Generalito Romero
era delgado y nervioso y recordaba vagamente al gallo de pelea. Tenía
ojos fieros y tras ellos ardía el amor a la Patria. A veces, cuando
tomaba de más, el amor se le escapaba por la boca y proclamaba sus
deseos de hacer un mundo mejor siguiendo unos planos urdidos por él
en noches de claro en claro.
La Sociologic
Research, benéfica empresa gringa, oyó aquellos cánticos
patrióticos y fue a ver a Generalito Romero en su cuartel. Si él
quería una Patria mejor y más moderna, la Sociologic Research
también, pero con condiciones: le permitirían hacer tantas
encuestas como quisiera.
Generalito Romeo,
hombre del pueblo pero no para el pueblo, disponía de la División
de Carros. ¿Qué tenía la Sociologic? Dinero y la seguridad de que
no habría un boicot internacional, porque algo debía ajustarse
antes de seguir hablando: Romero y Sociologic iban a hacer una
verdadera democracia. En aquella tierra de dos millones de almas
todos serían ricos y felices.
—¿Ricos? —dijo
Generalito, que consideraba que la riqueza corrompe las sanas
costumbres del pueblo.
—Es un decir: con
una mano se lo daremos y con la otra se lo tomaremos. Pagarán más
impuestos y comprarán las cosas más caras, pero serán ricos.
El objetivo de la
Sociologic Research era crear la réplica de un típico Estado de la
Unión: el mismo nivel de vida, las mismas costumbres, idéntica
comida, empaquetada en plástico, semejantes películas y canales de
televisión. También habría que meter la famosa religión
electrónica por TV.
Generalito Romero,
como futuro benefactor de la humanidad, no aprobaba el cambio de
credo. Los curas se le alborotarían.
—Bah, bah. —dijo
la Sociologic con calma— Se les enseña a desear más dinero, a
cantar en las iglesias y todo lo demás sirve. Ellos se seguirán
llamando católicos, pero serán protestantes.
—Si es así...
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