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El Abanico de Lady Windermere

Oscar Wilde


Teatro, comedia


Comedia en torno a una mujer buena

A la memoria querida de Roberto, conde de Lytton, con afecto y admiración.

Personajes

LORD WINDERMERE.
LORD DARLINGTON.
LORD AUGUSTO LORTON.
MISTER DUMBY.
MISTER CECILIO GRAHAM.
MISTER HOPPER.
PARKER, mayordomo.
LADY WINDERMERE.
DUQUESA DE BERWICK.
LADY AGATA CARLISLE.
LADY PLYMDALE.
LADY STUTFIELD.
LADY JEDBURGH.
MISTRESS COWPER-COWPER.
MISTRESS ERLYNNE.
ROSALIA, doncella.

Época, la actual. Lugar de la acción, Londres, desarrollándose dentro de las veinticuatro horas, comenzando un jueves a las cinco de la tarde y terminando al día siguiente, a la una y media de la tarde.

Acto Primero

Gabinete de confianza en la casa de lord Windermere, en Carlton. Puertas en el centro y a la derecha. Mesa de despacho, con libros y papeles, a la derecha. Sofá, con mesita de té, a la izquierda. Puerta balcón, que se abre sobre la terraza, a la izquierda. Mesa, a la derecha.

LADY WINDERMERE está ante la mesa de la derecha arreglando unas rosas en un búcaro azul. Entra PARKER.

PARKER.— ¿Está su señoría en casa esta tarde?

LADY WINDERMERE.— ¿Quién ha venido?

PARKER.— Lord Darlington, señora.

LADY WINDERMERE (Titubea un momento.).— Que pase... Y estoy en casa para todos los que vengan.

PARKER.— Bien, señora.

(Sale por el centro.)

LADY WINDERMERE.— Prefiero verle antes de esta noche. Me alegro de que haya venido, (Entra PARKER por el centro.)

PARKER.— Lord Darlington.

(Entra LORD DARLINGTON por el centro. Vase PARKER.)

LORD DARLINGTON.— ¿Cómo está usted, lady Windermere?

LADY WINDERMERE.— ¿Cómo está usted, lord Darlington? No, no puedo darle la mano. Mis manos están todas mojadas con estas rosas. ¿No son hermosas? Han llegado de Selby esta mañana.


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Dominio público
63 págs. / 1 hora, 50 minutos / 820 visitas.

Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Alambre de Púa

Horacio Quiroga


Cuento


Durante quince días el alazán había buscado en vano la senda por donde su compañero se escapaba del potrero. El formidable cerco, de capuera—desmonte que ha rebrotado inextricable—no permitía paso ni aún a la cabeza del caballo. Evidentemente, no era por allí por donde el malacara pasaba.

Ahora recorría de nuevo la chacra, trotando inquieto con la cabeza alerta. De la profundidad del monte, el malacara respondía a los relinchos vibrantes de su compañero, con los suyos cortos y rápidos, en que había sin duda una fraternal promesa de abundante comida. Lo más irritante para el alazán era que el malacara reaparecía dos o tres veces en el día para beber. Prometíase aquél entonces no abandonar un instante a su compañero, y durante algunas horas, en efecto, la pareja pastaba en admirable conserva. Pero de pronto el malacara, con su soga a rastra, se internaba en el chircal, y cuando el alazán, al darse cuenta de su soledad, se lanzaba en su persecución, hallaba el monte inextricable. Esto sí, de adentro, muy cerca aún, el maligno malacara respondía a sus desesperados relinchos, con un relinchillo a boca llena.

Hasta que esa mañana el viejo alazán halló la brecha muy sencillamente: Cruzando por frente al chircal que desde el monte avanzaba cincuenta metros en el campo, vió un vago sendero que lo condujo en perfecta línea oblicua al monte. Allí estaba el malacara, deshojando árboles.


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Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 742 visitas.

Publicado el 28 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Arte y la Revolución

César Vallejo


Ensayo, arte, política


Función revolucionaria del pensamiento

La confusión es fenómeno de carácter orgánico y permanente en la sociedad burguesa. La confusión se densifica más cuando se trata de problemas confusos ya por los propios términos históricos de su enunciado. Esto último ocurre con el problema, flamante y, a la vez, viejo, de los deberes del intelectual ante la revolución. Es ya intrincado este problema tal como lo plantea el materialismo histórico. Al ser formulado o simplemente esbozado por los intelectuales burgueses, toma el aspecto de un caos insoluble.

Empecemos recordando el principio que atribuye al pensamiento una naturaleza y una función exclusivamente finalistas. Nada se piensa ni se concibe, sino con el fin de encontrar los medios de servir a necesidades e intereses precisos de la vida. La psicología tradicional, que veía en el pensamiento un simple instrumento de contemplación pura, desinteresada y sin propósito concreto de subvenir a una necesidad, también concreta, de la vida, ha sido radicalmente derogada. La inflexión finalista de todos los actos del pensamiento, es un hecho de absoluto rigor científico, cuya vigencia para la elaboración de la historia, se afirma más y más en la explicación moderna del espíritu.

Hasta la metafísica y la filosofía a base de fórmulas algebraicas, de puras categorías lógicas, sirven, subconscientemente, a intereses y necesidades concretas, aunque «refoulés», del filósofo, relativas a su clase social, a su individuo o a la humanidad. Lo mismo acontece a los demás intelectuales y artistas llamados «puros». La poesía «pura» de Paul Valéry, la pintura «pura» de Gris, la música «pura» de Schoenberg, —bajo un aparente alejamiento de los intereses, realidades y formas concretas de la vida— sirven, en el fondo, y subconscientemente, a estas realidades, a tales intereses y a cuales formas.


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Dominio público
63 págs. / 1 hora, 51 minutos / 1.527 visitas.

Publicado el 11 de abril de 2020 por Edu Robsy.

El Banquero Anarquista

Fernando Pessoa


Cuento


Habíamos concluido de cenar. Frente a mí, el banquero, mi amigo, gran comerciante y acaparador notable, fumaba como quien no piensa. La conversación, que había ido apagándose, yacía muerta entre nosotros. Intenté reanimarla, al azar, sirviéndome de una idea que me pasó por el pensamiento. Me di vuelta hacia él, sonriendo.

—Es verdad: me dijeron hace días que ud. en sus tiempos fue anarquista…

—Fui, no: fui y soy. No cambié con respecto a eso. Soy anarquista.

—¡Ésa sí que es buena! ¡Usted anarquista! ¿En qué es ud. anarquista?… Sólo si ud. le da a la palabra cualquier sentido diferente…

—¿Del habitual? No; no se lo doy. Empleo la palabra en el sentido habitual.

—¿Quiere ud. decir, entonces, que es anarquista exactamente en el mismo sentido en que son anarquistas esos tipos de las organizaciones obreras? ¿Entonces entre ud. y esos tipos de la bomba y de los sindicatos no hay ninguna diferencia?

—Diferencia, diferencia, hay. Evidentemente que hay diferencia. Pero no es la que ud. cree. ¿Ud. duda quizás de que mis teorías sociales no sean iguales a las de ellos?…

—¡Ah, ya me doy cuenta! Ud., en cuanto a las teorías, es anarquista; en cuanto a la práctica…

—En cuanto a la práctica soy tan anarquista como en cuanto a las teorías. Y en la práctica soy más, mucho más anarquista que esos tipos que ud. citó. Toda mi vida lo demuestra.

—¿¡Qué!?

—Toda mi vida lo demuestra, hijo. Ud. es el que nunca prestó a estas cosas una atención lúcida. Por eso le parece que estoy diciendo una burrada, o si no, que estoy jugándole una broma.

—¡Pero, hombre, yo no entiendo nada!… A no ser… , a no ser que ud. juzgue su vida disolvente y antisocial y le dé ese sentido al anarquismo…

—Ya le dije que no; esto es, ya le dije que no doy a la palabra anarquismo un sentido diferente del habitual.


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Dominio público
37 págs. / 1 hora, 4 minutos / 717 visitas.

Publicado el 2 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Camino Hacia el Sol

Abraham Valdelomar


Cuento


Se ve al final de esta leyenda señorear sobre las momias sepultas la serenidad; e intervienen en su desarrollo, cosas inefables e infinitas: la Fe, el Amor, el Mar, el Crepúsculo y la Muerte dueña y señora de todo lo que existe y anima.

I

Cuando Sumaj, con esa reposada placidez que da el descanso de una labor tenaz, cantando un airecillo dulce volvía a la ciudad, desde la tierra que le fuera acordada para su matrimonio con Inquill; declinaba el Sol. Cruzábase en el camino a cada instante con los labradores que, como él, tomaban de la faena agreste, apartábanse un poco, inclinaban la cabeza, y decíanle en tono respetuoso:

–Viracochay...

Así llegó a la ciudad y a la calle del Oro que descendiendo, estrecha y recta, iba a terminar en la plaza del Sol. Desde allí se dominaba la población, y Sumaj pudo ver un espectáculo inusitado en el Imperio. Una muchedumbre, en la cual distinguía trajes de todos los linajes, invadía la Intipampa. Algo grave debía ocurrir. Apuró el paso, y al desembocar en la plaza un clamor se elevó en todos los labios y todos los ojos se fijaron en la calle del Norte, donde apareció la figura de un chasqui, que avanzaba de prisa.

–¡Otro Chasqui! ¡Otro Chasqui!


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Dominio público
16 págs. / 29 minutos / 514 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

El Caudillo

Roberto Payró


Cuento


Don Ignacio era el hombre de la oposición en Pago Chico. Las autoridades lo miraban como su bestia negra, y el pueblo, siempre descontento, tenía puestas en él sus esperanzas, seguíalo en todas sus empresas políticas, le daba a defender sus intereses.

Sin don Ignacio, Pago Chico hubiera sido un cementerio de vivos; con él, siquiera se ejercía el derecho del pataleo.

No era don Ignacio muy largo, pero alguno de sus correligionarios hallaba modo de lograrle préstamos y donativos, ya para sus necesidades personales, ya para lo mismo, pero bajo el pretexto de gastos de propaganda. Él se sometía refunfuñando, pues, ¿cómo ser jefe de partido si se comienza por descontentar a los partidarios? Pero apuntaba... Su viejo cuaderno de notas, tenía páginas como ésta:


PESOS Prestado al gordo, que está sin trabajo .................... 5'00 A Juan para la copa ........................................ 0'20 Un letrero y una bandera para el comité ................... 15'50 A la china Dominga para que haga venir a sus hijas a la inscripción ...............................25'00 Una docena de bombas ....................................... 6'00
 

Sumaba cuidadosamente don Ignacio estas partidas, que en tres años de oposición a todo trance habían alcanzado a formar una gruesa suma —cuatro o cinco mil pesos—, y no examinaba su cuaderno sin lanzar un suspiro y sumirse en profunda meditación.

—¿Quién pagará estas misas? —se decía.

O, conversando con sus tenientes, hablaba de la patria, de los deberes del ciudadano, de los sacrificios que hay que hacer en pro de la libertad, de la abnegación que exigen los partidos de principios, para terminar diciendo:

—Yo soy el pavo de la boda.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 358 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Clavo

Pedro Antonio de Alarcón


Novela corta


I. El número 1

Lo que más ardientemente desea todo el que pone el pie en el estribo de una diligencia para emprender un largo viaje, es que los compañeros de departamento que le toquen en suerte sean de amena conversación y, tengan sus mismos gustos, sus mismos vicios, pocas impertinencias, buena educación y una franqueza que no raye en familiaridad.

Porque, como ya han dicho y demostrado Larra, Kock, Soulié y otros escritores de costumbres, es asunto muy serio esa improvisada e íntima reunión de dos o más personas que nunca se han visto, ni quizá han de volver a verse sobre la tierra, y destinadas, sin embargo, por un capricho del azar, a codearse dos o tres días, a almorzar, comer y cenar juntas, a dormir una encima de otra, a manifestarse, en fin, recíprocamente con ese abandono y confianza que no concedemos ni aun a nuestros mayores amigos; esto es, con los hábitos y flaquezas de casa y de familia.

Al abrir la portezuela acuden tumultuosos temores a la imaginación. Una vieja con asma, un fumador de mal tabaco, una fea que no tolere el humo del bueno, una nodriza que se maree de ir en carruaje, angelitos que lloren y demás, un hombre grave que ronque, una venerable matrona que ocupe asiento y medio, un inglés que no hable el español (supongo que vosotros no habláis el inglés), tales son, entre otros, los tipos que teméis encontrar.

Alguna vez acariciáis la dulce esperanza de hallaros con una hermosa compañera de viaje; por ejemplo, con una viudita de veinte a treinta años (y aún de treinta y seis) con quien sobrellevar a medias las molestias del camino; pero no bien os ha sonreído esta idea, cuando os apresuráis a desecharla melancólicamente, considerando que tal ventura sería demasiada para un simple mortal en este valle de lágrimas y despropósitos.


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Dominio público
37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 988 visitas.

Publicado el 22 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.

El Combate de la Tapera

Eduardo Acevedo Díaz


Cuento


I

Era después del desastre del Catalán, más de setenta años hace.

Un tenue resplandor en el horizonte quedaba apenas de la luz del día.

La marcha había sido dura, sin descanso.

Por las narices de los caballos sudorosos escapaban haces de vapores, y se hundían y dilataban alternativamente sus ijares como si fuera poco todo el aire para calmar el ansia de los pulmones.

Algunos de estos generosos brutos presentaban heridas anchas en los cuellos y pechos, que eran desgarraduras hechas por la lanza o el sable.

En los colgajos de piel había salpicado el lodo de los arroyos y pantanos, estancando la sangre.

Parecían jamelgos de lidia, embestidos y maltratados por los toros. Dos o tres cargaban con un hombre a grupas, además de los jinetes, enseñando en los cuartos uno que otro surco rojizo, especie de líneas trazadas por un látigo de acero, que eran huellas recientes de las balas recibidas en la fuga.

Otros tantos, parecían ya desplomarse bajo el peso de su carga, e íbanse quedando a retaguardia con las cabezas gachas, insensibles a la espuela.

Viendo esto el sargento Sanabria gritó con voz pujante:

-¡Alto!

El destacamento se paró.

Se componía de quince hombres y dos mujeres; hombres fornidos, cabelludos, taciturnos y bravíos; mujeres-dragones de vincha, sable corvo y pie desnudo.

Dos grandes mastines con las colas barrosas y las lenguas colgantes, hipaban bajo el vientre de los caballos, puestos los ojos en el paisaje oscuro y siniestro del fondo de donde venían, cual si sintiesen todavía el calor de la pólvora y el clamoreo de guerra.

Allí cerca, al frente, percibíase una "tapera" entre las sombras. Dos paredes de barro batido sobre "tacuaras" horizontales, agujereadas y en parte derruidas; las testeras, como el techo, habían desaparecido.


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Dominio público
11 págs. / 19 minutos / 263 visitas.

Publicado el 6 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

El Comulgatorio

Baltasar Gracián


Tratado, Religión


Al lector

Entre varios libros que se me han prohijado, éste sólo reconozco por mío, digo legítimo, sirviendo esta vez al afecto más que al ingenio. Hice voto en un peligro de la vida de servir al Autor de ella con este átomo, y lo cumplo delante todo su pueblo, pues se estampa brindando a las devotas almas con el cáliz de la salud eterna. Llámole El Comulgatorio, empeñándole en que te acompañe siempre que vayas a comulgar, y tan manual, que le pueda llevar cualquiera o en el seno o en la manga. Van alternadas las consideraciones sacadas del Testamento Viejo con las del Nuevo, para la variedad y la autoridad; y en cada una el primer punto sirve a la preparación; el segundo, a la Comunión; el tercero, para sacar los frutos, y el cuarto, para dar gracias. El estilo es el que pide el tiempo. No cito los lugares de la Sagrada Escritura, porque para los doctos fuera superfluo y para los demás prolijo. Si este te acertare el gusto, te ofrezco otro de oro, pues de la preciosa muerte del justo, con afectuosos coloquios, provechosas consideraciones y devotas oraciones para aquel trance. Meditaciones varias para antes y después de la Sagrada Comunión

Meditación I

De la plenitud de gracia con que la Madre de Dios fue prevenida para hospedar al Verbo Eterno. Primer ejemplar de una perfecta Comunión

Punto 1.º

Para antes de comulgar


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Dominio público
133 págs. / 3 horas, 53 minutos / 891 visitas.

Publicado el 18 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.

El Corazón Perdido

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Yendo una tardecita de paseo por las calles de la ciudad, vi en el suelo un objeto rojo; me bajé: era un sangriento y vivo corazón que recogí cuidadosamente. «Debe de habérsele perdido a alguna mujer», pensé al observar la blancura y delicadeza de la tierna víscera, que, al contacto de mis dedos, palpitaba como si estuviese dentro del pecho de su dueño. Lo envolví con esmero dentro de un blanco paño, lo abrigué, lo escondí bajo mi ropa, y me dediqué a averiguar quién era la mujer que había perdido el corazón en la calle. Para indagar mejor, adquirí unos maravillosos anteojos que permitían ver, al través del corpiño, de la ropa interior, de la carne y de las costillas —como por esos relicarios que son el busto de una santa y tienen en el pecho una ventanita de cristal—, el lugar que ocupa el corazón.

Apenas me hube calado mis anteojos mágicos, miré ansiosamente a la primera mujer que pasaba, y ¡oh asombro!, la mujer no tenía corazón. Ella debía de ser, sin duda, la propietaria de mi hallazgo. Lo raro fue que, al decirle yo cómo había encontrado su corazón y lo conservaba a sus órdenes de si gustaba recogerlo, la mujer, indignada, juró y perjuró que no había perdido cosa alguna; que su corazón estaba donde solía y que lo sentía perfectamente pulsar, recibir y expeler la sangre. En vista de la terquedad de la mujer, la dejé y me volví hacia otra, joven, linda, seductora, alegre. ¡Dios santo! En su blanco pecho vi la misma oquedad, el mismo agujero rosado, sin nada allá dentro, nada, nada. ¡Tampoco ésta tenía corazón! Y cuando le ofrecí respetuosamente el que yo llevaba guardadito, menos aún lo quiso admitir, alegando que era ofenderla de un modo grave suponer que, o le faltaba el corazón, o era tan descuidada que había podido perderlo así en la vía pública sin que lo advirtiese.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 592 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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