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Las Bellas Teorías

José María de Pereda


Cuento


¡Dichosa edad, dichoso siglo XIX! ¡Tú, con, tu ciencia, arrancaste a los pueblos de la barbarie de sus antecesores; tú, con la razón por bandera, redimiste a la humanidad del pecado de la estúpida ignorancia de nuestros abuelos! Ya no hay privilegios, ya no hay distancias, ya no hay razas, ya no hay fuertes ni débiles, víctimas ni verdugos. Las diversas naciones del mundo culto forman un solo pueblo; los hombres una sola familia; todos somos hermanos con una sola religión, la ciencia; con un solo gobierno, la virtud; con una misma riqueza, el trabajo. La antorcha de la razón, disipando las densas tinieblas de las viejas preocupaciones, ha transformado la naturaleza pensante. La razón es la luz, la razón es el pan, la razón es la Providencia, la razón es la famosa palanca que soñó el sabio. Yo digo que blanco, mi vecino que negro: he aquí la palanca. Demuestro yo mi teoría, sostiene el otro la suya: he aquí el punto de apoyo. Se la combate, me la protesta, se formaliza el debate, la discusión, que llamamos; he aquí que el mundo se tambalea y que al fin acaba por dar la voltereta.

Resumen: El talento es el árbitro soberano de la tierra.

Corolario: Sólo los necios tendrán hambre, sed y frío.

Vamos a verlo.

Juan era todo un mozo modelado a la última (no quiero decirlo en francés). Admiraba la ciencia, adoraba la idea y respetaba el talento. Tenía fe ciega en el progreso moderno, soñaba con la perfectibilidad hasta el extremo de vislumbrar lo perfecto; creía en todo, de tejas abajo, porque todo cabía dentro de la razón; dudaba de todo cuanto debía dudar un hombre que creía como él creía, cuanto debía dudar un verdadero espíritu fuerte; dudaba, en fin, de tejas arriba, de todo.


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Guantería

José María de Pereda


Cuento


I

Afuer de retratista concienzudo, aunque ramplón y adocenado, no debo privar a la fisonomía de Santander de un detalle tan característico, tan popular, como la Guantería. Mis lectores de aquende le han echado de menos en mis Escenas Montañesas, y no me perdonarían si, en ocasión tan propicia como ésta, no reparara aquella falta. Tómenlo en cuenta los lectores de allende (si tan dichoso soy que cuento algunos de esta clase), al tacharme este cuadro por demasiado local.

Y tú, mi excelente amigo, el hombre más honrado de cuantos he conocido en este mundo de bellacos y farsantes; tú, cuya biografía, si lícito me fuera publicarla, la declarara el Gobierno como libro de texto en todas las escuelas de la nación; tú, a quien es dado únicamente, por un privilegio inconcebible entre la quisquillosa raza humana, simpatizar con todos los caracteres, y lo que es más inaudito, hacer que todos simpaticen contigo; tú, ante quien deponen sus charoles y atributos ostentosos las altas jerarquías oficiales para hacerse accesibles a tu confianza, eximiéndote de antesalas, tratamientos y reverencias; tú, que no tienes un enemigo entre los millares de hijos de Adán que te estrechan la mano y te piden un fósforo... y algo más, que no siempre te devuelven; tú, en fin, «guantero» por antonomasia: perdona a mi tosca pluma el atrevimiento de intrusarse en tu propiedad, sin previo permiso, para sacar a la vergüenza pública más de un secreto, si tal puede llamarse a lo que está a la vista de todo el que quiera tomarse, como yo, el trabajo de estudiarlo un poco.


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Cervantismo

José María de Pereda


Cuento


El Diccionario de la Academia no contiene este vocablo; pero es uno de los propuestos por el último de los individuos del insigne cuerpo literario para la edición que está imprimiéndose. Por si la Academia no le acepta, conste que entiendo yo por

Cervantismo: La manía de los Cervantistas; y por

Cervantista: El admirador de Cervantes, y el que se dedica a ilustrar y comentar sus obras.

En rigor, pues, estos párrafos debieran haberse incluido entre los que, bajo el rótulo de Manías, quedan algunas páginas atrás; pero son tantos, y de tal índole la enfermedad a que se refieren, que bien merecen vivir de cuenta propia y establecerse capítulo aparte.

Dice Chateaubriand, hablando de los españoles como soldados, que nuestro empuje en el campo de batalla es irresistible; pero que nos conformamos con arrojar al enemigo de sus posiciones, en las cuales nos tendemos, con el cigarrillo en la boca y la guitarra en las manos, a celebrar la victoria.

Si despojamos a esta pintura del colorido francés que la califica, nos queda en ella un exactísimo retrato del carácter español, no sólo en la guerra, sino en todas las imaginables situaciones de la vida.

Ya que no la guitarra, la pereza nacional nos absorbe los cinco sentidos, y sólo cuando el hambre aprieta, o la bambolla empuja, o la curiosidad nos mueve, sacudimos la modorra. Entonces embestimos con el lucero del alba para estar donde él estuvo, medrar de lo que medró y hacer todo cuanto él hizo.


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Reo de P...

José María de Pereda


Cuento


La mañana era brumosa y fría, y escaseaba la luz, porque aún no había traspuesto el sol las lomas del Oriente. Se me habían «pegado las sábanas» aquel día, y llevaba muy contados los minutos cuando salí de casa; temía llegar tarde y apretaba el paso, con lo que doblaba el empuje y la frialdad del terralillo madrugador, que me daba de frente.

Al entrar en el espacioso vestíbulo de la estación, observé que salía de él bastante gente de pueblo, en la que predominaban las mujeres. Nada tenía esto de particular a aquellas horas y en aquel sitio; pero sí lo tuvo para mí el que todas las frases que iba sorprendiendo, al pasar rápidamente para llegar al despacho de billetes antes de que le cerraran, fueran la expresión de una misma idea, de un mismo sentimiento; del mismo, precisamente, como recordé de pronto, que las de unos chicuelos que se habían cruzado conmigo en las inmediaciones de la estación: frases compasivas, exclamaciones de pena, dedicadas a alguien que no se nombraba terminantemente. Lo apurado del tiempo me impidió enterarme allí mismo de lo que ocurría; tan apurado, que no sé cuál fue antes, si el dar yo el primer paso en dirección al andén con el billete comprado, o el oír el golpe del ventanillo que se cerraba.


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

De Mis Recuerdos

José María de Pereda


Cuento


Una tarde gris con intermitencias de sol tibio; una iglesia pobre y vieja sobre una meseta pedregosa con jirones de césped y matas de arbustos bravíos; una extensa campiña verde con fondos lejanos de cerros ondulantes y de erguidos montes gallardamente escalonados.

En el porche de la iglesia, corrillos de aldeanos hablando y pisando quedo, por reverencia a lo que acontece en el santo lugar en día tan señalado. Dentro de la iglesia, el viejo párroco y un su feligrés, no mucho más joven, sentados en un banco de elevado espaldar, delante de un tenebrario, y cantando las Lamentaciones de Jeremías. En la capilla mayor y lleno de luces, el Monumento, cuya armazón está cubierta de colchas y pañuelos muy vistosos, que se extienden después en dos alas, a diestro y siniestro, hasta los respectivos muros de la iglesia. Al pie de las gradas del Monumento, echada la Cruz sobre un paño negro y descansando sus brazos en dos almohadas guarnecidas profusamente de lazos de colores, cadenas de plata, acericos y relicarios. Los fieles, que llenan casi todo lo desocupado del templo, rezando fervorosos o andando en grupos el Calvario, y a veces, cómo para acompañar al murmurio de los rezos o al cántico de las tinieblas, el sonido tenue de la humilde moneda de cobre al caer en el platillo colocado junto a la Cruz yacente.

En el cuerpo de la iglesia, los dos pasos, en sus correspondientes andas, que han de salir en la procesión: el de la Dolorosa, que no es muy grande, y el de «los Judíos», que lo es y pesa mucho, pues representa a Jesús atado a la columna, flagelado por dos sayones: tres esculturas, no modelos de arte seguramente, pero de buen tamaño y bien macizas; por eso tienen sus andas ocho brazos.


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Peor Bicho

José María de Pereda


Cuento


Si cambiándose un día las tornas, o trastrocándose los poderes, fueros y obligaciones entre los seres condenados a purgar sobre la pícara tierra el delito de haber nacido, se tomara residencia por los que hoy son sus esclavos al tiranuelo implume, al bípedo soberbio que habla y legisla de todo y sobre todo de tejas abajo, y aun, a las veces, osa levantar sus ojos profanos más arriba del campanario de su lugar, como si todo le perteneciera en absoluta indisputable propiedad, ¡magnífica lotería le iba a caer!

Y cuenta que no hablo del hombre encallecido en el crimen; ni del a quien la altura de su poderío hizo desvanecerse y desconocer la índole y naturaleza de sus gobernados; ni del guerrero indomable a quien embriaga la sed de una funesta gloria, y han hecho creer que ésta puede fundarse alguna vez sobre montones de cadáveres mutilados y de ruinas humeantes: refiérome al hombre vulgar, al hombre de la familia, y, por tanto, no excluyo a las mujeres ni a los niños; tomo, en fin, por tipo para mis observaciones al hombre de bien, a la mujer de su casa, al niño cándido; y empiezo por asegurar que ninguna de estas criaturas se acuesta una sola noche sin un delito que, en justas represalias, no le costara una mano de leña, cuando no el pellejo, si se suspendieran las garantías que hoy nos mantienen en despótico dominio sobre los irracionales, y tocara a éstos empuñar el látigo.

No pretendo ser el descubridor de esta verdad manoseada en fábulas y alegorías hasta el infinito; pero nihil est novum sub sole; y si la forma de mi breve tarea lo parece, en ello doy cuanto puede exigírseme.


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Tres Infancias

José María de Pereda


Cuento


Al señor don Tomás C. de Agüero

He de decirlo, aunque el atrevimiento me cueste una multa municipal: para un hombre de mi temperamento, por no decir idiosincrasia, tiene gravísimos inconvenientes la amistad de un señor alcalde, a cuya persona se profesa un arraigado y (por desgracia mutuo) ya viejo cariño, afianzado con el doble remache de sus raros talentos y no comunes virtudes. Cuando un amigo semejante se nos acerca, y, otorgando a nuestro ingenio una alcurnia que no tiene, nos pide una chispa de su luz para convertirla en pan para los menesterosos, no hay medio de resistirle, ni de negarle un esfuerzo heroico en pro de su noble intento. Y entonces se llama a las puertas del ingenio, holgado y desprevenido; pero el ingenio, que parece fundido en corazón de avaro, echa todos los cerrojos de su mazmorra, y más se esconde cuanto más se le invoca.

Y aquí las perplejidades y las angustias; porque la súplica es mandato, y el tiempo avanza, y el término fatal se acerca, y lo que era crepúsculo en la mente, llega a hacerse noche tenebrosa.

Expongo estos hechos ante el insigne jurisconsulto, para que en aprecio los tome el magistrado, como razones atenuantes, si mi franqueza llega a parecerle merecedora del papel en que se saldan con la autoridad las cuentas del desacato a ciertos preceptos de sus Ordenanzas; o no la halla bastante castigada con haberme sacado al palo, que no otra cosa es, en sustancia, poner a un hombre avezado a la oscuridad de todos los aislamientos, en estas alturas por tantos soles alumbradas y expuestas al rigor de los huracanes de la crítica.


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Agosto

José María de Pereda


Cuento


Bucólica montañesa

I

No lo podía remediar el pobre tío Luco Sarmientos: mentarle el mes de agosto era producirle un escalofrío. Y si fuéramos a decir que le aborrecía, vaya con Dios; pero sucedía todo lo contrario. Como él decía: «De agosto, no hay que hablar mal delante de mí por lo tocante a sí mesmo, o séase respetive a su mesma mensualidá. No tiene tacha sobre estos particulares; y por gustar, me gusta como el mejor del año; pero...».

Pero era excesivamente supersticioso el bendito de Dios, y hasta creo que no le faltaban motivos para ello, si convenimos, como debemos convenir, en que es muy difícil dejar de ver en una larga y ordenada serie de casualidades, el cumplimiento fatal de una ley misteriosa e inexorable. ¿Quién no es algo supersticioso en este sentido?


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

De Patricio Rigüelta redivivo a Gildo, «el letrado» su hijo en Coteruco

José María de Pereda


Cuento


Santander, a 28 de febrero de 1882.

Por demás te costa, Gildo, que el tiempo, bien aprovechao, da para todo, por mucho que ello sea, y que el hombre, si entiende sus comenencias, puede andar a cambas y a bolsas en un mesmo viaje, sin detrimentos de lo uno, cuando se enreda con el otro, porque la suerte se lo puso delante. Tamién te costa que no es tu padre de los que más desaprovechan las buenas ocasiones. Dígalo el auto de que mientras haga valer aquí los empeños que te son notorios en el caso que ventilo, agarro la que se me presenta bien a bien por la otra banda, sin quebrantos de la hacienda personal y en mayor auge del regalo del cuerpo.

Sabrás, Gildo, cómo, motivao al curso apetecido por uno de los empeños que trije, di con un sujeto que, en tiempos de ayer, fue lobo de la nuestra camá... y aticuenta que no empondero la comparanza, visto que Cueva se llamaba el punto de las juntas que teníamos; y que para lo tocante a echar la zarpá, con razón o sin ella, media provincia era monte para nusotros con la excusa del voto liberal. Buena escuela aquélla, Gildo. Allí aprendió tu padre esa finura de trabajo que le envidian tantos peines de ahora.


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Lima de los Deseos

José María de Pereda


Cuento


Apuntes de mi cartera


Apenas un asomo de razón iluminó las obscuridades de su cerebro, ya vieron sus ojos obstáculos mortificantes, y sintió en su corazón el ansia de librarse de ellos. El silabario fue su pesadilla, porque envidiaba a los que leían «en Fleury» y escribían «de palotes»; llegó a hacerlos, y le desazonaba la experta mano que guiaba a la suya, débil y torpe; escribió solo, y maldijo del método que le obligaba a trazar las letras a pulso entre líneas paralelas; escribió después libre y suelto sobre la blanca superficie del papel, y le quitaron el sueño las lecciones de memoria, los primeros problemas de la Aritmética, la vigilancia de la niñera que le acompañaba en sus ratos de huelga en plazas y paseos; y deseó con ansia llegar a esa edad en que termina la fastidiosa tutela de los rodrigones, y comienza el niño a campar por sus respetos.


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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