Textos más vistos disponibles | pág. 149

Mostrando 1481 a 1490 de 6.209 textos encontrados.


Buscador de títulos

textos disponibles


147148149150151

Del Campo y de la Ciudad

Javier de Viana


Cuentos, colección


La vejez de Pablo Antonio

Cuando el inmenso transatlántico enfrentó el canal de entrada, Pablo Antonio experimentó una impresión extraña, mezcla de placer y de miedo.

La ciudad enorme, arrebujada en la sombra, denunciaba su presencia con los millares de pupilas rojas parpadeando en lo obscuro de la noche.

Aun cuando siempre estuvo al corriente de sus progresos, nunca supuso una expansión tan colosal como aquella que hacían presumir las luces sembradas en almácigo sin término.

¡Buenos Aires!... En realidad, ¿conocía él a Buenos Aires?... Contaba diez y ocho años cuando la abandonó y desde entonces habían transcurrido treinta y dos; tiempo suficiente para olvidar lo estable, y más que suficiente para no conocer en los blancos cabellos del abuelo, las rubias guedejas del niño.

Constituía la parte más olvidada de su ya larga existencia; olvidada no tanto por lo lejana, cuanto por el empeño que siempre puso en hacerla desaparecer de su memoria.

No encerraba, en efecto, nada más que tristezas, dramas horribles, cuyo recuerdo, amortiguado por los muchos años interpuestos y por la fiebre perenne de una vida rabiosamente consagrada al trabajo, resurgía ante la aparición luminosa de la ciudad y sentíase casi arrepentido del retorno.

Mientras el transatlántico avanzaba por las aguas turbias del canal, Pablo Antonio sentía revivir y corporizarse los lamentables episodios que encenizaron su juventud.


Leer / Descargar texto

Dominio público
97 págs. / 2 horas, 50 minutos / 28 visitas.

Publicado el 31 de agosto de 2025 por Edu Robsy.

Dentro de Mil Años

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Sí, dentro de mil años la gente cruzará el océano, volando por los aires, en alas del vapor. Los jóvenes colonizadores de América acudirán a visitar la vieja Europa. Vendrán a ver nuestros monumentos y nuestras decaídas ciudades, del mismo modo que nosotros peregrinamos ahora para visitar las decaídas magnificencias del Asia Meridional. Dentro de mil años, vendrán ellos.

El Támesis, el Danubio, el Rin, seguirán fluyendo aún; el Montblanc continuará enhiesto con su nevada cumbre, la auroras boreales proyectarán sus brillantes resplandores sobre las tierras del Norte; pero una generación tras otra se ha convertido en polvo, series enteras de momentáneas grandezas han caído en el olvido, como aquellas que hoy dormitan bajo el túmulo donde el rico harinero, en cuya propiedad se alza, se mandó instalar un banco para contemplar desde allí el ondeante campo de mieses que se extiende a sus pies.

—¡A Europa! —exclamarán las jóvenes generaciones americanas—. ¡A la tierra de nuestros abuelos, la tierra santa de nuestros recuerdos y nuestras fantasías! ¡A Europa!

Llega la aeronave, llena de viajeros, pues la travesía es más rápida que por el mar; el cable electromagnético que descansa en el fondo del océano ha telegrafiado ya dando cuenta del número de los que forman la caravana aérea. Ya se avista Europa, es la costa de Irlanda la que se vislumbra, pero los pasajeros duermen todavía; han avisado que no se les despierte hasta que estén sobre Inglaterra. Allí pisarán el suelo de Europa, en la tierra de Shakespeare, como la llaman los hombres de letras; en la tierra de la política y de las máquinas, como la llaman otros. La visita durará un día: es el tiempo que la apresurada generación concede a la gran Inglaterra y a Escocia.


Leer / Descargar texto


2 págs. / 4 minutos / 196 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Desde una Ventana de Vartou

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Junto a la verde muralla que se extiende alrededor de Copenhague, se levanta una gran casa roja con muchas ventanas, en las que crecen balsaminas y árboles de ámbar. El exterior es de aspecto mísero, y en ella viven gentes pobres y viejas. Es Vartou.

Mira: En el antepecho de una de las ventanas se apoya una anciana solterona, entretenida en arrancar las hojas secas de la balsamina y mirando la verde muralla, donde saltan y corren unos alegres chiquillos. ¿En qué debe estar pensando? Un drama de su vida se proyecta ante su mente.

Los pobres pequeñuelos, ¡qué felices juegan! ¡Qué mejillas más sonrosadas y qué ojos tan brillantes! Pero no llevan medias ni zapatos; están bailando sobre la muralla verde. Según cuenta la leyenda, hace pocos años la tierra se hundía allí constantemente, y en una ocasión un inocente niño cayó con sus flores y juguetes en la abierta tumba, que se cerró mientras el pequeñuelo jugaba y comía. Allí se alzaba la muralla, que no tardó en cubrirse de un césped espléndido. Los niños ignoran la leyenda; de otro modo, oirían llorar al que se halla bajo la tierra, y el rocío de la hierba se les figuraría lágrimas ardientes. Tampoco saben la historia de aquel rey de Dinamarca que allí plantó cara al invasor y juró ante sus temblorosos cortesanos que se mantendría firme junto a los habitantes de su ciudad y moriría en su nido. Ni saben de los hombres que lucharon allí, ni de las mujeres que vertieron agua hirviendo sobre los enemigos que, vestidos de blanco para confundirse con la nieve, trepaban por el lado exterior del muro.

Los pobres chiquillos seguían jugando alegremente.


Leer / Descargar texto


1 pág. / 3 minutos / 142 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Desengaños Amorosos

María de Zayas y Sotomayor


Cuento


Censuras

CENSURA DEL DOCTOR JUAN FRANCISCO GINOVÉS;
Cura de la Iglesia Parroquial de San Pablo de la Ciudad de Zaragoza

Mandóme V. m., como a tan obediente súbdito suyo, reconociera esta Segunda parte del Sarao y entretenimiento honesto, de doña María de Zayas Sotomayor. Y mirado con la atención que debo, después de no hallar en él algo que contradiga a la fe, le veo lleno de ejemplos para reformar costumbres y digno de que se dé a la estampa; que en él, ya que el ocio de las mujeres ha crecido el número a los libros inútiles, la que se ocupare en leerle tendrá ejemplos con que huir los riesgos a que algunas desatentas se precipitan. Así lo siento. De mi posada, 28 de octubre de 1646.

El Doct. Juan Francisco Ginovés,

Cura de San Pablo.

Imprímase.

El doctor Sala, Ofic.

CENSURA DEL DOCTOR JUAN FRANCISCO ANDRÉS,
Cronista del Reino de Aragón

Leí la Segunda parte de las novelas de doña María de Zayas y Sotomayor de orden del ilustre señor don Adrián de Sada y Azcona, doctor en ambos Derechos, del Consejo de Su Majestad y asesor del ilustrísimo señor don Pedro Pablo Zapata Fernández de Heredia y Urrea, caballero Mesnadero, señor de las villas de Trasmoz, la Mata y Castelviejo, del Consejo de Su Majestad, Regente la General Gobernación de Aragón y Presidente en la Real Audiencia, y no hallo que estas diversiones ingeniosas ofendan las regalías y preeminencias de Su Majestad, ni a las buenas costumbres. Y así, se puede conceder la licencia que se pide y suplica para darlas a la estampa, porque este aplauso tiene muy merecido el dueño desta obra. Este es mi parecer. En Zaragoza, 11 de noviembre de 1646.

El Doct. Juan Francisco Andrés.

Imprimatur.

Sada, Assessor.


Leer / Descargar texto

Dominio público
435 págs. / 12 horas, 42 minutos / 899 visitas.

Publicado el 26 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Día de Mudanza

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


¿Te acuerdas del torero Ole, verdad? Ya te conté que le hice dos visitas. Pues ahora te contaré una tercera, y no es la última.

Por lo regular voy a verlo a su torre el día de Año Nuevo, pero esta vez fue el día de mudanza general, en que no se está a gusto en las calles de la ciudad, pues están llenas de montones de basura, cascos rotos y trastos viejos, y no hablemos ya de la paja vieja de los jergones, por la cual hay que pasar casi a vado. Siguiendo por entre aquellas pilas de desperdicios, vi a unos niños que estaban jugando con la paja. Jugaban a acostarse, encontrando que todo allí convidaba a este juego. Se metían en la paja viva, y se echaban encima, a guisa de cubrecama, una vieja cortina rota.

—¡Se está muy cómodo! —decían—. Aquello ya era demasiado y me alejé, en dirección a la morada de Ole.


Leer / Descargar texto


4 págs. / 8 minutos / 188 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Diario Íntimo

Miguel de Unamuno


Diario, Autobiografía


Cuaderno 1

Pospón toda sabiduría terrena, y toda humana y propia complacencia.

* * *

El misterio de la libertad es el misterio mismo de la conciencia refleja y de la razón. El hombre es la conciencia de la naturaleza, y en su aspiración a la gracia consiste su verdadera libertad. Libre es quien puede recibir la divina gracia, y por ella salvarse.

* * *

Hay que buscar la verdad y no la razón de las cosas, y la verdad se busca con la humildad.

* * *

Estando en Munitibar cuando el apuro del parto de Ceferina, me salí a la carretera, y sólo se me ocurrió rezar. En aquel trance de nada me servían mis vanas doctrinas, y del fondo del corazón me brotó la plegaria, como testimonio de la verdad del Dios Padre que oye nuestras súplicas. Y yo no entendí mi propio testimonio, cerrados mis oídos a la voz que hablaba en mí mismo. Resabios de antes, resurrección automática de fondo antiguo... mil explicaciones de razón buscaba en las sutilezas de la psicología, y no quería ver la verdad, que al impulso de la piedad se descubrió en mí. Porque entonces pedía por el prójimo, a solas, delante de Ti, sin sombra de vanagloria ni de propia complacencia, sin eso que se llama altruismo y es comedia y mentira.

* * *

Leopardi, Amiel, Obermann...

* * *

Confusión.


Leer / Descargar texto

Dominio público
119 págs. / 3 horas, 29 minutos / 1.499 visitas.

Publicado el 12 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

Días Nublados

Roberto Payró


Cuento


á J. Peralta Martinea.
 

Bajo la influencia de este cielo plomizo, sintiendo la caricia del viento que arrebata las nubes negras y sombrías, en una especie de somnolencia indescriptible, mis ideas toman un tinte nebuloso y vago; paréceme que estoy entre sueños y que lo que veo y toco se desvanecerá en breve, como esas caprichosas imágenes que la pesadilla presenta á nuestros ojos asombrados.

Esta claridad de crepúsculo en que nos agitamos, hace que la pupila se dilate, y que la vista perciba menos que el oido. Asi, todo rumor, todo eco toman sones extraños, melancólicos; el canto del ave resuena más dulce, más poéticamente; el rumor de las risas alegres toma un timbre fantástico; nuestra misma voz adquiere sonoridades no imajinadas, repercutiendo en el ambiente que parece más denso, más vibratorio; la calma en que yace la naturaleza, el silencio general que reina en estos dias, solo turbado por rítmicas frases sonoras, ejerce marcada presión en nuestro espíritu, y lo lleva á ese estado anómalo en que se asimila pensamientos y creencias de que carece en los dias normales. Por esa razon ha dicho Zorrilla en uno de sus poemas:


Pero la noche oscura, la de nublados llena.
me dice mas pujante: — Tu Dios se acerca á ti".
 

Y nadie dejará de comprender toda la verdad que encierran esos dos versos: —en lo sobrenatural pensamos, cuando la luz tamizada por las nubes, como por un vídrio ahumado, llega á nosotros con vaguedades encantadoras, con resplandores que no hieren nuestros ojos, y que dan á los objetos coloridos extraordinarios, nebulosos ...

Este aspecto del cielo y de la tierra, empuja nuestro espíritu hácia la poesía, y le hace gozar con ciertos versos.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 101 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Dieta de Amor

Horacio Quiroga


Cuento


Ayer de mañana tropecé en la calle con una muchacha delgada, de vestido un poco más largo que lo regular, y bastante mona, a lo que me pareció. Me volví a mirarla y la seguí con los ojos hasta que dobló la esquina, tan poco preocupada ella por mi plantón como pudiera haberlo estado mi propia madre. Esto es frecuente.

Tenía, sin embargo, aquella figurita delgada un tal aire de modesta prisa en pasar inadvertida, un tan franco desinterés respecto de un badulaque cualquiera que con la cara dada vuelta está esperando que ella se vuelva a su vez, tan cabal indiferencia, en suma, que me encantó, bien que yo fuera el badulaque que la seguía en aquel momento.

Aunque yo tenía qué hacer, la seguí y me detuve en la misma esquina. A la mitad de la cuadra ella cruzó y entró en un zaguán de casa de altos.

La muchacha tenía un traje oscuro y muy tensas las medias. Ahora bien, deseo que me digan si hay una cosa en que se pierda mejor el tiempo que en seguir con la imaginación el cuerpo de una chica muy bien calzada que va trepando una escalera. No sé si ella contaba los escalones; pero juraría que no me equivoqué en un solo número y que llegamos juntos a un tiempo al vestíbulo.

Dejé de verla, pues. Pero yo quería deducir la condición de la chica del aspecto de la casa, y seguí adelante, por la vereda opuesta.

Pues bien, en la pared de la misma casa, y en una gran chapa de bronce, leí:


DOCTOR SWINDENBORG
FÍSICO DIETÉTICO
 

¡Físico dietético! Está bien. Era lo menos que me podía pasar esa mañana. Seguir a una mona chica de traje azul marino, efectuar a su lado una ideal ascensión de escalera, para concluir…


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 256 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Director de Veraneo

Joaquín Díaz Garcés


Cuento


A la vuelta del veraneo no puedo menos de presentarlo en cuerpo y alma a mis lectores. Es un hombre generalmente panzón, de buena salud, de buen diente, que ha pasado todo el año metido en la oficina, asfixiado en papel escrito, con el tintero bajo las narices, la lapicera en la oreja, luchando con los sabañones, con el sueldo, con los honorarios, con las hijas y con la mujer, y que llega siempre al mes de diciembre amenazado de una neurastenia.

Recibe las vacaciones con el gozo salvaje del caballo de coche de posta lanzado al potrero, escoge un balneario barato y se va al mar resuelto a sacarle el jugo al «veraneo», a no dejar perderse un solo centavo de descanso y alegría. Me refiero a él, al que ustedes han conocido en Zapallar, Papudo, Los Vilos y Pichidangui, en Quintero, Concón, Viña del Mar, San Antonio, Cartagena, PichiIemu, Constitución, Penco y San Vicente, en Peñaflor, San Bernardo, Linderos, Limache, Salto, Calera y San Felipe, en Panimávida, Cauquenes, Jahuel, Catillo, Apoquindo y Chillán, en fin, en todas partes donde hubo una colonia veraniega, donde se bailó, representó, amó, encendieron fuegos artificiales, enviáronse listas a los diarios y abriéronse bazares de caridad. Me refiero al organizador de las fiestas, al hombre indispensable, al que manejaba familias, damas y donceles, corporaciones y autoridades desde el punto de vista del recreo y honesto pasatiempo veraniego.

Acababa de llegar a un punto de veraneo y después de los trajines consiguientes que da en Chile «la casa amoblada» cuando se acaba de comprobar que no tiene más muebles que cuatro malos catres, dos sillas desfondadas, un piano con teclas recalcitrantes y un ropero cuyas puertas no cierran y cuyos cajones entran a puntapiés, estaba sentado en un banco en el jardincillo, cuando vi entrar al hombre panzudo y de buen humor. Se sonrió con aire de viejo amigo y sin cuidarse mucho de saludarme, dijo como para sí:


Leer / Descargar texto

Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 132 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

147148149150151