El Viudo
Juan José Morosoli
Cuento
Al terminar un surco e iniciar otro, enfrentando al naciente, Arbelo miraba con insistencia hacia el rancho. Primero veía un borrón empujado por la luz lechosa del amanecer. Después el chiquero de los cerdos y los árboles que parecían sin tronco. Hasta que al fin veía venir los hijos, tomados de la mano. El menor, Laurencito, balanceándose entre los terrones para no caer. Eran varones pero vestían polleras, como si fueran niñas. Entonces Arbelo clavaba la reja en la tierra, y les salía al encuentro.
* * *
Se levantaba a las cuatro. Ordeñaba las vacas, uñía los bueyes y
partía. Los niños se levantaban al amanecer. El mayor, de siete años,
vestía al hermano que apenas contaba tres, y salían al encuentro del
padre.
Ya en el rancho los tres, Arbelo encendía el fogón, hervía la leche y desayunaban. Luego partían hacia el campo.
* * *
De regreso al campo otra vez, los niños quedaban bajo un árbol,
callados, mirando el ir y venir de los bueyes. A veces se entretenían
buscando alguna piedra, o ensartaban "trompitos" de eucaliptus en un
alambre. Arbelo sentía al verlos una tristeza profunda. Siempre estaba
triste Arbelo, porque los niños estaban callados, el rancho estaba sin
humo y en el jardincillo se iban muriendo las plantas. Las manchas rojas
de los malvones que al amanecer venían corriendo sobre la tierra negra
mientras él araba, ya no se veían más.
El campo hacía tiempo que era muy distinto.
* * *
Después que desuñía los bueyes tenía que cocinar y fregar. Y
luego lavar su propia ropa y la de los hijos. Cuando terminaba la tarea
se acostaba un rato. Y vuelta a enyugar y después desuñir y hacer la
cena y fregar y acostar a los niños.
Y ellos callados, mirándole, siguiendo con los ojos sus pasos por el rancho.
Dominio público
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Publicado el 17 de abril de 2025 por Edu Robsy.