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La Casa Vieja

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Había en una callejuela una casa muy vieja, muy vieja; tenía casi trescientos años, según podía leerse en las vigas, en las que estaba escrito el año, en cifras talladas sobre una guirnalda de tulipanes y hojas de lúpulo. Había también versos escritos en el estilo de los tiempos pasados, y sobre cada una de las ventanas en la viga, se veía esculpida una cara grotesca, a modo de caricatura. Cada piso sobresalía mucho del inferior, y bajo el tejado habían puesto una gotera con cabeza de dragón; el agua de lluvia salía por sus fauces, pero también por su barriga, pues la canal tenía un agujero.

Todas las otras casas de la calle eran nuevas y bonitas, con grandes cristales en las ventanas y paredes lisas; bien se veía que nada querían tener en común con la vieja, y seguramente pensaban:

«¿Hasta cuándo seguirá este viejo armatoste, para vergüenza de la calle? Además, el balcón sobresale de tal modo que desde nuestras ventanas nadie puede ver lo que pasa allí. La escalera es ancha como la de un palacio y alta como la de un campanario. La barandilla de hierro parece la puerta de un panteón, y además tiene pomos de latón. ¡Se habrá visto!».


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8 págs. / 15 minutos / 258 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Cuento de Nochebuena

Rubén Darío


Cuento


El hermano Longinos de Santa María era la perla del convento. Perla es decir poco, para el caso; era un estuche, una riqueza, un algo incomparable e inencontrable: lo mismo ayudaba al docto fray Benito en sus copias, distinguiéndose en ornar de mayúsculas los manuscritos, como en la cocina hacía exhalar suaves olores a la fritanga permitida después del tiempo de ayuno; así servía de sacristán, como cultivaba las legumbres del huerto; y en maitines o vísperas, su hermosa voz de sochantre resonaba armoniosamente bajo la techumbre de la capilla. Mas su mayor mérito consistía en su maravilloso don musical; en sus manos, en sus ilustres manos de organista. Ninguno entre toda la comunidad conocía como él aquel sonoro instrumento del cual hacía brotar las notas como bandadas de aves melodiosas; ninguno como él acompañaba, como poseído por un celestial espíritu, las prosas y los himnos, y las voces sagradas del canto llano. Su eminencia el cardenal —que había visitado el convento en un día inolvidable— había bendecido al hermano, primero, abrazádole enseguida, y por último díchole una elogiosa frase latina, después de oírle tocar. Todo lo que en el hermano Longinos resaltaba, estaba iluminado por la más amable sencillez y la más inocente alegría. Cuando estaba en alguna labor, tenía siempre un himno en los labios, como sus hermanos los pajaritos de Dios. Y cuando volvía, con su alforja llena de limosnas, taloneando a la borrica, sudoroso bajo el sol, en su cara se veía un tan dulce resplandor de jovialidad, que los campesinos salían a las puertas de sus casas, saludándole, llamándole hacia ellos: "¡Eh!, venid acá, hermano Longinos, y tomaréis un buen vaso..." Su cara la podéis ver en una tabla que se conserva en la abadía; bajo una frente noble dos ojos humildes y oscuros, la nariz un tantico levantada, en una ingenua expresión de picardía infantil, y en la boca entreabierta, la más bondadosa de las sonrisas.


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4 págs. / 8 minutos / 527 visitas.

Publicado el 20 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Las Tinieblas

Leónidas Andréiev


Cuento


I

Hasta entonces habı́a tenido suerte en todo lo que habı́a hecho; pero aquellos últimos dı́as le habı́an sido más que desfavorables, hostiles. Como hombre cuya vida entera parecı́a un juego de azar muy peligroso, conocı́a bien estos bruscos cambios de la fortuna y sabı́a aceptarlos con calma: la puesta en este juego era la vida, su propia vida y la de los demás, y gracias a esto habı́a aprendido a estar siempre alerta, a darse cuenta rápidamente de la situación y a calcular con sangre fría.

Esta vez tenı́a también que obrar con astucia. Un azar cualquiera, una de esas casualidades pequeñas, que no se pueden prever siempre, habı́a puesto la policı́a sobre su pista. Hacı́a dos dı́as que él, terrorista y lanzador de bombas tan conocido, se veı́a perseguido incesantemente por espı́as que le encerraban en un cerco estrecho y apretado. No podı́a hallar un asilo en los cı́rculos donde se conspiraba porque serı́a descubierto por los espı́as.

No podı́a andar más que por determinadas calles y avenidas; pero las cuarenta y ocho horas que llevaba sin dormir, constantemente en guardia, le habı́an fatigado de tal modo que temı́a otro peligro:

podı́a quedarse dormido en cualquier parte, sobre un banco, en una calle, hasta en un coche y ser conducido a un puesto de policı́a de la manera más estúpida, como un simple borracho. Era martes. A los dos dı́as, el jueves, tenı́a que realizar un acto terrorista muy importante. Todo el comité venı́a haciendo desde largo tiempo preparativos para el asesinato y se le habı́a conferido precisamente a él el «honor» de arrojar aquella última bomba. Ası́, pues, era preciso, costara lo que costase, no dejarse detener hasta aquel día.


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Dominio público
54 págs. / 1 hora, 35 minutos / 328 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Gallito de Cresta de Oro

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Un viejo matrimonio era tan pobre que con gran frecuencia no tenía ni un mendrugo de pan que llevarse a la boca.

Un día se fueron al bosque a recoger bellotas y traerlas a casa para tener con qué satisfacer su hambre.

Mientras comían, a la anciana se le cayó una bellota a la cueva de la cabaña; la bellota germinó y poco tiempo después asomaba una ramita por entre las tablas del suelo. La mujer lo notó y dijo a su marido:

—Oye, es menester que quites una tabla del piso para que la encina pueda seguir creciendo y, cuando sea grande, tengamos bellotas en casa sin necesidad de ir a buscarlas al bosque.

El anciano hizo un agujero en las tablas del suelo y el árbol siguió creciendo rápidamente hasta que llegó al techo. Entonces el viejo quitó el tejado y la encina siguió creciendo, creciendo, hasta que llegó al mismísimo cielo.

Habiéndose acabado las bellotas que habían traído del bosque, el anciano cogió un saco y empezó a subir por la encina; tanto subió, que al fin se encontró en el cielo. Llevaba ya un rato paseándose por allí cuando percibió un gallito de cresta de oro, al lado del cual se hallaban unas pequeñas muelas de molino.

Sin pararse a pensar más, el anciano cogió el gallo y las muelas y bajó por la encina a su cabaña. Una vez allí, dijo a su mujer:

—¡Oye, mi vieja! ¿Qué podríamos comer?

—Espera —le contestó ésta—; voy a ver cómo trabajan estas muelas.

Las cogió y se puso a hacer como que molía, y en el acto empezaron a salir flanes y pasteles en tal abundancia que no tenía tiempo de recogerlos. Los ancianos se pusieron muy contentos, y cenaron suculentamente.

Un día pasaba por allí un noble y entró en la cabaña.

—Buenos viejos, ¿no podrían darme algo de comer?

—¿Qué quieres que te demos? ¿Quieres flanes y pasteles? —le dijo la anciana.

Y tomando las muelas se puso a moler, y en seguida salieron en montón flanes y pastelillos.


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2 págs. / 3 minutos / 278 visitas.

Publicado el 12 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Hombre Bueno y el Hombre Malo

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Una vez hablaban entre sí dos campesinos pobres; uno de ellos vivía a fuerza de mentiras, y cuando se le presentaba la ocasión de robar algo no la desperdiciaba nunca; en cambio, el otro, temeroso de Dios y de estrecha conciencia, se esforzaba por vivir con el modesto fruto de su honrado trabajo. En su conversación, empezaron a discutir; el primero quería convencer al otro de que se vive mucho mejor atendiendo sólo a la propia conveniencia, sin pararse en delito más o menos; pero el otro le refutaba, diciendo:

—De ese modo no se puede vivir siempre; tarde o temprano llega el castigo. Es mejor vivir honradamente aunque se padezca miseria.

Discutieron mucho, pues ninguno de los dos quería ceder en su opinión, y al fin decidieron ir por el camino real y preguntar su parecer a los que pasasen.

Iban andando cuando encontraron a un labrador que estaba labrando el campo; se acercaron a él y le dijeron:

—Dios te ayude, amigo. Dinos tu opinión acerca de una discusión que tenemos. ¿Cómo crees que hay que vivir, honradamente o inicuamente?

—Es imposible vivir honradamente —les contestó el campesino—; es más fácil vivir inicuamente. El hombre honrado no tiene camisa que ponerse, mientras que la iniquidad lleva botas de montar. Ya ven: nosotros los campesinos tenemos que trabajar todos los días para nuestro señor, y en cambio no tenemos tiempo para trabajar para nosotros mismos. Algunas veces tenemos que fingirnos enfermos para poder ir al bosque a coger la leña que nos hace falta, y aun esto hay que hacerlo de noche porque es cosa prohibida.

—Ya ves —dijo el Hombre Malo al Bueno—: mi opinión es la verdadera.

Continuaron el camino, anduvieron un rato y encontraron a un comerciante que iba en su trineo.

—Párate un momento y permítenos una pregunta: ¿Cómo es mejor vivir, honradamente o inicuamente?


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5 págs. / 10 minutos / 682 visitas.

Publicado el 12 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Fomá Berénnikov

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Érase una anciana que vivía con su hijo Fomá Berénnikov. Un día el hijo se fue a labrar al campo; su caballo era un rocín flaco y débil, y el pobre Fomá, desesperando de hacerle trabajar, se sentó en una piedra.

Las moscas zumbaban volando sobre un montón de basura, y Fomá, cogiendo una rama seca, les pegó y se puso a contar cuántas había matado. Contó hasta quinientas, y aun había muchas más, que no pudo contar porque se cansó. Luego acercose a su rocín y vio hasta una docena de tábanos que lo picaban; los mató también, y volviendo a su casa pidió a su madre la bendición, diciéndole:

—He matado tal cantidad de enemigos, que ni siquiera se pueden contar, y entre ellos había doce guerreros valientes; déjame, madre mía, ir a realizar hazañas dignas de un hombre valeroso, pues no conviene a un hombre como yo seguir labrando la tierra: quédese eso para un campesino y no para un héroe.

La madre le dio la bendición y lo dejó ir a realizar sus valerosas proezas.

Fomá Berénnikov se colgó sobre los hombros una alforja, se sujetó a la faja una vieja hoz y se dirigió por un camino desconocido hasta llegar a un sitio donde estaba clavado un poste en el suelo.

Buscó en sus bolsillos, sacó un pedazo de yeso y escribió en el poste:

«Pasó por aquí el valiente Fomá Berénnikov, que de un golpe mató una multitud de enemigos, y entre ellos doce guerreros valerosos.»

Una vez escrito esto, siguió su camino. Poco rato después pasó por el mismo sitio Ilia Murometz; se acercó al poste, leyó la inscripción y dijo:

—¡Cómo se echa de ver en este letrero la naturaleza y el carácter de un hombre valeroso! ¡No gasta ni oro ni plata; sólo usa yeso!

Y escribió en el poste con un pedazo de plata:

«Tras Fomá Berénnikov pasó por aquí el valiente Ilia Murometz.»

Siguió por el camino, y alcanzando a Fomá Berénnikov, le preguntó respetuosamente:


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4 págs. / 7 minutos / 82 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Invernada de los Animales

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Un toro que pasaba por un bosque se encontró con un cordero.

—¿Adónde vas, Cordero? —le preguntó.

—Busco un refugio para resguardarme del frío en el invierno que se aproxima —contestó el Cordero.

—Pues vamos juntos en su busca.

Continuaron andando los dos y se encontraron con un cerdo.

—¿Adónde vas, Cerdo? —preguntó el Toro.

—Busco un refugio para el crudo invierno —contestó el Cerdo.

—Pues ven con nosotros.

Siguieron andando los tres y a poco se les acercó un ganso.

—¿Adónde vas, Ganso? —le preguntó el Toro.

—Voy buscando un refugio para el invierno —contestó el Ganso.

—Pues síguenos.

Y el ganso continuó con ellos. Anduvieron un ratito y tropezaron con un gallo.

—¿Adónde vas, Gallo? —le preguntó el Toro.

—Busco un refugio para invernar —contestó el Gallo.

—Pues todos buscamos lo mismo. Síguenos —repuso el Toro.

Y juntos los cinco siguieron el camino, hablando entre sí.

—¿Qué haremos? El invierno está empezando y ya se sienten los primeros fríos. ¿Dónde encontraremos un albergue para todos?

Entonces el Toro les propuso:

—Mi parecer es que hay que construir una cabaña, porque si no, es seguro que nos helaremos en la primera noche fría. Si trabajamos todos, pronto la veremos hecha.

Pero el Cordero repuso:

—Yo tengo un abrigo muy calentito. ¡Miren qué lana! Podré invernar sin necesidad de cabaña.

El Cerdo dijo a su vez:

—A mí el frío no me preocupa; me esconderé entre la tierra y no necesitaré otro refugio.

El Ganso dijo:

—Pues yo me sentaré entre las ramas de un abeto, un ala me servirá de cama y la otra de manta, y no habrá frío capaz de molestarme; no necesito, pues, trabajar en la cabaña.

El Gallo exclamó:


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3 págs. / 5 minutos / 122 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Arquitectura Árabe en Toledo

Gustavo Adolfo Bécquer


Historia, Arquitectura, Arte


Llevando en una mano el Corán y en la otra la espada, los hijos de Ismael habían ya recorrido una gran parte del mundo. Merced á la sangrienta persecución de estos guerreros apóstoles del falso profeta, el Oriente comenzaba á constituirse en un gran pueblo, y el Asia y el África se unían por medio del lazo de las creencias, santificado con el sello de las victorias, cuando la traición abrió nuestra Península á las huestes de Tarif y la monarquía gótica cayó derrocada en las orillas del Guadalete con su último rey.

Acostumbrados á vencer, los árabes no tardaron mucho en posesionarse de casi todo el reino. Como es indudable que á sus conquistas presidía un gran pensamiento, el exterminio no siguió de cerca á sus victorias: las ventajosas condiciones con que aceptaron la rendición de un gran número de ciudades, los privilegies en el goce de los cuales dejaron á sus cristianos, prueban claramente que antes trataban de consolidar que de destruir, y que al emprender sus aventuradas expediciones, no les impulsaba sólo una sed de combates sin fruto y de triunfos efímeros. La historia de los grandes conquistadores de todas las épocas ofrece muy raros ejemplos de estas elevadas máximas de sabiduría, puestas en acción por los árabes en la larga carrera de sus victorias.

Dueños, pues, de casi toda la Península ibérica, y calmada la sed de luchas y de dominios que agitó el espíritu guerrero de aquellas razas ardientes, salidas de entre las abrasadoras arenas del Desierto, las diversas ideas de civilización y de adelanto, rico botín de la inteligencia que habían recogido en su marcha triunfal á través de las antiguas naciones, comenzaron á fundirse en su imaginación en un solo pensamiento regenerador.


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7 págs. / 13 minutos / 622 visitas.

Publicado el 19 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Fanfarlo

Charles Baudelaire


Novela


Samuel Cramer, que en otros tiempos había firmado bajo el nombre de Manuela de Monteverde varias locuras románticas —en los buenos tiempos del Romanticismo—, es el producto contradictorio entre un pálido alemán y una chilena mulata. Añada a este doble origen una educación francesa y una cultura literaria, y quedará usted menos sorprendido —ya que no satisfecho y edificado— de las complicadas rarezas de este carácter. Samuel tiene la frente pura y noble, los ojos brillantes como gotas de café, la nariz grosera y burlona, los labios impúdicos y sensuales, el mentón cuadrado y déspota, y la cabellera pretenciosamente rafaelesca. Es a la vez un gran holgazán, un triste ambicioso y un ilustre infeliz; ya que en toda su vida no ha tenido más que ideas a medias. El sol de la pereza que resplandece sin cesar en su interior, vaporiza y consume aquella mitad de genio con que el cielo lo ha dotado. Entre todos los medio-grandes hombres que he conocido en esta terrible vida parisina, Samuel fue, más que cualquier otro, el hombre de las bellas obras fallidas; criatura fantástica y enfermiza, cuya poesía brilla más en su persona que en sus obras, y que, hacia la una de la mañana, entre el resplandor de un fuego de carbón y el tic-tac de un reloj, se me muestra siempre como el dios de la impotencia, dios moderno y hermafrodita, ¡impotencia tan colosal y enorme que torna épica!


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Dominio público
33 págs. / 59 minutos / 732 visitas.

Publicado el 19 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Fortuna de un Estudiante

Charles Dickens


Cuento


I

Aunque se ha hablado mucho de la sobriedad de los estómagos lacedemonios, de seguro que no hubieran podido resistir el sistema de alimentacion á que nos sujetaba el respetable doctor Glumpler en su colegio; de seguro que se hubieran insurreccionado.

Los vencedores de los persas requerian una comida, algo más nutritiva que los resíduos de grasa que se desprendian de los huesos de ternera con que nos obsequiaba el doctor; y por otra parte, si Jerges se hubiera limitado á alimentar á sus innumerables huestes con un poco de arroz hervido, como nos sucedía á nosotros, los vasallos que en sus extensos dominios contaba, no lo hubieran ensalzado hasta considerarle como un Dios.

Sin embargo, importa decir que bajo este punto de vista el colegio del doctor Glumper no se diferenciaba de otros muchos colegios, en donde los escolares de mi tiempo, hijos todos de muy buenas casas, seguían sus estudios, pero muriéndose de hambre. Es verdad que con lo que nos daban teníamos, á no dudarlo, lo suficiente para vivir, mas en comerlo estaba la dificultad. La comida, que nada tenía de buena al comienzo de la semana, al final de ésta se hacia irresistible; de modo que cuando llegaba el domingo, nos parecíamos á un grupo de jóvenes viajeros perdidos en las soledades del mar á quienes salva de una muerte próxima el feliz encuentro de un buque cargado de rosbeaf y de pudding: este buque era para nosotros lo que llamábamos la banasta de Hannah.

Hannah nos lavaba la ropa, y el sábado por la tarde, despues de la entrega de las prendas, iba invariablemente al jardin y allí, descubriendo su providencial banasta, sacaba á la luz una infinidad de golosinas que nos parecían excelentes; por su calidad y por lo módico de su precio.


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Dominio público
22 págs. / 39 minutos / 873 visitas.

Publicado el 21 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

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