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El Soldadito de Plomo

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Había una vez veinticinco soldaditos de plomo, hermanos todos, ya que los habían fundido en la misma vieja cuchara. Fusil al hombro y la mirada al frente, así era como estaban, con sus espléndidas guerreras rojas y sus pantalones azules. Lo primero que oyeron en su vida, cuando se levantó la tapa de la caja en que venían, fue: "¡Soldaditos de plomo!" Había sido un niño pequeño quien gritó esto, batiendo palmas, pues eran su regalo de cumpleaños. Enseguida los puso en fila sobre la mesa.

Cada soldadito era la viva imagen de los otros, con excepción de uno que mostraba una pequeña diferencia. Tenía una sola pierna, pues al fundirlos, había sido el último y el plomo no alcanzó para terminarlo. Así y todo, allí estaba él, tan firme sobre su única pierna como los otros sobre las dos. Y es de este soldadito de quien vamos a contar la historia.

En la mesa donde el niño los acababa de alinear había otros muchos juguetes, pero el que más interés despertaba era un espléndido castillo de papel. Por sus diminutas ventanas podían verse los salones que tenía en su interior. Al frente había unos arbolitos que rodeaban un pequeño espejo. Este espejo hacía las veces de lago, en el que se reflejaban, nadando, unos blancos cisnes de cera. El conjunto resultaba muy hermoso, pero lo más bonito de todo era una damisela que estaba de pie a la puerta del castillo. Ella también estaba hecha de papel, vestida con un vestido de clara y vaporosa muselina, con una estrecha cinta azul anudada sobre el hombro, a manera de banda, en la que lucía una brillante lentejuela tan grande como su cara. La damisela tenía los dos brazos en alto, pues han de saber ustedes que era bailarina, y había alzado tanto una de sus piernas que el soldadito de plomo no podía ver dónde estaba, y creyó que, como él, sólo tenía una.


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5 págs. / 9 minutos / 1.708 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Tesoro de los Incas

Emilio Salgari


Novela


Capítulo I. El ingeniero Webber

La noche del 30 de noviembre de 1869, mientras una espesa lluvia azotaba la tierra y los tejados de las casas, y un viento endiablado y frigidísimo silbaba entre las desnudas ramas de los árboles, un vigoroso caballo salpicado de lodo hasta el cuello, y montado por un hombre armado de larga carabina, entraba a galope en Munfordsville, pequeña e insignificante aldea, situada casi en el riñón del estado de Kentucky, en la América del Norte.

Si alguno de los aldeanos hubiese visto a aquel hombre corriendo a horas tan avanzadas de la noche, y con tan horrible temporal, por las calles de la aldea, sin duda se habría apresurado a encerrarse en su casa y atrancar puerta y ventanas por miedo a tenérselas que haber con aquel siniestro jinete.

El cual, con su elevada estatura, su sombrero de fieltro adornado de una pluma, su amplio capote, sus altas botas de montar y su carabina, no podía menos, en verdad, de producir a primera vista alguna inquietud.

Más quien le hubiese mirado de cerca, se habría tranquilizado al punto. El rostro de aquel hombre era franco, abierto, nobilísimo, de frente alta y espaciosa, aunque surcada tal vez de precoces arrugas, ojos negros hermosísimos, algo melancólicos y coronados de grandes cejas, nariz recta y delgados labios sombreados de un tanto áspero bigote.

Apenas llegó el caballo ante las primeras casas de la aldea, el jinete que miraba atentamente a derecha e izquierda, como si buscase a alguien, metió la mano en un bolsillo interior de su chupa de terciopelo negro y sacó un magnífico reloj de oro.

—Las doce —dijo, acercándole a los ojos—. Con esta obscuridad, no será fácil encontrar la puerta. Pero ahora que me acuerdo, sobre ella debe de haber un canwass-bach disecado.


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156 págs. / 4 horas, 34 minutos / 1.303 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Historia de la Señorita Grano de Polvo, Bailarina del Sol

Teresa de la Parra


Cuento


Era una mañana de fines del mes de abril. El buen tiempo en delirio, contrastaba irónicamente con un pobre trabajo de escribanillo que tenía yo entre manos aquel día. De pronto como levantara la cabeza vi a Jimmy, mi muñeco de fieltro que se balanceaba sentado frente a mí, apoyando la espalda en la columna de la lámpara. La pantalla parecía servirle de parasol. No me veía y su mirada, una mirada que yo no le conocía, estaba fija con extraña atención en un rayo de sol que atravesaba la pieza.

—¿Qué tienes, querido Jimmy? —le pregunté—. ¿En qué piensas?

—En el pasado —me respondió simplemente sin mirarme— y volvió a sumirse en su contemplación.

Y como temiese haberme herido por la brusquedad de la respuesta:

—No tengo motivos para esconderte nada —replicó—. Pero por otro lado, nada puedes hacer ¡ay! por mí —y suspiró en forma que se me destrozó el corazón.

Tomó cierto tiempo. Dio media vuelta a las dos arandelas de fieltro blanco que rodean sus pupilas negras y que son el alma de sus expresión. Pasó esta al punto de la atención íntima, al ensueño melancólico. Y me habló así:

—Sí, pienso en el pasado. Pienso siempre en el pasado. Pero hoy especialmente, esta primavera tibia e insinuante reanima mi recuerdo. En cuanto al rayo de sol quien, clava a tus pies, fíjate bien, la alfombra que transfigura, este rayo de sol se parece tanto a aquel otro en el cual encontré por primera vez a… ¡Ah! siento que necesitarás suplir con tu complacencia la pobreza de mis palabras!


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 645 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Historia de las Indias

Fray Bartolomé de las Casas


Historia, Crónica


Advertencia preliminar

Esta historia dejo yo Fray Bartolomé de las Casas, Obispo que fue de Chiapa, en confianza a este Colegio de Sant Gregorio, robando y pidiendo por caridad al padre Rector y Consiliarios del, que por tiempo fueren, que a ningún seglar la den para que, ni dentro del dicho Colegio, ni mucho menos de fuera del, la lea por tiempo de cuarenta años, desde este de sesenta que entrará, comenzados a contar; sobre lo cual les encargo la consciencia. Y pasados aquellos cuarenta años, si vieren que conviene para el bien de los indios y de España, la pueden mandar imprimir para gloria de Dios y manifestación de la verdad principalmente, Y no parece convenir que todos los colegiales la lean, sino los más prudentes, porque no se publique antes de tiempo, porque no hay para qué ni ha de aprovechar.

Fecha por Noviembre de 1559.

Deo gratias.

El Obispo Fray Bartolomé de las Casas.

Prólogo de la historia

En el cual trata el autor difusamente los diversos motivos y fines que los que historias escriben suelen tener. —Toca la utilidad grande que trae la noticia de las cosas pasadas. — Alega muchos autores y escritores antiguos. —Pone muy largo la causa final e intincion suya que le movió a escribir esta Corónica de las Indias. —Asigna los grandes errores que en muchos, cerca de estas naciones indianas, ha habido y las causas de donde procedieron. — Señala también las otras causas, formal y material, y eficiente, que en toda obra suelen concurrir.


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Dominio público
1.048 págs. / 1 día, 6 horas, 35 minutos / 2.391 visitas.

Publicado el 30 de abril de 2018 por Edu Robsy.

Juan Sin Miedo

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Érase un padre que tenía dos hijos, el mayor de los cuales era listo y despierto, muy despabilado y capaz de salir con bien de todas las cosas. El menor, en cambio, era un verdadero zoquete, incapaz de comprender ni aprender nada, y cuando la gente lo veía, no podía por menos de exclamar: «¡Este sí que va a ser la cruz de su padre!». Para todas las faenas había que acudir al mayor; no obstante, cuando se trataba de salir, ya anochecido, a buscar alguna cosa, y había que pasar por las cercanías del cementerio o de otro lugar tenebroso y lúgubre, el mozo solía resistirse:

—No, padre, no puedo ir. ¡Me da mucho miedo!

Pues, en efecto, era miedoso.

En las veladas, cuando, reunidos todos en torno a la lumbre, alguien contaba uno de esos cuentos que ponen carne de gallina, los oyentes solían exclamar: «¡Oh, qué miedo!». El hijo menor, sentado en un rincón, escuchaba aquellas exclamaciones sin acertar a comprender su significado.

—Siempre están diciendo: «¡Tengo miedo! ¡Tengo miedo!». Pues yo no lo tengo. Debe ser alguna habilidad de la que yo no entiendo nada.

Un buen día le dijo su padre:

—Oye, tú, del rincón: Ya eres mayor y robusto. Es hora de que aprendas también alguna cosa con que ganarte el pan. Mira cómo tu hermano se esfuerza; en cambio, contigo todo es inútil, como si machacaras hierro frío.

—Tienes razón, padre —respondió el muchacho—. Yo también tengo ganas de aprender algo. Si no te parece mal, me gustaría aprender a tener miedo; de esto no sé ni pizca.

El mayor se echó a reír al escuchar aquellas palabras, y pensó para sí: «¡Santo Dios, y qué bobo es mi hermano! En su vida saldrá de él nada bueno. Pronto se ve por dónde tira cada uno». El padre se limitó a suspirar y a responderle:

—Día vendrá en que sepas lo que es el miedo, pero con esto no vas a ganarte el sustento.


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11 págs. / 19 minutos / 3.024 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Comedia de las Equivocaciones

William Shakespeare


Teatro, comedia


Personajes

SOLINO, duque de Éfeso.
ÆGEÓN, mercader de Siracusa.

ANTÍFOLO de Éfeso.
ANTÍFOLO de Siracusa, hermanos gemelos, hijos de Ægeón y de Emilia, pero desconocidos uno de otro.

DROMIO de Éfeso.
DROMIO de Siracusa, hermanos gemelos y esclavos de los dos Antífolo.

BALTASAR, mercader.
ANGELO, platero.
UN COMERCIANTE, amigo de Antífolo de Siracusa.
PINCH, maestro de escuela y mágico.
EMILIA, esposa de Ægeón, abadesa de una comunidad de Éfeso.
ADRIANA, esposa de Antífolo de Éfeso.
LUCIANA, hermana de Adriana.
LUCÍA, doncella de Luciana.
UNA CORTESANA.
UN ALCAIDE.
OFICIALES DE JUSTICIA Y OTROS.

La escena pasa en Éfeso.

Acto I

Escena I

Sala en el palacio del duque.

El DUQUE DE ÉFESO, ÆGEÓN, un ALCAIDE, oficiales y otras gentes del séquito del duque.

Ægeón.—Continuad, Solino; procurad mi pérdida; y con la sentencia de muerte, terminad mis desgracias y mi vida.


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Dominio público
56 págs. / 1 hora, 38 minutos / 3.054 visitas.

Publicado el 17 de junio de 2019 por Edu Robsy.

La Pluma en el Viento

Benito Pérez Galdós


Cuento


Poe...

Introducción

Sobre el apelmazado suelo de un corral, entre un cascarón de huevo y una hoja de rábano, cerca del medio plato donde bebían los pollos y como a dos pulgadas del jaramago que se había nacido en aquel sitio sin pedir permiso a nadie, yacía una pequeña y ligerísima pluma, caída al parecer del cuello de cierta paloma vecina; que diez minutos antes se había dejado acariciar ¡oh femenil condescendencia! por un D. Juan que hacía estragos en los tejados de aquellos contornos.

El corral era triste, feo y solitario. Desde estaba la pluma no se veía otra cosa que la copa de algunos castaños plantados fuera de la tapia, el campanario de la iglesia con su remate abollado, a manera del sombrero viejo, la vara enorme y deslucida de un chopo inválido y casi moribundo, y las tejas da la casa adyacente, que en días de temporal regaban con abundante lloro el corral y la huerta. La vid, la zarza trepadora y la madreselva, apenas cubrían entre las tres toda la extensión de la tapia, erizada de vidrios rotos en su parte superior, que servía de baluarte inexpugnable contra zorras y chicuelos.

A esto se reducía el paisaje, amén del inmenso y siempre hermoso cielo, tan espléndido de día, como imponente y misterioso de noche.

La pluma (¿por qué no hemos de darle vida?) yacía, como dijimos, en compañía de varios objetos bastante innobles, propios del lugar, y constantemente expuesta a ser hollada por la bárbara planta de los gansos, de los pollos y aun de otros animalejos menos limpios y decentes que tenían habitación en algún lodazal cercano.


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Dominio público
20 págs. / 35 minutos / 156 visitas.

Publicado el 20 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Maese Pérez el Organista

Gustavo Adolfo Bécquer


Cuento


En Sevilla, en el mismo atrio de Santa Inés, y mientras esperaba que comenzase la Misa del Gallo, oí esta tradición a una demandadera del convento.

Como era natural, después de oírla, aguardé impaciente que comenzara la ceremonia, ansioso de asistir a un prodigio.

Nada menos prodigioso, sin embargo, que el órgano de Santa Inés, ni nada más vulgar que los insulsos motetes que nos regaló su organista aquella noche.

Al salir de la misa, no pude por menos de decirle a la demandadera con aire de burla:

—¿En qué consiste que el órgano de maese Pérez suena ahora tan mal?

—¡Toma! —me contestó la vieja—. En que éste no es el suyo.

—¿No es el suyo? ¿Pues qué ha sido de él?

—Se cayó a pedazos, de puro viejo, hace una porción de años.

—¿Y el alma del organista?

—No ha vuelto a parecer desde que colocaron el que ahora le substituye.

Si a alguno de mis lectores se les ocurriese hacerme la misma pregunta después de leer esta historia ya sabe por qué no se ha continuado el milagroso portento hasta nuestros días.

I

—¿Veis ése de la capa roja y la pluma blanca en el fieltro, que parece que trae sobre su justillo todo el oro de los galeones de Indias; aquel que baja en este momento de su litera para dar la mano a esa otra señora, que después de dejar la suya se adelanta hacia aquí, precedida de cuatro pajes con hachas? Pues ése es el marqués de Moscoso, galán de la condesa viuda de Villapineda. Se dice que antes de poner sus ojos sobre esta dama había pedido en matrimonio a la hija de un opulento señor; mas el padre de la doncella, de quien se murmura que es un poco avaro... Pero, ¡calle!, en hablando del ruin de Roma, cátale aquí que asoma. ¿Veis aquél que viene por debajo del arco de San Felipe, a pie, embozado en una capa obscura, y precedido de un solo criado con una linterna? Ahora llega frente al retablo.


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16 págs. / 28 minutos / 2.150 visitas.

Publicado el 7 de julio de 2016 por Edu Robsy.

A Cadena Perpetua

Alejandro Larrubiera


Cuento


Veinte años hacía que no sabíamos palabra uno del otro; así es que al encontrarnos la otra mañana en plena Puerta del Sol, ambos nos quedamos un momento indecisos, cambiando una mirada de alegría y de sorpresa.

Previo un abrazo muy fuerte, Quintín Páramo exclamó:

—¡Estás desconocido!...

—¡Pues lo que es tú!...

—¡No me hables!... Yo estoy hecho un carcamal.

—¡No exageres!... Á los cuarenta años aún podemos decir que nos encontramos en la flor de la vida.

—Una flor que empieza á amustiarse y que ya ha dado todo su aroma —suspiró Quintín melancólicamente.

Entrelazó su brazo al mío, y prosiguió con el hablar pintoresco, que es la característica de su lenguaje:

—¡Bendigamos á la Providencia por nuestro feliz encuentro y celebrémosle hartándonos de bazofia en cualquier «restaurant» baratito... el que tú quieras: en todos ellos dan de comer pechuga de pollo fósil... Mi amistad te brindaría con Lhardy... Pero, odio á este famoso halagador de estómagos bien relacionados con el bolsillo... Figúrate que toda mi vida me he dicho: «¿Cuándo comeré yo en casa de ese hombre?...» Y nunca he comido en ella, ni comeré... Es una de tantas ilusiones forjadas por la loca de la casa, que en mí es más loca que en nadie, pues sólo sabe fabricar quimeras...

—Menos ésta, que puede trocarse en realidad... Vamos á Lhardy.

—¡Gracias, alma generosa!... Pero no acepto el sacrificio, porque de entrar yo en Lhardy ha de ser como Lúculo en su casa.


* * *


Habíamos almorzado; el vaho del Moka fundíase con el humo de nuestros cigarros.

Era llegado el momento de las confidencias.

Quintín hablaba:


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Dominio público
5 págs. / 8 minutos / 447 visitas.

Publicado el 18 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Arte Nuevo de Hacer Comedias

Lope de Vega Carpio


Poesía, Crítica, Teatro


El arte nuevo de hacer comedias en este tiempo

Dirigido a la Academia de Madrid

Mándanme, ingenios nobles, flor de España,
que en esta junta y Academia insigne,
en breve tiempo excederéis no sólo
a las de Italia, que envidiando a Grecia,
ilustró Cicerón del mismo nombre
junto al Averno lago, sino Atenas,
adonde en su platónico Liceo,
se vio tan alta junta de filósofos,
que un arte de comedias os escriba
que al estilo del vulgo se reciba.

Fácil parece este sujeto, y fácil
fuera para cualquiera de vosotros
que ha escrito menos de ellas, y más sabe
del arte de escribirlas y de todo,
que lo que a mí me daña en esta parte
es haberlas escrito sin el arte.

No porque yo ignorase los preceptos,
gracias a Dios, que ya Tirón gramático
pasé los libros que trataban de esto
antes que hubiese visto al sol diez veces
discurrir desde el Aries a los Peces.
Mas porque en fin, hallé que las comedias
estaban en España en aquel tiempo,
no como sus primeros inventores
pensaron que en el mundo se escribieran,
mas como las trataron muchos bárbaros
que enseñaron el vulgo a sus rudezas.

Y así introdujeron de tal modo
que quien con arte agora las escribe
muere sin fama y galardón, que puede
entre los que carecen de su lumbre
mas que razón y fuerza la costumbre.


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7 págs. / 13 minutos / 731 visitas.

Publicado el 20 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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