Textos más populares este mes disponibles publicados el 12 de febrero de 2021 | pág. 2

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textos disponibles fecha: 12-02-2021


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Corro de Sombras

Emilia Pardo Bazán


Cuento


En los Campos Elíseos. Una luz difusa y sin brillo ilumina un boscaje de hojas de un verde mate y flores que parecen transparentarse al través de un tul. Al centro del boscaje, un prado de hierba menuda, espesa y también enflorecida; estrellitas de oro, margaritas blancas la salpican graciosamente.

Una sombra sale del boscaje. Detrás de ella asoman otras muchas que van agrupándose en el prado. Al decir sombras, debe entenderse que son cuerpos, pero cuerpos en extremo sutiles, despojados del gravamen de su materia y rellenos como buñuelos de viento de algo más fino y leve que la carne y los huesos y las vísceras y la sangre mortal. Quedan, sin embargo, bien patentes las formas que revistieron en vida, y nadie podría desconocerlas; son celebridades, poetas, oradores, conquistadores, semidioses, humanidad superior. Se acercan y cambian impresiones en voz algo sorda, perceptible, sin embargo.

LA SOMBRA DE ORFEO: ¿Qué es eso? ¿Vuelve el tedio a dominaros? Aquí de la lira de oro. Os cantaré mis versos, oiréis un himno que no conocéis aún.

LA SOMBRA DE AQUILES (A LA SOMBRA DE HÉCTOR): Antiguo enemigo mío, tú, a quien maté y arrastré por los talones alrededor de los muros de Troya, ¿te entretenía la música? A mí, seamos francos, no es cosa que me divierta mucho. Y el bueno de Orfeo, cuyo mérito reconozco, se pone pesadito con sus himnos y sus arpegios. No me extraña que las mujeres del monte Rodope le hicieran pedazos.

LA SOMBRA DE HÉCTOR (confidencialmente): En cuanto empieza a preludiar, el sueño invade mis párpados. Sólo de pensarlo… ¡Aaaah! (Bosteza).

LA SOMBRA DE PLATÓN: ¿Por qué no disertamos, como se acostumbraba en mis sobremesas, de la naturaleza del alma, de la índole del amor expresada por la contemplación…?


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Publicado el 12 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

Barbastro

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Aquella discreta viuda que en Madrid acostumbraba referirnos cada jueves una historia me ofreció hospitalidad veraniega en la bonita quinta que poseía a pocos kilómetros de M***, y como todas las tardes saliésemos de paseo por las inmediaciones, sucedió que un día nos detuvimos ante la verja de cierta posesión magnífica, cuyo tupido arbolado rebasaba de las tapias y cuyas canastillas de céspedes y flores se extendían, salpicadas y refrescadas por lo hilillos claros y retozones de innumerables surtidores y fuentes que manaban ocultas y se desparramaban en fino rocío, resplandeciendo a los postreros rayos del sol. Gentiles estatuas de mármol blanqueaban allá entre las frondas, y el palacio erguía su bella escalinata y su terraza monumental en el último término que alcanzaba la vista.

A mis exclamaciones de admiración y a mi deseo de entrar para ver de cerca tan deleitoso sitio, la viuda respondió sonriente:

—Entraremos, ya lo creo… Llame usted; ahí está la campana… La finca es de un millonario, el señor Barbastro, que se ha gastado en ella muy buenos pesos duros, y tiene, como es natural, gusto en ostentarla y lucirla, y en que se la alaben y ponderen.

En efecto, a mi llamada acudió solícito un criado, que, abierta la verja y con mil reverencias, se dio prisa a guiarnos hasta un mirador calado, tupido de enredaderas olorosas, donde encontramos a los dueños de la regia finca, marido y mujer. Él se levantó, obsequioso, con esa cortesía algo almidonada de los que han residido en América largo tiempo; ella medio se incorporó, y, toscamente, y a gritos, nos dijo, alargándonos la manaza, aunque a mí no me había visto hasta aquel crítico instante:

—Miren, miren por ahí cuanto «haiga»… Dicen que está muy precioso. No se encuentra otra cosa así en toda la provincia. ¡Vaya!… Tampoco nadie se gastó el dinero como nosotros. ¿Eh, Barbastro?


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Publicado el 12 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

Diálogo

Emilia Pardo Bazán


Cuento


En un rincón del Ateneo. Mesas con servicios de café, unos ya consumidos y que un mozo retira, otros que trae para señores ateneístas que leen periódicos o discuten a media voz. En un rincón, ocupando el ángulo de un diván y una butaca contigua, Teolindo y Galo conversan, sintiéndose perfectamente solos entre el rumor de charlas. Su diálogo parece continuación de otros anteriores. De esos temas que, entre amigos, salen a relucir una vez, cuando menos, por semana.

—Galo: No me cabe en la cabeza ese empeño tuyo de que somos libres y podemos hacer lo que nos dé la gana.

—Teolindo: ¡Qué quieres! ¡No me siento piedra ni vegetal!… Tengo mi conciencia.

—También la tendremos los demás… Sólo que, ante lo imposible, la conciencia se limita a darnos tormento, sin sacarnos del pantano.

—Galo: Bah.

—Teolindo: ¡Bah! A todas horas te ves en situaciones que te permiten afirmar la conciencia. A cada paso luchan tu honradez y tus apetitos. No querrás decir que vencen siempre estos últimos, ¿eh?

—Galo: Qué diantres. También yo tengo mi propia estimación. Y no es la honradez solamente. Es el buen sentido. Mira aquello que más me fastidia es no probar lo que me gusta… Y lo sigo.

—Pues me das la razón.

—Galo: No. Ésas son cosas que podemos hacer, sin más que unas miajas de entendimiento para discernir entre lo que está en nuestra mano y lo que no está, y escoger, como egoistones, lo que más nos conviene… porque, al fin, es el egoísmo el que nos mueve, en eso y en todo. Eso no me lo negarás.

—Teolindo: Según como se entienda… el supremo egoísmo sería virtud absoluta.


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Publicado el 12 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

El Arco

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Sobre el trozo de firmamento, no siempre despejado ni azul, que se veía desde mi ventana, fantaseo que aún se recorta, ahora que no existe, el gallardo contorno del Arco, que me infundía una especie de orgullo infantil de haber nacido en Arcosa y me dominaba con la sensación de respeto que causa lo que no se comprende.

En los días de sol —que no eran todos en la Arcosa cenicienta y húmeda que baña sus pies en un sacro río, de los infinitos que por la Península corren más o menos ledamente—, cuando salía yo a la calle, gozaba, con una alegría misteriosa, la sombra proyectada por el Arco, y mis ojos no acertaban a separarse de sus relieves, casi aniquilados por el tiempo. Muy desgastado se hallaba el granito, que el paso de los años lo gasta todo; pero aquellas figuras borrosas, a fuerza de contemplarlas, resucitaban dentro de mí, y flotaban las enseñas inmóviles, se plegaban las túnicas que apenas conservaban señales de su forma, y hasta resaltaban las cabezas que sólo eran vago bulto sin facciones. En el gran relieve que decoraba el tímpano y corría por todo el frontón, parecían revivir los personajes y sus actitudes nobles y heroicas, y al verificarse esta resurrección imaginativa, también se alzaba de su tumba secular el hecho de armas, o por mejor decir, los dos hechos conmemorados por el monumento, y tan contrarios, que el uno recordaba la gloria y dominio del Imperio de Roma, y el otro la lucha de independencia que sostuvo toda la Península con otros invasores más modernos. Sobre el tímpano corría la inscripción romana, ilegible ya, y en el dintel había encontrado hueco la otra, que hacía constar el hecho de Arcosa, su resistencia al francés, la página más brillante de sus fastos.


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Publicado el 12 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

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