Olmedo
Juan José Morosoli
Cuento
Amores, lo que se dice amores, nunca llevó Olmedo. Ni cultivó amistades, ni gastó tardes en trucos o carreras. Fue siempre un hombre sin domingos.
Pero por aquellos días Juana —la ahijada del patrón— le empezó a llenar el ojo. Hasta que ella se dio cuenta. No le disgustó el interés del hombre.
Entonces Olmedo empezó a juntar plata. Poca, eso sí. Diez pesos por mes. Calculaba que con doscientos pesos podía parar un rancho y casarse. No le dijo nada a ella, porque no le gustaba andar haciendo perder el tiempo a nadie. Y sin rancho, no se puede pensar en gozar mujer.
Ya estaba cerca de aquella cantidad, cuando una tarde fue al rancho paterno.
Fue cuando su hermana le salió con aquello, de que "andaba con ganas de quitarse la vida por lo que había hecho".
Conversó con el novio de ella, "que había hecho el barro de abombao nomás", le dio el dinero para que se casara y abandonó la estancia.
De Juana ni se despidió.
* * *
Fue a dar a los montes de Soria. Ya desmoralizado, porque es más
difícil juntar resolución para hacer una cosa grande, que juntar plata.
Allí hizo una iguala con dos negros para hacer carbón. Al poco tiempo se
dio cuenta que lo único que podía juntar allí era vejez, porque los
negros eran más picaros que Pedro Malasartes. Ventajeros en el trabajo y
en el reparto del dinero que resultaba de la venta, pues vendían el
carbón y compraban las provisiones en el boliche.
Salió del monte con unos pocos pesos, el caballo que llevaba cuando entró, y una perra que un día se le allegó al fogón y no se fue más.
* * *
Fue a dar a un boliche que estaba como a tres leguas del monte y
preguntó si no sabían "de algún trabajo para un hombre general". Le
indicaron lo de Sosa, donde el hombre podía necesitarlo porque estaba
enfermo.
Dominio público
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Publicado el 10 de junio de 2025 por Edu Robsy.