Textos más cortos disponibles | pág. 479

Mostrando 4781 a 4790 de 6.132 textos encontrados.


Buscador de títulos

textos disponibles


477478479480481

Puñal de Claveles

Carmen de Burgos


Novela corta


I. La primera amonestación

La tarde, de primavera, estaba llena de promesas de fecundidad. El campo ofrecía ya la plenitud de la cosecha con las mieses que comenzaban a enrubiar y mecían las espigas de granos hinchados y lucientes.

Un intenso olor a día de primavera lo envolvía todo de un modo penetrante.

Después de los días grises del invierno reseco, árido y triste, se dejaba sentir con más fuerza al despertar de la Naturaleza en pleno campo, como si se escuchasen las pulsaciones de un corazón que cobraba nueva vida con la circulación de la savia que lo reanimaba todo.

Pura apareció en la puerta del solitario cortijo, puso la mano derecha como toldo a los ojos y tendió la vista a lo largo del camino, que se extendía zigzagueando entre los declives de las montañas.

Se veía avanzar por él una burra cargada con capachos, sobre los que iba colocada una arqueta de madera. A su lado, un hombre, varilla en mano, parecía ayudarle a andar, más que arrearla, para que continuase su camino.

—No me había engañado —murmuró la joven.

Se volvió hacia el interior de la casa y llamó con voz alegre:

—¡Madre! ¡Cándida! ¡Isabel! Por ahí viene el tío Santiaguico.

Se oyó un rumor de crujientes faldas almidonadas, y otras dos jóvenes llegaron al lado de Pura, con expresión contenta y curiosa.

El buhonero que llegaba tenía fama de llevar de cortijo en cortijo las mercancías más bellas, que cambiaba por recova.

La madre apareció detrás.

—Esto es una plaga. Estas gentes no nos dejan parar. Desde que se sabe que se casa Pura parece que se han dado cita aquí.

Los perros comenzaron a ladrar y fingir furiosos ataques en dirección del lugar por donde se aproximaban el hombre y la caballería.

La voz de Pura se elevó imponiéndoles silencio.

—«¡Zaida!». «¡Sola!». ¡Aquí!


Leer / Descargar texto

Dominio público
35 págs. / 1 hora, 1 minuto / 1.255 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.

El Rey Lear, Impresor

Vicente Blasco Ibáñez


Novela corta


I

Todas las tardes a la misma hora sonaba el timbre de la elegante cancela, y el hombre que esperaba en el zaguán decía al presentarse el servidor, unas veces criado gringo, con chaleco de mangas, o puesto ya de frac si la tarde era de recepción; otras, doncella francesa o tudesca, que pronunciaba trabajosamente las palabras españolas:

—Avise a don Martín que aquí está Pepe Terneiro.

Nunca quiso pasar de esta entrada con friso de azulejería y muros de arabéseos multicolores, imitación mediocre de la Alhambra, en pleno Buenos Aires. Su antiguo patrón le había instado muchas veces a que viniese a buscarle en sus habitaciones; pero él temía los encuentros en el interior de aquella casa de un solo piso, vastísima, que se extendía hasta la otra calle paralela, dédalo de corredores, patios y grandes salones, construida sin tener en cuenta el aprovechamiento del terreno, con la amplitud de una época en que los solares alcanzaban escaso precio.

No deseaba ver a las hijas de don Martín, damas elegantes, de cuyas fiestas se ocupaban con entusiasmo los periódicos, y que él había conocido siendo niñas. Le irritaban sus gestos protectores y algo desdeñosos. Era para ellas a modo de un mueble viejo y olvidado que la casualidad colocaba ante sus pasos, como un estorbo.

Venía a esta casa únicamente por su antiguo protector. El resto de la familia no existía para él. Y continuaba en el zaguán entreteniéndose en la contemplación de azulejos y alicatados, recuerdo de la remota patria, lo único que mantenía intacto de los tiempos de don Martín, cuando éste era realmente el amo de la casa.


Leer / Descargar texto

Dominio público
35 págs. / 1 hora, 1 minuto / 71 visitas.

Publicado el 11 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Los Pies y los Zapatos de Enriqueta

Gabriel Miró


Novela corta


I. La abuela

Cuando Mari-Rosario salió al portal, temblole gozosamente el corazón viendo dos rapaces que llegaban.

Eran sus dos nietos, Martinico y Sarieta de su hijo Martín.

Un año había estado sin verles; ahora en Pascuas se cumplía. Jurole la nuera, la noche de la última pendencia, que ni las criaturas habían de venir.

¿Es que se los mandaría su hijo a hurto de aquella sierpe de mujer?

Y los llamó:

—Martinico, Sarieta: ¿os mandó el padre a casa de la agüela, o venís por vuestro antojo?

Los muchachos se pusieron a cavar la tierra con una raíz de enebro, para enterrar una langosta viva que traían colgada de un esparto verde.

—Martinico, Sarieta: ¿que no besáis a la agüela?

Entonces ya tuvieron que levantarse los nietos, y fueron acercándose muy despacito, mirando un pájaro que cruzaba la desolación de la rambla.

Mari-Rosario reparó en sus delantales cortezosos de mantillo de muladar y de caldo de almazara.

—¿Cómo no os mudaron hoy, día de Nadal? ¡Así fuisteis a la Parroquia!... ¿Qué os dijo el padre?

Martinico y Sarieta se contemplaron riéndose, como hacían cuando mosén Antonio, sentado en el ruejo del ejido, les llamaba para que no se apedreasen, y ellos se reían sin querer.

—¿Qué os dijo el padre?

Martinico levantó su cabeza albina y esquilada, y gritó:

—¡Que pidiésemos aguinaldos!

Después la abuela, tomando a los chicos de las manos, los pasó a la casa para darles las toñas de miel y piñones tostados. Se había levantado de madrugada para cocerlas; ¡así estaban de tiernas y olorosas! Ni siquiera las cató, que primero habían de comerlas los nietos. Prometiose enviárselas, con los dineros de la alcancía que guardaba, por mediación de un cabrero. Ya no era menester. Y en tanto que bajaba de lo más escondido de la alacena la hucha de barro, les preguntó:


Leer / Descargar texto

Dominio público
35 págs. / 1 hora, 1 minuto / 128 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2020 por Edu Robsy.

La Novela de Don Sandalio, Jugador de Ajedrez

Miguel de Unamuno


Novela corta, novela epistolar


Alors une faculté pitoyable se développa dans leur esprit, celle de voir la bêtise et de ne plus la tolérer.

(G. Flaubert, Bouvard et Pécuchet)

Prólogo

No hace mucho recibí carta de un lector para mí desconocido, y luego copia de parte de una correspondencia que tuvo con un amigo suyo y en que éste le contaba el conocimiento que hizo con un Don Sandalio, jugador de ajedrez, y le trazaba la característica del Don Sandalio.

“Sé —me decía mi lector— que anda usted a la busca de argumentos o asuntos para sus novelas o nivolas, y ahí va uno en estos fragmentos de cartas que le envío. Como verá, no he dejado el nombre lugar en que los sucesos narrados se desarrollaron, y en cuanto a la época, bástele saber que fue durante el otoño e invierno de 1910. Ya sé que no es usted de los que se preocupan de situar los hechos en lugar y tiempo, y acaso no le falte razón”.

Poco más me decía, y no quiero decir más a modo de prólogo o aperitivo.

I

31 de agosto de 1910

Ya me tienes aquí, querido Felipe, en este apacible rincón de la costa y al pie de las montañas que se miran en la mar; aquí, donde nadie me conoce ni conozco, gracias a Dios, a nadie. He venido, como sabes, huyendo de la sociedad de los llamados prójimos o semejantes, buscando la compañía de las olas de la mar y de las hojas de los árboles, que pronto rodarán como aquéllas.


Leer / Descargar texto

Dominio público
35 págs. / 1 hora, 1 minuto / 615 visitas.

Publicado el 6 de octubre de 2019 por Edu Robsy.

La Zapatera Prodigiosa

Federico García Lorca


Teatro


Personajes

ZAPATERA
VECINA ROJA
VECINA MORADA
VECINA NEGRA
VECINA VERDE
VECINA AMARILLA
BEATA PRIMERA
BEATA SEGUNDA
SACRISTANA
EL AUTOR
ZAPATERO
EL NIÑO
ALCALDE
DON MIRLO
MOZO DE LA FAJA
MOZO DEL SOMBRERO
HIJAS DE LA VECINA ROJA
VECINAS, BEATAS, CURAS Y PUEBLO

Prólogo

Cortina gris.

Aparece el Autor. Sale rápidamente. Lleva una carta en la mano.


Leer / Descargar texto

Dominio público
35 págs. / 1 hora, 1 minuto / 5.575 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

Lisístrata

Aristófanes


Teatro, comedia


Noticia preliminar

Lisístrata, como quien dice Pacífica, pues la etimología de esta palabra hace pensar en el licenciamiento de las tropas, es un nombre muy adecuado a la protagonista de una comedia cuyo objeto, como el de Los Acarnienses, Las Aves y La Paz, es apartar a los atenienses de una guerra interminable y desastrosa.

Lisístrata, esposa de uno de los ciudadanos más influyentes de Atenas, harta de los males de la guerra que afligen a su patria, y viendo el ningún interés que el pueblo manifiesta por terminarlos, decídese a hacerlo por sí misma, reuniendo al efecto a las mujeres de su país y de los demás pueblos beligerantes, y comprometiéndolas solemnemente a abstenerse de todo trato con sus maridos mientras estos no estipulen la deseada paz. Al mismo tiempo que se pacta esta resistencia pasiva, otras mujeres se apoderan de la ciudadela y se hacen cargo del tesoro en ella custodiado, persuadidas de que la falta de recursos contribuirá no menos que los estímulos del amor, a la pacificación de Grecia. En efecto, el miedo de perder su salario de jueces trae pronto a las puertas de la ciudadela una turba de viejos animados de proyectos incendiarios, que son rechazados mediante un diluvio de agua y otro de desvergüenzas, que las sitiadas y el refuerzo de otra legión mujeril arrojan sin consideración sobre todos ellos.

Un magistrado que acude después es también víctima del descoco femenino, y ve arrollados y sopapeados por la nata y flor de las verduleras atenienses a todos los arqueros de su guardia.

No obstante este triunfo, la situación va haciéndose insostenible dentro y fuera de la ciudadela. A Lisístrata le cuesta un trabajo infinito evitar la deserción de sus soldados, que inventan mil pretextos especiosos para volver a sus casas; mientras los hombres no aciertan a vivir más tiempo separados de sus mujeres.


Leer / Descargar texto

Dominio público
35 págs. / 1 hora, 1 minuto / 1.206 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

El Gobierno de las Mujeres

Armando Palacio Valdés


Cuento


I

Si el domingo llueve, suelo pasar la tarde en el teatro, y si en los teatros no se representa nada digno de verse, me encamino a casa de mi vieja amiga doña Carmen Salazar, la famosa poetisa que todo el mundo conoce.

Habita un principal amplio y confortable de la plaza de Oriente, en compañía de su único hijo Felipe y de su nuera. No tiene nietos, y puede creerse que ésta es la mayor desventura de su vida, porque adora a los niños.

Nadie ignora en España que la Salazar (como se la llama siempre) ha obtenido algunos triunfos en el teatro y que sus poesías líricas merecen el aplauso de los doctos, que se aproxima a los ochenta años, y que hace más de treinta que ha dejado de escribir. Pero sólo los amigos sabemos que a pesar de su edad y de ciertas rarezas, por ella disculpables, conserva lúcida su inteligencia, y que esta lucidez, en vez de mermar, aumenta gracias a la meditación y al estudio, que su conversación es amenísima, y nadie se aparta de ella sin haber aprendido algo.

Hice sonar la campanilla de la puerta y ladró un viejo perro de lanas que siempre afectó no conocerme, aunque estuviese harto de verme por aquella casa. Salió a abrirme una doméstica, reprimió con trabajo los ímpetus de aquel perro farsante, que amenazaba arrojarse sin piedad sobre mis piernas, y con sonrisa afable me introdujo sin anuncio en la estancia de la señora. Era un gabinete espacioso con balcón a la plaza; los muebles, antiguos, pero bien cuidados; librerías de caoba charolada, butacas de cuero, una mesa en el centro, otra volante cerca del balcón, arrimada a la cual leía doña Carmen.

Al sentir ruido, alzó la cabeza, dejó caer las gafas sobre la punta de la nariz, y una sonrisa benévola dilató su rostro marchito.


Leer / Descargar texto

Dominio público
35 págs. / 1 hora, 1 minuto / 108 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Comadre

Juan Cortés de Tolosa


Novela corta


En la ciudad de Jaén huvo una comadre, moça y muy hermosa, llamada Beatriz, a cuya hermosura hizo grandes ventajas una sola hija que tenía, a quien, tanto por su buen rostro quanto por ser muy discreta, afable y bien entendida, tiernamente amava, cuyo nombre era Felipa; en quien, por las muchas partes de naturaleza, si no por las de fortuna por las adquisitas, estavan puestos los ojos del lugar, desseando más de quatro hidalgos dél verse en possessión de marido, anteponiendo su humilde nacimiento y baxo exercicio de la madre a su mucha virtud. A quien Beatriz dio por respuesta gustava su hija entrarse en un monasterio, fiada en que cierto don Rodrigo, de quien Felipa tenía una cédula, avía de bolver de México, donde fue por gran cantidad de hazienda que heredó de sus padres, y casarse con ella: cuyas ventajas, ansí en ella como en su nacimiento, eran muy notorias.

Parece ser que en Sevilla, donde estuvo unos días, tuvo un criado, grandíssimo vellaco y de muy buen entendimiento, llamado Molino,a quien don Rodrigo hizo sabidor de los amores que en Jaén dexava y como, si Dios le bolvía con bien, tenía por sin duda ser su marido, sin que cosa se le pusiesse por delante. Junto con esto le dixo sus grandes partes, poniendo de la suya más que naturaleza le avía dado.


Leer / Descargar texto

Dominio público
35 págs. / 1 hora, 2 minutos / 47 visitas.

Publicado el 16 de enero de 2023 por Edu Robsy.

Cuentos de Muerte y de Sangre

Ricardo Güiraldes


Cuentos, Colección


Facundo

Traspuestas las penurias del viaje, cayó al campamento una noche de invierno agudo.

Era un inconsciente de veinte años, proyecto tal vez de caudillo; impetuoso, sin temores e insolente, ante toda autoridad. De esos hombres nacían a diario en aquella época, encargados luego de eliminarse entre ellos, limpiando el campo a la ambición del más fuerte.

Apersonado al jefe, mostró la carta de presentación. Cambiaron cordiales recuerdos de amistad familiar y Quiroga recibió a su nuevo ayudante con hospitalidad de verdadero gaucho.

Concluida la cena, al ir y venir del asistente cebador, el mocito recordó cosas de su vivir ciudadano. Atropellos y bufonadas sangrientas, que aplaudía con meneos de cabeza el patilludo Tigre.

Contó también cómo se llenaba de plata merced a su habilidad para trampear en el monte.

El Tigre pareció de pronto hostil:

—¡Jugará con sonsos!

Insolente, el mocito respondía:

—No siempre, general..., y pa probarle, le jugaría una partidita a trampa limpia.

Quiroga accedió.

Los naipes obedecían dóciles, y el Tigre perdía sin pillar falta. En su gloria, el joven, besaba de vez en cuando el gollete de un porrón medianero, y no olvidaba chiste, entre los lucidos fraseos de barajar.

Inesperadamente, Quiroga se puso en pie.

—Bueno amigo, me ha ganao todo.

Recién el mozo miró hacia el montón, escamoso, de pesos fuertes, que plateaba delante suyo.

El general se retiraba.

Entonces, un horrible terror desvencijó la audacia del ganador. Las leyendas brutales ensoberbecieron la estampa, hirsuta, del melenudo.

—¡General, le doy desquite!

—Vaya, amigo, vaya, que podría perder lo ganado y algo encima...

—No le hace, general; es justo que también usted talle.

—¿Se empeña?

—¿Cómo ha de ser?

Las mandíbulas le castañeteaban de miedo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
35 págs. / 1 hora, 2 minutos / 326 visitas.

Publicado el 28 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

Apología de Sócrates

Platón


Discurso, Filosofía


Yo no sé, atenienses, la impresión que habrá hecho en vosotros el discurso de mis acusadores. Con respecto a mí, confieso que me he desconocido a mí mismo; tan persuasiva ha sido su manera de decir. Sin embargo, puedo asegurarlo, no han dicho una sola palabra que sea verdad.

Pero de todas sus calumnias, la que más me ha sorprendido es la prevención que os han hecho de que estéis muy en guardia para no ser seducidos por mi elocuencia. Porque el no haber temido el mentís vergonzoso que yo les voy a dar en este momento, haciendo ver que no soy elocuente, es el colmo de la impudencia, a menos que no llamen elocuente al que dice la verdad. Si es esto lo que pretenden, confieso que soy un gran orador; pero no lo soy a su manera; porque, repito, no han dicho ni una sola palabra verdadera, y vosotros vais a saber de mi boca la pura verdad, no, ¡por Júpiter!, en una arenga vestida de sentencias brillantes y palabras escogidas, como son los discursos de mis acusadores, sino en un lenguaje sencillo y espontáneo; porque descanso en la confianza de que digo la verdad, y ninguno de vosotros debe esperar otra cosa de mí. No sería propio de mi edad, venir, atenienses, ante vosotros como un joven que hubiese preparado un discurso.

Por esta razón, la única gracia, atenienses, que os pido es que cuando veáis que en mi defensa emplee términos y maneras comunes, los mismos de que me he servido cuantas veces he conversado con vosotros en la plaza pública, en las casas de contratación y en los demás sitios en que me habéis visto, no os sorprendáis, ni os irritéis contra mí; porque es esta la primera vez en mi vida que comparezco ante un tribunal de justicia, aunque cuento más de setenta años.


Leer / Descargar texto

Dominio público
35 págs. / 1 hora, 2 minutos / 5.174 visitas.

Publicado el 15 de junio de 2016 por Edu Robsy.

477478479480481