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Martín Garatuza

Vicente Riva Palacio


Novela


Primera parte. Los criollos

1. En que se ve que algunas cosas son, para unos, juegos de niños, y para otros, dramas del corazón

Por la plaza principal de México atravesaba, triste y pensativo, un joven como de veinticinco años, elegantemente vestido y embozado en una capa corta de terciopelo negro.

Cruzó por el puente que estaba frente a las casas de Cabildo, y se dirigió a la calle de las Canoas, como se llamaban entonces las que ahora se conocen con el de calles del Coliseo.

Comenzaba el mes de noviembre de 1621. La tarde estaba fría y nublada, y un viento húmedo y penetrante soplaba del rumbo del norte.

El joven procuraba cubrirse el rostro con el embozo de la capa, más bien como por precaución contra el frío, que por temor o deseo de no ser reconocido.

Así caminó largo tiempo hasta que se detuvo frente a una gran casa de tristísima apariencia.

En el alto muro que formaba la fachada de aquella casa, había sin cuidado ni orden, algunas ventanas guarnecidas de fuertes y dobladas rejas, todas cerradas por dentro, e indicando, por su poco aseo y por la multitud de telas de araña que las cubrían, que por mucho tiempo nadie se había asomado por allí.

La puerta de la casa tenía una figura rara también, y los batientes ostentaban gruesos clavos de fierro, que mostraban ya las señales de la vejez y del abandono.

El joven miró la casa con cierto aire de tristeza, lanzó un suspiro, y sacando la mano por debajo de la capa, llamó fuertemente a la puerta.

Al cabo de algún tiempo se oyó el ruido de los cerrojos y las cadenas, y la puerta se abrió rechinando sobre sus enmohecidos goznes.

Un anciano vestido de negro y con un gorro de lienzo blanco, recibió al joven.

—¿Qué manda usía? —dijo.

El joven se lo quedó mirando y luego le contestó con otra pregunta:

—¿Sois, por ventura, tío Luis?


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Dominio público
454 págs. / 13 horas, 14 minutos / 368 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2018 por Edu Robsy.

Me he estado reencontrando conmigo en esta cuarentena

Alberto Cruz


Narrativa


Hoy he recordado que las tortillas para que no se peguen, después de comer un poco, así calientitas, recién tomadas de la hielera de la tiendita; (recuerdo, que, de niño, las comía recién salidas de la máquina del “Molino del Rey”) debes separarlas para que no se peguen. Y así ya las puedes ocupar con facilidad después para unos chilaquiles con huevo; sí, se doran las tortillitas, en aceite acitronado, que has partido en pequeños triángulos, se les echa el huevo, una poquita de sal y listo.

Hoy me hice unos taquitos así con la tortilla puesta directamente en la parrillita ¿así se dice?; de la estufa, y les puse un tantito de chorizo bien cocidito, es una delicia comerlos ahí parado frente a la estufa y luego morder un chile verde y tomar agua y ponerme sal en los labios; pero es una fortuna saber de mí, ¿sabes de ti, qué sabes de ti? Yo ahora sé muy bien que tengo labios y lengua y un poco de masa para la cena

La masa para ocuparla, he recordado en mi reencuentro, que la debes “abrir” para que no se agrie, ¿así se dice?, y así sin meterla al refri porque se endurece; entonces uno no batalle para amasarla y convertirla en algo delicioso. Cuando abro el refri, ahora que hablo del refri, es como una cueva fría, me alumbra el rostro y comienzo a acomodar todo lo que he ido acumulando y veo ahí el platito muy discreto con un tantito de café molido en mi molcajete para evitar algún olor malsano porque luego soy un descuidado con la sopa que no me comí, quien sabe cómo pero la dejo destapada. Sí, lo admito, soy algo desorganizado. Si vieran ustedes, además del refri, en casa, la de papeles…


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Creative Commons
1 pág. / 1 minuto / 126 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2020 por ALBERTO CRUZ.

Memorias de un Paraguas

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Nací en una fábrica francesa, de más padres, padrinos y patrones que el hijo que achacaban a Quevedo. Mis hermanos eran tantos y tan idénticos a mí en color y forma, que hasta no separarme de sus filas y vivir solitario, como hoy vivo, no adquirí la conciencia de mi individualidad. Antes, en mi concepto, no era un todo ni una unidad distinta de las otras: me sucedía lo que a ciertos gallegos que usaban medias de un color igual y no podían ponerse en pie, cuando se acostaban juntos, porque no sabían cuáles eran sus piernas. Más tarde, ya instruido por los viajes, extrañé que no ocurriera un fenómeno semejante a los chinos, de quienes dice Guillermo Prieto, con mucha gracia, que vienen al mundo por millares, como los alfileres, siendo tan difícil distinguir a un chino de otro chino, como a un alfiler de otro alfiler. Por aquel tiempo no meditaba en tales sutilezas, y si ahora caigo en la cuenta de que debí haber sido en esos días tan panteísta como el judío Spinoza, es porque vine a manos de un letrado cuyos trabajos me dejaban ocios suficientes para esparcir mi alma en el estudio.


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Dominio público
11 págs. / 19 minutos / 170 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Mendizábal

Benito Pérez Galdós


Novela


I

Al anochecer de aquel día, el no sé cuántos de Septiembre del año 35 (siglo XIX), llegó puntual al parador de no sé qué, calle de Alcalá, entre la Academia y las Monjas Vallecas, la diligencia, galerón o quebrantahuesos ordinario de Zaragoza, que traía los viajeros de Francia por la vía de Olorón y Canfranc, único portillo que dejaban libre en aquellos tristes días los porteros del Pirineo, vulgo facciosos.


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Dominio público
264 págs. / 7 horas, 43 minutos / 387 visitas.

Publicado el 15 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Morriña

Emilia Pardo Bazán


Novela


I

Si el entresuelo que habitan en Madrid doña Aurora Nogueira de Pardiñas y su hijo único Rogelio no es ni de los menos obscuros ni de los más espaciosos, tiene en desquite la ventaja inestimable de encontrarse sito en la calle Ancha de San Bernardo, tan frontero á la Universidad Central, que, hablando en plata, aquello es vivir en la Universidad misma. Encajada la señora dentro de su butaca de gutapercha, en el rincón de la ventana, mientras crece y mengua su labor de calceta sin mirarla una sola vez, sigue los pasos al adorado chiquillo, y en cierto modo, salvando la distancia de la calle y calando el espesor de las paredes, le acompaña hasta el aula misma. Le ve entrar; al salir observa si se detiene en algún grupo, y con quién charla, y cómo se ríe; conoce á todos los camaradas, á los amigotes, á los antipáticos, á los estudiosos, á los holgazanes, á los asiduos, á los que hacen rabona casi siempre. También está familiarizada con las caras de los profesores, y estudia su continente y su modo de responder al saludo de los discípulos, sacando de los signos exteriores importantes consecuencias psicológicas, relacionadas con el problema de los exámenes.—«¡Ay! Allí viene ya el viejiño Contreras, el de Procedimientos. ¡Qué afable!... ¡Qué cara de santo! Anda despacito el pobre... bien se nota que padece reuma articular, como yo. ¡Malpecado! Me es simpático por eso. No, y sobre todo, porque sé que es blando y que le ha de dar á Rogelio un aprobado como una casa. Ahora sale Ruiz del Monte, tan almidonado y tan engreído. Parece todo él hecho de una pieza. ¡Pobres de nos! Con éste no valen empeños, ni influencias, ni... Arre que le han de saber los chicos la asignatura tan bien como él. Pues para eso, que les deje á ellos la cátedra... y la paga. ¡Ay! Ahí tenemos al señor de Lastra. Jorobadito es un poco. ¡Qué gracia, las caricaturas que los muchachos le sacan en clase! Y se pasa de campechano.


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Dominio público
132 págs. / 3 horas, 51 minutos / 333 visitas.

Publicado el 11 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

Nazarín

Benito Pérez Galdós


Novela


Primera parte

I

A un periodista de los de nuevo cuño, de estos que designamos con el exótico nombre de repórter, de estos que corren tras de la información, como el galgo a los alcances de la liebre, y persiguen el incendio, la bronca, el suicidio, el crimen cómico o trágico, el hundimiento de un edificio y cuantos sucesos afectan al orden público y a la Justicia en tiempos comunes, o a la higiene en días de epidemia, debo el descubrimiento de la casa de huéspedes de la Tía Chanfaina (en la fe de bautismo Estefanía), situada en una calle cuya mezquindad y pobreza contrastan del modo más irónico con sus altísono y coruscante nombre. Calle de las Amazonas. Los que no están hechos a la eterna guasa de Madrid, la ciudad (o villa) del sarcasmo y las mentiras maleantes, no pararán mientes en la tremenda fatuidad que supone rótulo tan sonoro en calle tan inmunda, ni se detendrán a investigar qué amazonas fueron esas que las bautizaron, ni de dónde vinieron, ni qué demonios se les había perdido en los Madroñales del Oso. He aquí un vacío que mi erudición se apresura a llenar, manifestando con orgullo de sagaz cronista que en aquellos lugares hubo en tiempos de Mari—Castaña un corral de la Villa, y que de él salieron a caballo, aderazadas a estilo de las heroínas mitológicas, unas comparsas de mujeronas que concurrieron a los festejos con que celebró Madrid la entrada de la reina doña Isabel de Valois. Y dice el ingenuo avisador coetáneo, a quien debo estas profundas sabidurías: "Aquellas hembras, buscadas ad hoc, hicieron prodigios de valor en las plazas y calles de la Villa, por lo arriesgado de sus juegos, equilibrios y volteretas, figurando los guerreros cogerlas del cabello y arrancarlas del arzón para precipitarlas en el suelo".


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206 págs. / 6 horas, 1 minuto / 493 visitas.

Publicado el 9 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Neverending Story: Historia Sin Fin

TaeyBle


relato corto, historia corta, romance


Recuerdo el primer día que nos conocimos: las hojas cayendo, la brisa sacudiendo nuestro cabello, el color rojo anaranjado del cielo, nuestra vestimenta nada apta para el momento y el agradable sonido de tu risa. 
Te recuerdo perfectamente a tí; tus ojitos haciéndose pequeñitos mientras tu hermosa sonrisa iluminaba todo el lugar, tus pestañas moviéndose al ritmo del viento, tu naricita arrugándose, tus mejillas sonrojadas y tus orejas rojas. Los dos éramos muy tímidos, nos costaba mantener una conversación sin ponernos nerviosos y sin estar sonrojados. 
Recuerdo que pensé que iba a ser un día soleado, había ido vestido de shorts y playera sin mangas. Quien diría que terminaría lloviendo. Debí haber visto el pronóstico del tiempo, ¿no? 
Pero tú estabas ahí. Te acercaste cuando me viste temblando frente a la cafetería, me salvaste del gran frío que estaba teniendo. Recuerdo haber agradecido a los cuatro vientos por haberte puesto en mi camino. Me invitaste a pasar y yo con mucho gusto acepté. 
Era un lugar cálido y agradable. Recuerdo que me habías hecho una plática, era una pequeña conversación de sonrisas tímidas y palabras torpes. Ahí fue cuando sucedió. Tuve la oportunidad de mirarte a los ojos, tus grandes ojos cafés, estos brillaban de una manera tan única que pude contemplar mi reflejo en ellos. 
Escuchaba tu voz de fondo y podía visualizar un poco de tus labios moviéndose pero mi concentración iba directo a tus ojos, solo a tus ojos. En ellos pude apreciar la más hermosa galaxia. Me perdí tanto en esas bellas esferas que había olvidado en donde me encontraba y que estaba haciendo, en mi cabeza solo estabas tú. 
Pasaron las horas, los días y semanas, a veces iba a la cafetería solo a contemplar tus brillantes ojos y tu hermosa sonrisa. En todo ese tiempo me dí cuenta de lo mucho que quería protegerte, no quería separarme ni un segundo de tu lado y con cada sonrisa tuya más confirmaba mis sentimientos.


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Licencia limitada
3 págs. / 5 minutos / 171 visitas.

Publicado el 14 de octubre de 2024 por TaeyBle.

Pastorcitos Rotos

Gabriel Miró


Cuento


Una abuelita con saboyana roja y corpiño negro, que lleva un reverendo pavo en sus brazos, camina descabezada sobre la verde lisura del tomo III de Luciano.

Hay en la orilla de un tintero de Talavera un viejo sentado en su peña, con montera de piel y capa pardal y zahones nuevecitos que antes tendía sus manos encima de lumbre de leña, y hogaño está manco y sus muñones se asoman al abismo de tinta.

En el cestillo de la labor de la madre yace derribado el negro rey Gaspar, cuya cabalgadura tiene una pata quebrada por la corva, y una labriega, que traía en la cabeza un añacal todo rubio de panes, contempla sus piernas entre la corona del mago.

Cerca del Epistolario Espiritual del venerable Juan de Ávila, una garrida lavandera se mira lisiada de brazos en el remanso de un espejito roto.

Y entre Rabelais, y algunas cuentas de mercaderes, asoma la donosa blancura de los rebaños. Y casi todos los corderos, hasta los recentales se doblan, se tuercen, se rinden por la flaqueza y ruina de los alambres de sus patitas y pezuñas, y lejos, en un trozo de soledad de la mesa, se amontonan zagalas con ofrenda de pichones, y pastores con presentalla de cabritos, de odres de vino, de cestas de huevos, de orzas de arrope, de manteca, de ristras de longanizas, de ramos de pomas y ponciles; y otras figuras más líricas, tañen adufes y rabeles, y otros muestran la gracia de la danza; y todos se asfixian bajo la escombra de molinos, de hornos, de un pozo, de un hostal cuya puerta no se abrió a los ruegos de la Santa Virgen María, y ahora tiene un portalazo como un antro hecho por ratas voraces.


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Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 60 visitas.

Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Pato con Arroz

Ricardo Palma


Cuento


Conocí a don Macario; era un honrado barbero que tuvo tienda pública en Malambo, allá cuando Echenique y CastiIIa nos hacían turumba a los peruanos.

Vecina a la tienda había una casita habitada por Chomba (Gerónima), consorte del barbero y su hija Manonga (Manuela), que era una chica de muy buen mirar, vista de proa, y de mucho culebreo de cintura y nalgas, vista de popa.

Don Macario, sin ser borracho habitual nunca hizo ascos a una copa de moscorrofio; y así sus amigos, como los galancetes o enamorados de la muchacha, solían ir a la casa para remojar una aceitunita. El barbero que, aunque pobre, era obsequioso para los amigos que su domicilio honraban, condenaba a muerte una gallina o a un pavo del corral y entre la madre y la hija, improvisaban una sabrosa merienda o cuchipanda.

En estas y otras, sucedió que, una noche, sorprendiera el barbero a Manonguita, que se escapaba de la casa paterna, en amor y compañía de cierto mozo muy cunda.

Después de las exclamaciones, gritos y barullo del caso, dijo el padre:

— Usted se casa con la muchacha o le muelo las costillas con este garrote.

— No puedo casarme —contestó el mocito.

— ¡Cómo que no puede casarse, so canalla! —exclamó el viejo, enarbolando el leño; es decir que se proponía usted culear a Ia muchacha, así... de bóbilis, bóbilis... de cuenta de buen mozo y después... ahí queda el queso para que se lo coman Ios ratones? No señor, no me venga con cumbiangas, porque o se casa usted, o lo hago charquicán.

— Hombre, no sea usted súpito, don Macario, ni se suba tanto al cerezo; óigame usted, con flema, pero en secreto.

Y apartándose, un poco, padre y raptor, dijo éste, al oído, a aquél:


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Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 208 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Pelusa

Luis Coloma


Cuento infantil


Dedicatoria

A Pilarita Azlor Aragón y Guillamas y a Isabelita Silvia y Azlor Aragón

En las largas y solitarias horas de esta mi última enfermedad me imaginaba algunos días que veníais las dos, como tantas otras veces, y apoyadas en mis rodillas me pedíais que os contara un cuento; y para realizar en parte esta dulce ilusión os escribí entonces esta historia de Pelusa.

Creo que esto será lo último que escriba; y no porque piense colgar mi pluma como el bueno de Cervantes, sino porque la enfermedad me la arrebató ya de las manos, y la muerte se encargará pronto de tirarla a la basura, que es el lugar más adecuado.

Espero, sin embargo, que cuando las dos seáis unas viejecitas muy monas y leáis este cuento a vuestros nietos diréis al terminarlo: ¡Pobre P. Coloma!… ¡Qué tonto era!… ¡Pero cuánto nos quería!.. Y rezaréis después un padrenuestro por mi alma.

Madrid, 2 Noviembre 1912.

Pelusa

Pues, señor, que era vez y vez de una vieja, más vieja que el modo de llover, más fea que pegarle a su padre y más mala que el pecado mortal, que se llamaba la vieja Paví. Pues vamos a que esta vieja Paví tenía consigo una niña de cinco a seis años, blanca y rubia como el angelito que juega a los pies de la Virgen con un manojito de flores.


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Dominio público
18 págs. / 32 minutos / 196 visitas.

Publicado el 11 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

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