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El Escarabajo

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Al caballo del Emperador le pusieron herraduras de oro, una en cada pata.

¿Por qué le pusieron herraduras de oro?

Era un animal hermosísimo, tenía esbeltas patas, ojos inteligentes y una crin que le colgaba como un velo de seda a uno y otro lado del cuello. Había llevado a su señor entre nubes de pólvora y bajo una lluvia de balas; había oído cantar y silbar los proyectiles. Había mordido, pateado, peleado al arremeter el enemigo. Con su Emperador a cuestas, había pasado de un salto por encima del caballo de su adversario caído, había salvado la corona de oro de su soberano y también su vida, más valiosa aún que la corona. Por todo eso le pusieron al caballo del Emperador herraduras de oro, una en cada pie.

Y el escarabajo se adelantó:

—Primero los grandes, después los pequeños —dijo—, aunque no es el tamaño lo que importa.

Y alargó sus delgadas patas.

—¿Qué quieres? —le preguntó el herrador.

—Herraduras de oro —respondió el escarabajo.

—¡No estás bien de la cabeza! —replicó el otro—. ¿También tú pretendes llevar herraduras de oro?

—¡Pues sí, señor! —insistió, terco, el escarabajo—. ¿Acaso no valgo tanto como ese gran animal que ha de ser siempre servido, almohazado, atendido, y que recibe un buen pienso y buena agua? ¿No formo yo parte de la cuadra del Emperador?

—¿Es que no sabes por qué le ponen herraduras de oro al caballo? —preguntó el herrador.

—¿Que si lo sé? Lo que yo sé es que esto es un desprecio que se me hace —observó el escarabajo—, es una ofensa; abandono el servicio y me marcho a correr mundo.

—¡Feliz viaje! —se rió el herrador.

—¡Mal educado! —gritó el escarabajo, y, saliendo por la puerta de la cuadra, con unos aleteos se plantó en un bonito jardín que olía a rosas y espliego.


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8 págs. / 15 minutos / 165 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Esclavo

Arturo Robsy


Cuento


Cuando aquel hombre llegó parecía asustado de veras. Todos nosotros teníamos pintada la alegría en el rostro, por eso lo mustio de su expresión adquirió un tono grave y burlesco por la comparación. Todo era extraño en él menos los ojos. Estos brillaban a intervalos, eso sí, pero contraponían una santa gota de calma a la nota crispada de su cara.

Dos de nosotros, que jugaban enfrascados a los naipes, completaron la ilusión exclamando algo sobre una jugada.

Luego todos callamos.

Don Martín advirtiendo el raro efecto que nos había causado su insólita aparición, vino hasta la mesa y se sentó aparentando una perfecta normalidad. Durante unos segundo se oyeron los ruidos del silencio y después fueron reanudándose las conversaciones, primero con graves todos, que fueron tornándose en las timbradas voces de todos conocíamos.

Entonces, sólo entonces, don Martín habló:

—¿Qué les ha sucedido cuando me han visto entrar? Parecía como si algo les hubiese detenido la lengua.—se detuvo y sacó rápidamente un espejito que reflejó su imagen. Sonrió. —Comprendo ahora que mi figura no acabe de ser del todo natural. Sin embargo, ¿es eso bastante para hacer callar a toda la tertulia?

Nadie contestó. Notábamos como si efectivamente "algo" nos impusiera su presencia. Callamos. ¿Qué otra cosa podíamos hacer?

—¿No comprenden? —continuó transfigurado Don Martín— ¡Tienen que ayudarme! Es necesario que ustedes me convenzan de la realidad de lo que vivimos en estos momentos. Es necesario que yo pueda separar el sueño y el mundo, y el mundo de mí mismo.

En efecto no comprendíamos aquello. Sólo dedujimos que Don Martín estaba terriblemente excitado, casi al borde de una crisis nerviosa.


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Licencia limitada
2 págs. / 5 minutos / 267 visitas.

Publicado el 15 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Espejo de la Muerte

Miguel de Unamuno


Cuento


Historia muy vulgar

¡La pobre! Era una languidez traidora que iba ganándole el cuerpo todo de día en día. Ni le quedaban ganas para cosa alguna: vivía sin apetito de vivir y casi por deber. Por las mañanas costábale levantarse de la cama, ¡a ella, que se había levantado siempre para poder ver salir el sol! Las faenas de la casa le eran más gravosas cada vez.

La primavera no resultaba ya tal para ella. Los árboles, limpios de la escarcha del invierno, iban echando su plumoncillo de verdura; llegábanse a ellas algunos pájaros nuevos; todo parecía renacer. Ella no renacía.

«¡Esto pasará —decíase-, esto pasará!», queriendo creerlo a fuerza de repetírselo a solas. El médico aseguraba que no era sino una crisis de la edad: aire y luz, nada más que aire y luz. Y comer bien; lo mejor que pudiese.

¿Aire? Lo que es como aire le tenían en redondo, libre, soleado, perfumado de tomillo, aperitivo. A los cuatro vientos se descubría desde la casa el horizonte de tierra, una tierra lozana y grasa que era una bendición del Dios de los campos. Y luz, luz libre también. En cuanto a comer... «Pero, madre, si no tengo ganas...».

—Vamos, hija, come, que a Dios gracias no nos falta de qué; cómele repetía su madre, suplicante.

—Pero si no tengo ganas le he dicho...

—No importa. Comiendo es como se las hace una.

La pobre madre, más acongojada que ella, temiendo se le fuera de entre los brazos aquel supremo consuelo de su viudez temprana, se había propuesto empapizarla, como a los pavos. Llegó hasta a provocarle bascas, y todo inútil. No comía más que un pajarito. Y la pobre viuda ayunaba en ofrenda a la Virgen pidiéndole diera apetito, apetito de comer, apetito de vivir, a su pobre hija.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 631 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Eunuco

Terencio


Teatro, comedia


Prólogo

Si hay quienes deseen complacer a muchos varones principales sin ofender a nadie, el poeta mándase contar por uno de ellos. Y si alguno hubiere a quien le parezca que le han ofendido gravemente de palabra, téngalo por respuesta y no por ofensa, pues él picó primero. El cual, trasladando muchas y zurciéndolas mal, de buenas comedias griegas hizo malas latinas. Ese mismo dio a la escena no ha mucho El fantasma, de Menandro, y en la comedia El Tesoro representó que aquél a quien le pedían el oro había de probar cómo era suyo, antes que el demandante mostrase de dónde tenía aquel tesoro, o quién lo había puesto en la sepultura de su padre.

De hoy más, no se engañe a sí mismo, ni diga entre sí: «Yo ya estoy bien acreditado: sus críticas no me alcanzan». Que no se engañe, le digo; y deje ya de provocar a Terencio. Muchas más cosas podría decirle, que por ahora callaré; mas si persevera en herir, como lo viene haciendo, las descubriré después.

No bien los Ediles compraron esta comedia que vamos a representar, que es El Eunuco, de Menandro, el poeta rancio recabó de ellos que se la dejasen ver. Comienza a representarse en presencia de los magistrados, y alza la voz diciendo que Terencio era ladrón y no poeta, y que había dado a luz una fábula en que ni aun palabras había puesto, porque era la antigua comedia El Adulador, de Nevio y Plauto, de donde había tomado las personas del truhán y del soldado. Si esto es falta, lo será por inadvertencia, no porque el poeta haya querido cometer hurto. Y que esto es así, vosotros mismos lo vais a sentenciar ahora.


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Dominio público
48 págs. / 1 hora, 25 minutos / 315 visitas.

Publicado el 13 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Famoso Cohete

Oscar Wilde


Cuento


El hijo del rey estaba en vísperas de casarse. Con este motivo el regocijo era general. Estuvo esperando un año entero a su prometida, y al fin llegó ésta.

Era una princesa rusa que había hecho el viaje desde Finlandia en un trineo tirado por seis renos, que tenía la forma de un gran cisne de oro; la princesita iba acostada entre las alas del cisne. Su largo manto de armiño caía recto sobre sus pies. Llevaba en la cabeza un gorrito de tisú de plata y era pálida como el palacio de nieve en que había vivido siempre. Era tan pálida que al pasar por las calles quedábanse admiradas las gentes.

—Parece una rosa blanca —decían. Y le echaban flores desde los balcones.

A la puerta del castillo estaba el príncipe para recibirla. Tenía unos ojos violeta y soñadores y sus cabellos eran como oro fino. Al verla hincó una rodilla en tierra y besó su mano.

—Su retrato era bello —murmuró—, pero usted es más bella que su retrato —y la princesita se ruborizó.

—Hace un momento parecía una rosa blanca —dijo un pajecillo a su vecino—, pero ahora parece una rosa roja.

Y toda la Corte se quedó extasiada.

Durante los tres días siguientes todo el mundo no cesó de repetir:

—¡Rosa blanca, rosa roja! ¡Rosa roja, rosa blanca!

Y el rey ordenó que diesen doble paga al paje.

Como él no percibía paga alguna, su posición no mejoró mucho por eso; pero todos lo consideraron como un gran honor y el real decreto fue publicado con todo requisito en la Gaceta de la Corte.


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Dominio público
13 págs. / 23 minutos / 1.221 visitas.

Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Fantasma de un Rencor

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Servía yo, hace ocho años, el curato de Lurin, y fui llamado para administrar los sacramentos a una joven que se moría de tisis. Trajéronla de Lima en la esperanza de curarla; pero aquella enfermedad inexorable seguía su fatal curso, y se la llevaba.

¡Un ángel de candor, bondad y resignación! Alejábase de la vida con ánimo sereno, deplorando únicamente el dolor de los que lloran en torno suyo.

Mas en aquella alma inmaculada había un punto negro: un resentimiento.

—Pero, hija mía, es necesario arrojar del corazón todo lo que pueda desagradar al Dios que va a recibiros en su seno: es preciso perdonar —la dije.

—Padre, lo he perdonado ya— respondió la moribunda—, es mi hermano y mi amor fraternal nunca se ha desmentido. ¡Mas, en nombre del cielo, no me impongáis su presencia, porque me daría la muerte!

—Ese mal efecto se llama rencor —la dije, con severidad— y yo, que recibo vuestra confesión, yo, ministro de Dios, os ordeno en su nombre que llaméis a vuestro hermano y le deis el ósculo de perdón.

—Hágase la voluntad de Dios —murmuró la joven, inclinando su pálida frente. Y yo, haciendo montar a caballo a un hombre de la familia lo envié inmediatamente a Lima.

La enferma fue una brillante joya del gran mundo; codiciada por su belleza y sus virtudes. Mas, ella, que recibió siempre indiferente los homenajes de los numerosos pretendientes que aspiraban a su mano, fijóse, al fin, en un joven militar, valiente, buen mozo y estimable; pero que por desgracia se concitara la enemistad del hermano de su novia en una cuestión política. Nada hay tan acerbo como un odio de partido; y si el oficial sacrificó el suyo al cariño de la hermana de su enemigo, este prohibió a aquella recibir al militar, sublevó contra él a la familia, y rompió la unión deseada.


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Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 156 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Femater

Vicente Blasco Ibáñez


Cuento


El primer dia que a Nelet le enviaron solo a la ciudad, su inteligencia de chicuelo torpe adivinó vagamente que iba a entrar en un nuevo periodo de su vida.

Comenzaba a ser hombre. Su madre se quejaba de verle jugar a todas horas, sin servir para otra cosa, y el hecho de colgarle el capazo a la espalda, enviándolo a Valencia a recoger estiércol, equivalia a la sentencia de que, en adelante, tendria que ganarse el mendrugo negro y la cucharada de arroz haciendo algo más que saltar acequias, cortar flautas en los verdes cañares o formar coronas de flores rojas y amarillas con los tupidos dompedros que adornaban la puerta de la barraca.

Las cosas iban mal. El padre, cuando no trabajaba los cuatro terrones en arriendo, iba con el viejo carro a cargar vino en Utiel; las hermanas estaban en la fábrica de sedas hilando capullo; la madre trabajaba como una bestia todo el dia, y el pequeñin, que era el gandul de la familia, debia contribuir con sus diez años, aunque no fuera más que agarrándose a la espuerta, como otros de su edad, y aumentando aquel estercolero inmediato a la barraca, tesoro que fortalecia las entrañas de la tierra, vivificando su producción.

Salió de madrugada, cuando por entre las moreras y los olivos marcábase el dia con resplandor de lejano incendio. En la espalda, sobre la burda camisa, bailoteaban al compás de la marcha el flotante rabo de su pañuelo anudado a las sienes y el capazo de esparto, que parecia una joroba. Aquel dia estrenaba ropa: unos pantalones de pana de su padre, que podian ir solos por todos los caminos de la provincia sin riesgo de perderse, y que, acortados por la tia Pascuala, se sostenian merced a un tirante cruzado a la bandolera.

Corrió un poco al pasar por frente al cementerio de Valencia, por antojársele que a aquella hora podian salir los muertos a tomar el fresco, y cuando se vió lejos de la fúnebre plazoleta de palmeras, moderó su paso hasta ser éste un trotecillo menudo.


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Dominio público
15 págs. / 26 minutos / 191 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Filibusterismo

José Rizal


Novela


(Continuacion del Noli me tángere)

Novela Filipina.

Facilmente se puede suponer que un filibustero ha hechizado en secreto á la liga de los fraileros y retrógrados para que, siguiendo inconscientes sus inspiraciones, favorezcan y fomenten aquella política que solo ambiciona un fin: estender las ideas del filibusterismo por todo el país y convencer al último filipino de que no existe otra salvacion fuera de la separacion de la Madre-Patria.

Ferdinand Blumentritt.

GENT, Boekdrukkerij F. MEYER-VAN LOO, Vlaanderenstraat, 66.
1891.

A la memoria

de los Presbíteros, don Mariano GOMEZ (85 años),
don José BURGOS (30 años)
y don Jacinto ZAMORA (35 años).

ejecutados en el patíbulo de Bagumbayan,

el 28 de Febrero de 1872.

La Religion, al negarse á degradaros, ha puesto en duda el crímen que se os ha imputado; el Gobierno, al rodear vuestra causa de misterio y sombras, hace creer en algun error, cometido en momentos fatales, y Filipinas entera, al venerar vuestra memoria y llamaros mártires, no reconoce de ninguna manera vuestra culpabilidad.

En tanto, pues, no se demuestre claramente vuestra participacion en la algarada caviteña, hayais sido ó no patriotas, hayais ó no abrigado sentimientos por la justicia, sentimientos por la libertad, tengo derecho á dedicaros mi trabajo como á víctimas del mal que trato de combatir. Y mientras esperamos que España os rehabilite un día y no se haga solidaria de vuestra muerte, sirvan estas páginas como tardía corona de hojas secas sobre vuestras ignoradas tumbas, y todo aquel que sin pruebas evidentes ataque vuestra memoria, ¡que en vuestra sangre se manche las manos!

J. Rizal.

I. Sobre-cubierta

Sic itur ad astra.


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Dominio público
327 págs. / 9 horas, 32 minutos / 210 visitas.

Publicado el 13 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Fondo del Alma

Emilia Pardo Bazán


Cuento


El día era radiante. Sobre las márgenes del río flotaba desde el amanecer una bruma sutil, argéntea, pronto bebida por el sol.

Y como el luminar iba picando más de lo justo, los expedicionarios tendieron los manteles bajo unos olmos, en cuyas ramas hicieron toldo con los abrigos de las señoras. Abriéronse las cestas, salieron a luz las provisiones, y se almorzó, ya bastante tarde, con el apetito alegre e indulgente que despiertan el aire libre, el ejercicio y el buen humor. Se hizo gasto del vinillo del país, de sidra achampañada, de licores, servidos con el café que un remero calentaba en la hornilla.

La jira se había arreglado en la tertulia de la registradora, entre exclamaciones de gozo de las señoritas y señoritos que disfrutaban con el juego de la lotería y otras igualmente inocentes inclinaciones del corazón no menos lícitas. Cada parejita de tórtolos vio en el proyecto de la excelente señora el agradable porvenir de un rato de expansión; paseo por el río, encantadores apartes entre las espesuras floridas de Penamoura. El más contento fue Cesáreo, el hijo del mayorazgo de Sanin, perdidamente enamorado de Candelita, la graciosa, la seductora sobrina del arcipreste.

Aquel era un amor, o no los hay en el mundo. No correspondido al principio, Cesáreo hizo mil extremos, al punto de enfermar seriamente: desarreglos nerviosos y gástricos, pérdida total del apetito y sueño, pasión de ánimo con vistas al suicidio. Al fin se ablandó Candelita y las relaciones se establecieron, sobre la base de que el rico mayorazgo dejaba de oponerse y consentía en la boda a plazo corto, cuando Cesáreo se licenciase en Derecho. La muchacha no tenía un céntimo, pero... ¡ya que el muchacho se empeñaba! ¡Y con un empeño tan terco, tan insensato!


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 272 visitas.

Publicado el 14 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Frío del Papa

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Decía el periódico: «No es cierto que Su Santidad León XIII esté enfermo. Su salud se mantiene firme; pero no hay que olvidar que es la salud de un anciano, de un anciano cuyo espíritu ha trabajado y trabaja mucho. Está débil, sin duda; pero no se ha de juzgar por las apariencias de lo que es capaz de resistir aquel temperamento; detrás de aquella delicadeza, de aquel palidísimo color, de aquellos músculos sutiles, hay un vigor, una resistencia vital que no puede sospechar el que le ve y no conoce su fibra. Los catarros le molestan a menudo. Su gran batalla es con el frío. En sus habitaciones no se enciende lumbre; pero después que se acuesta necesita sobre su cuerpo flaco mucho abrigo. Parece imposible que aquellos miembros tan débiles resistan el peso de tanta ropa como hay que echarles encima».

Interrumpió Aurelio —marco, exfilósofo, la lectura que le había llenado de lágrimas los ojos, y el espíritu de ideas y de imágenes.

Era la noche del 5 de Enero, víspera de Reyes. En su pueblo, donde Aurelio se había refugiado después de recorrer gran parte del mundo, todavía se consagraba aquella noche a la inocente comedia mística, tradicional, de ir a esperar lo Reyes; ni más ni menos que en su tiempo, cuando él era niño, y seguía por calles y plazas y carreteras, a la luz de las pestíferas antorchas, a los pobres músicos de la murga municipal, disfrazados, con trapos de colorines y tristes preseas de talco, de Reyes Magos, reyes melancólicos con cara de hambrientos.

A lo lejos, allá en la calle, se oía la inarmónica elegía de un clarinete desafinado que se alejaba con su tristeza…

«¡El Papa tiene frío!» pensó Aurelio. Y la ternura de un símbolo de inefable misterio doloroso le anegó el alma en visiones mezcladas de agudas ideas luminosas.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 86 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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