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La conjura del Harén

Ildefonso Robledo Casanova


Egipto, Cuento


LA CONJURA DEL HARÉN


Ildefonso Robledo Casanova

 

 

 

 

 Estas palabras, que yo, Hori, Portaestandarte de Infantería, escribí en los días que siguieron a la muerte del dios, no están destinadas a ser leídas por los hombres; solamente conoce su existencia Ankhiry, mi amada, a la que he pedido que cuando llegue el último día de mi existencia en la tierra deposite este papiro en mi tumba, en una hornacina que luego, ella misma, habrá de ocuparse de tapiar.

 

Si alguna vez, algún hombre o mujer, egipcio o extranjero, llegara a leerlas sería un signo de que ha sucedido algo que jamás debe suceder: mi cámara funeraria habrá sido profanada por los saqueadores y mi cuerpo divino habrá rodado por los terraplenes de algún escondido camino. ¡Qué no permitan Amón-Ra, el Gran Dios, ni la Pareja Misteriosa, Isis y Osiris, que ello suceda!

 

Yo, Hori, el más leal de los servidores del dios, cuando escribí estas palabras no buscaba la benevolencia de los dioses, tampoco pretendía satisfacer a los reyes o agradar a los hombres, solamente buscaba apaciguar mi corazón puesto mi pensamiento en el día en que mi espíritu haya de ser juzgado, en presencia del Señor de la Balanza. En ese momento, alzados los brazos al Cielo, habré de contemplar como mi corazón tiene que dar cuenta de mis actos en la tierra ante el Tribunal de la Doble Maat, en el Santuario de Osiris, una vez que mi espíritu haya sido purificado en las tenebrosas regiones de la Duat.

 

 

La muerte del dios

 


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Dominio público
12 págs. / 22 minutos / 229 visitas.

Publicado el 4 de mayo de 2019 por Ildefonso Robledo Casanova.

Leyendas del Antiguo Oriente

Juan Valera


Novela corta


El recuerdo de la gran civilización greco-romana, ya gentílica, ya transfigurada más tarde por el Cristianismo, no dejó de columbrarse hasta en los siglos más tenebrosos de la Edad Media. Los pueblos de Europa siguieron avanzando a la luz de aquel recuerdo, y pronto volvieron al verdadero camino de la civilización, del cual no cabe duda que se habían apartado. Y no es esto negar la marcha constantemente progresiva del humano linaje. Un caminante se pierde por la noche en una intrincada y obscura selva: atraviesa espesos matorrales, breñas confusas y medrosos precipicios; tal vez rodea mucho; tal vez gasta más tiempo y se fatiga más de lo que debiera; pero vuelve al cabo a hallarse en el buen sendero, más adelante del punto en que se perdió, y más cerca del término a que aspira. No de otra suerte comprendemos el retroceso aparente de la civilización del mundo, en ciertos períodos históricos.


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Dominio público
110 págs. / 3 horas, 12 minutos / 277 visitas.

Publicado el 28 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Intrigas Venecianas

José María Blanco White


Cuento


Hallábase Venecia en su mayor auge cuando un joven alemán llamado Alberto, movido del deseo de aumentar la herencia que acababa de recibir empleándola en especulaciones mercantiles, llegó a aquella célebre ciudad, que, cual señora del Adriático, parecía nave grandiosa que flotaba sobre sus olas (ahora yace como casco varado que la tormenta echó sobre la costa, triste, solitario y desbaratándose poco a poco). Reía la mar bajo los rayos del sol, que después de la larga carrera de un día de verano iba a ocultarse tras las distantes cumbres del Apenino, cuando el bajel que conducía a Ricardo desde Trieste echó el ancla. Rodeáronlo en breve varias de las góndolas que cubrían los canales que sirven de calles a Venecia, y en breve se vio nuestro pasajero en medio de aquella ciudad de disolución y placeres. La novedad de los objetos, el contraste entre la gravedad alemana y la alegría bulliciosa de los venecianos, la estación del año y, más que todo, la juventud e inexperiencia de Ricardo dieron en un punto por tierra con todos sus planes mercantiles. No había ventana en que no clavase los ojos, atraído de los que con negro brillo centelleaban ya tras las entreabiertas celosías, ya a las claras y como para hacer alarde de su belleza.

—Poco a poco —dijo al gondolero—; ¿a qué viene esa prisa, remando como si nos siguiese una galeota turquesca?

—Señor mío —respondió el taimado veneciano—, por lo que hace a mi seguro estoy de que no me han de tomar los corsarios que empiezan a dar caza a Vuecelencia.

—¿A mí? ¿Cómo? No os entiendo, buen hombre. Pero decidme: ¿qué príncipe vive en aquella gran casa, a la derecha? Sin duda tiene visita esta tarde. Cuatro..., cinco..., qué sé yo cuántas bellezas están al balcón.

—Todas son de casa, mi amo. A lo que veo, Vuesa Señoría se hallaría más que dispuesto a visitar a esas señoras. Ánimo pues, y al avante.


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Dominio público
21 págs. / 37 minutos / 160 visitas.

Publicado el 3 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Divertidas Aventuras del Nieto de Juan Moreira

Roberto Payró


Novela


Primera parte

Capítulo I

Nací a la política, al amor y al éxito, en un pueblo remoto de provincia, muy considerable según el padrón electoral, aunque tuviera escasos vecinos, pobre comercio, indigente sociabilidad, nada de industria y lo demás en proporción. El clima benigno, el cielo siempre azul, el sol radiante, la tierra fertilísima, no habían bastado, como se comprenderá, para conquistarle aquella preeminencia. Era menester otra cosa. Y los «dirigentes» de Los Sunchos, al levantarse el último censo, por arte de birlibirloque habían dotado al departamento con una importante masa de sufragios —mayor que el natural—, para procurarle decisiva representación en la Legislatura de la provincia, directa participación en el gobierno autónomo, voz y voto delegados en el Congreso Nacional y, por ende, influencia eficaz en la dirección del país. Escrutando las causas y los efectos, no me cabe duda de que los sunchalenses confiaban más en sus propias luces y patriotismo que en el patriotismo y las luces del resto de nuestros compatriotas y de que se esforzaban por gobernar con espíritu puramente altruista. El hecho es que, siendo cuatro gatos, como suele decirse, alcanzaban tácita o manifiesta ingerencia en el manejo de la res pública. Pero esto, que puede parecer una de tantas incongruencias de nuestra democracia incipiente, no es divertido y no hace tampoco al caso. Lo que sí hace y quizá resulte divertido es que mi padre fuera uno de los susodichos dirigentes, quizá el de ascendiente mayor en el departamento, y que mi aristocrática cuna me diera —como en realidad me dio— vara alta en aquel pueblo manso y feliz, holgazán bajo el sol de fuego, soñador bajo el cielo sin nubes, cebado en medio de la pródiga naturaleza.


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Dominio público
317 págs. / 9 horas, 15 minutos / 232 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Dulce y Sabrosa

Jacinto Octavio Picón


Novela


Advertencia para esta edición

Si creyera que el publicar un escritor sus obras completas implica falta de modestia, no reimprimiría las mías. Lo hago porque están casi todas agotadas; pensando que es deber de padre no consentir que mueran sus hijos, aunque no sean tan buenos ni tan hermosos como él quiso engendrarlos; y también porque considero que el hombre tiene derecho a despedirse de la juventud recordando lo que durante ella hizo honradamente y con amor.

Otra disculpa pienso que atenúa mi atrevimiento. Porque ser partidario del arte por el arte, y yo lo soy muy convencido, no puede amenguar ni estorbar, aun cultivando esta que se llama amena literatura, el entusiasmo por ideas de distinta índole; las cuales unas veces veladamente se transparentan y otras ostensiblemente se muestran en la labor de cada uno; pues no es posible, y menos en nuestra época, que el literato y el artista sientan y piensen ajenos al ambiente que respiran. Quien carece de fuerzas para conquistar la costosa gloria de adelantarse a su tiempo, tenga la persistente virtud de servirle: así lo he pretendido; mas él ha caminado tan deprisa, que hoy acaso parezcamos tímidos los que ayer fuimos osados. De éstos quise ser: de los que al estudiar lo pasado y observar lo presente procuran preparar lo porvenir y se esperanzan con ello. Por eso rindo tributo de constancia y firmeza a las ideas de mi juventud, algunas hoy tan combatidas, reuniendo estos pobres libros, sin que me arredre el recuerdo de cómo unos fueron censurados, ni espere que retoñe la benevolencia con que otros fueron alabados. Discurro al igual de aquel gran prosista que decía: «No es temor, como no es vanidad».

Bien quisiera, lector, que pensáramos a dúo y que mi conciencia hallase siempre eco en la tuya: si por torpe desespero de lograrlo, por sincero creo merecerlo.


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Dominio público
271 págs. / 7 horas, 55 minutos / 235 visitas.

Publicado el 16 de abril de 2019 por Edu Robsy.

El Alcázar de Sevilla

José María Blanco White


Cuento


Mi paseo favorito, cuando me hallaba de estudiante en Sevilla, era el Alcázar, antigua residencia de los reyes moros y cristianos que fijaron su corte en aquella capital. Los árabes empezaron a edificar este palacio, a poco trecho de la principal mezquita, convertida después de catedral. Pedro el Cruel lo reedificó en más vastas dimensiones, por los años de 1360. El tirano de Castilla quiso que aquel edificio sirviese al mismo tiempo de palacio y de fortaleza, y para esto alzó, en la parte que mira a la ciudad, una muralla, que, aunque oculta en el día por las casas labradas en los tiempos siguientes, hace ver cuánto tiene que temer aquel a quien todos temen.

Las puertas de este circuito indican los límites de la antigua Sevilla, sin que se crea que me sirvo de este epíteto en el sentido de los anticuarios. Poco o nada me importan las fechas históricas, antes bien, por los malos ratos que me han dado durante el curso de la vida, procuro borrarlas cuanto antes de mi memoria. Ni siquiera he tomado en las manos un solo libro de los que contienen la historia de mi ciudad nativa. ¿Qué más libros que el Alcázar? Para mí era aquél un sitio de encanto. Los cantos tradicionales que tantas veces había oído en los dulces labios que me enseñaron el habla de Castilla habían producido este efecto en mi imaginación. Dábaseme un bledo de sus actuales habitantes, ni veía otros en el Alcázar que las sombras de los moros y españoles que habían residido allí en las eras del amor y de la caballería.


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Dominio público
16 págs. / 29 minutos / 191 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Cartas de Juan Sintierra

José María Blanco White


Política, Opinión


Carta I

Sr. Editor del Español:

Muy Sr. mío: Hace algunos días que recibí una carta de Cádiz escrita por un sujeto de indudable crédito y veracidad, e impuesto bastante a fondo en los negocios públicos, de la cual he creído conveniente dar a Vd. noticia, porque según veo, Vd. tiene muy pocas directamente de aquel pueblo. Mis noticias no son agradables, y si yo hubiera de publicarlas con mi nombre seguramente no habrían salido de mi cartera; mas como Vd. en estas materias tiene ya poco que perder, quiero decir, como el odio que Vd. ha excitado en muchos de sus paisanos no ha de crecer ni menguar porque diga Vd. algo de nuevo que les disguste, me determino a mandar mis noticias, envueltas en un centón de reflexiones, por si quiere Vd. publicarlas, y, como decimos comúnmente, sufrir por mí las pedradas.

«Ya sabe Vd., dice mi amigo de Cádiz, que yo he sido de los más alegres en materias de revolución de España; pero he venido últimamente a caer en mucho desaliento. Las Cortes, en que teníamos puestas nuestras últimas esperanzas, han errado el golpe, y no han excitado, o no han sabido conservar el espíritu público que podía salvarnos. Perdida la primera ocasión es difícil que puedan hacer nada. Y no es porque no haya en las Cortes hombres de mucho provecho; no porque en general sus individuos carezcan de buena intención, ni patriotismo, sino porque, siendo muy buenos, no son lo que las circunstancias de España exigían: han hablado y no han hecho nada. El Consejo de Regencia participa en sumo grado de la debilidad de todos los anteriores gobiernos; pero ¿quién había de creer que tiene acaso preocupaciones más dañosas que aquéllos? ¿Quién había de creer que un hombre de los talentos de Blake, había de incurrir en el error de oponerse al único medio de formar un tal cual ejército, quiero decir, la admisión de oficiales ingleses y austríacos?».


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Dominio público
100 págs. / 2 horas, 55 minutos / 225 visitas.

Publicado el 5 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Viñetas del Sardinero

José Ortega Munilla


Cuento


I. A través de Castilla

(Paisajes)

Santander (junio del 80).

La selección natural explica muchos fenómenos de la vida del hombre. Los partidos se forman de esa manera, colocando a la derecha los linfáticos, a la izquierda los nerviosos, de donde resultan los conservadores y los fusionados. En el teatro, cada noche de estreno se libra una batalla entre los partidos literarios que por selección natural también se reparten las opiniones. Llega el desenlace, muere, como es de reglamento ahora, el inocente a manos del traidor, y uno dice clavando las uñas en los brazos de su butaca:

—¡Qué picardía!

Mientras otro dice, apartando los ojos de la escena con desdén:

—¡Qué tonterías!

El primero es nervioso; el segundo linfático.

Pues bien: las gentes que ahora se marchan de Madrid, anticipándose al verano natural, en busca de un fresco que aún no ha faltado realmente a los cortesanos, son todos ellos seres nerviosos, llenos de impaciencia, gobernados por el capricho, que no tienen paciencia para aguardar los sucesos, quiero decir, los calores, y salen en busca del mar.

De este efecto de la selección natural, resulta que los primeros trenes del verano son el bagaje de los que padecen ataques de nervios, convulsiones y desmayos; de las señoritas que se asustan cada vez que silba la máquina, de los muchachos que esperan ver rodeado de bandidos el wagon a cada momento. Trenes de donde salen gritos de espanto, exclamaciones de admiración frente a un panorama bello, maldiciones a la ignorancia humana, que sólo ha inventado hasta ahora esas carretas de vapor, guiadas por el dios del descarrilamiento, que se llaman locomotoras; y una serie de «¡ah! ¡oh! ¡uf!» que contiene toda la gama de las interjecciones posibles.


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Dominio público
129 págs. / 3 horas, 46 minutos / 108 visitas.

Publicado el 21 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Gil Gómez el Insurgente

Juan Díaz Covarrubias


Novela


Primera parte

I. A astuto, astuto y medio

En las inmensas llanuras que se encuentran hacia el sur en el estado de Veracruz, entre las pequeñas aldeas de Jamapa y Tlalicoyan, orillas de un brazo del río Alvarado y no tan cerca de la barra de este nombre, para que pudiera considerarse como un puerto de mar, se alzaba graciosa a la falda de una colina y como oculta a la mirada curiosa de los escasos viajeros que por allí suelen transitar, la pequeña aldea de San Roque, cuyo modesto campanario se podía percibir entre el follaje de los árboles, dominando el pintoresco caserío.

Esta aldea, medio oculta en una de las quebradas del poco transitado y mal camino que conduce de la barra de Alvarado a la villa de Córdoba, aislada completamente de las relaciones comerciales y políticas, contendría escasamente en la época que comienza esta narración, de seiscientos a ochocientos habitantes, la mayor parte indígenas, labradores en los sembrados de maíz, de tabaco y de caña que se cultivan en algunas rancherías de las inmediaciones, familias de viejos señores de las ciudades más cercanas, como Veracruz, Jalapa, Orizaba, Cosamaloapan, antiguos guardias de las milicias del virrey, retirados ya del servicio, restos de la aristocracia de segundo orden, cuya decadencia comenzaba ya en aquella época o hasta media docena de acomodados labradores, que poseían fértiles terrenos en que cultivaban las semillas que tanto abundan en esos climas privilegiados.

Los habitantes de la primera clase, pasaban la mayor parte del día en los campos de las pequeñas haciendas, y sólo en las primeras horas de la noche se veían alumbrarse sus cabañas diseminadas sin orden y al acaso en un radio de cuatrocientas varas.


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Dominio público
263 págs. / 7 horas, 40 minutos / 157 visitas.

Publicado el 18 de junio de 2019 por Edu Robsy.

El Casamiento de Laucha

Roberto Payró


Cuento


El nombre de Laucha,—apodo y no apellido—le sentaba á las mil maravillas.

Era pequeñito, delgado, receloso, móvil; la boca parecía un hociquillo orlado de poco y rígido bigote; los ojos negros, como cuentas de azabache, algo saltones, sin blanco casi, añadían á la semejanza, completada por la cara angostita, la frente fugitiva y estrecha, el cabello descolorido, arratonado...

Laucha era, por otra parte, su único nombre posible. Laucha le llamaron cuando niño en la provincia del interior donde naciera; Laucha comenzaron á apodarle después, allí donde lo llevó la suerte de su vida, desde temprano aventurera; por Laucha se le conoció en Buenos Aires, llegado apenas, sin que á nadie se pudiese atribuir la invención del sobrenombre, y Laucha le han dicho grandes y pequeños durante un período de treinta y un años, desde que cumplió los cinco, hasta que murió á los treinta y seis...

De sus mismos labios oí la narración de la aventura culminante de su vida, y, en estas páginas me he esforzado por reproducirla tal como se la escuché. Desgraciadamente Laucha ya no está aquí para corregirme, si incurro en error; pero puedo afirmar que no me aparto de la verdad muchos centímetros.


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Dominio público
41 págs. / 1 hora, 12 minutos / 461 visitas.

Publicado el 29 de abril de 2019 por Edu Robsy.

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