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Un Voto

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


El drama se hundía. Ya era indudable. Los amigos que rodeaban a Pablo Leal, el autor, entre bastidores, ya no trataban de animarle, de hacerle tomar los ruidos que venían de la sala por lo que no eran. Ya no se le decía: «Es que algunos quieren aplaudir, y otros imponen silencio». El engaño era inútil. Callaban los fieles compañeros que le estaban ayudando a subir aquel que a ellos les parecía calvario. El noble Suárez, el ilustre poeta, vencedor en cien lides de aquel género... y derrotado en otras ciento, estaba pálido, tembloroso. Quería a Leal de todo corazón; era su protector en las tablas; él le había aconsejado llevar a la escena uno de aquellos cuadros históricos que Pablo escribía con pluma de maestro, de artista, y con sólida erudición. Creía, por ceguera del cariño, en el talento universal de su amigo, de su Benjamín, como él le llamaba, porque veía en Pablo un hermano menor.


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9 págs. / 15 minutos / 109 visitas.

Publicado el 22 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Un Voluntario Realista

Benito Pérez Galdós


Novela


I

La ciudad de Solsona, que ya no es obispado, ni plaza fuerte ni cosa que tal valga y hasta se ha olvidado de su escudo, consistente en cruz de oro, castillo y cardo de los mismos esmaltes sobre campo de gules, gozaba allá por los turbulentos principios de nuestro siglo la preeminencia de ser una de las más feas y tristes poblaciones de la cristiandad, a pesar de sus formidables muros, de sus nueve esbeltos torreones, de su castillo romano, indicador de gloriosísimo abolengo, y a pesar también de su catedral a que daban lustre cuatro dignidades, dos canonjías, doce raciones y veinticuatro beneficios. La que Ptolomeo llamó Setelsis, se ensoberbecía con la fábrica suntuosa de cuatro conventos que eran regocijo de las almas pías y un motivo de constante edificación para el vecindario. Este se elevaba a la babilónica cifra de 2.056 habitantes.

Estos 2.056 habitantes setelsinos ocupaban ¿a qué negarlo? lugar muy excelso en el mundo industrial con sus ocho fábricas de navajas, tres de candiles y otras de menor importancia. También se dedicaban a criar mulas lechales que traían del cercano Pirineo; cultivaban con esmero las delicadas frutas catalanas y eran maestros en cebar aves domésticas así como en cazar la muchedumbre de codornices, palomas silvestres, ánades y becadas que tanto abundan en aquellos espesos montes y placenteros ríos. No podían ser tales industrias de las menos lucrativas en tierra tan poblada de canónigos, racioneros y regulares.


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Dominio público
213 págs. / 6 horas, 13 minutos / 362 visitas.

Publicado el 22 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Un Viejo Verde

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Oid un cuento… ¿Que no le queréis naturalista? ¡Oh, no!, será idealista, imposible… romántico.


* * *


Monasterio tendió el brazo, brilló la batuta en un rayo de luz verde, y al conjuro, surgieron como convocadas, de una lontananza ideal, las hadas invisibles de la armonía, las notas misteriosas, gnomos del aire, del bronce y de las cuerdas. Era el alma de Beethoven, ruiseñor inmortal, poesía eternamente insepulta, como larva de un héroe muerto y olvidado en el campo de batalla; era el alma de Beethoven lo que vibraba, llenando los ámbitos del Circo y llenando los espíritus de la ideal melodía, edificante y seria de su música única; como un contagio, la poesía sin palabras, el ensueño místico del arte, iba dominando a los que oían, cual si un céfiro musical, volando sobre la sala, subiendo de las butacas a los palcos y a las galerías, fuese, con su dulzura, con su perfume de sonidos, infundiendo en todos el suave adormecimiento de la vaga contemplación extática de la belleza rítmica.

El sol de fiesta de Madrid penetraba disfrazado de mil colores por las altas vidrieras rojas, azules, verdes, moradas y amarillas; y como polvo de las alas de las mariposas iban los corpúsculos iluminados de aquellos haces alegres y mágicos a jugar con los matices de los graciosos tocados de las damas, sacando lustre azul, de pluma de gallo, al negro casco de la hermosa cabeza desnuda de la morena de un palco, y más abajo, en la sala, dando reflejos de aurora boreal a las flores, a la paja, a los tules de los sombreros graciosos y pintorescos que anunciaban la primavera como las margaritas de un prado.


* * *


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 141 visitas.

Publicado el 11 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Un Viaje Inútil

Javier de Viana


Cuento


La tarde ofrecía el aspecto de un reloj que se hubiese parado súbitamente. Nada ha cambiado, nada se ha transformado; pero cesaron el movimiento y el sonido: la vida quedó en suspenso.

El cielo, hasta entonces nublado, se aclaró de pronto, con una claridad opalina y la atmosfera quedó inmóvil, rígida y pálida, cual si la naturaleza hubiera sufrido un síncope.

Todo el mundo en el contorno. En el firmamento lechoso, ningún pájaro batía el aire con sus rémiges. En la campiña, las bestias, sorprendidas por aquel insólito crespúsculo, permanecieron quietas, atemorizadas. Las ovejas andariegas se apeñuscaron, formando grupos que a la distancia semejaban montículos de calcárea blancura. Los vacunos suspendieron la metódica ocupación de la rumia, y los caballos, gachas las orejas, entristecidos los ojos, parecían clavados sobre sus cuatro remos, esperando con filosófica resignación, la borrasca presentida.

En las casas imperaba igual silencio. El ambiente húmedo y cálido, apelmazaba los cerebros y sellaba los labios.

Las gallinas, creyendo con su feliz imbecilidad, que había llegado la noche, instaláronse tranquilamente en sus habituales dormideros.

En el galpón, los perros, presintiendo un peligro, echaban a los hombres miradas investigadoras y demandadoras de auxilio; mas, al notar la indiferencia de éstos, se estiraban, buscando el mayor contacto con la tierra, la buena madre, que siempre ampara y nunca castiga, que amamanta con igual cariño a los hijos buenos y a los hijos malos, a la oveja y al lobo, a la zarza dañina y al trigo sagrado...

Tal inercia plegaba los espíritus, que cuando Marina penetró en el galpón para recoger las fuentes y los platos del almuerzo, no hubo un sólo peón que se preocupara de decirle una zafaduría o darle un pellizco, caso nunca visto desde que Marina entró de peona en la estancia.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 35 visitas.

Publicado el 11 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Un Viaje en Diligencia

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

«¡Calumnia!» —murmaraban mis labios con acento trémulo, mientras que aquella otra voz del alma preguntaba con mortal amargura: «¿Será verdad?»

Julia, mi primer amor, me había traicionado miserablemente, según aseguraba el odioso anónimo.

¡No, mil veces no!—protestaba.

En tan angustioso momento, recordé aquellos otros felicísimos de pasión. Ante mí veía á Julia, lo mismo que en la aldea, ruborosa y amante, diciéndome á media voz —como se revelan siempre los grandes secretos del alma—; «¡Ningún otro hombre que tú será mi dueño!» Y al decirme esto, estrechaba nerviosamente entre sus manos las mías, como para dar mayor fuerza á su protesta. Y como si esto aun no bastara, sus ojos, en los que yo bebía anheloso toda una vida de idealísimo goce, clavábanse en los míos, serenos, como ciclos jamás empañados por la nube del engaño.

¡Y tales ojos y tales cielos eran mentira!

II

Al anochecer de aquel día en que tan rudo golpe sufrió mi credulidad amorosa, me encontré instalado en el interior de una diligencia: que en mis mocedades aun era el ferrocarril una nebulosa.

Seis eran los compañeros de viaje: un señor cura; un viejo que tenía trazas de comisionista de comercio, una jamona andaluza de no mal ver, un niño como de catorce años, que debía de ser su hijo, y una parejita de novios, á juzgar por el dulce mosconeo con que se arrullaban en uno de los rincones del vehículo.

Dispuso la casualidad que mi asiento correspondiera al más próximo de los que ocupaba la susodicha pareja: el hombre, un señor como de cuarenta años, de rostro simpático, no pudo reprimir un gesto de disgusto; en cuanto á la señora, ignoro la cara que pondría, porque la ocultaba una espesa toquilla.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 51 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Un Viaje de Novios

Emilia Pardo Bazán


Novela


Prefacio

En Septiembre del pasado año 1880, me ordenó la ciencia médica beber las aguas de Vichy en sus mismos manantiales, y habiendo de atravesar, para tal objeto, toda España y toda Francia, pensé escribir en un cuaderno los sucesos de mi viaje, con ánimo de publicarlo después. Mas acudió al punto a mi mente el mucho tedio y enfado que suelen causarme las híbridas obrillas viatorias, las «Impresiones» y «Diarios» donde el autor nos refiere sus éxtasis ante alguna catedral o punto de vista, y a renglón seguido cuenta si acá dio una peseta de propina al mozo, y si acullá cenó ensalada, con otros datos no menos dignos de pasar a la historia y grabarse en mármoles y bronces. Movida de esta consideración, resolvime a novelar en vez de referir, haciendo que los países por mí recorridos fuesen escenario del drama.

Bastaría con lo dicho para prólogo y antecedentes de mi novela, que más no exige ni merece; pero ya que tengo la pluma en la mano, me entra comezón de tocar algunos puntos, si no indispensables, tampoco impertinentes aquí. A quien parezcan enojosos, queda el fácil arbitrio de saltarlos y pasar sin demora al primer capítulo de UN VIAJE DE NOVIOS, y plegue a Dios no se el antoje después peor que la enfermedad el remedio.


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Dominio público
220 págs. / 6 horas, 26 minutos / 361 visitas.

Publicado el 20 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Un Viaje de Novios

Antón Chéjov


Cuento


Sale el tren de la estación de Balagore, del ferrocarril Nicolás. En un vagón de segunda clase, de los destinados a fumadores, dormitan cinco pasajeros. Habían comido en la fonda de la estación, y ahora, recostados en los cojines de su departamento, procuran conciliar el sueño. La calma es absoluta. Ábrese la portezuela y penetra un individuo de estatura alta, derecho como un palo, con sombrero color marrón y abrigo de última moda. Su aspecto recuerda el de ese corresponsal de periódico que suele figurar en las novelas de Julio Verne o en las operetas. El individuo detiénese en la mitad del coche, respira fuertemente, se fija en los pasajeros y murmura: «No, no es aquí... ¡El demonio que lo entienda! Me parece incomprensible...; no, no es éste el coche».

Uno de los viajeros le observa con atención y exclama alegremente:

—¡Iván Alexievitch! ¿Es usted? ¿Qué milagro le trae por acá?

Iván Alexievitch se estremece, mira con estupor al viajero y alza los brazos al aire.

—¡Petro Petrovitch! ¿Tú por acá? ¡Cuánto tiempo que no nos hemos visto! ¡Cómo iba yo a imaginar que viajaba usted en este mismo tren!

—¿Y cómo va su salud?

—No va mal. Pero he perdido mi coche y no sé dar con él. Soy un idiota. Merezco que me den de palos.

Iván Alexievitch no está muy seguro sobre sus pies, y ríe constantemente. Luego añade:

—La vida es fecunda en sorpresas. Salí al andén con objeto de beber una copita de coñac; la bebí, y me acordé de que la estación siguiente está lejos, por lo cual era oportuno beberme otra copita. Mientras la apuraba sonó el tercer toque. Me puse a correr como un desesperado y salté al primer coche que encontré delante de mí. ¿Verdad que soy imbécil?

—Noto que está usted un poco alegre —dice Petro Petrovitch—. Quédese usted con nosotros; aquí tiene un sitio.

—No, no; voy en busca de mi coche. ¡Adiós!


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Dominio público
5 págs. / 8 minutos / 140 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Un Viaje de Novios

Gabriel Miró


Cuento


La noble y vieja señora recibió a Sigüenza en su salita de labor.

Las sillas, los escabeles y el estrado eran de rancia caoba, vestidos de grana; los cuadros, apagados; las paredes, blancas. Era un aposento abacial.

Delante de la butaca de la dama había un alto brasero resplandeciente; y entre el follaje de azófar se veía arder, retorciéndose, una mondadura de lima. La olorosa tibieza de la sala daba una dulce sensación de intimidad, de recogimiento de casa abastada y sencilla. Así lo notaría la señora, porque luego de contemplar el moblaje, la alfombra, y de mirarse el viejo y rico jubón de terciopelo que traía, y sus botas de paño, puso la mirada en la copa de fuego, y suspirando dijo:

—¡Nada nos falta para nuestro abrigo! ¿No debemos estar alabando siempre a Dios, que nos libra de la miseria de tantos desventurados que irán de camino y no tienen pan ni leña?

Y la señora pidió su mantón de lana, como si ya sintiese el fino de los menesterosos.

No pueden negarse los sentimientos de piedad de esta dama, y aun creo que ni de ella ni de nadie. El Señor puso la lastima en todos los corazones. Todos nos afligimos por las ajenas miserias, y tanto, que hasta se nos incorpora el frío de los desnudos y hemos de pedir un mantón más para cubrirnos.

La señora estaba verdaderamente entristecida de compasión. En lo hondo del silencio se oía el grave pulso de un viejo reloj de pesas.

La esquilita del portal sonó alborozadamente. Acudió la criada, y unas voces de júbilo les quitaron de sus compungidos pensamientos.

Pasó un matrimonio mozo, nuevecito; hasta por sus ropas se descubría lo reciente del desposorio.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 53 visitas.

Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Un Viaje al País del Oro

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Al niño Ernesto Quesada

I. La leontina

Un día, a la última hora de la tarde, cansada, enferma y helada de frío, azuzaba yo mi caballo para llegar a la capilla subterránea de Uchusuma, larga y forzosa etapa de diez y ocho leguas, atravesada como una amenaza en el camino de Bolivia a Tacna.

Había ya dejado atrás el Mauri, y las ásperas serranías que lo aprisionan, y cruzaba corriendo las áridas llanuras barridas por el cierzo y cortadas de pantanos, que avecinan al grupo de piedras rocallosas, arrojadas por algún cataclismo, en cuyo centro se halla la entrada de esa especie de cueva, único albergue para el viajero en aquel fingido yermo.

De pronto, y al través de las ráfagas de viento que me cegaban, vi relumbrar un objeto entre los guijarros del camino.

Volvime atrás, y desmontando, para examinar lo que era, recogí una elegante y excéntrica joya. Era una leontina compuesta de doce pepas de oro de forma y colores diversos. Engarzábanlas anillos mates del mismo metal, y en algunas de ellas había incrustadas partículas de pizarra y cuarzo.

Juzgué, desde luego, que aquella alhaja había sido perdida recientemente, y me proponía averiguarlo adelante, cuando vi venir a lo lejos un hombre, que, inclinado sobre el cuello de su caballo, y apartando con la mano las ramas de los tolares, parecía buscar algo en el suelo.

Al divisarme, corrió hacia mí con visibles muestras de angustia, que yo abrevié yendo a su encuentro, y presentándole la joya.

Imposible sería pintar la expresión de gozo que al verla brilló en sus ojos. Me la arrebató, más bien que la tomó de mis manos; estrechola contra el corazón, y la enganchó en el reloj y el ojal de su chaleco con un anhelo que se balanceaba entre la veneración y la codicia.

Enseguida, y como si saliera de un éxtasis, volviose a mí, y me saludó dándome gracias y rogándome perdonara su preocupación.


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Dominio público
64 págs. / 1 hora, 52 minutos / 118 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Un Viaje Aciago

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Siempre he creído que la fatalidad es el guía de mis pasos: los sucesos de mi vida me lo han probado, al menos, de una manera cierta. Todo lo que toco queda marcado de un sello extraño; sin conciencia de ello, mi labio vierte palabras proféticas; y los seres que a mí se acercan son arrebatados por un espíritu misterioso que los eleva a las nubes, o los hunde en los abismos: jamás los deja en las condiciones normales de la existencia. ¿Debo aplaudir o deplorar esta facultad sobrenatural unida a mi destino?

Así hablaba yo un día a la bella C., mientras, sentada a su lado en un diván, tejía para ella una corona de rosas.

—La lucha es la vida —respondió la graciosa chica, sacudiendo con donaire su rizada cabellera—; la lucha es la vida; y yo espero con ansia esa mística influencia que venga a desterrar la monotonía insoportable de la mía. Agitarse, ya sea en la dicha o en el dolor: dudar, temer, desear ¡eso es vivir!

¡Querida niña! ¡Plegue a Dios derramar siempre sobre tus bellas horas esa dichosa monotonía; y aleje de ti, en su misericordia, las tempestades que invocas!


De Arica a la Paz


Nada tan riente, en apariencia, como la perspectiva de esta incursión al través de los nevados picos, para el viajero que, recostado en los mullidos cojines de un vagón, cruza en alas del vapor la larga etapa que separa Arica de Tacna. Míralas elevarse en esplendentes grupos sobre un cielo de azul purísimo, dibujando en sus profundas hondonadas, verdes mirajes que seducen los ojos y atraen el alma con la sed engañosa de lo desconocido.

—¡Un caballo! ¡Un caballo! —exclama, como Ricardo, al apearse bajo los floridos granados de la estación—. Pero, si el gran paladín sabía a qué atenerse al ofrecer su reino por un corcel, yo ignoraba del todo los percances que sobre el lomo de ese noble animal, esperan al peregrino en aquellas magníficas alturas.


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Dominio público
19 págs. / 34 minutos / 77 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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