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La Guerra Gaucha

Leopoldo Lugones


Cuentos, colección


Dos palabras

La Guerra Gaucha no es una historia, aunque sean históricos su concepto y su fondo. Los episodios que la forman, intentan dar una idea, lo más clara posible, de la lucha sostenida por montoneras y republiquetas contra los ejércitos españoles que operaron en el Alto Perú y en Salta desde 1814 á 1818.

Dichos episodios que en el plan de la obra estaban fechados para mayor escrupulosidad de ejecución, corresponderían a la campaña iniciada por La Serna el último de aquellos años y terminada el 5 de mayo del mismo con la evacuación de Salta; pero siendo ellos creados por mí casi en su totalidad, habían menester de esta advertencia.

Por igual causa, el libro carece de fechas, nombres y determinaciones geográficas; pues estando la guerra en cuestión narrada al detalle en nuestras historias, no habrían podido adornarse con semejantes circunstancias aquellos episodios sin evidente abuso de ficción.

Quedaba, es cierto, el recurso de la novela y éste fue quizá el primer proyecto; pero dados el material narrativo y el número de los personajes, aquello habría exigido tomos. Entre su conveniencia y la de sus lectores, que tienen ante todo derecho á la concisión, el autor no podía vacilar...

Por otra parte, la guerra gaucha fue en verdad anónima como todas las grandes resistencias nacionales; y el mismo número de caudillos cuya mención se ha conservado (pasan de cien) demuestra su carácter. Esta circunstancia imponía doblemente el silencio sobre sus nombres: desde que habría sido injusto elogiar a unos con olvido de los otros, poseyendo todos mérito igual. Ciento y pico de caudillos excedían a no dudarlo el plan de cualquier narración literaria para no mencionar la monotonía inherente á su perfecta identidad.


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Dominio público
197 págs. / 5 horas, 45 minutos / 27 visitas.

Publicado el 2 de febrero de 2025 por Edu Robsy.

La Malcasada

Carmen de Burgos


Novela


I. ¡Biznagas! ¡Biznagas!

Llegaban las alegres voces de la calle hasta el gabinete de Dolores, de un modo inusitado, en aquel ambiente de ordinario pesante y silencioso.

Los días de feria eran como un despertar, un estallido de vida, de la ciudad toda. Era la época de esplendor, en la que acudían los bañistas de todos los lugares del interior, de Guadix y de Granada, atraídos por el encanto del mar. Venían también los ricos cosecheros de uva de los pueblos del río; los prestamistas, que adelantaban dinero sobre las cosechas y recibían en esa fecha sus réditos; las gentes del campo y de la vega, con las bolsas recién llenas del producto de la venta de cereales y ganados: acudían todos a pertrecharse de los objetos necesarios para su año y especialmente con la esperanza de hallar alguna ganga en la feria de animales, donde gitanos y chalanes de toda la comarca conducían las bestias de labor para ponerlas en venta.

Se podía afirmar que el día 15 de Agosto era día de fin de año y comienzo de un año nuevo en la provincia. La Asunción de la Virgen marcaba una época decisiva, y la ciudad se engalanaba para celebrar la fiesta de la Patraña, bajo la advocación de la Virgen del Mar. Todos los contratos de ventas y compras al fiado se hacían siempre señalando para fecha de su vencimiento el día de la Virgen; pero cuando las cosechas no ayudaban, no podía cumplirse lo pactado y se necesitaba un aplazamiento. Debido a esto, la Virgen de Agosto, tenía el remoquete de la Virgen de los Embusteros.

Era el día de la procesión, y Dolores se vestía lentamente, perezosa, sin gana, el traje de crespón brochado que acababa de recibir de Madrid. Estaba obligada a no faltar a la fiesta y le molestaba ya despertar del amodorramiento que le producía la ciudad. Encontraba ridículo engalanarse para ir a los sitios de siempre, con las personas que se veían todos los días.


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Dominio público
186 págs. / 5 horas, 26 minutos / 892 visitas.

Publicado el 26 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.

La Moneda del Mundo

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Érase un emperador (no siempre hemos de decir un rey) y tenía un solo hijo, bueno como el buen pan, candoroso como una doncella (de las que son candorosas) y con el alma henchida de esperanzas lisonjeras y de creencias muy tiernas y dulces. Ni la sombra de una duda, ni el más ligero asomo de escepticismo empañaba el espíritu juvenil y puro del príncipe, que con los brazos abiertos a la Humanidad, la sonrisa en los labios y la fe en el corazón, hollaba una senda de flores.

Sin embargo, a su majestad imperial, que era, claro está, más entrada en años que su alteza, y tenía, como suele decirse, más retorcido el colmillo, le molestaba que su hijo único creyese tan a puño cerrado en la bondad, lealtad y adhesión de todas cuantas personas encontraba por ahí. A fin de prevenirle contra los peligros de tan ciega confianza, consultó a los dos o tres brujos sabihondos más renombrados de su imperio, que revolvieron librotes, levantaron figuras, sacaron horóscopos y devanaron predicciones; hecho lo cual, llamó al príncipe, y le advirtió, en prudente y muy concertado discurso, que moderase aquella propensión a juzgar bien de todos, y tuviese entendido que el mundo no es sino un vasto campo de batalla donde luchan intereses contra intereses y pasiones contra pasiones, y que, según el parecer de muy famosos filósofos antiguos, el hombre es lobo para el hombre. A lo cual respondió el príncipe que para él habían sido todos siempre palomas y corderos, y que dondequiera que fuese no hallaba sino rostros alegres y dulces palabras, amigos solícitos y mujeres hechiceras y amantes.


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Dominio público
1 pág. / 3 minutos / 178 visitas.

Publicado el 15 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Muerte del Copinol

Arturo Ambrogi


Cuento


Los golpes de las hachas resonaban por todos los ámbitos de la montaña. Resonaban, estridentes, engrandecidos por el eco. Las hachas mordían el tronco del viejo copinol, cuya enroñecida corteza saltaba en fragmentos a los rudos golpes de los hachadores.

El viejo copinol iba a caer. Por momentos crujía su ramazón, como la arboladura de un navío en medio del vendabal.

─¡Jalá ese lazo un poquito!

El árbol aparecía, prisionero entre una red de cuerdas tendidas en todas direcciones, como entre una desmesurada tela de araña.

─Más juerte. ¡Tilintiá de ese lado!

Se oía el fuerte jadeo de los que tiraban de las cuerdas, mientras las hachas seguían cayendo, cayendo intermitentes, sobre el tronco.

La vida del viejo copinol tocaba a su fin.

¿Quién hubiera dicho al árbol centenario el fin que le esperaba?

Tantos años fijo ahí, todo cubierto por la sarna del tiempo, vacío de nidos, abrigador de iguanas y garrobos, devorado por las parásitas, pero siempre recto, siempre fuerte, siempre imponente. Parecía destinado a vivir una eternidad; a esperar así, el fin del mundo.

Y ahora iba a caer, como todos. La montaña entera parecía sobrecogida de dolor y de espanto. Uno de los patriarcas moría despedazado. Y hasta los pájaros, que en vida huían de él, y de él se burlaban, ahora enmudecían de tristeza. Los golpes de las hachas, alternándose, repercutían en el corazón de la montaña. Los hacheros, desnudos de la cintura para arriba, estaban empapados en sudor. Sus velludos pechos bronceados, palpitaban como fuelles. Y bajo la piel de sus brazos vigorosos, los músculos en tensión se acusaban como cables.


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Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 164 visitas.

Publicado el 8 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

La Mujer de Su Casa

Concepción Arenal


Ensayo, tratado


Advertencia

LA MUJER DEL PORVENIR se ha escrito de prisa, se ha impreso inmediatamente después que se escribió, y se resiente de ambas cosas, según hemos podido notar leyéndola ahora, es decir, á los trece años de su publicación; nos parece que es, á lo que podía ser, lo que un boceto á un cuadro.

Como la fuerza nos va faltando; como un asunto después que se trata, bien ó mal, pierde gran parte de su atractivo; como las cabezas cansadas, semejantes á los estómagos inapetentes, necesitan suplir en parte el apetito con el gusto, y no le hay (al menos para nosotros) en rellenar, añadir, retocar, y, en fin, concluir una obra, la nuestra se quedará con los vacíos que tenía, ménos algunos que procuraremos llenar en el presente escrito, en que ademas indicamos ciertos puntos, respecto á los cuales hemos modificado nuestra opinión. La sinceridad con que escribimos siempre no nos permite sostener afirmaciones cuando hemos concebido dudas. Que otros se envanezcan con el título de infalibles; nosotros nos contentamos con el de honrados y sinceros.


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Dominio público
82 págs. / 2 horas, 23 minutos / 317 visitas.

Publicado el 31 de enero de 2022 por Edu Robsy.

La Obra de Arte

Antón Chéjov


Cuento


Sacha Smirnof, único hijo de su madre, entró en el gabinete del doctor Cochelkof llevando debajo del brazo un paquete envuelto en un periódico.

—¡Hola, amiguito!—le saludó el doctor—. ¿Cómo nos encontramos hoy? ¿Qué tal?

Sacha guiñó los ojos, colocó su mano sobre el pecho y pronunció con voz agitada:

—Mi mamá le manda recuerdos... Soy hijo único de mi madre; usted me ha salvado la vida...; me ha curado de una enfermedad peligrosa...; no sabemos cómo demostrarle nuestro agradecimiento...

—¡Está bien, está bien, amiguito!—interrumpió el doctor satisfecho—. Hice lo que otro hubiera hecho en mi lugar.

—Soy hijo único de mi madre... Somos gente pobre y no disponemos de medios suficientes para remunerarle su trabajo... Estamos muy avergonzados... Sin embargo... mamá y yo..., hijo único de mi madre..., le rogamos acepte este objeto como testimonio de nuestro agradecimiento... Es un objeto caro... de bronce antiguo... una obra de arte...

—¿Para qué? Es inútil...—interrumpió el doctor.

—No...; no puede usted negarnos este favor—replicó Sacha, desatando el paquete—. Sería un desaire para mamá y para mí... Es una cosa magnífica... una antigüedad... La heredamos de mi papá; la guardábamos como recuerdo... Mi papá compraba antigüedades y las revendía a los aficionados... Mi mamá y yo hacemos ahora este trabajo...

Sacha desenvolvió el objeto y lo colocó triunfalmente en la mesa. Era un candelabro de bronce antiguo y de labor artística; un grupo de dos mujercitas, completamente desnudas, en unas posturas que no puedo describir por falta de valor y temperamento. Las figuritas sonreían y parecía que, si no fuera por la obligación en que estaban de sostener las palmatorias, saltarían de su pedestal armando un escándalo superior a toda imaginación.

El doctor echó una mirada al regalo, rascóse la cabeza y dijo:


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 266 visitas.

Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Perfección

José María Eça de Queirós


Cuento


I

Sentado en una roca, en la isla de Ogigia, con la barba enterrada entre las manos, de las cuales desapareciera la aspereza callosa y tiznada de las armas y de los remos, Ulises, el más sutil de los hombres, consideraba, con una oscura y pesada tristeza, el mar muy azul, que mansa y armoniosamente rodaba sobre la arena muy blanca. Una túnica bordada de flores escarlata cubría, en blandos pliegues, su cuerpo poderoso, que había engordado. En las correas de las sandalias que le calzaban los pies suavizados y perfumados de esencias, relucían esmeraldas de Egipto. Su bastón era un maravilloso cuerno de coral, rematado en piña de perlas, como los que usan los Dioses marinos.

La divina isla, con sus roquedos de alabastro, los bosques de cedros y tuyas odoríficas, las eternas mieses dorando los valles, la frescura de los rosales revistiendo los oteros suaves, resplandecía, adormecida en la molicie de la siesta, toda envuelta en mar resplandeciente. Ni un soplo de los céfiros curiosos que brincan y corren por sobre el Archipiélago, desordenaba la serenidad del luminoso aire, más dulce que el vino más dulce, todo repasado por el fino aroma de los prados de violetas. En el silencio, embebido de calor afable, parecían de una armonía más fascinadora los murmullos de los arroyos y fuentes, el arrullar de las palomas volando de los cipreses a los plátanos, y el lento rodar y romper de la onda mansa sobre la blanda arena. En esta inefable paz y belleza inmortal, el sutil Ulises, con los ojos perdidos en las aguas lustrosas, gemía amargamente, revolviendo la quejumbre de su corazón...


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Dominio público
20 págs. / 36 minutos / 83 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Promesa

Miguel de Unamuno


Cuento


Mateo de Zalbidea y Pérez era un hombre como los demás, y no es poco ser.

Digo que este Mateo se había enamorado a los quince años y dos meses cumplidos de Luz Sagastieta y Urquijo, una excelente muchacha con pocas, buena, bonita y barata. He sabido de buena tinta que la chica sintió en su pecho el cosquilleo correspondiente, mezclado de algún tantico de agradecimiento, a quien primero puso los ojos en perla escondida entre tantas y tan buenas como las hay.

No hay que decir lo mucho que se querían, baste saber que jamás andaban a la greña por quítame allá esas pajas, como suelen algunos presuntos enamorados. La verdad es que tal arte de quererse que no se puede pasar sin riñas, morros y rabietas es una ridícula comedia que arguye en ella tontería y mayor tontería.

Al cuento me vuelvo.

En éstas y las otras, pian pianito, llegaron a los veinte años. Una noche de luna llena, del mes de diciembre, el 19, a las ocho y dieciséis minutos, con un frío de chuparse los dedos, a dos bajo cero del termómetro centígrado, estaban mis dos tortolillos pelando la pava en un banco de piedra que ha y en las afueras del pueblo. En aquella noche memorable y a la luz de la luna, que los miraba sonriendo con sus grandes ojos, juró Mateo a Luz serle fiel mientras viviese y le dio promesa solemne y formal de casar con ella en cuanto pudiese hacerlo. Heme aquí llegado al tuétano del hueso de mi historia, que su miga tiene.

Separáronse, Mateo gozoso y resuelto firmemente a sostener su promesa contra viento y marea, y Luz esperanzada, conteniendo con su manecita los furiosos asaltos de su alborotado corazón.

No quiero detenerme en lo superfluo y paso sobre ello lo mismo que paso un año y otro tras él, de aquellos amores; Luz desesperada de esperar y Mateo en sus trece. Pero ¡tenía tanta fe y tan ciega en su amante!, ¡era éste tan constante amador!


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Dominio público
2 págs. / 5 minutos / 79 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

La Rosa

Rafael Barrett


Cuento


La ancha rosa abierta empieza a deshojarse. Inclinada lánguidamente al borde del vaso, deshace con lento frenesí sus entrañas purísimas, y uno a uno, en el largo silencio de la estancia, van cayendo sus pétalos temblando.

Aquélla en quien se mezclaron los jugos tenebrosos de la tierra y el llanto cristalino del firmamento, yace aquí arrancada a su patria misteriosa; yace prisionera y moribunda, resplandeciente como un trofeo y bañada en los perfumes de su agonía.

Se muere, es decir, se desnuda. Van cayendo sus pétalos temblando; van cayendo las túnicas en torno de su alma invisible. Ni el sol mismo con tanto esplendor sucumbe.

En las cien alas de rosa que despacio se vuelcan y se abaten, palpita la nieve inaccesible de la luna, y el rubor del alba, y el incendio magnífico de la aurora boreal. Por las heridas de la flor sangra belleza.

Esta rosa, más bella, más aun al morir que al nacer, nos ofrece con su aparición discreta una suave enseñanza. Sólo ha vivido un día; un día le ha bastado para ocupar la más noble cumbre de las cosas. Nosotros, los privados de belleza, vivimos, ¡ay!, largo tiempo. Nos conceden años y años para que nos busquemos a tientas y avancemos un paso.

Y confiemos siquiera en que la muerte nos dará un poco más de lo que nos dió la vida. ¿A qué prolongaría la belleza su visita a este mundo extraño? No podemos soportar el espectáculo de la belleza sino breves momentos.

Los seres bellos son los que nos hablan de nuestro destino. La flor se despide; me habla de lo que me importa porque es bella. Se va y no la he comprendido. Desnuda al fin, su alma se desvanece y huye.

El crepúsculo se entretiene en borrar las figuras y en añadir la soledad al silencio. Entre mis dedos cansados se desgarran los pétalos difuntos. Ya no son un trofeo resplandeciente, sino los despojos de un sueño inútil.


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Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 92 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Sombra

Benito Pérez Galdós


Novela corta


Capítulo I. El doctor Anselmo

I

Conviene principiar por el principio, es decir, por informar al lector de quién es este D. Anselmo; por contarle su vida, sus costumbres, y hablar de su carácter y figura, sin omitir la opinión de loco rematado de que gozaba entre todos los que le conocían. Esta era general, unánime, profundamente arraigada, sin que bastaran a desmentirla los frecuentes rasgos de genio de aquel hombre incomparable, sus momentos de buen sentido y elocuencia, la afable cortesía con que se prestaba a relatar los más curiosos hechos de su vida, haciendo en sus narraciones uso discreto de su prodigiosa facultad imaginativa. Contaban de él que hacía grandes simplezas, que era su vida una serie de extravagancias sin cuento, y que se atareaba en raras e incomprensibles ocupaciones no intentadas de otro alguno, en fin, que era un ente a quien jamás se vio hacer cosa alguna a derechas, ni conforme a lo que todos hacemos en nuestra ordinaria vida.

Pocos lo trataban; apenas había un escaso número de personas que se llamaran sus amigos; desdeñábanle los más, y todos los que no conocían algún antecedente de su vida, ni sabían ver lo que de singular y extraordinario había en aquel espíritu, le miraban con desdén y hasta con repugnancia. Si había en esto justicia, no es cosa fácil de decir, así como no es empresa llana hacer una exacta calificación de aquel hombre, poniéndole entre los más grandes, o señalándole un lugar junto a los mayores mentecatos nacidos de madre. Él mismo nos revelará en el curso de esta narración una porción de cosas, que serán otros tantos datos útiles para juzgarle como merezca.


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Dominio público
85 págs. / 2 horas, 29 minutos / 946 visitas.

Publicado el 22 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

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