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Un Héroe por Fuerza

Daniel Riquelme


Cuento


El 23 de octubre de 1883, poco después de las siete de la mañana, llegaron por distintos rumbos a la plaza principal de Lima los batallones Chacabuco, Esmeralda, Talca, Victoria y Bulnes; se formaron allí en columna y al son de tocatas más tristes que alegres siguieron para sus nuevos cantones de Chorrillos, Barranca y Miraflores, cerrando la marcha del fúnebre convoy de los otros ocupantes chilenos que habían salido poco antes.

Tras de esos pasos, fuerzas peruanas ocuparon a tranco de vencedores el palacio tradicional en que murió Piazarro, moraron sus virreyes y se llenó de gloria ante propios y extraños un inca chileno, nuestro general don Patricio Lynch.

Aquella matinal despedida fue cosa triste. El cielo lloraba su neblina sobre nuestros rotos que, a su vez, lloraban con un ojo, como la leña verde y las viudas jóvenes, ese trasnochado adiós a una ciudad en la que grandes y chicos, jóvenes y viejos, dejaban los recuerdos de tres años, acaso los más alegres y rumbosos de la vida...

Don Patricio, en nombre de Chile, y de sus santas leyes, acaba de entregar Lima al Gobierno del Presidente Iglesias.

Y los nuestros inclinaron la cabeza y los otros abrieron los brazos.

No es éste el caso de recordar lo que fue para nuestro ejército la vida en aquellos cantones. Soplaba sobre todas las cabezas la ventolera de la desocupación, que había de arrancarles de allí acaso para siempre y la juventud apuraba el fondo del vaso...

Los soldados decían que hasta la bandera que flameaba en la casa del general parecía como triste de tener que irse, ¡tanto se había aclimatado donde tanto se había lucido!

Por lo demás, la bullanga del campamento no dejaba oír nada de lo que ocurría en el resto del Perú. No había tiempo para tanto y apenas si algunos supieron que una expedición chilena había salido de Tacna contra Arequipa al mando del coronel Velásquez.


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Dominio público
14 págs. / 25 minutos / 46 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Un Hallazgo

Vicente Blasco Ibáñez


Cuento


—Yo, señor —dijo Magdalena, el trompeta de la cárcel—, no soy ningún santo; me han condenado muchas veces por robos: unos, verdad; otros, «acumulados». Al lado de usted, que es un caballero y está preso por escribir cosas en los papeles, soy un miserable .. Pero crea que esta vez me veo aquí por bueno.

Y llevándose una mano al pecho e irguiendo la cabeza con cierto orgullo, añadió:

—Robitos nada mas. Yo no soy valiente; yo no he derramado una gota de sangre.

Así que apuntaba el amanecer, la trompeta de Magdalena sonaba en el gran patio, adornando su toque de diana con regocijadas escalas y trinos. Durante el día, con el bélico instrumento colgando de su cuello o acariciándolo con una punta de la blusa para que perdiese el vaho con que lo empañaba la humedad de la cárcel, iba por todo el edificio, antiguo convento en cuyos refectorios, graneros y desvanes amontonábanse con sudorosa confusión cerca de un millar de hombres.

Era el reloj que marcaba la vida y el movimiento a esta masa de carne varonil en perpetua ebullición de odios. Rondaba cerca de los rastrillos para anunciar con sonoros trompetazos la entrada del «señor director» o la visita de las autoridades: adivinaba en el avance de las manchas de sol por las blancas paredes del patio la proximidad de las horas de comunicación, las mejores del día, y pasándose la lengua por los labios, aguardaba impaciente la orden para prorrumpir en alegre toque, que hacía rodar por las escaleras el rebaño prisionero corriendo, ansioso, a los locutorios, donde zumbaba una turba mísera de mujeres y niños: su hambre insaciable le hacía ir y venir por las inmediaciones de la antigua cocina, en la que humeaban las ollas enormes con nauseabundo hervor, doliéndose de la indiferencia del jefe, siempre tardo en ordenar la llamada del rancho.


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 81 visitas.

Publicado el 29 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Un Grande Hombre

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

Tenía 16 años y no obstante representaba 20: vivía en el arroyo: era un gurriato callejero que vagaba con el bote de las colillas de aquí para allá, descalzo, con unos pantalones grises con grandes remiendos multicolores en las posaderas y rodillas, una blusa azul, desgarrada, sucia, y la gorra de seda negra encasquetada hasta las orejas: así vestía Tin, como le llamaban los de su harapienta cofradía. Vivía feliz, os lo juro, porque la felicidad muchas veces es moneda falsa en manos del rico y de preciados quilates en las del mendigo: nada hay más relativo.

Desde que la noche desaparecía barrida por la claridad del alba, hasta que el crepúsculo vespertino corría sus sombríos tules, Tin paseaba la villa y corte de un extremo á otro; desde el Rastro á la calle del Príncipe; desde la buñolería de la calle de La Chopa, al aristocrático local de Tornos: sus piés, en invierno, poníansele amoratados por el frío, pero estaba hecho á la intemperie: y cuando había lluvia aprovechaba el que ésta arreciase más para ponerse en medio del arroyo con la gorra metida en las untosas profundidades del bolsillo del pantalón, en donde tenían su domicilio la chaira ó navaja de muelles, albaceteña, los grasientos naipes para jugar al cané, el peón y otras baratijas, amén de mendrugos de pan, terrones de azúcar, hebras de mojama: una abacería.

Digo, que se consideraba con aquella salvaje independencia suya, felicísimo, y que aquel vivir, tenía para el muchacho encantos desconocidos para el resto de la gente: todos los días amanecía sin saber cómo ni en dónde había de tropezar con la «gracia de Dios», y él se las ingeniaba de forma que comía, si no precisamente á lo príncipe, como á su clase de «golfo» correspondía: bazofia, y á veces, podía darse el gustazo de un banquete de gallineja en los restaurants al aire libre de las rondas de Atocha ó de Toledo.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 45 visitas.

Publicado el 20 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Un Grabado

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Asistía yo a la cátedra de aquel profesor de filosofía, con un profundo interés que no me inspiraban las lecciones de tantos y tantos ilustres maestros que en la misma Universidad, Babilonia científica, exponían con entusiasmo y fuego de convicción unos, de soberbia, también convencida, otros, la multitud de sistemas, la inmensa variedad de teorías modernas que se disputan hoy el imperio del pensamiento. La gran ola positivista, la ciencia de los petits faits de Taine, predominaba; por cada curso de filosofía pura, había cuatro o cinco de historia crítica de la filosofía, y veinte de psicología fisiológica con estos o los otros nombres.

El doctor Glauben explicaba metafísica, y con todo el aparato metódico de las modernísimas tendencias, empleaba el curso en preparará los discípulos para comprender que había un Padre celestial. Esta idea, que en un salón del gran mundo, o en el seno de la familia admitirían la mayor parte de los profesores y de los estudiantes, era, en una cátedra de filosofía en una de las Universidades más ilustres del país más sabio, una verdadera originalidad que hubiera costado su fama de profundo pensador y muy experto hombre científico al Doctor Glauben, si los argumentos que en pro de su atrevida afirmación rotunda exponía fuesen determinadamente los de cualquiera de las clásicas escuelas deístas, que decididamente, estaban fuera del movimiento.


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Dominio público
10 págs. / 17 minutos / 53 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Un Gaucho

Juan José Morosoli


Cuento


Montes llegó a la pulpería de Anchorena en su propia carreta. Tendría poco más de veinte años. Era fuerte, buen mozo, callado y guapo.

Se acercó a la reja y le dijo al pulpero:

—Sé que murió su carrero viejo y vengo por si me precisa.

Anchorena, con su gran franqueza de vasco, le preguntó:

—¿De dónde sos?

—De Puntas de Pan de Azúcar.

—¿Y en tu pago no tenían trabajo?

—Mi pago es donde yo ando —le contestó Montes.

El vasco le dio trabajo pero se quedó pensando: "¿Por qué un viaje tan largo, de vacío, para solicitar trabajo? Cambiaban de pago los contrabandistas. Los domadores. ¡Pero los carreros...!"

Al fin dejó que el tiempo le contestara las preguntas.

Después se convenció que Montes había cambiado de pago porque sí. Y que cualquier día levantaba el poncho otra vez. Era un buen carrero, pero no tenía alma de carrero.

Estuvo allí poco más de un año. Hasta el día en que Martina dio a luz una niña. Martina era la peona de la casa. Cocinaba, lavaba y ordenaba la pieza del dueño, que era cincuentón y soltero. Atendía, además, la mesa del almacén cuando llegaba algún viajero. Allí solían parar "corredores" de comercio o "cuarteadores" de contrabandistas, que venían a vender parte de la carga de sus compañeros.

Una mujer así puede tener un hijo y el hijo ser de ella nada más.

Al irse, Montes, le dio paternidad a la hija de Martina.

* * *

Mucho tiempo después se supo que estaba en el Chuy, allí cerca del almacén del turco Gómez. Morales encontró la carreta. Llegó al negocio y preguntó por Montes.

—Trabajaba aquí —contestó el turco— . Un día dejó la carreta, cruzó la frontera y no vino más.

—¿No será muerto? —interrogó Morales.

—Tal vez esté de contrabandista... Pero no aquí... Mucho más arriba...


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 51 visitas.

Publicado el 2 de marzo de 2025 por Edu Robsy.

Un Funcionario

Vicente Blasco Ibáñez


Cuento


Tendido de espaldas en el camastro y siguiendo con vaga mirada las grietas del techo, el periodista Juan Yáñez, único huésped de la sala de políticos, pensaba que había entrado aquella noche en el tercer mes de su encierro.

Las nueve... La corneta había lanzado en el patio las prolongadas notas del toque de silencio; en los corredores sonaban con monótona igualdad los pasos de los vigilantes, y de las cerradas cuadras, repletas de carne humana, salía un rumor acompasado, semejante al soplo de una fragua lejana o a la respiración de un gigante dormido: parecía imposible que en aquel viejo convento, tan silencioso, cuya ruina resultaba más visible a la cruda luz del gas, durmiesen mil hombres.

El pobre Yáñez, obligado a acostarse a las nueve, con una perpetua luz ante los ojos y sumido en un silencio aplastante que hacía creer en la posibilidad del mundo muerto, pensaba en lo duramente que iba saldando su cuenta con las instituciones. ¡Maldito artículo! Cada línea iba a costarle una semana de encierro; cada palabra un día.

Y Yáñez, recordando que aquella noche comenzaba la temporada de ópera con Lohengrin, su ópera predilecta, veía los palcos cargados de hombros desnudos y nucas adorables, entre destellos de pedrería, reflejos de sedas y airoso ondear de rizadas plumas.

—Las nueve... Ahora habrá salido el cisne, y el hijo de Parsifal lanzará sus primeras notas entre los siseos de expectación del público... ¡Y yo aquí! ¡Cristo! No tengo mala ópera...


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Dominio público
9 págs. / 17 minutos / 110 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Un Fenómeno Inexplicable

Leopoldo Lugones


Cuento


Hace de esto once años. Viajaba por la región agrícola que se dividen las provincias de Córdoba y de Santa Fe, provisto de las recomendaciones indispensables para escapar a las horribles posadas de aquellas colonias en formación. Mi estómago, derrotado por los invariables salpicones con hinojo y las fatales nueces del postre, exigía fundamentales refacciones. Mi última peregrinación debía efectuarse bajo los peores auspicios. Nadie sabía indicarme un albergue en la población hacia donde iba a dirigirme. Sin embargo, las circunstancias apremiaban, cuando el juez de paz que me profesaba cierta simpatía. vino en mi auxilio.

—Conozco allá —me dijo— un señor inglés viudo y solo. Posee una casa, lo mejor de la colonia, y varios terrenos de no escaso valor. Algunos servicios que mi cargo me puso en situación de prestarle, serán buen pretexto para la recomendación que usted desea, y que si es eficaz le proporcionará excelente hospedaje. Digo si es eficaz, pues mi hombre, no obstante sus buenas cualidades, suele tener su luna en ciertas ocasiones, siendo, además, extraordinariamente reservado. Nadie ha podido penetrar en su casa más allá del dormitorio donde instala a sus huéspedes, muy escasos por otra parte. Todo esto quiere decir que va usted en condiciones nada ventajosas, pero es cuanto puedo suministrarle. El éxito es puramente casual. Con todo, si usted quiere una carta de recomendación…

Acepté y emprendí acto continuo mi viaje, llegando al punto de destino horas después.


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8 págs. / 15 minutos / 331 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Un Fallecimiento

Rafael Barrett


Cuento


Se llamaba Carlos, tenía doce años y venía corriendo de la escuela. Su padre estaba enfermo. «Cuando llegue me dirán que está bien», pensaba el niño. «Le contaré como todos los días lo que ha pasado en clase, nos reiremos y almorzaré con más hambre que nunca».

Al subir las escaleras de la casa se encontró con el médico que bajaba despacio. Era un viejo de barba blanca, que tenía la costumbre de mirar por encima de los anteojos, inclinando su calva venerable. Pero esta vez su mirada huía, y su cuerpo procuraba descender deslizándose, pegado a la pared.

—¿Cómo está papá? —preguntó Carlos.

El doctor, muy fastidiado, muy serio, movió la cabeza de un lado a otro, sin una sola palabra.

—¿Está peor?

Igual gesto.

—¿Mucho peor? —insistió el pequeño con voz temblorosa.

De repente su corazón comprendió y le hizo precipitarse a grandes saltos por la escalera arriba. Delante de la puerta había un hombre que abrió los brazos.

—¿Dónde vas? No entres.

—Quiero ver a papá.

—No, ahora no. Ya lo verás después. Lo que vamos a hacer es marcharnos. Tengo que ir a un sitio.

—Quiero ver a papá.

—¡Te digo que no!

Carlos dio un paso y se sintió cogido. Entonces, con ira desesperada embistió el obstáculo, lo volcó contra el muro, y pasó.

Amarillo, inmóvil, con el cuello doblado, los ojos caídos y un pañuelo blanco debajo de la barba, anudado sobre el cráneo, estaba su padre.

—¡Papá! —sollozó el muchacho.

La madre, sentada a la cabecera, declamó:

—Bueno es que veas de cerca nuestra horrible desgracia. Acércate y besa a tu padre.

Dos o tres personas que había allí, callaban.

Carlos se arrojó llorando sobre el lecho, y apoyó su frente en el hombro del muerto. Una secreta repugnancia le hizo no besar la carne muerta.


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1 pág. / 2 minutos / 46 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Un Faccioso Más y Algunos Frailes Menos

Benito Pérez Galdós


Novela


I

El 16 de Octubre de aquel año (y los lectores del libro precedente saben muy bien qué año era) fue un día que la historia no puede clasificar entre los desgraciados ni tampoco entre los felices, por haber ocurrido en él, juntamente con sucesos prósperos de esos que traen regocijo y bienestar a las naciones, otros muy lamentables que de seguro habrían afligido a todo el género humano si este hubiera tenido noticia de ellos.

No sabemos, pues, si batir palmas y cantar victoria o llorar a lágrima viva, porque si bien es cierto que en aquel día terminó para siempre el aborrecido poder de Calomarde, también lo es que nuestro buen amigo D. Benigno padeció un accidente que puso en gran peligro su preciosa existencia. Cómo sucedió esto es cosa que no se sabe a punto fijo. Unos dicen que fue al subir al coche para marchar a Riofrío en expedición de recreo; otros que la causa del percance fue un resbalón dado con muy mala fortuna en día lluvioso, y Pipaón, que es buen testimonio para todo lo que se refiere a la residencia del héroe de Boteros en la Granja, asegura que cuando este supo la caída de Calomarde y la elevación de D. José Cafranga a la poltrona de Gracia y Justicia, dio tan fuerte brinco y manifestó su alegría en formas tan parecidas a las del arte de los volatineros, que perdiendo el equilibrio y cayendo con pesadez y estrépito se rompió una pierna. Pero no, no admitamos esta versión que empequeñece a nuestro héroe haciéndole casquivano y pueril. El vuelco de un detestable coche que iba a Segovia cuando había personas que consentían en descalabrarse por ver un acueducto romano, una catedral gótica y un alcázar arabesco, fue lo que puso a nuestro amigo en estado de perecer. Y gracias que no hubo más percance que la pierna rota, el cual fue en tan buenas condiciones y por tan buena parte, al decir de los médicos, que el paciente debía estar muy satisfecho y alabar la misericordia de Dios.


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252 págs. / 7 horas, 21 minutos / 449 visitas.

Publicado el 25 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Un Extranjero

Leónidas Andréiev


Cuento


I

Desde las once de la mañana hasta las ocho de la noche, el estudiante Chistiakov daba lecciones a domicilio. Sólo un día a la semana, el miércoles, retrasaba un poco el principio de su primera lección y hacia un breve acto de presencia en la Universidad, a fin de que le viesen los inspectores.

No iba nunca a clase ni sabía siquiera dónde estaban las aulas del primer año de Derecho, pues las explicaciones de los profesores no le interesaban y estaba decidido a irse la primavera próxima al extranjero. Por eso trabajaba tanto y ahorraba todo el dinero que podía. Por la noche, al volver a casa, se ponía a estudiar alemán. Pensaba irse a Berlín, donde se encontraba, desde hacía un año, un antiguo amigo suyo, que le escribía largas cartas entusiásticas, y en todas ellas le llamaba.

Pero con frecuencia Chistiakov, inclinado sobre su gramática alemana, sentía en la cabeza un ruido semejante al de un salto de agua y unas punzadas dolorosas en el costado izquierdo. Parecíale ver desfilar ante sus ojos fatigados las caras antipáticas de susdiscípulos. No pudiendo seguir estudiando, se tendía en la cama y se distraía en contar mentalmente sus ahorros o en planear su próxima vida en Berlín. Algunas noches bajaba un rato al número 64 del «Polo Norte»—que tal era el nombre de su hospedería—y echaba un párrafo con los estudiantes que después de cenar se reunían allí.

Los estudiantes no le inspiraban ningún afecto, como no se lo inspiraba nada de lo que le rodeaba: las calles por donde pasaba, la habitación donde vivía, toda aquella vida caótica, inculta, grosera y estúpida. La gente le parecía peor que la de un país bárbaro; los bárbaros, al menos, eran audaces, y aquella gente—capaz de las violencias y las crueldades más insensatas—era pusilánime y mezquina.


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Dominio público
16 págs. / 28 minutos / 120 visitas.

Publicado el 22 de abril de 2020 por Edu Robsy.

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