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textos disponibles fecha: 01-01-2021


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Las Memorias de Silvestre

Roberto Payró


Cuento


Nuestro amigo el boticario Silvestre Espíndola hubiera llegado a ser un grande hombre en cualquier otro medio, con solo algunas variantes en el carácter y en la especialidad de su talento. Desgraciadamente se malgastaba en fuegos artificiales. Carecía de espíritu científico; no hacía síntesis sino en la farmacia, manipulando substancias químicas y sin saberlo siquiera. En la política y en la sociedad limitábase forzosamente al análisis. Y el análisis, cuando falta la generalización, no conduce a las grandes acciones, ni aún a la acción, lo que quiere decir que no modela grandes hombres.

Pero, en otro ambiente, soliviantado por otros elementos, combatido o favorecido por otras circunstancias, hubiera llegado lejos, pues en los centros importantes, donde rebosa la vida, no faltan para una entidad cualquiera, las entidades complementarias, que la convierten en personalidad, o cuando menos en individualidad. De otra manera en cada país no habría sido un número irrisorio por lo exiguo, de personajes dirigentes: lo serían, sólo, aquellos que de veras tienen dedos para serlo.

Silvestre no era grande hombre ni en Pago Chico, donde sin embargo, aparecían como tales, Ferreiro, Luna, Machado, Fillipini, Bermúdez, Viera, don Ignacio, Carbonero, Barraba, Gómez y cien más, sin contar al diputado Cisneros, pitonisa del partido oficial, y al senador Magariño, deidad invisible e intangible, que sólo muy de tarde en tarde soltaba desde su nebuloso Sinaí algún nuevo mandamiento de su decálogo con estrambotes o añadiduras.


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Dominio público
21 págs. / 37 minutos / 45 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

En la Policía

Roberto Payró


Cuento


No siempre había sido Barraba el comisario de Pago Chico; necesitose de graves acontecimientos políticos para que tan alta personalidad policial fuera a poner en vereda a los revoltosos pagochiquenses.

Antes de él, es decir, antes de que se fundara «La Pampa» y se formara el comité de oposición, cualquier funcionario era bueno para aquel pueblo tranquilo entre los pueblos tranquilos.

El antecesor de Barraba fue un tal Benito Páez, gran truquista, no poco aficionado al porrón y por lo demás excelente individuo, salvo la inveterada costumbre de no tener gendarmes sino en número reducidísimo —aunque las planillas dijeran lo contrario—, para crearse honestamente un sobresueldo con las mesadas vacantes.

—¡El comisario Páez —decía Silvestre— se come diez o doce vigilantes al mes!

La tenida de truco en el Club Progreso, las carreras en la pulpería de La Polvadera, las riñas de gallos dominicales, y otros quehaceres no menos perentorios, obligaban a don Benito Páez a frecuentes, a casi reglamentarias ausencias de la comisaría. Y está probado que nunca hubo tanto orden ni tanta paz en Pago Chico. Todo fue ir un comisario activo con una docena de vigilantes más, para que comenzaran los escándalos y las prisiones, y para que la gente anduviera con el Jesús en la boca, pues hasta los rateros pululaban. Saquen otros las consecuencias filosóficas de este hecho experimental. Nosotros vamos al cuento aunque quizá algún lector lo haya oído ya, pues se hizo famoso en aquel tiempo, y los viejos del pago lo repiten a menudo.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 661 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Diablo en Pago Chico

Roberto Payró


Cuento


Viacaba, aquel paisano tosco, bueno y trabajador que tantos han conocido, tenía en ese tiempo su rancho a algunas leguas de Pago Chico, sobre el remanso de un pequeño arroyo que, después de reflejar la barranca, perpendicular y desnuda de vegetación, los sauces desmedrados que se balanceaban sobre ella y el corral de la escasa puntita de ovejas, seguía su curso casi en ángulo recto sobre su antigua dirección, e iba lento, pobre y turbio, a echarse en el indigente caudal del Río Chico, que en realidad nunca llegó a río ni aún con aquél refuerzo, sino en época de grandes crecidas e inundaciones. Viacaba vivía allí, desde muchos años, con su mujer Panchita, sus dos hijos Pancho y Joaquín, hombre ya, su hija Isabel, morenita, feúcha, pero inteligente, y un par de peones, Serapio y Matilde, que, ayudados por el viejo y los dos mozos, bastaban y sobraban para los quehaceres habituales de la estanzuela.

Estos quehaceres estaban lejos de ser abrumadores, aunque Viacaba poseyese buen número de vacas y de yeguas, y unos pocos centenares de ovejas para el consumo, pues no era aficionado a esa clase de crianza.

El rancho era espacioso y constaba de varias habitaciones. Se veía desde lejos, sobre el albardón abierto en dos por el arroyo que, voluntarioso y caprichudo, no había querido echar por lo más fácil, aunque le sobraba campo llano en que correr y aunque no le importara un bledo de la línea recta. Quizá, cuando tendió su lecho, aquellos terrenos tendrían muy distinta configuración...


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Dominio público
13 págs. / 24 minutos / 79 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Poesía

Roberto Payró


Cuento


«Poesía eres tú».— BÉCQUER
 

La noche de verano había caído espléndida sobre la pampa poblada de infinitos rumores, como mecida por un inacabable y dulce arrullo de amor que hiciese parpadear de voluptuosidad las estrellas y palpitar casi jadeante la tierra tendida bajo su húmeda caricia. La brisa, cálida como una respiración, se deslizaba entre las altas hierbas agostadas, fingiendo leves roces de seda, vagos susurros de besos. Las luciérnagas bailaban una nupcial danza de luces. El horizonte producía extraña impresión de claridad, aunque en derredor no pudiera discernirse un solo detalle, ni en los planos más próximos. Era una noche de ensueño, de esas que tienen la virtud de infiltrarse hasta el alma, sobreexcitar los sentidos, encender la imaginación.

Y los peones de la estancia de don Juan Manuel García, tendidos en el pasto, al amor de las estrellas, iluminados a veces por una ráfaga roja que relampagueaba de la cocina, fumaban y charlaban a media voz, con palabra perezosa, inconscientemente subyugados por la majestad suprema de la noche.

Una exhalación que cruzó la atmósfera, rayándola como un diamante que cortara un espejo negro, para desvanecerse luego en la tiniebla, fue el punto de arranque de la conversación.

—¡De qué dijunto será es'ánima! —exclamó el viejo don Marto, santiguándose una vez pasado el primer sobrecogimiento.

—¡Por la luz que tenía, de juro que de algún ráy —contestó medrosamente Jerónimo.

Don Marto rezongó una risita:

—¡De ande sacás!... —dijo—. Si aquí no hay ráys dende el año dies, cuando echamos al último, qu'estaba en Uropa... después de los ingleses... ¡Ray! Aura todos somos ráys... y no tenemos corona, si no somos hijos del patrón... Será más bien de algún inocente.


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4 págs. / 7 minutos / 102 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Tac-tac-tac

Eduardo Robsy


Cuento, Microrrelato


(Tac-tac-tac)
—Algo no va bien —dijo el médico, mientras me auscultaba.
(Tac-tac-tac)
—Su corazón tiene un sonido anormal —añadió, con gesto ceñudo.
—¿Es grave? —pregunté, asustado.
—Es extraño —insistió el doctor.— Para que me entienda: un corazón normalmente hace "pom-pom" y el suyo hace "tac-tac-tac". Jamás escuché algo parecido.
Recordé, de repente, quién era y dónde estaba.
—Doctor: ¿puede auscultarse a sí mismo?
—Sí, pero mi corazón suena normalmente, hace "pom-pom".
—Inténtelo, por favor.
(Tac-tac-tac)
—No puede ser... —murmuró el doctor.
—Todo está bien, no se apure —le dije, mientras me abrochaba la camisa y salía por la puerta de la consulta.
El doctor, un tipo meramente accidental, no podía saberlo, pero yo, como protagonista, empecé a sospecharlo hace bastantes páginas: no somos más que personajes y nuestro corazón suena al ritmo de la máquina de escribir del autor. Tac-tac-tac.
Con paso tranquilo, salí del hospital para dirigirme al siguiente capítulo.


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Licencia limitada
1 pág. / 1 minuto / 190 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Caudillo

Roberto Payró


Cuento


Don Ignacio era el hombre de la oposición en Pago Chico. Las autoridades lo miraban como su bestia negra, y el pueblo, siempre descontento, tenía puestas en él sus esperanzas, seguíalo en todas sus empresas políticas, le daba a defender sus intereses.

Sin don Ignacio, Pago Chico hubiera sido un cementerio de vivos; con él, siquiera se ejercía el derecho del pataleo.

No era don Ignacio muy largo, pero alguno de sus correligionarios hallaba modo de lograrle préstamos y donativos, ya para sus necesidades personales, ya para lo mismo, pero bajo el pretexto de gastos de propaganda. Él se sometía refunfuñando, pues, ¿cómo ser jefe de partido si se comienza por descontentar a los partidarios? Pero apuntaba... Su viejo cuaderno de notas, tenía páginas como ésta:


PESOS Prestado al gordo, que está sin trabajo .................... 5'00 A Juan para la copa ........................................ 0'20 Un letrero y una bandera para el comité ................... 15'50 A la china Dominga para que haga venir a sus hijas a la inscripción ...............................25'00 Una docena de bombas ....................................... 6'00
 

Sumaba cuidadosamente don Ignacio estas partidas, que en tres años de oposición a todo trance habían alcanzado a formar una gruesa suma —cuatro o cinco mil pesos—, y no examinaba su cuaderno sin lanzar un suspiro y sumirse en profunda meditación.

—¿Quién pagará estas misas? —se decía.

O, conversando con sus tenientes, hablaba de la patria, de los deberes del ciudadano, de los sacrificios que hay que hacer en pro de la libertad, de la abnegación que exigen los partidos de principios, para terminar diciendo:

—Yo soy el pavo de la boda.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 358 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Metamorfosis

Roberto Payró


Cuento


Terminada la tarea de los recibos para fin de mes, don Lucas Ortega se dispuso a salir en busca de las noticias municipales y policiales, a pesar de la opinión del regente.

—¡No hay que descuidarse! —le había dicho éste—. Manolito nos la ha jurado y es capaz de cualquier barbaridad.

Don Lucas púsose el sombrero, tomó como de costumbre su bastón de estoque, y salió a las calles silenciosas de Pago Chico en plena siesta, diciéndose que él no se metía con nadie, y que mal podía nadie meterse con él. Olvidaba el pobre y manso administrador y reporter de El Justiciero una malhadada y peligrosa modalidad de su carácter: la inclinación a darse lustre.

Llegado muy joven de La Coruña, don Lucas no había sido siempre «periodista», como se declaraba enfáticamente. La instrucción recibida en una escuela de lugar no le dio para tanto en los primeros años. Se estrenó con toda modestia en una trastienda de almacén, despachando copas; luego ascendió a vendedor, y más tarde a habilitado; a los diez o doce años de estar en la casa, ya era socio, a los quince pudo establecerse por su cuenta, en pequeña escala... Pero de pronto, cuando ya esperaba reunir una fortunita y todo el mundo le llamaba «don Lucas» (el don le quedó para siempre) sobrevino una crisis, los deudores no pagaban, los acreedores se le echaban encima, y desde lo alto del que creyera inconmovible pedestal, rodó nuestro héroe, se encontró en la calle, y rodando, rodando, llegó por fin a Pago Chico, y encalló en la administración de El Justiciero.

En tan deslumbrante posición comenzó para él otra era de grandeza, no ya material y pecuniaria, sino social e intelectual, cosa que estimaba muchísimo más, aunque a veces lamentara a sus solas el sueldo escaso y tardo, y la brillante miseria.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 70 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Libertad de Sufragio

Roberto Payró


Cuento


Cierta noche, poco antes de unas elecciones, el Club del Progreso estaba muy concurrido y animado.

En las dos mesas de billar, la de carambola y la de casino, se hacían partidas de cuatro, con numerosa y dicharachera barra. Las mesitas de juego estaban rodeadas de aficionados al truco, al mus y al siete y medio, sin que en un extremo del salón faltaran los infalibles franceses, con el vicecónsul Petitjean a la cabeza, engolfados en su sempiterna partida de «manille».

El grupo más interesante era, en la primera mesita del salón, frente a la puerta de la sala de billares, el que formaban el intendente Luna, presidente del Concejo, varios concejales y el diputado Cisneros, de visita en Pago Chico para preparar las susodichas elecciones. Entregábanse a un animado truco de seis, conversadísimo, cuyos lances eran a cada paso motivo de griterías, risotadas, palabrotas con pretensiones de chistes y vivos comentarios de los mirones que, en círculo alrededor, trataban más de hacerse ver por el diputado que de seguir los incidentes de la brava partida.

Junto a ellos, sentado en un sillón, con la pierna derecha cruzada sobre la izquierda, acariciándose la bota, abrazándola casi, el comisario Barraba con el chambergo echado sobre las cejas y dejándole en sombra la mitad de la cara achinada, ancha y corta, de ralo y duro bigote negro, hablaba ora con los jugadores, ora con los mirones, lanzando frasecitas cortas y terminantes como cuadra a tan omnímoda autoridad.

Descontentos no había en el club más que tres o cuatro: Tortorano, Troncoso y Pedrín Pulci a caza de noticias, cuya tibieza les permitía andar por donde se les diera la real gana.

Los tres se hallaban cerca de la mesa del intendente y el diputado, podían oír lo que en ella se decía, y hasta replicar de vez en cuando —aunque con moderación naturalmente—, al comisario Barraba.


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2 págs. / 4 minutos / 76 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Fantasma

Roberto Payró


Cuento


El fantasma Las apariciones sobrenaturales de que era víctima Jesusa Ponec, traían revuelto al pueblo desde semanas atrás. Misia Jesusa las había revelado bajo sello de secreto inviolable a sus íntimas amigas: misia Cenobia, la empingorotado y tremebunda esposa del concejal Bermúdez, y misia Gertrudis Gómez, la espigadora presidenta de las Damas de Beneficencia. Tula y Cenobia las comunicaron, naturalmente, bajo el mismo sello inviolable, a sus confidentas, quienes, a su vez... Total, que todo el mundo lo sabía.

Los fantasmas suelen deambular preferentemente en las noches de invierno, cuando los vecinos se quedan en sus casas, pero a la sazón era verano, un verano de plomo derretido que mantenía en fusión el fuelle del viento norte. Así, los que se encerraban «por si acaso» desde que corrió la noticia, sudaban la gota gorda.

Tula y Cenobia escucharon, haciéndose cruces y temblando como azogadas, las primeras confidencias de Jesusa, aunque Cenobia Bermúdez fuera hembra de pelo en pecho y capaz de zurrarle la badana (como lo probó varias veces) no sólo a su esposo, sino al más pintado, y aunque Tula no tuviese temor de Dios, según decían las malas lenguas refiriéndose a cómo administraba la sociedad. Hicieron que llenase su casa de palma y boj del Domingo de Ramos, que la rociara con agua bendita, que pintara cruces en el suelo delante de las puertas, que encendiese velas de la Candelaria, que hiciera sahumerios de incienso... Y como el fantasma —que era el ánima de su marido Nemesio Ponce, comisario de Tablada— siguió apareciéndose a misia Jesusa, la aconsejaron que acudiese en confesión al cura Papagna, pues aunque éste fuera un «carcamán sin conciencia», era el único que tenía corona para conjurar al Malo y ahuyentarlo con sus «sorcismos».


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Dominio público
25 págs. / 45 minutos / 70 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Escena y los Actores

Roberto Payró


Cuento


Fortín en tiempo de la guerra de indios, Pago Chico había ido cristalizando a su alrededor una población heterogénea y curiosa, compuesta de mujeres, de soldados, —chinas— acopiadores de quillangos y plumas de avestruz, compradores de sueldos, mercachifles, pulperos, indios mansos, indiecitos cautivos —presa preferida de cuanta enfermedad endémica o epidémica vagase por allí.

El fortín y su arrabal, análogo al de los castillos feudales, permanecieron largos años estacionarios, sin otro aumento de población que el vegetativo —casi nulo porque la mortalidad infantil equilibraba casi a los nacimientos, pero cuyos claros venían a llenar los nuevos contingentes de tropas enviados por el gobierno.

Mas cuando los indios quedaron reducidos a su mínima expresión —«civilizados a balazos»—, la comarca comenzó a poblarse de «puestos» y «estancias» que muy luego crecieron y se desarrollaron, fomentando de rechazo la población y el comercio de Pago Chico, núcleo de toda aquella vida incipiente y vigorosa.

Cuando ese núcleo provincial adquirió cierta importancia, el gobierno provincial de Buenos Aires, que contaba para sus manejos políticos y de otra especie con la fidelidad incondicional de los habitantes, erigió en «partido» el pequeño territorio, dándole por cabecera el antiguo fuerte, a punto ya de convertirse en pueblo. El gobierno adquiría con esto una nueva unidad electoral que oponer a los partidos centrales, más poblados, más poderosos y más capaces de ponérsele frente a frente para fiscalizarlo y encarrilarlo.

Como por entonces no existían ni en embrión las autonomías comunales, el gobierno de la provincia nombraba miembros de la municipalidad, comandantes militares, jueces de paz y comisarios de policía, encargados de suministrarle los legisladores a su imagen y semejanza que habían de mantenerlo en el poder.


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9 págs. / 16 minutos / 45 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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