Textos más populares este mes disponibles publicados el 24 de octubre de 2021

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textos disponibles fecha: 24-10-2021


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Mi Ruina

José Pedro Bellán


Cuento


Hoy logré contemplar el albor de la mañana.

Con su claridad, a través de su claridad, buscaba mis lugares, mis calles y mis caminos. Toda la ciudad se abría ante la luz, entre el mar y los árboles.

Hacia el norte, la gran masa vegetal, con su tinte obscuro, asomaba por detrás de la muralla de edificios, descubriéndose ante el sol tangente, suave, cuyos rayos se escurrían por sobre las cúpulas y las torres. El cielo, colosal, sonrosado apenas, se desgarraba al encajar entre el sube y baja de los pardos techos: era la pureza de un color que se manchaba al llegar a la tierra.

Crecía el murmullo y se hacía el ruido por toda la ciudad. El astro llameante había dado el impulso y eran ya en la realidad, el trabajo, el hambre y la estulticia.

Mi vista abarcó de nuevo el semi-círculo azul y caí como un pájaro en precipitado vuelo sobre las arboledas del norte.

Allí aun reinaba el silencio: érase mi mundo. Las aves, desprendidas de sus nidos saeteaban los poros del boscaje que se abría en la altura luminosa. Las trayectorias inconclusas y los colores indefinidos se unían harmónicamente. Faltaba el matiz de las flores, pero, en cambio, las hojas abandonadas las unas sobre la otras, movidas por un impulso lento, débil, acompasado, me llenaron de voluptuosidad. Todo un harem de mujeres orientales cruzó por mi imaginación. Sólo la realidad de un vetusto estanque logró expulsarlas de mí.

Noté primero un intervalo en la vegetación, luego, como algo que se ve apenas, una reja en forma de circunferencia hirióme la retina. Me acerqué a ella. Era antigua... muy antigua. Su color, allá, en su infancia, debió ser de un marrón obscuro; ahora era apenas perceptible. Llena de manchas, de herrumbre y musgo, la pobre reja antigua se arqueaba dolorosamente.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Paisajes

Miguel de Unamuno


Viajes


La Flecha

I. El sentimiento de la naturaleza

A cosa de una legua larga de la ciudad de Salamanca, junto al viejo camino real de Madrid, y á orillas del claro Tormes, se encuentra el deleitoso paraje de la Flecha, cuyo sosiego cantó el maestro Fray Luis de León.

Los lugares cantados por excelsos poetas y en que éstos pusieron el escenario de sus perdurables ficciones son tan históricos como aquellos otros en que ocurrieron sucesos que hayan salvado los mares del olvido. Los famosos campos de Montiel no evocan más el fratricidio de Enrique de Trastamara que las hazañas de D. Quijote. Y ¿es que tiene acaso para nosotros el rey bastardo mayor realidad que el ingenioso hidalgo manchego? Las ruinas de Itálica no son sugestivas é históricas sino merced á aquel canto estupendo que las perpetuará en la memoria de las gentes mientras la lengua castellana dure.

Si en España hubiese entrañable cariño al tradicional consuelo de nuestra poesía, serían los lugares que inspiraron á nuestros poetas y los que éstos de cualquier modo consagraran, términos de visita como lo son en otros países los lugares allí poetizados. Ningún amante de nuestra lírica dejaría de visitar, una vez en Salamanca, el rincón apacible de la Flecha, como ningún amante de la lírica inglesa deja de visitar, así que se le ofrezca ocasión propicia, aquel río Duddon al que cantó el dulcísimo Wordsworth.

Debe, además, atraer á esa sosegada orilla del Tormes, á todo amante de las letras castellanas, una especialísima circunstancia, cual es la de haber sido cantada por un ingenio que parece como reconcentrar en sí y monopolizar uno de los sentimientos más raros en la castiza literatura castellana: el sentimiento de la naturaleza.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Bestia

José Pedro Bellán


Cuento


Hacía cuatro días que la mujer de mi amigo reposaba entre la tierra húmeda y aún no había conseguido saber la verdadera circunstancia de su muerte en la que aparecía una mona, presa ahora en una fuerte jaula colocada hacia el fondo de su jardín.

Los diarios afirmaron que la señora había sido víctima de una fiera oculta por las apariencias de la domesticidad, cosa que a mi me parecía falsa ya que mi amigo, involuntariamente dióme a sospechar de su veracidad.

Al quinto día de mi permanencia en su casa quinta apenas si habíamos cambiado algunas frases frívolas. Estaba No se sentía triste ni melancólico. Al contrario. Parecía dominarlo un fuerte deseo de movimiento y andaba de aquí para allá sin objeto alguno. Al menor asunto, saltaba vivamente, impetuoso y salvaje.

Sin embargo, como a las cinco de la tarde de ese mismo día observé que se apaciguaba. Estaba en mi cuarto, preocupado en mí mismo, cuando entró sin hacer ruido. Su rostro ya no estaba tirante ni eran fijas sus miradas. Sentóse a mi lado, me pidió un cigarro y con la voz sorda y dolorida díjome confidencialmente.

—Ya me he fumado más de dos cajillas.

Quedamos callados, casi en una misma actitud, uno al lado del otro. Por tres o cuatro veces intenté hablar, quise decir algo, pero no me decidía. Mi imaginación trabajaba infatigablemente y la idea de que en el alma de mi amigo hubiera algo extraño, algo inmenso; la presunción de que en sus sentidos se agitara un secreto de esos que no deben decirse, que no pueden expresarse me ataban inconscientemente a un respeto grave y profundo.

Acabó de fumar y arrojó la colilla descuidadamente. Después, como siguiera ensimismándose, me ví obligado a decirle:

—Advierto que el dolor no te suelta y que tú te dejas dominar demasiado.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Afortunado en el Juego

E.T.A. Hoffmann


Cuento


I

Las aguas de Pirmont se vieron sumamente concurridas durante el verano de 18..., aumentando de día en día la afluencia de ricos y nobles forasteros, lo cual excitaba el genio emprendedor de los especuladores de todas clases, de modo que los banqueros del Faraón se dieron buena maña en cubrir el tapete verde de sendos montones de ducados, esperando con ello, á fuer de diestros cazadores, atraer incautos.

Sabido es que en la estación de baños y entre esas numerosas reuniones, en las cuales nadie sigue sus habituales costumbres, la ociosidad suele arrastrar á todo el mundo, y el mágico atractivo del juego se hace irresistible. No es raro entonces encontrar á personas que en su vida han visto un naipe, sentadas junto al tapete verde, cual impertérritos jugadores; además de que el buen tono exige, mayormente entre las clases más distinguidas, que poco ó mucho se visite la sala de juego y se deje en ella algún dinero.

Un joven barón alemán, á quien llamaremos Sigifredo, parecía ser el único que resistía al atractivo de la baraja, rebelándose contra esas roblas del buen tono, de tal modo que cuando todo el mundo se abalanzaba á las mesas del juego se avenía gustoso á perder el recurso de entablar una grata conversación y se retiraba á su cuarto para leer ó escribir, ó se dirigía al campo emprendiendo solitarias excursiones.


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28 págs. / 49 minutos / 135 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Imagen

José Pedro Bellán


Cuento


En una de las últimas casitas del barrio de los pescadores, casi junto al mar, el viejo Leopoldo, de setenta años, fuma en su pipa cargada de Virginia. Frente a él, su nuera, espoleada por un pensamiento tenaz, remienda que no surce, una media gris deshecha en el talón. Así permanecen largo rato: callados, sin mirarse, como si estuvieran solos. Sin embargo, quizá piensen lo mismo.

El temporal no cesa. Hace tres horas que conmueve al barrio y lo llena de pavor.

El mar es un turbión inmenso que ensordece. Sus promontorios de agua persisten un instante, convulsos, inquietos y se desploman en masa. Parecen que hierven.

Todas las barcas han vuelto menos una.

—María ya tarda demasiado, dijo Leopoldo, rompiendo el mutismo.

Se refería a su nietita de diez años, hermosa chiquilla de ojos azules, blanca y endeble. Habíanla mandado por tres veces en demanda de noticias y por tercera vez, buscaba a los amigos de su padre, a los pescadores salvos, y les imploraba datos, aun los más sencillos, los más insignificantes.

Al volver contestó de la misma manera que contestara antes.

—Nadie sabe nada... nadie lo ha visto. —Se sentó cerca de la mesa y recostóse sobre ella. Sus manecitas sin sangre se juntaron que pedían perdón.

La escena recalcitró. La frígida imagen de un reconcentramiento abrazado a las cosas, caló la habitación. Pasó un rato.

Leopoldo vuelve a hablar. Su voz inquietante atemoriza.

—¡Este viento! —Elena escucha con ansiedad. Después, obligada por su pensamiento pregunta:

—¿Cuántos fueron en la barca?

—Los de siempre. El y los dos muchachos.

Hace una pausa. Luego dice con atropello:

—Yo, una vez, estuve a punto de ahogarme.

Elena pregunta con viveza:

—¿Y cómo se salvó?...


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4 págs. / 8 minutos / 28 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Don Giovanni

E.T.A. Hoffmann


Cuento


I

El sonido agudo de una campanilla y el grito de Se va á empezar», me arrancaron del dulce sueño que de mí se apoderara. Oigo luego un sordo murmullo de contrabajos, preludios de violín, agudos trompetazos y uno que otro timbalazo, un oboe dando una nota chillona y sostenida... me restregó los ojos... El diablo se burlará de mí?... No; veo distintamente que me encuentro en el cuarto de la fonda, donde me detuve anoche, molido y devengado. Pende junto á mi el cordón de la campanilla, tiro de él y comparece el mozo.—Dime, muchacho, á qué viene esa endiablada música aquí tan cerca? Se dan conciertos en casa?

—Su Excelencia, ignorará que esta fonda esta contigua al teatro, y que esta portezuela entapizada da á un pequeño corredor que conduce en derechura al palco núm. 23, destinado á los extranjeros.

—Cómo? Teatro y palco de los extranjeros?

—Sí; un palco sumamente reducido, capaz para dos ó tres asientos, muy propio para las personas distinguidas, tapizado de verde, con celosías, que da sobre el escenario. Está á la disposición de su Excelencia; hoy echan el D. Giovanni, del célebre Mozart; la entrada y el asiento cuestan escudo y medio, que pondremos en la cuenta.

Diciendo estas últimas palabras abría la puerta del palco, pues con sólo oir el título de la ópera, yo me había lanzado al corredor, La sala era espaciosa, adornada con buen gusto y espléndidamente iluminada; tanto el patio como los demás palcos estaban llenos de espectadores.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Cruz de Piedra

José Pedro Bellán


Cuento


Después de la vida diaria, pensada o acostumbrada toda ella a partir de un mismo punto como una constante carrera de sentimientos, queda algo oculto en nuestro corazón algo adormecido en nuestro ser que despierta en muy raros casos. Tales manifestaciones en la generalidad de los caracteres no son más que segundos de vida desconocida, sensaciones fugaces, efímeras que cruzan por los jardines de nuestras almas, como fáciles golondrinas o que iluminan las tempestuosas nubes de nuestras ras, con la vertiginosidad del rayo. En cambio, en los caracteres donde la imaginación vive soberana, estos momentos persisten, hasta ahogarse por completo en lo voluptuo.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Violín de Cremona

E.T.A. Hoffmann


Cuento


I

El consejero Crespel era el tipo más original que pueda darse, hasta tal punto, que cuando llegué á H... con el intento de pasar algunos días allí, todo el vecindario hablaba de él, habiendo llegado entonces al apogeo de sus extravagancias.

Como sabio jurisconsulto y experto diplomático, había adquirido Crespel notable consideración, de tal modo que el príncipe reinante de un pequeño Estado de Alemania, bastante poderoso, valióse de él para redactar una memoria que debía dirigirse á la corte imperial, respecto á cierto territorio sobre el cual creía tener legítimas pretensiones; y tan propicio fué el resultado, que un día que Crespel se lamentaba de no encontrar una habitación á su gusto, el príncipe, deseoso de recompensarle, se encargó de costearle una casa, cuya construcción dirigiría el consejero por sí solo; y como además el príncipe le ofreciese comprarle el terreno que mejor le pluguiera, Crespel le dispensó de lo último, indicando que en ningún sitio mejor que en un delicioso jardín que poseía junto á las puertas de la ciudad, podría levantarse el edificio.

Empezó, pues, comprando todos los materiales necesarios, los hizo trasportar allí, y desde entonces era de verle á todas horas con un vestido especial, construído también según sus principios particulares, apagar la cal, pasar la arena por la criba, y arreglar los ladrillos en simétricos montones, para lo cual no había consultado con ningún arquitecto, ni había trazado plan alguno.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Vía Libre

José Pedro Bellán


Cuento


No, no puedo irme sin aniquilarlo. me moriría de despecho. Anduvo unos pasos más, y se detuvo, apoyándose sobre la verja de la última casa del pueblo. En su cerebro, las ideas iban y venían en tumulto, fuertes, fugitivas, vacilantes y todas girando en redor de; pensamiento tenaz, poderoso, que se había apropiado de su vida hacía unos tres años.

—Lo matare— murmuraba, y el odio despertaba, lleno de rabia, provocado por las ideas, latiendo fogosamente en sus músculos, en su carne y en sus pensamientos febriles y trágicos.

Era un odio continuo, socarrón e hipócrita, que se había unido estrechamente a su vida y se había mezclado en sus fines e intereses; un odio sangriento y diabólico que había germinado en ciertas circunstancias, por las cuales, la naturaleza de las cosas coloca a dos hombres frente a frente, el uno víctima, el otro victimario.

La vendetta, la terrible vendetta, le causaba un alivio, una alegría feroz, en la cual descansaba su alma como en un consuelo. Había ideado muertes, estudiado ensañamientos, pero ninguno le satisfacía: necesitaba algo fuerte, algo que fuera monstruoso, y el sentimiento de venganza, a fuerza de perpetuarse, había concluido por refinarse, por tender a lo perfecto, como una obra de arte.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Señora del Pino

José Pedro Bellán


Cuento


Llegué a la ciudad de X., un domingo a las siete de la noche. En ese momento, mi amigo, confundido entre una multitud de personas, recorría el andén mientras observaba el interior de los vagones

Se llamaba Julio Serrano. Frisaba en los treinta y dos años. Era alto, fornido, de juicio recto y muy animoso.

Habíase graduado en Medicina a los veintisiete años. Médico al fin, resolvió establecer su consultorio en uno de los pueblos cercanos a la Capital, donde casó un año más tarde, con la hija de un rico negociante, hermosa mujer, que lo mostraba con orgullo en los salones, cual si hubiese hecho una adquisición rara y costosa.

Poseía, Julio, en extremo, ese don que tienen algunos hombres, de agradar al primer golpe de vista. Su gran cultura le permitía colocarse en un plano de inferioridad intencionada, cosa que le había valide la sonrisa de las mujeres y la confianza de los hombres.

Se hizo médico de moda; se hizo ese ser necesario, enigmático, que penetra en las alcobas suntuosas, lento y desdeñoso. Y aun cuando él me asegurara en sus cartas que en el transcurso de tres años, sólo había hecho tres curas, sus triunfes comenzaban a celebrarse en la capital.

Me dirigí a él, llamándole, y como sucede generalmente en esos casos, sólo me vió cuando le tuve abrazado.

—¡Al diablo!... ¡Cómo no te vi!—exclamó con alegría.

—Ahí está el peligro de ver las cosas muy de cerca,—contesté riendo.

Nos abrazamos de nuevo, y el cariño que nos unía desde tanto tiempo, acreció en aquel instante.

Entramos en una de las salas de espera y nos sentamos. Preguntaba él, preguntaba yo. En un breve plazo revivimos los hechos principales en los cuales habíamos actuado separadamente. Y así, después de haber formado esa red de comunicación que tejen las ideas y los sentimientos, nos pareció que no había mediado entre nosotros ausencia alguna.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

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