Declaración de Amor
Francisco A. Baldarena
cuento
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Publicado el 31 de octubre de 2021 por Francisco A. Baldarena .
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Publicado el 31 de octubre de 2021 por Francisco A. Baldarena .
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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Francisco A. Baldarena .
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Publicado el 4 de noviembre de 2021 por Francisco A. Baldarena .
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Publicado el 22 de noviembre de 2021 por Francisco A. Baldarena .
Yo he encontrado a los lagarteros, esto es, a los cazadores de lagartos, en los sitios más diversos e inesperados, a extremo de resultar extraordinarios, de no considerarse la condición trashumante de esos hombres y sus hábitos andariegos, que los llevan a vagar muy lejos de los ríos y de las ciénagas propicios, quizá movidos por un inconsciente anhelo de olvidar los peligros tremendos aparejados a su oficio.
Me topé con ellos cierta vez, cuando hacía a caballo el crucero de Garaycoa o Yaguachi.
Estaban dos entonces.
El uno, machucho ya, de cuerpo delgado, era cojo; alguna ocasión, entre las fauces de los saurios, en quién sabe qué poza distante, se le quedaría perdida para siempre, la pierna derecha, seccionada sobre la articulación de la rodilla.
Cojeaba el infeliz de un modo lamentable, apoyándose en una muleta de palo—amarillo, burda y desproporcionada, que le alzaba el hombro y le obligaba a torcer el tronco hacia la izquierda.
Formaba, por ello, una figura curiosa, mantenida en oblicua aguda sobre el suelo, y que, contra todo sentimiento de humanidad, incitaba un poco a la sonrisa.
No crucé más palabras con él que las rigurosas del saludo; pero, por mi peón, que lo conocía, supe que, a pesar de sus años cansados, se dedicaba aún a su faena de alto riesgo y que gozaba reputación de arponeador habilísimo.
El otro cazador, mucho más joven que el primero, parecía su hijo o su sobrino.
Tenía con el baldado ese inconfundible aire de familia.
Era mozo fuerte, de tórax ancho y recia complexión.
No obstante, bajo su piel cobriza se delataba el palor de la malaria o de la anquiíostomiasis.
Pero, no mostraba huella visible de su trato con la fiera verde.
Su cuerpo se conservaba intacto.
Hasta entonces, por lo menos, los saurios lo habían respetado.
Dominio público
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Publicado el 29 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.
Señor Ministro:
De acuerdo con los deseos de S. S. he arreglado para la publicidad los manuscritos de Arturo Cova, remitidos a ese Ministerio por el Cónsul de Colombia en Manaos.
En esas páginas respeté el estilo y hasta las incorrecciones del infortunado escritor, subrayando únicamente los provincialismos de más carácter.
Creo, salvo mejor opinión de S. S., que este libro no se debe publicar antes de tener más noticias de los caucheros colombianos del Río Negro o Guainía; pero si S. S. resolviere lo contrario, le ruego que se sirva comunicarme oportunamente los datos que adquiera para adicionarlos a guisa de epílogo.
Soy de S. S. muy atento servidor,
José Eustasio Rivera.
«...Los que un tiempo creyeron que mi inteligencia irradiaría extraordinariamente, cual una aureola de mi juventud; los que se olvidaron de mí apenas mi planta descendió al infortunio; los que al recordarme alguna vez piensen en mi fracaso y se pregunten por qué no fui lo que pude haber sido, sepan que el destino implacable me desarraigó de la prosperidad incipiente y me lanzó a las pampas, para que ambulara, vagabundo, como los vientos, y me extinguiera como ellos, sin dejar más que ruido y desolación».
(Fragmento de la carta de Arturo Cova)
Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia. Nada supe de los deliquios embriagadores, ni de la confidencia sentimental, ni de la zozobra de las miradas cobardes. Más que el enamorado fui siempre el dominador cuyos labios no conocieron la súplica. Con todo, ambicionaba el don divino del amor ideal, que me encendiera espiritualmente, para que mi alma destellara en mi cuerpo como la llama sobre el leño que la alimenta.
Dominio público
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Publicado el 4 de enero de 2022 por Edu Robsy.
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Publicado el 18 de febrero de 2022 por Francisco A. Baldarena .
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Publicado el 5 de junio de 2022 por Francisco A. Baldarena .
Panegírico a ‘Travesuras de la niña mala’ de Mario Vargas Llosa
Me preguntas, querido lector, si alguna vez: ¿un libro ha salvado mi vida?
Mi encuentro con esta novela ocurrió durante mi primer verano en Yanquilandia, hace dieciocho años. En aquel año ejecutaron la sentencia de muerte de Saddam Hussein y, al mismo tiempo, yo había encargado libros por catálogo: Sábato, Gervaise de Latouche y, de Mario Vargas Llosa, ‘Travesuras de la niña mala’ (ed. Alfaguara).
Desde el principio me enganchó (por usar el tópico "atrapar al lector y mantener su interés hasta la última página"). Salí más bien tembloroso. El libro había dado en el blanco. Me había encontrado, pues, con el "lector ideal" de Virginia Woolf: receptivo y reflexivo. Entonces, decía, me sacudió.
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Publicado el 23 de abril de 2024 por Manuel Cerón.
Al examinar las facultades é inclinaciones, — móviles primordiades del alma humana, — los frenólogos han dejado de enumerar una tendencia que, aunque visiblemente existe como sentimiento primitivo, radical é indestructible, no ha sido tampoco enumerada por ninguno de los moralistas que han precedido á aquellos. Todos, en la infatuacion completa de la razon, nos hemos olvidado de ella. Hemos consentido que su existencia se ocultase á nuestros ojos solo por falta de creencia, — de fé, — otra fuese la fé fundada en la revelacion ó ya en la cábala. Su idea no nos ha ocurrido jamás por efecto simplemente de su carácter especial.
Dominio público
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Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.