoba, complaciéndose en halagarla con el cepillo, en ahuecarla y enfoscarla alrededor de su cara pálida y perfecta. Cuando acababa de morder las ondulaciones laterales el último peinecillo de estrás, sonreía satisfecha, alisando reiteradamente, con la mano larga y primorosa, el capilar edificio. Después se pasaba por la tez, suavemente, la borla de los polvos; se pulía las cejas; se bruñía interminablemente las uñas con pasta de coral; se probaba sombreros, lazos, cinturones, piquetes de flores, encajes, que arrugaba alrededor del cuello; en suma: se consagraba largas horas a la autolatría de su beldad. Y clavado a la ventana por el incitante espectáculo, encendida la sangre a profanar así la intimidad de una mujer seductora, nacía en mí otra curiosidad, el ansia de conocer su historia, en la cual, sin duda, habría episodios pasionales, goces, penas, recuerdos…

Me estremecí, por consecuencia, al oír una noche, en la mesa redonda, que pronunciaban su nombre, que la discutían… Me alteré, como el cazador al sentir rebullir en el matorral la pieza que aguarda. Motivaba la conversación el haber dicho monsieur Lamouche, el viajante francés en joyas, que pensaba pasar a casa de la belle Madame… —Aquí el apellido, que no entregaré a la publicidad— para ofrecer su stock, esperando importante venta.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 74 visitas.

Publicado el 18 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

El Primer Árbol de Navidad

Ramón María Tenreiro


Cuento


(Cuento para niños)


Negra noche tempestuosa en una selva del Norte. Fantasmas foscos de abetos crujen y se retuercen al azote del viento. Un uniforme sudario de nieves envuelve la tierra, borrando las veredas.

Las dos míseras sombras que caminan fatigadas bajo la fronda mugiente de los árboles son la madre y el niño. Van en silencio, cogidos de la mano, temblando de miedo entre la oscuridad y el estruendo. Llora el niño con callado llanto, que se hiela al rodar por sus mejillas, mordidas por el cierzo. Habla después con voz trémula; dice:

EL HIJO.—No puedo más..., no puedo más, madrecita... ¡Los pies no me sostienen!

LA MADRE.—¡Anda otro poco, valiente!... Verás qué pronto vemos entre los árboles la luz de nuestra ventana... ¡Si estamos ya llegando!

Tornan a caminar silenciosamente, sumido cada cual en su miedo. La tempestad, al castigar con furia las ramas de los abetos, finge bramidos de oleaje, fragores de rompiente, lamentos de náufrago.

EL HIJO.—Vamos fuera de camino, madrecita... Tanto andar, tanto andar, y no llegamos nunca al puente.

La madre sabe de sobra que andan extraviados, y se le erizan los cabellos de pensar que pueden agotárseles las fuerzas en medio del bosque, sin encontrar refugio: suspender la marcha en aquella noche glacial, es entregarse con los brazos cruzados a la muerte. Mas por dar ánimos a aquel trozo de sus entrañas, cuya angustia le duele infinitamente más que la propia, disimula piadosa, y le dice:

—¿El puente?... ¡Si ya queda atrás, hijo mío!... Lo hemos pasado sin que tú lo notaras. Estaba helado el arroyo, y cubierto el puente por la nieve de la última nevada.

EL HIJO.—No, no... No es nuestro camino éste... Estamos perdidos en medio del monte. La senda de nuestra casita va por los claros del bosque, de pradera en pradera, y aquí son cada vez más espesos los árboles.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 34 visitas.

Publicado el 14 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

Cuento de Navidad

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Érase un niño enfermizo. Su madre, opulentísima señora, andaba loca con el afán de darle salud, y el médico, fijándose en la índole del padecimiento del niño, decía que, principalmente, dimanaba de una especie de atonía o insensibilidad, efecto de que su sistema nervioso se encontraba como amodorrado o dormido, y no comunicaba al organismo las reacciones vitales y al espíritu la fuerza necesaria. Es decir, que Fernandito, que así le llamaba vivía a medias, como vegetando, lo cual es sobrado para una planta, pero insuficiente para un hombre.

Trataba la madre de despertar por todos los medios la sensibilidad, la imaginación y la vida psíquica de su hijo, sin lograrlo. Le paseaba, le adivinaba los gustos, le traía juguetes y golosinas, y el chico tomaba los juguetes un momento y luego los dejaba caer, con indiferencia, a los pies del sillón en que permanecía lánguidamente sentado meses y meses. Las golosinas, las probaba apenas; con alguna, sin embargo, se encaprichaba, y era un arma de doble filo, porque le alteraba el estómago, y como el ejercicio y el movimiento no contrastaban los efectos de la glotonería infantil, las indigestiones ponían su vida en peligro.


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4 págs. / 8 minutos / 216 visitas.

Publicado el 28 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.

Cuento de Navidad

Ángel de Estrada


Cuento


Si se pregunta:—¿hay aquí penas?—de fijo que, echando los ojos sobre la muchedumbre, se responde:—ninguna. Aquello se antoja un jubileo de la felicidad, en que las almas y los rostros tienen su parte.

Las bombas arrojan pálida luz eléctrica, formando los anillos fantásticos de una serpiente blanca.

La ola mayor de gente brujulea ante las vidrieras recién puestas, y se estrujan hombres y mujeres, abriendo la boca con seriedad, ó riendo con la buena risa de los despreocupados.

La noche no ha podido templar el calor del día, y los sombreros, refugiándose en las manos, dejan al aire cráneos con el pelo al rape, y jopos y melenas y calvas relumbrosas.

Frente á lo de Burgos luchan por no ser disueltos varios círculos de oradores. Un órgano piano lanza en giros elegantes las cascadas de su notas alegres. La animación acrece; brillan más los grandes avisos con sus letras de luces en los arcos; y todos llevan adentro, miran en el aire, sienten en la música, algo intangible, inexpresable, que murmura felicidad, dice olvido, se envuelve en una esperanza, y es.... ¿quién lo sabe? Se acerca la Noche Buena.


* * *


En un grupo de frescas muchachas, camina Marta, alegre, con su vestido nuevo. Lleva á Mimí, al charlatán Mimí, de la mano, y nadie imagina las penas y ternuras que unen sus dos manos enlazadas.

Mimí se olvida de su dolencia, deslumbrado y absorto; todo es lindo en verdad, pero nada tan lindo como aquello.

Dos grandes jarrones de ónix lucen caprichosas flores de invernáculo, envueltos en reflejos azules y de tornasol apagado.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 99 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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