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El Milagro de la Diosa Durga

Emilia Pardo Bazán


Cuento


La historia religiosa y la civil y militar se encuentran tan íntimamente enlazadas en los pueblos antiguos de la India, que ni la crítica intenta separarlas; los textos históricos se hallan en los libros sagrados; las mismas epopeyas tienen carácter teológico, y obra son de bramanes o sacerdotes. En una epopeya de las más difusas encuentro el relato del hecho sobrenatural que vais a leer, si lo leéis, y a meditar, si gustáis. De mi sé decir que me dejó buen rato pensativa.

La ciudad y estados de Kapala, florecientes bajo los reyes de la casa de Dapatamali, decayeron poco a poco de su antiguo esplendor, y en plazo relativamente corto vinieron a ser invadidos y sometidos por sus constantes enemigos los de Karmirti. Tributos onerosos, vejámenes intolerables, humillaciones continuas, las leyes y las instituciones, el comercio y la agricultura de Kapala sometidos a la fiscalización y a la avidez codiciosa del enemigo, todo esto tuvieron los kapaleños que sufrir y llevarlo en paciencia, pues al soberbio vencedor le parecía harto haberles dejado la vida salva. Es verdad que cuando aconteció a Kapala tal desventura, ya estaba muy abatida y desbaratada por culpa de la mala administración, rapacidad y desmanes de los exactores, y de infinitos vicios que se habían ido arraigando en su constitución y enfermándola, hasta producir una atonía que hizo a los kalpaleños indiferentes a su propio decaimiento y vergüenza.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 87 visitas.

Publicado el 13 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Lorito Real

Emilia Pardo Bazán


Cuento, cuento infantil


¡Si supieseis qué alegre se puso Tina Gutiérrez cuando su padrino la regaló el día de Santa Tina (que era en el calendario el de Santa Florentina) un juguete vivo, que corría, se movía, mordía y chillaba!: ¡un loro preciosísimo, comprado cerca del Teatro Español, allí donde están expuestos en sus jaulas tantos avechuchos, canarios, palomos, guacamayos, monitos y perros!

Con mil transportes de gozo, Nené se propuso consagrarse a labrar la felicidad de su loro, cuidando de limpiarle la jaula, mudarle el agua, evitar que viese ni desde una legua el perejil (ya sabéis que el perejil mata a esos bichos), y traerle garbanzos bien cociditos, bizcocho y otras golosinas.

La verdad es que el lorito era una monada. Tina no cesaba de alabarle.

¡Qué diferencia entre él y las estúpidas de las muñecas, que no daban a pie ni a pierna, se estaban eternamente en la misma postura, y para que abriesen o cerrasen los ojos había que tirarles de un cordelito!

El loro hacía mil morisquetas chistosas: alzaba una pata; se rascaba el moño; cogía los garbanzos y los trituraba con el pico; se enfadaba; se erguía; intentaba morder, y aunque en lo de hablar no estaba tan fuerte, ya iría aprendiendo —decía Tina—, que se había declarado profesora del loro.

A fuerza de repetirle a Perico (éste fue el nombre que le pusieron) algunas palabras y luego algunas frases, el animalito daba esperanzas de aprenderlas.

«Lorito real» —le decían— y él graznaba: «¡Lorrito!», o cosa semejante. «¡Rico! ¡Ric… co! ¡Precioso! ¡Prerrccioss!».


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 86 visitas.

Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

La Expiación de mi Madre

Giorgos Viziinos


Cuento


Capítulo 1

Annoula era nuestra única hermana, el niño mimado de la familia; todos la querían, pero más que todos nuestra madre. En la mesa la hacía sentar siempre a su lado; le daba la mejor parte de lo que debíamos comer, y mientras que para vestirnos, se utilizaban los antiguos trajes de nuestro difunto padre, Annoula los estrenaba siempre nuevos. Lo mismo pasaba con los estudios; nunca se la forzaba; Annoula iba á la escuela ó se quedaba en casa á su capricho, lo cual no se nos permitía á nosotros, bajo ningún motivo.

En cualquiera otra familia tan marcadas preferencias provocaran celos peligrosos entre los hijos, sobre todo siendo éstos pequeños; por lo que á mí toca, en la época en que comienzo este relato, apenas tenía siete años, y era mayor que ella, pero nos hallábamos convencidos de que el amor de nuestra madre por Annoula, en el fondo, era imparcial é igual para todos. Considerábamos tales privilegios como las manifestaciones exteriores de un sentimiento de compasión hacia la pequeñita, y hasta nos lo explicábamos perfectamente, porque Annoula desde sus más tiernos años había sido débil y enfermiza. Todos cedíamos gustosos la preferencia á nuestra hermanita, y á la verdad, se lo merecía. Nunca fué arrogante ni imperiosa con nosotros; antes al contrario, á todos nos prodigaba iguales muestras de afecto. Recuerdo perfectamente sus grandes ojos oscuros, sus cejas arqueadas y juntas que parecían más negras cuánto más pálido su semblante.

A medida que su enfermedad se agravaba, más amante y cariñosa se volvía para con nosotros. A menudo guardaba las frutas que los vecinos le regalaban para refrescarla y nos las daba cuando volvíamos de la escuela. Pero esto lo hacía siempre á hurtadillas porque nuestra madre se enfadaba de vernos comer á mandíbula batiente, lo que deseaba que tan sólo gustase su hija.


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22 págs. / 40 minutos / 85 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2017 por Edu Robsy.

La Visita

Rafael Barrett


Cuento


Una noche de bruma y de luna lívida, salió el poeta de la casa y recorrió el jardín. Los árboles, en la niebla iluminada blandamente, parecían fantasmas de árboles.

Todo estaba húmedo, misterioso y triste. Se diría que el suelo y las plantas habían llorado de frío, o quizá de soledad.

Enfrente, del otro lado del camino, en la espesura, había un hombre inmóvil. Se distinguían su pantalón negro y su camisa blanca. La cabeza faltaba. Era un decapitado que miraba fijamente al poeta.

Éste, después de un rato, volvió a la casa. Una raya de luz salía del adorado nido. Era su casa, y sin embargo, queriendo entrar, no pudo entrar.

Durante largos minutos angustiosos creyó que había sido despedido para siempre de ella, y que su espíritu impotente, pegado a los cristales, contemplaba la felicidad perdida.

Otra noche sintió ruido. Se levantó y se asomó. Un gran perro negro, de pie contra el portón, empujaba con las patas delanteras.

El poeta lo espantó, pero el animal volvió dos veces.

Aquella tarde, el poeta, con la frente apoyada en el vidrio de la ventana, se divertía en pensar.

Una mujer, vestida de luto, entró silenciosa y súbitamente, y se sentó. El velo que la cubría el rostro caía hasta el suelo.

El poeta había visto en el vidrio el vago reflejo de la intrusa, y se volvió sonriendo hacia ella.

—Hijo mío —dijo la mujer enlutada—, tienes demasiada fiebre. Mis brazos son frescos y puros como la sombra.

—Lo sé —dijo él—, y los deseo. Te deseo sanamente. No me lleva a ti, ¡oh consoladora!, el sufrimiento, sino la vida. Si yo fuera más fuerte, más joven, te desearía más. Tienes las llaves de la noche, del mar y del sueño.

—Ven conmigo.


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Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 84 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Yo Fui Kovacsizado

Arturo Robsy


Cuento


UNA VIDA FELIZ

En aquel tiempo vivía sumido en la dieta mediterránea y en una salud que mantenía operativas mis mejores glándulas y poderosas mis hormonas. Era un hombre feliz, con tendencia a retozar como un conejo, e inasequible a los cambios de tiempo, entregado a la literatura festiva y a la gimnasia sueca.

Raro escritor, poseía un gimnasio, una tienda de deportes y un gato. Tocaba el clarinete y la gaita, hacía cinco horas diarias de ejercicio, practicaba el yoga, la prensa de banca y el salto de potro y, en los ratos libres, salía a buscar setas como método para comulgar con la naturaleza y llenar los depósitos.

Las únicas visitas al médico siempre habían sucedido bajo la presión del porrazo. Fui cosido por primera vez a los seis años y, desde entonces, coleccioné diversos zurcidos y fracturas, dolores intensos pero poco duraderos que no habían quebrado mi fe en que la naturaleza humana era un caudal inagotable.

Incluso sabía cosas útiles, como comer y montar con los codos pegados al cuerpo o que Maastricht venía del latín «Trajectum ad Mosam», pero ni idea de que hubiera otras hernias distintas a las de hiato y de escroto. Era inocente y tenía una espalda virginal con la que esperaba recorrer no menos de cien años.

LOS PRIMEROS PROBLEMAS

Esta vida idílica un día se vio interrumpida por un ardor en la zona lumbar y por una manifiesta repugnancia a doblarme por el eje. Nada —me dije— que escape a las virtudes de una buena faja de lana, porque un escritor deportista sabe que el lumbago acecha a los atletas y que hay que contar con su visita.


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Licencia limitada
19 págs. / 34 minutos / 83 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Difunto

José María Eça de Queirós


Cuento


I

En el año 1474, tan abundante en mercedes divinas para toda la cristiandad, reinando en Castilla el rey Enrique IV, vino a habitar en la ciudad de Segovia, en donde había heredado huertos y moradas, un joven caballero, de limpio linaje y gentil parecer, que se llamaba don Ruy de Cárdenas.

Su casa, legado de un tío, arcediano y maestro en cánones, quedaba al lado y en la sombra silenciosa de la iglesia de Nuestra Señora del Pilar; y enfrente, más allá del atrio, donde cantaban los tres chorros de un chafariz antiguo, erguíase el oscuro palacio de don Alonso de Lara, hidalgo de riquezas dilatadas y maneras sombrías, que ya en la madurez de la edad, todo grisáceo, desposárase con una joven citada en Castilla por su blancura, por sus cabellos del color de la aurora y por su cuello de garza real. Don Ruy había sido apadrinado, al nacer, por Nuestra Señora del Pilar, de quien siempre se conservó devoto y fiel servidor; aunque siendo de sangre brava y alegre, gustábanle las armas, la caza, los salones galantes, y por veces, las noches ruidosas de taberna con dados y pellejos de vino. Por amor, y por las facilidades de la santa vecindad, adquiriera la piadosa costumbre, desde su llegada a Segovia, de visitar todas las mañanas a su celestial madrina y de pedirla, a medio de tres Avemarías, la bendición y la gracia.

Al oscurecer, después de alguna ruda correría por campo y monte con los lebreles y el halcón, aún volvía, a la hora de las Vísperas, para murmurar dulcemente una Salve.

Y todos los domingos compraba en el atrio, a una ramilletera morisca, algún atado de junquillos o claveles o rosas silvestres, que esparcía con ternura y cuidado galantes enfrente del altar de la Virgen.


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Dominio público
33 págs. / 58 minutos / 82 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Viernes Santo

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Fué el cura de Naya hombre comunicativo, afable y de entrañas excelentes, quien me refirió el atroz sucedido, o, por mejor decir, la cadena de sucedidos atroces, que apenas creería yo a no coincidir y explicarse perfectamente por el relato del párroco las veladas indicaciones de la prensa y los rumores difundidos en el país. Respetaré la forma de la narración, sintiendo no poder reproducir la expresión de la fisonomía ingenua y jovial del que narraba.

«Ya sabe usted—dijo—que, así como en Andalucía crece la flor de la canela, en este rincón de Galicia podemos alabarnos de cultivar la flor de los caciques. No sé cómo serán los de otras partes; pero vamos, que los de por acá son de patente. Bien se acordará usted de aquel Trampeta y aquel Barbacana, que traían a Cebre convertido en un infierno. Trampeta ahora dice que se quiere meter en pocos belenes, porque ya no lo ahorcan por treinta mil duros; y Barbacana, que está que no puede con los calzones, como se la tenían jurada unos cuantos y salvó milagrosamente de dos o tres asechanzas, al fin ha determinado irse a pasar la vejez a Pontevedra, porque desea morir en su cama, según conviene a los hombres honrados y a los cristianos viejos como él. ¡Ja, ja…!


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Dominio público
13 págs. / 22 minutos / 80 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Hágase la Llama

Arturo Robsy


Cuento


— ¡Máquinas y máquinas! — dijo el hombre lanzando un martillo al fondo del cobertizo. — Apuesto a que no has visto una bendita herrería en tu vida.

El pueblo, blanco, se extendía a lo lejos en la luminosa calma mediterránea y el hombre lo vigilaba con ojos airados y tan encendidos como los tizones de su fragua.

— Ni siquiera debes de saber qué cosa es un herrero. — dijo, mirándome de mal humor — Nadie lo sabe. Pero yo te lo diré: los herreros somos los conquistadores del mundo, los que decidimos, hace milenios, llevar al hombre a las estrellas. Los Señores del Fuego.

De todas formas aquellas palabras no sonaban a herrero ni mucho menos. Atendí mejor a los rasgos en busca de la señal de la cultura en el rostro, de la huella del pensamiento en las manos, pero aquel era un diablo malhumorado y algo cojo, que se meneaba pisoteando la tierra cenicienta debajo de su emparrado verde.

— No hay herreros — resumió — de modo que nadie puede entender el mundo. No me extraña que haya tanta delincuencia.

Yo, para la historia y para el mundo, había ido a una ferretería a comprar una rejilla y unos morillos para mi chimenea y, aunque julio, me hacía ilusión colocarlos inmediatamente y, sobre ellos, tres o cuatro artísticos leños de encina.

Desgraciadamente, las medidas de mi chimenea no estaban homologadas, estandarizadas o como quiera que se diga, de modo que ninguna de las piezas fabricadas en serie encajaba en ella, y así fue como me encaminaron a las afueras, al herrero, advirtiéndome de que estaba medio loco y que me haría o no el trabajo, según.

— ¿Según, qué?

— Según el viento, por ejemplo. Cuando sopla el mediodía es cosa sabida que tira piedras. El poniente sólo le hace maldecir. El norte es el más favorable. Hay quien dice que con norte se le ha visto sonreír, pero son exageraciones.


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7 págs. / 12 minutos / 79 visitas.

Publicado el 21 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

El timo del inglés

Silverio Lanza


Cuento


Solo había una mesa desocupada en el vagón-comedor del tren expreso del Sur. A ella nos acercamos al mismo tiempo otro viajero y yo.

—Usted—le dije en francés, invitándole á que se sentase.

—Usted—me dijo en inglés, haciéndome la misma invitación.

Y nos sentamos ambos.

Se acerco el sirviente, y el inglés pidió once huevos cocidos y agua fresca.

¡Que extravagancia! pensé; y resuelto á aforar al inglés, y convencido de que á los ingleses solo se les coge siguiéndoles, pedí al mozo que me diese la lista de los postres. En ella estaba escrito á mano: «Nueces frescas españolas.»!Inagotable fantasía francesa!

Me trajeron las nueces y observe que los viajeros y los criados nos contemplaban con curiosidad: les pareceríamos dos locos.

El inglés vió las nueces, me miro, y con el indice de su mano derecha señalo al suelo. ¿Qué quería decirme? Supuse que me preguntaba si las nueces eran francesas, y en inglés le dije que eran españolas.

—¿Es usted inglés?

—No, señor; soy español. ¿Y usted?

—Yo soy de la tierra.

Aunque dicha en inglés, esta frase castellana indicaba que aquel sujeto era de la tierra donde estábamos.

—¡Ah! Es usted francés.

—No, señor, soy de la tierra; earth's man.

—Todos somos del polvo y á él volveremos.

—Iremos de encima de la tierra adentro de la tierra.

—Under ground (debajo de tierra) dijo el poeta.

—Necesito hablar con usted.

—Estoy á su disposición.

—¿Cuándo?

—Cuando usted guste.

—Digo que ¿Cuándo iremos debajo de tierra?

—Pues también cuando usted guste—dije con energía, creyendo que iba á proponerme un desafío aquel anciano.

—Yo soy Vault (5), es deber mío decírselo á usted.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 79 visitas.

Publicado el 28 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

La Señora

Federico Gana


Cuento


A Antonio Bórquez Solar


Hacía ya tres horas que galopaba sin descansar, seguido de mi mozo, por aquel camino que se me hacía interminable. El polvo, un sol de tres de la tarde en todo el rigor de Enero, el mismo sudor que inundaba a mi fatigado caballo, me producían una ansja devoradora de llegar, de llegar pronto.

Me volví impaciente hacia el muchacho que me acompañaba, diciéndole:

—Pero al fin ¿dónde está ese tal don Daniel Rubio?

—Es allí cerquita, a la vuelta de aquella alameda, me contestó, haciendo un lento signo con la mano y sin dejar de galopar.

A ambos lados del camino se extendían grandes potreros sin agua, cubiertos de un pastillo blanco que hería la vista, y donde los rayos del sol reverberaban con fuerza. A lo lejos, la enorme mole violacea de los Andes, despojada de sus nieves, emergía con violenta claridad sobre un cielo sin nubes, pálido y brillante.

Y yo, inclinado sobre mi caballo, pensaba con desaliento en que ese viaje se convertía en un verdadero sacrificio.

En aquella época, mi padre, aprovechando mis ocios de vacaciones, ocupábame, de cuando en cuando, en contratarle bueyes para el trabajo de la próxima siembra. Y yo cumplía tales comisiones con placer, porque ellas me permitían emprender largas correrías a caballo por los alrededores. Muchos de estos viajes me proporcionaron la oportunidad de hacer más de una visita bien agradable para mis ilusiones de veinte años; varias veces regresé de estas peregrinaciones sintiendo no sé qué dulce nostalgia en el corazón, a la que tal vez no era extraña cierta cabellera negra o rubia que divisara, a la despedida, en el corredor, a través de la reja y los naranjos de una casa de campo... Según las informaciones que había tomado la víspera, don Daniel Rubio, a cuyo fundo me dirigía, era soltero; y en su casa nada había que pudiera halagar mis expectativas sentimentales.


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Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 79 visitas.

Publicado el 16 de enero de 2022 por Edu Robsy.

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