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El Amor Mejor Probado

Norberto Torcal


Cuento


La Sra. Rosa era, sin disputa alguna, la mujer más pobre y á la vez más dichosa de todo el barrio.

Viuda desde hacía cinco años, y sin más compañía que un hijo que apenas contaba ocho, con los seis reales diarios que en el lavadero ganaba con ruda y penosa fatiga, tenía lo suficiente para atender á las necesidades de su casa y cuidar de la educación de aquel niño, que era todo su amor y felicidad en el mundo, y al que quería... como quieren todas las madres á sus hijos; es decir, un poco más, porque, sea preocupación ó realidad, yo siempre he creído que las madres pobres aman á sus hijos un poco más que las otras elegantes y ricas, y para ello me fundo en que un beso vale mucho más que un juguete, y un remiendo puesto por la propia mano de la madre á una camisa ó una chaqueta, más que el vistoso traje de terciopelo comprado en espléndido bazar.

Sea de ello lo que quiera, lo único que yo afirmo es que Rosa amaba muchísimoá su hijo, y esto nadie podría negármelo.

¿Que cómo se las arreglaba la pobre mujer para poder, con sus seis miserables reales, tener siempre su casita limpia, su vestido decente, su maceta de claveles en la ventana y su rostro de risa á todas horas?

Esto es justamente lo que yo no sabría decir, por más que de estos y parecidos milagros está llena la vida de las honradas gentes que viven de la economía y el trabajo.

Una tarde de invierno, Rosa volvió al anochecer á su casa sintiendo una grande opresión en el pecho y un dolor muy agudo en el costado. La enfermedad la había tocado con su dedo de hielo, y la ráfaga de aire frío que por la boca se le entrara, había herido su pulmón con incurable y mortal herida.


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5 págs. / 8 minutos / 24 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Atavismo

José Antonio Román


Cuento


Estoy en vísperas de viaje, y esta es la última noche que paso en mi tibio boudoir tan primorosamente arreglado y con sus alegres cortinajes color rosa claro En torno mío se despliegan los muebles limpios, brillantes, denotando el afanoso esmero de la criada, y al contemplarlos se apodera de mi ánimo un invencible sentimiento de tristeza.

Tengo ahora que darles el adiós de despedida; mañana estaré cruzando el Océano en dirección á Italia. Y la chaise longue, semi-oculta en la media sombra que arroja el luciente biombo de seda azul bordado de grullas doradas; la cuja de fina caoba, velada por tules aurorales; y los poufs mullidos y tan bajos, que parece uno descansar sobre el suelo, adquieren, iluminados por la suave claridad celeste de la lámpara, semejanzas de vida, aspectos de seres animados. Experimento una dulce atracción por todo lo que me rodea y aspiro, difundido en el ambiente de esta habitación, vagas emanaciones de mi perfume favorito. Me imagino que en cada una de las piezas del mueblaje, dejo leves rastros de mi permanencia en estos lugares; esa prolongada huella, que atraviesa el canapé en sentido longitudinal, delata mis ocios durante los crepúsculos estivales, y así de este modo iría reconstruyendo todo mi pasado.

Parto dentro de breves horas y he buscado refugio aquí deseosa de meditar á solas: debo pensar en mi novio Carlos que tanto me idolatra. Ya me figuro su pesadumbre cuando no le quepa duda acerca de mis propósitos; todavía le alienta la esperanza de que en el postrer instante desista. ¡Soñador! Hace tiempo que me resolví á partir, y todo esfuerzo será ineficaz, pues soy inquebrantable en mis resoluciones.


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4 págs. / 8 minutos / 38 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Aguafuertes Vascas

Roberto Arlt


Crónica, artículo


I

De Santander a Bilbao. Luciérnagas móviles en un fondonegro. Se ha perdido una maleta

El Mundo, 18 de noviembre de 1935


Un cuarto de hora antes de que salga el tren me apresuro a ocupar mi asiento en el coche de tercera, y no me arrepiento de ello, pues en pocos minutos, los coches quedan prácticamente atestados de pasajeros.Antes de subir he averiguado de qué lado ilumina el sol; me siento junto a la ventanilla de sombra y de modo que el viento golpee en la cara del que se sienta frente a mí. Debido al calor, no se permite cerrar las ventanillas. Mi precaución no es pueril, pues estas locomotoras lanzan torbellinos de chispas y hollín. Observo que, cuando arranca el tren, casi todos los pasajeros se hacen la señal de la cruz; más tarde en Bilbao, donde observé la misma costumbre, varias señoras me manifestaron que antes de partir de viaje se confesaban.

Frente a mi asiento se ubica un cura gordo y sudoroso. A un costado llevo un viajante; más allá dos proletarios meriendan, repartiendo fraternalmente el pan, las sardinas, el vino y las manzanas. De pronto, entra al coche otro viajante y le dice al que está sentado:

–¿Sabes que se ha perdido una maleta?

–¿Has perdido la maleta?

–Sí, no aparece.

Durante una hora, en el coche no se conversa de nada más que de la maleta extraviada. Termino de puro aburrido por inmiscuirme en la conversación y, como ésta languidece, para darles cuerda a los viajantes expongo mis dudas jurídicas sobre si la empresa pagará o no la dichosa maleta. Pero, para distraernos, en otro compartimento una señora que conversa en voz muy alta con otras dos exclama:

–Lo que es yo, el día que me casé estaba lo más tranquila. Por la mañana me bañé...


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20 págs. / 35 minutos / 141 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Una Profesa

José Antonio Román


Cuento


Han corridos ya muchos años.—Una noche leí en El Comercio estos renglones: «Ayer en la mañana, ante numerosa, concurrencia, la bella señorita A... R.. tomó el hábito en el convento de la Encarnación»; luego seguía la descripción de la ceremonia con esa pesada minuciosidad que usan los cronistas al reseñar algún acontecimiento.

¡Me quedé anonadado! ¡Ella de monja! Volví á leer con melancólica amargura el suelto de crónica. Mi hermosa y buena amiga siempre tolerante con mis ideas librepensadoras, ya no existía para mí. El infranqueable muro de la religión nos separaba. ¿Y su nuevo nombre, Sor María de la Soledad, qué doloroso misterio encerraba?

Y lentamente, reconcentrada mi atención, fuí analizando los menores detalles de su vida de joven soltera. Hay multitud de repliegues en el corazón femenino que eluden al más sutil escalpelo del psicólogo. Pero ciertos rasgos generales que desempeñan en la vida íntima el mismo papel que las gruesas y bien negras líneas en los croquis, orientan al observador para que, conocido algo, adivine lo demás.

Ella tuvo en mí un discreto confidente. Sus pequeños disgustos, sus locas alegrías y basta esas contrariedades que surgen en los más tranquilos hogares, todo me fué contado. Poco á poco fuí penetrando en su almita deliciosamente embrollada, conociendo esas nimias inquietudes que al día siguiente de un baile ajan la tersa piel y abrillantan las pupilas, esas transfiguraciones radiosas al desabotonarse los magníficos guantes delante del peinador, una vez vuelta del paseo, esas locuacidades aturdidoras en las que parece briscarse ansiosamente el olvido de alguna idea que obsesiona, seguidas de mutismos feroces, cavilosos, y esas laxitudes ensoñadoras que invitan á la posesión.


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4 págs. / 7 minutos / 34 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

¡San Pedro me Valga!

Antonio de Trueba


Cuento


I

Perico reventaba de gozo cuando tomó la licencia militar, y con ella colocada en un reluciente canuto de hojalata, que pendía de una ancha cinta de seda color de fuego, tomó el camino de su tierra.

Pero el gozo se le cayó en el pozo cuándo en el camino se puso á pensar, primero, que por mucho que estirase el dinero que llevaba, no le alcanzaría para el viaje, y segundo, que después de andar siete años de viga derecha tendría que doblar el espinazo sobre la tierra de pan llevar así que llegase á su pueblo. Sin embargo, después de lanzar un «¡San Pedro me valga, qué trabajillos voy á pasar en la vida de paisano después de pasar tantos en la de soldado!», se tranquilizó y recobró su alegría pensando en Juanilla, que era una chica de su pueblo que le miraba con buenos ojos cuando fué á coger el chopo, y esperaba su vuelta hacía; siete años, resistiendo la violencia del bruto de su padre, que quería casarla con otro porque el otro era más rico que Perico.

Así en el pueblo como en el regimiento era Perico conocido con el apodo de San Pedro me valga, porque esta frase era la muletilla obligada de su conversación, como una blasfemia ó una necedad es la de las tres cuartas partes de los españoles del sexo feo, sin excluir, por supuesto, á los que blasonan de señoritos ó señorones bien educados. Y no se crea por esto que Perico fuese un hombre como Dios manda en punto á creencias y prácticas religiosas, porque desgraciadamente en este punto no tenía el diablo por dónde desecharle.


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12 págs. / 22 minutos / 36 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Radioscopia

Norberto Torcal


Cuento


Gran triunfo, colosal victoria la del estudioso y sabio doctor don Juan Nepomuceno Aguaviva y Ruiz de los Peñascos, nombre que desde aquel fausto y dichosísimo día, de perdurable memoria, debía ir unido al de la más grande y portentosa conquista de cuantas el humano ingenio realizara en la larga sucesión de los siglos; nombre que las generaciones venideras pronunciarían con mezcla de pasmo y reconocimiento, descubriéndose la cabeza y postrándose reverentes ante el soberano genio que con el fiat de su voz creadora había hecho surgir la luz del fondo de las espantosas y densas tinieblas...

¡Atrás todos los cacareados inventores, todos los sabios antiguos y modernos, todos hombres de iniciativa, de inteligencia y genio que en el mundo le habían precedido!

¡Atrás todos los que hasta aquel punto y hora habíanse ufanado de triunfar de la Naturaleza, descifrando sus oscuros enigmas, descubriendo sus grandes secretos, arrancándole sus poderosas fuerzas para ponerlas á servicio y provecho del hombre!

Enanos y pigmeos resultaban, comparados con él, Newton y Keplero, reveladores de la gran mecánica celeste, Fulton y Papin, dominadores de la fuerza expansiva de los gases y vapores; Franklin y Daguerre, árbitros de la luz y de las tempestades; Volta y Galvany, soberanos del invisible fluido eléctrico; Edison y Boetgen con sus celebradas conquistas y descubrimientos, aprisionando el primero la palabra en un sutil alambre, y penetrando el segundo con sus famosos rayos en las interioridades de los cuerpos oscuros y opacos.

El doctor Aguaviva dejábalos á todos en mantillas.


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Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Sra. Marionnette

José Antonio Román


Cuento


Fué aquel un crepúsculo luminoso, desfalleciente, que llenaba el espíritu de honda melancolía. El cielo plácido, puramente azulado, rasgueado por el incierto vuelo de alguna retardada ave, se extendía sobro nuestras cabezas. A lo lejos, por una abierta ventana, veíamos pasar los carruajes, bulliciosos, naciendo retemblar las piedras.

Bebíamos cerveza con lentitudes de sibarita. Y en los polvorosos aleros de los edificios los dorados reflejos de un sol poniente.

Adoptando una muelle posición levantó su pálido rostro en el que un temprano é incurable hastío había dejado dolorosas huellas, y con su voz dulcemente triste, un tanto cansala, empezó mi amigo así:

—Es al concluir la gran calle que, tortuosa, conduce á la Exposición, donde ella vive. Casi todas las tardes, negligentemente apoyada en su balcón contemplando el desfile de los paseantes solía verla yo. Y horas enteras, trajeada de rojo, se estaba allí con su actitud de ídolo inciensado, con su extraña sonrisa de Astarté-Astaroth, mientras á sus pies, ensordecedores con su áspero traqueteo ritmado por el chillador silbato del conductor, los sucios y pesados tranvías se deslizaban arrastrados penosamente por Hacas bestias. En aquella gente que se apiñaba en las banquetas, sudorosa, tostada lentamente por el sol, clavaba ella sus miradas de hembra ansiosa.


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Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Obligación y la Devoción

Antonio de Trueba


Cuento


I

Andaba yo a caza de cuentos populares para esta novena colección que voy á dar luz, y después de mediodía salí de Durango con ánimo de transmontar la cordillera de Oiz y pernoctar en Marquina; pero como desde Bérriz dirigiese la vista hacia el Oeste y viese que hacia los Siete Concejos del vallo de Somorrostro habían empezado á aventar trigo, pues se veía el tamo, como dicen en las Encartaciones cuando ven que cierra en agua la costa, y me pareciese que el tamo iba avanzando hacia el Este, me decidí á dejar para la mañana siguiente la continuación de mi viaje, no pasando aquella tarde de Mallabia.

Viendo un grupo de cuatro ó cinco casas medio escondidas en el castañar de Basagóiti, me dirigí á ellas con ánimo de pedir hospitalidad en la que mejor me pareciese, seguro de que en cualquiera de ellas la había de encontrar muy afectuosa y franca.

Mi querido amigo Marcelino Menéndez Pelayo, en cuyo elogio basta decir que á la edad de veintidós años ha obtenido, en porfiada y luminosa oposición con contrincantes de altísimo valer, la cátedra de Literatura é Historia crítica en la Universidad Central, me ha dado un varapalo, á la vuelta de corteses piropos, diciendo que tengo el defecto de extremar el optimismo en la pintura de las costumbres populares, y todo con objeto de enaltecer el pesimismo de José María de Pereda, insigne y querido amigo suyo y mío, que emplea en el estudio y pintura de las costumbres montañesas procedimiento distinto del que yo empleo en el estudio y pintura de las vascongadas. Concedamos que el campo que yo recorro sea igualmente fértil en flores y en espinas que el que recorre Pereda, aunque no era de esta opinión un paisano de ambos escritores montañeses, que abogando en 1876 porque se quitaran los fueros á Vizcaya, hacía el siguiente paralelo entre Vizcaya y la Montaña:


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Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Escapatoria

Antonio de Trueba


Cuento


I

Juan era un mozo que, mejorando lo presento, valía cualquier dinero; pero tenía un pero, como todos lo tenemos, más ó menos grande, en esto pícaro mundo: este pero era la pícara vanidad, que se fundaba en que sabía leer de corrido, escribir una carta de modo que, aunque mal, se entendiese, y oficiar una misa de manera que al oirle no echasen á correr los perros que hubiese en la iglesia.

Vino de las merindades de Castilla á trabajaren las veneras de Triano, bailó toda la tarde en la romería de Santa Agueda con una chica baracaldesa, la chica le gustó, á pesar de que le habían dicho pestes de los baracaldeses, él gustó también á la chica, y convinieron en que ni pintados podían ser mejores para «casarse juntos«. Juan habló de este proyecto á los padres de Ramona (que así se llamaba la chica baracaldesa); á los padres de Ramona les pareció el proyecto á padres de Ramona, y pocas semanas después Ramona y Juan se casaron, y en casa de los padres de Ramona hubo dos matrimonios en lugar de uno.

El día de la boda se comió y se bebió en grande, y como en tales casos la lengua se alarga y la conciencia se ensancha, así Ramona como sus padres-tuvieron aquel día algunas salidas de pie de banco, que á Juan disgustaron un poquillo, porque demostraban que su mujer y sus suegros no habían inventado la pólvora, ó lo que era lo mismo, no eran del todo dignos de haber emparentado tan estrechamente con un mozo que sabía leer de corrido, escribir una carta de modo que, aunque mal, se entendiese, y oficiar una misa de manera que al oirle no echasen á correr los perros que hubiese en la iglesia.

Juan se quejó de esto aquella misma noche á otro maqueto paisano suyo, que era uno de los convidados á la boda, y el maqueto le dijo:


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22 págs. / 39 minutos / 42 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Cabra Negra

Antonio de Trueba


Cuento


I

Es cosa convenida que todo cuento, fábula ó apólogo ha de tener su moraleja, palabra que, tal como suena, vale tanto como pequeña moral, aunque el Diccionario de la Academia de la lengua castellana no se ha tomado la molestia de decírnoslo. El cuánto que voy á contar tiene aún más que moraleja: tiene moral muy grande, pues con él se prueba que las faltas pequeñas van creciendo, creciendo como las bolas de nieve, hasta convertirse en delitos enormes que aplastan con su peso al individuo, á la familia ó al pueblo que incurre en ellas.

¿Quién no recuerda haber oído á su madre la historia de un gran criminal que empezó su triste carrera robando una aguja de coser y la terminó muriendo ajusticiado en un patíbulo? Historia muy parecida á la de este desdichado es la del pueblo de San Bernabé, sobre cuyas solitarias ruinas, cubiertas de zarzas y yezgos, y coronadas con una cruz como la sepultura ele los muertos, me lo contaron una tarde á la sombra septentrional, de la cordillera pirenáico-cantábrica.

II

En una de aquellas colinas pertenecientes al noble valle de Mena, que se alzan entre Arceniega y el Cadagua, dominados por la gran peña á cuyo lado opuesto, que es el meridional, corre, ya caudalosísimo, el Ebro, existía desde el siglo VIII un santuario dedicado al apóstol San Bernabé. Este santuario era uno de los muchos que desde el Ebroal Océano, separados por un espacio de diez leguas, origió la piedad de aquella muchedumbre de monjes y seglares que se refugiaron en aquellas comarcas cuando los mahometanos invadieron las llanuras de Castilla y se detuvieron en la orilla meridional del gran río, sin atreverse á pasar á la opuesta en cuyas fortalezas naturales los esperaban amenazadores y altivos los valerosos cántabros reforzados con los fugitivos de Castilla.


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11 págs. / 20 minutos / 196 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

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