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Stora

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Para vivir ahora en México, como para leer una novela de Zola, se necesita irremisiblemente llevar cubiertas las narices. Las primeras lluvias han convertido la ciudad en un mar fétido donde se hospedan las amarillas tercianas y el rapado tifo. ¡Quién estuviera en París! Cuando los primeros chaparrones descargan sobre la ciudad privilegiada, dice Banville, y cuando las primeras brumas, a la vez trasparentes y espesas, rodean su atmósfera, París es abominable y delicioso.

Un barro negro, inmóvil y estancado como las ondas de un lago infernal, extiende su mantel hediondo adonde travesean los pobres fiacres, manchados de pegajoso lodo y semejantes a la piel de tigre, los pesados tranvías y los pedestres caminantes que caen, tropiezan y chapalean en el agua con la actitud grotesca de los saltimbanquis. Toda la población parece una gran caricatura de Daumier o Gavarni. La ciudad, envuelta por un velo húmedo, como Ámsterdam o Venecia, toma el aspecto de una aguafuerte con sus feroces sombras y sus chorros de luz pálida, sus contornos confusos y sus droláticas figuras, adrede hechas para expresar el pensamiento extravagante de un artista loco. Los monumentos, desnaturalizados y deformes, distintos absolutamente merced a la bruma que los transfigura, erizan sus agujas, sus torres y sus cúpulas, como castillos de hechiceros, construcciones indias o castillos góticos. París, trasijado por el capricho de las nubes, se convierte en una enorme decoración maravillosa que hechiza la mirada, pero el mantel de lodo que extiende a las plantas del transeúnte es espantoso.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 60 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Speraindeo

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


I. La voz de Lina

Un joven vestido de riguroso luto, pero mal vestido, con la levita demasiado corta y los pantalones demasiado estrechos y el sombrero demasiado bajo, apoyaba medroso el dedo índice sobre el botón de un timbre, a la puerta del cuarto de la izquierda del piso segundo, en una casa del barrio de Salamanca.

O el timbre no sonó o dentro no le oyeron; porque la puerta no quiso abrirse. El joven se mordió los labios. Parecía enojarle no poco aquella pasiva oposición de la puerta. Necesitó no pequeño esfuerzo de ánimo para decidirse a tocar el botón otra vez, y para hacerlo esperó un intervalo inverosímil. –«Sin duda no me han oído» –necesitó pensar para animarse a tentar de nuevo fortuna. La superstición de los desgraciados ya le había hecho imaginar que no le abrían porque no le habían conocido, sin verle.

El pobre Speraindeo, injusto como suelen serlo también los desventurados, empezó a pensar mal de su tío el Sr. Soldevilla, inquilino de aquel cuarto izquierdo. –«Tiene un corazón de hielo, ¡bien decía mi padre!»– Así exclamó el pobre muchacho, después que sintió con terror pasar algunos minutos sin que la puerta se moviese. Se decidió a ser un héroe; como Moisés, sin fe, llamó por tercera vez, pero ya casi desesperado. Se corrió entonces la tapa de la rejilla, y una voz que le llegó al corazón estremeciéndole, le preguntó –¿Quién es?–. Speraindeo mientras pensaba que aquella voz parecía la de su difunta madre, contestó con otra pregunta. ¿El señor Soldevilla vive aquí?

–Sí, señor, pero... no está en casa.

–¡No está!

–No señor. Si Vd. tiene que dejar algún recado... Yo soy su hija.

–¡Rosario!...

–Servidora de Vd.... ¿Usted sería acaso...

–Yo soy su primo de Vd.. . soy... Speraindeo.


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Dominio público
21 págs. / 37 minutos / 77 visitas.

Publicado el 10 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Soy, Tengo y Quiero

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


I. La musa

Yo gusto de los poetas que no tienen un cuarto.

De las niñas pálidas y bellas que montan sobre su nariz unos aristocráticos quevedos.

De las tardes de otoño si hubo tormenta por la mañana.

Y de una ópera de Bellini oída desde el paraíso del teatro Real.

Pues este paraíso, como todos los prometidos en las religiones de que me acuerdo, es el consuelo de los pobres.

Y las tardes de otoño recuerdan al hombre la muerte.

Y las niñas con anteojos son muy coquetas.Y la pobreza pone al genio en su carro de dios terrenal. Divinidad, coquetismo, muerte y consolación y demás cosas mencionadas que soy, tengo y quiero.

II. Alonso ídem

Alonso Alonso vive en Madrid.

Su musa (porque todo poeta tiene su musa, y Alonso Alonso es poeta) lo encontró un día en la calle de Fuencarral.

—Adiós, Alonso... —dijo la musa.

—Adiós, muchacha... —contestó él.

—¿Adónde vas?

—A cualquier parte.

—¿Qué tienes?

—Voy muy triste.

—¿Por qué?

—Porque me aborrezo.

—¡Siempre lo mismo!

—¡Hoy más que nunca! Vengo de estar solo en el Paseo del Prado entre dos o tres mil personas.

—¿En qué trabajas?

—En nada.

—¿Por qué!

—Porque no tengo dinero.

—Razón de más para que trabajes.

—No tengo tiempo.

—Pues ¿qué haces?

—Pensar en que no tengo dinero.

—Compón una comedia.

—¿Y entre tanto?

—¿Qué importa? Comerás o ayunarás tantas veces como ayunarías o comerías sin componerla.

—Pero ¿la comprarás tú luego?

—Yo no. ¡Harto hago con hallar quien compre las quisicosas que tú te desdeñas en escribir; como, por ejemplo, la historia de esta conversación, que escribirá cierto amigo tuyo. Pero, si tu comedia es buena, no faltará un teatro que la represente.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 468 visitas.

Publicado el 9 de enero de 2019 por Edu Robsy.

Sorelita

Isidoro Fernández Flórez


Cuento


—Tengo su palabra de usted, Sorela; me ha jurado usted no atentar á su vida durante un mes. ¿No es esto?

—Lo he prometido y lo cumpliré.

—Y yo le prometo á usted que antes de treinta días las cosas habrán variado y que será usted dichoso.

—Señora, agradezco la compasión que á usted inspiran esas palabras; pero la dicha no ha existido ni puede existir para mi.

—¿Para qué quiere usted que viva?—prosiguió.—Teresa no puede amarme jamás. ¡Yo soy un monstruo, un fenómeno; yo soy un bicho raro parecido al hombre!... Y ella, ella es un conjunto de perfecciones; es más que una mujer, es una divinidad, es el mayor recreo de los ojos entre todas las maravillas de la creación. Usted sola compite y puede competir con Teresa; sólo usted ha dividido la opinión de Madrid en dos campos. Y si usted la iguala en hermosura, la supera en el corazón. Yo tendría esperanza si estuviese enamorado de usted; podría usted corresponderme por piedad; pero Teresa es de mármol, señora; ¡es como el faro altivo y deslumbrador que difunde sus rayos por el mar, insensible al gemido del náufrago!... Esa mujer sólo es fácil á la vanidad, sólo ama lo que brilla, sólo se sacrifica por la moda... Ha tenido amantes... Si, los ha tenido, lo sé, nadie lo ignora; pero el mismo: elegantes; reyes del día, gracias á un desafío, á un cotillón, á un caballo, á unos amores con otra estrella rutilante... ¿Dentro de treinta días? ¡Jamás, jamás! ¡No me amará nunca!

Su interlocutora se sonrió.

—¡Nunca!—prosiguió Sorela recogiendo con avidez esta sonrisa.—Dentro de treinta días, ¿habrá cambiado esta figura que parece un signo interrogativo; esta cabeza mal cubierta de lacios cabellos, estos ojillos escondidos bajo cejas peludas de Mefistófeles, esta boca inmensa de labios cárdenos, cuyas más graciosas sonrisas son espantables muecas?


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Dominio público
6 págs. / 12 minutos / 31 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Sor María

Julia de Asensi


Cuento


Casado Bernardo, ¿qué le importaba a ella el mundo ya? Había sido el compañero de su infancia, el que había enjugado sus primeras lágrimas, producido su sonrisa primera y recogido el primer suspiro que exhaló su pecho virginal. Ella le había amado con toda su alma, con todo el entusiasmo de la primera juventud.

¿Cómo él no la había correspondido? Blanca tenía algunos años menos que él; aún era niña cuando Bernardo era hombre; una mujer malvada y astuta conquistó el corazón del joven y logró ser conducida al pie de los altares, donde fueron unidos en eterno lazo.

Blanca buscó un consuelo en la religión; no había en la tierra remedio a su pesar y volvió los ojos al cielo. En la ciudad donde habitaba se elevaba un sombrío convento, de altos muros, fuertes rejas y espesas celosías, y allí se encerró la infortunada niña, sin ver las lágrimas de su madre, ni atender a los consejos de su padre, ni escuchar los ruegos de sus amigos.

El día en que fue llevada al templo, vio a Bernardo en el camino. Él la miró con una indefinible expresión, y Blanca creyó adivinar que el hombre a quien tanto quería no debía ser feliz.

Acaso si Blanca no hubiese ido en carruaje, él la hubiera detenido, dirigiéndole la palabra, quién sabe si le hubiera pedido perdón por su conducta, porque Bernardo era culpable, había adivinado el amor de Blanca, lo había alentado con vanas esperanzas, abandonándola sin remordimientos después.

La niña trocó sus galas por el severo traje religioso; la novicia, sin libertad de palabra ni de acción, empezó la vida de convento resignada y acaso indiferente; martirizó su cuerpo con ayunos y penitencias, y pasó casi todas las horas dedicada a las oraciones.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 129 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

Sor Aparición

Emilia Pardo Bazán


Cuento


En el convento de las Clarisas de S***, al través de la doble reja baja, vi a una monja postrada, adorando. Estaba de frente al altar mayor, pero tenía el rostro pegado al suelo, los brazos extendidos en cruz y guardaba inmovilidad absoluta. No parecía más viva que los yacentes bultos de una reina y una infanta, cuyos mausoleos de alabastro adornaban el coro. De pronto, la monja prosternada se incorporó, sin duda para respirar, y pude distinguir sus facciones. Se notaba que había debido de ser muy hermosa en sus juventudes, como se conoce que unos paredones derruidos fueron palacios espléndidos. Lo mismo podría contar la monja ochenta años que noventa. Su cara, de una amarillez sepulcral, su temblorosa cabeza, su boca consumida, sus cejas blancas, revelaban ese grado sumo de la senectud en que hasta es insensible el paso del tiempo.

Lo singular de aquella cara espectral, que ya pertenecía al otro mundo, eran los ojos. Desafiando a la edad, conservaban, por caso extraño, su fuego, su intenso negror, y una violenta expresión apasionada y dramática. La mirada de tales ojos no podía olvidarse nunca. Semejantes ojos volcánicos serían inexplicables en monja que hubiese ingresado en el claustro ofreciendo a Dios un corazón inocente; delataban un pasado borrascoso; despedían la luz siniestra de algún terrible recuerdo. Sentí ardiente curiosidad, sin esperar que la suerte me deparase a alguien conocedor del secreto de la religiosa.

Sirvióme la casualidad a medida del deseo. La misma noche, en la mesa redonda de la posada, trabé conversación con un caballero machucho, muy comunicativo y más que medianalmente perspicaz, de esos que gozan cuando enteran a un forastero. Halagado por mi interés, me abrió de par en par el archivo de su feliz memoria. Apenas nombré el convento de las Claras e indiqué la especial impresión que me causaba el mirar de la monja, mi guía exclamó:


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Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 126 visitas.

Publicado el 27 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Sor Andrea y fray Andrés

José Fernández Bremón


Cuento


A los que juzguen inverosímil este cuento, les diremos que es histórico el hecho fisiológico en que se funda. Jerónimo de Quintana lo consigna en su Antigüedad, nobleza y grandeza de Madrid, bajo la fe de Gonzalo Fernández de Oviedo, que conoció y trató al protagonista: éste tuvo en realidad el nombre que le damos, y nació en la casa solariega de sus padres en la plaza Mayor, parroquia de San Ginés. Sólo nos hemos permitido imaginar la forma en que aquellos sucesos debieron ocurrir y las emociones que sin duda ocasionaron.

I

El caballero Rui Sánchez del Monte y Heredia estaba muy contento: había recibido una carta de su hijo el capitán Pedro del Monte, que había salido ileso en las batallas que acababa de dar el César Carlos V; venía de ver comenzar la fabricación de la capilla que edificaba en la iglesia de San Miguel para enterramiento de los suyos; sus hijos Alonso y Rui le ayudaban a quitarse el abrigo de pieles; su hija Juana le besaba la mano con respeto, y su mujer, doña Flor, le sonreía. Además traía una buena noticia, de carácter reservado.

—Gracias, gracias, hijos —dijo entregándoles la espada y quitándose la gorra—, dejadnos un momento que luego os llamaremos.

Y sentándose en una silla de cuero al lado de su esposa, exclamó alegremente:

—Vengo de la Morería y he encontrado lo que necesitaba. Una morisca se compromete a extirpar el pícaro bigote y la barba de nuestra pobre monjita y dejar su cara limpia como antes.

—¿Y no teméis que emplee sortilegios?

—No: es un procedimiento natural; los moros son muy diestros en ese arte, porque sus prácticas lo exigen.

—¿Y permitirá la priora que entre la morisca en el convento para quitar a nuestra hija Andrea ese defecto?


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 20 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Sopa de Palillo de Morcilla

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


1. Sopa de palillo de morcilla

—¡Vaya comida la de ayer! —comentaba una vieja dama de la familia ratonil dirigiéndose a otra que no había participado en el banquete—. Yo ocupé el puesto vigésimo—primero empezando a contar por el anciano rey de los ratones, lo cual no es poco honor. En cuanto a los platos, puedo asegurarte que el menú fue estupendo. Pan enmohecido, corteza de tocino, vela de sebo y morcilla; y luego repetimos de todo.

Fue como si comiéramos dos veces. Todo el mundo estaba de buen humor, y se contaron muchos chistes y ocurrencias, como se hace en las familias bien avenidas. No quedó ni pizca de nada, aparte los palillos de las morcillas, y por eso dieron tema a la conversación. Imagínate que hubo quien afirmó que podía prepararse sopa con un palillo de morcilla. Desde luego que todos conocíamos esta sopa de oídas, como también la de guijarros, pero nadie la había probado, y mucho menos preparado. Se pronunció un brindis muy ingenioso en honor de su inventor, diciendo que merecía ser el rey de los pobres. ¿Verdad que es una buena ocurrencia? El viejo rey se levantó y prometió elevar al rango de esposa y reina a la doncella del mundo ratonil que mejor supiese condimentar la sopa en cuestión. El plazo quedó señalado para dentro de un año.

—¡No estaría mal! —opinó la otra rata—. Pero, ¿cómo se prepara la sopa?

—Eso es, ¿cómo se prepara? — preguntaron todas las damas ratoniles, viejas y jóvenes. Todas habrían querido ser reinas, pero ninguna se sentía con ánimos de afrontar las penalidades de un viaje al extranjero para aprender la receta, y, sin embargo, era imprescindible. Abandonar a su familia y los escondrijos familiares no está al alcance de cualquiera. En el extranjero no todos los días se encuentra corteza de queso y de tocino; uno se expone a pasar hambre, sin hablar del peligro de que se te meriende un gato.


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16 págs. / 28 minutos / 125 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Sonetos del Amor Oscuro

Federico García Lorca


Poesía


Soneto gongorino

Este pichón del Turia que te mando,
de dulces ojos y de blanca pluma,
sobre laurel de Grecia vierte y suma
llama lenta de amor do estoy parando.

Su cándida virtud, su cuello blando,
en limo doble de caliente espuma,
con un temblor de escarcha, perla y bruma
la ausencia de tu boca está marcando.

Pasa la mano sobre tu blancura
y verás qué nevada melodía
esparce en copos sobre tu hermosura.

Así mi corazón de noche y día,
preso en la cárcel del amor oscura,
llora, sin verte, su melancolía.

Llagas de amor

Esta luz, este fuego que devora.
Este paisaje gris que me rodea.
Este dolor por una sola idea.
Esta angustia de cielo, mundo y hora.

Este llanto de sangre que decora
lira sin pulso ya, lúbrica tea.
Este peso del mar que me golpea.
Este alacrán que por mi pecho mora.

Son guirnalda de amor, cama de herido,
donde sin sueño, sueño tu presencia
entre las ruinas de mi pecho hundido.

Y aunque busco la cumbre de prudencia
me da tu corazón valle tendido
con cicuta y pasión de amarga ciencia.

Soneto de la guirnalda de las rosas

¡Esa guirnalda! ¡Pronto! ¡Que me muero!
¡Teje deprisa! ¡Cantal ¡Gime! ¡Canta!
Que la sombra me enturbia la garganta
y otra vez viene y mil la luz de enero.

Entre lo que me quieres y te quiero,
aire de estrellas y temblor de planta
espesura de anémonas levanta
con oscuro gemir un año entero.

Goza el fresco paisaje de mi herida,
quiebra juncos y arroyos delicados,
bebe en muslo de miel sangre vertida.

Pronto ¡prontol! Que unidos, enlazados,
boca rota de amor y alma mordida,
el tiempo nos encuentre destrozados.


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3 págs. / 5 minutos / 3.847 visitas.

Publicado el 17 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

Soñemos, Alma, Soñemos

Benito Pérez Galdós


Ensayo, artículo


Alma Española, 8 noviembre 1903

Aprendamos, con lento estudio, a conocer lo que está muerto y lo que está vivo en el alma nuestra, en el alma española. Aprendámoslo aplicando el oído al palpitar de estos enojos que reclaman justicia, equidad, orden, medios de existencia. Apliquemos todos los sentidos a la observación de los estímulos que apenas nacen se convierten en fuerzas, de los desconsuelos que derivan lentamente hacia la esperanza, de la gestación que actúa en los senos del arte, de la industria, de la ciencia... Observemos cómo el pensamiento trata de buscar los resortes rudimentarios de la acción, y cómo la acción tantea su primer gesto, su primer paso.


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6 págs. / 10 minutos / 626 visitas.

Publicado el 1 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.

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