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De la Divina Providencia

Lucio Anneo Séneca


Filosofía, Tratado


Capítulo I

Pregúntasme, Lucilo, cómo se compadece que gobernándose el mundo con divina Providencia, sucedan muchos males a los hombres buenos. Daréte razón de esto con más comodidad en el contexto del libro, cuando probare que a todas las cosas preside la Providencia divina, y que nos asiste Dios. Pero porque has mostrado gusto de que se separe del todo esta parte, y que quedando entero el negocio se decida este artículo, lo haré, por no ser cosa difícil al que hace la causa de los dioses.


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Dominio público
19 págs. / 34 minutos / 1.500 visitas.

Publicado el 20 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.

El Diablo en México

Juan Díaz Covarrubias


Novela corta


Dedicatoria

Al joven poeta Luis G. Ortiz

Tacubaya, noviembre de 1858

Hermano:

Le envío a usted esta pequeña novela que acabo de escribir, y que muy pronto se publicará.

Tal vez habrá muchos que digan que sólo un niño o un loco es el que piensa en escribir en México en esta época aciaga de desmoronamiento social, y pretender ser leído a la luz rojiza del incendio y al estruendo de los cañones. Acaso tengan razón. Pero, ¡Dios mío!, ¿se han acabado ya también esos hombres sensibles, esparcidos en todas las clases de nuestra sociedad, que se deleitan con esas tristezas, esos desconsuelos, esas esperanzas, presentimientos y deseos vagos que forman los cantos de los poetas?… ¡Ah!, usted y yo sabemos que no, sabemos que hay todavía almas buenas que no han sido embriagadas por el vértigo del positivismo; ¡almas que laten unísonas con las nuestras, que en una presión de mano, o una palabra, nos dicen que nos han comprendido, que gozan, esperan, se desconsuelan y sufren como nosotros! ¿Y acaso hay un placer más tierno, más incomprensible que ese eco simpático que nuestro canto produce en el alma de un desconocido? Yo he publicado mis libros por sólo el deseo de producir ese eco en algún corazón. Yo no me desaliento, porque espero con la civilización el renacimiento literario, y me resigno a consumir mi juventud en el martirio de un trabajo estéril, con la esperanza de gozar algún día con usted y mis hermanos en poesía, el paraíso de la gloria.

Introduzca usted estos cuadros aislados que no son ni una novela, en los salones de esas hermosas jóvenes que le inspiran tan hermosos versos.

Adiós, Luis, no se olvide usted de su hermano.

Juan Díaz Covarrubias


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Dominio público
57 págs. / 1 hora, 40 minutos / 488 visitas.

Publicado el 18 de junio de 2019 por Edu Robsy.

El Fiscal

Carmen de Burgos


Cuento


Eloísa era una joven encantadora. Figuráos que los árabes se mezclaran con los hebreos; haced de esta reunión una mujer de ojos garzos, sombreados por largas y sedosas pestañas obscuras; con el cabello intensamente negro y rizado con suavidad como el de las hijas del desierto; todo esto animando un rostro moreno, con ligeras tonalidades de bronce, la nariz fina, algo achatade cerca de los labios, y la boca un poco grande, pero ocultando una dentadura irreprochable; dad á esta concepción la vida de una juventud sin preocupaciones ni disgustos y tendréis á Eloísa.

Su carácter presentaba también una mezcla extraña, una excesiva impresionabilidad que la hacía aparecer tan pronto dulce y sencilla, como altiva é imperiosa.

Ni libros ni consejos pesaban sobre su ánimo; hija única, sin haber conocido á su madre, mimada por un padre que la adoraba, con un desconocimiento completo de la sociedad, Eloísa se desenvolvía libremente en plena Naturaleza.

En su quinta, á orillas del Guadalquivir, oculta entre los árboles gigantescos, sintiendo penetrar por todos sus poros los efluvios de la vida exuberante y fecunda, ensanchando su pecho con el perfume de la Naturaleza, la joven soñaba en un porvenir de venturas. Sus sueños eran los de ese período encantador que precede al casamiento, ese periodo de la dicha esperada que sobrepuja siempre á la realidad.

Su boda había de verificarse dentro de un plazo muy breve; ella amaba á su prometido con un amor tranquilo y profundo. Julio Sánchez era hijo de uno de sus vecinos, su amigo de la infancia, un muchacho honrado y trabajador, cuyos triunfos de estudiante había seguido anhelosa hasta verlo ocupar el importante cargo de Fiscal en la Audiencia de Sevilla.


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4 págs. / 7 minutos / 32 visitas.

Publicado el 21 de enero de 2025 por Edu Robsy.

El Guante Negro

Juana Manuela Gorriti


Cuento


I. La prenda de amistad

Era una de esas deliciosas noches del país argentino. La luna bañaba con sus blancos rayos las encantadas riberas del Plata y hacía brillar entre la sombría verdura de los huertos y alamedas de las mil bellísimas quintas, y los palacios de campo que circundan Buenos Aires. Aunque la hora no era avanzada, todo estaba silencioso y desierto en derredor de la gran ciudad, y sólo se oía el murmullo de las ondas del vecino rio, y el silbido del viento entre las hojas de los sauces.

De repente vino a mezclarse a estos rumores de la naturaleza una voz humana, una divina voz de mujer, que elevándose suave y cautelosa del fondo de una de esas espesas avenidas de árboles, comenzó a cantar con indecible melodía aquella adorable música de Julieta y Romeo.

—Sei pur tu che ancor rivedo?

El canto fue interrumpido por el ruido de un carruaje que se acercaba.

Una elegante berlina se detuvo al pie de la escalinata de una quinta. Un cazador vestido de lujosa librea abrió la portezuela y presentó la mano a una bella joven de talle esbelto y flexible, de mirada rápida e imperiosa, que saltando del estribo, ligera como un pájaro, subió las gradas de la escalinata, y entró en el vestíbulo.

A su vista, el portero que velaba en la primera antesala, se inclinó profundamente.

—Amigo mío —le dijo ella, paseando en derredor su inquieta mirada—: ¿duerme su joven amo de usted?

—Mi amo está herido, señora, y…

—Lo sé, lo sé, y por eso estoy aquí. Condúzcame usted a su cuarto.


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22 págs. / 40 minutos / 332 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Jardín de Venus

Félix María Samaniego


Poesía


El país de afloja y aprieta

En lo interior del África buscaba
cierto joven viajero
un buen pueblo en que a todos se hospedaba
sin que diesen dinero;
y con esta noticia que tenía
se dejó atrás un día
su equipaje y criado,
y, yendo apresurado,
sediento y caluroso,
llegó a un bosque frondoso
de palmas, cuyas sendas mal holladas
sus pasos condujeron
al pie de unas murallas elevadas
donde sus ojos con placer leyeron,
en diversos idiomas esculpido,
un rótulo que hacía este sentido:

«Esta es la capital de Siempre-meta,
país de afloja y aprieta,
donde de balde goza y se mantiene
todo el que a sus costumbres se conviene».

—¡He aquí mi tierra!, dijo el viandante
luego que esto leyó, y en el instante
buscó y halló la puerta
de par en par abierta.

Por ella se coló precipitado
y viose rodeado,
no de salvajes fieros,
sino de muchos jóvenes en cueros,
con los aquellos tiesos y fornidos,
armados de unos chuzos bien lucidos,
los cuales le agarraron
y a su gobernador le presentaron.

Estaba el tal, con un semblante adusto,
como ellos en pelota; era robusto
y en la erección continua que mostraba
a todos los demás sobrepujaba.

Luego que en su presencia
estuvo el viajero,
mandó le desnudasen, lo primero,
y que con diligencia
le mirasen las partes genitales,
que hallaron de tamaño garrafales.

La verga estaba tiesa y consistente,
pues como había visto tanta gente
con el vigor que da naturaleza,
también el pobre enarboló su pieza.


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Dominio público
80 págs. / 2 horas, 20 minutos / 1.823 visitas.

Publicado el 16 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Llamado

Horacio Quiroga


Cuento


Yo estaba esa mañana, por casualidad, en el sanatorio, y la mujer había sido internada en él cuatro días antes, en pos de la catástrofe.

—Vale la pena —me dijo el médico a quien había ido a visitar— que oiga usted el relato del accidente. Verá un caso de obsesión y alucinación auditivas como pocas veces se presentan igual.

»La pobre mujer ha sufrido un fuerte shock con la muerte de su hija. Durante los tres primeros días ha permanecido sin cerrar los ojos ni mover una pestaña, con una expresión de ansiedad indescriptible. No perderán ustedes el tiempo oyéndola. Y digo ustedes, porque estos dos señores que suben en este momento la escalera son delegados o cosa así de una sociedad espiritista. Sea lo que fuere, recuerde usted lo que le he dicho hace un instante respecto de la enferma: estado de obsesión, idea fija y alucinación auditiva. Ya están aquí esos señores. Vamos andando.

No es tarea difícil provocar en una pobre mujer, que al impulso de unas palabras de cariño resuelve por fin en mudo llanto la tremenda opresión que la angustia, las confidencias que van a desahogar su corazón. Cubriéndose el rostro con las manos:

—¡Qué puedo decirles —murmuró— que no haya ya contado a mi médico…!

—Toda la historia es lo que deseamos oír, señora —solicitó aquél—. Entera, y con todos los detalles.

—¡Ah! Los detalles… —murmuró aún la enferma, retirando las manos del rostro; y mientras cabeceaba lentamente—: Sí, los detalles… Uno por uno los recuerdo… Y aunque debiera vivir mil años…

Bruscamente llevose de nuevo las manos a los ojos y las mantuvo allí, oprimidas con fuerza, como si tras ese velo tratara de concentrar y echar de una vez por todas el alucinante tumulto de sus recuerdos.

Un instante después las manos caían, y con semblante extenuado, pero calmo, comenzó:

—Haré lo que usted desea, doctor. Hace un mes…


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6 págs. / 11 minutos / 221 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Manuscrito de un Loco

Charles Dickens


Cuento


Sí...¡de un loco! ¿Como hubiera herido mi corazon esta palabra algunos años há! Como hubiera despertado el terror que de vez en cuando me acometia, haciendo que la sangre como fuego corriera por mis venas, hasta que el frio hielo del temor en gruesas gotas cubria mi piel, y mis rodillas temblaban de miedo! Ahora me agrada. Es un bello nombre. Mostradme al monarca cuyo iracundo entrecejo tanto intimide como el brillo del ojo de un loco, y cuyo cordel y hacha sean jamas tan eficaces como las garras de un loco. Sí, sí, es una gran cosa estar loco! ser mirado como un feroz leon entre las barras de hierro, y rechinar los dientes y ahullar, las largas y silenciosas noches, á la alegre música de una pesada cadena, y rodar y bramar entre la paja, arrebatado con tan deliciosa armonía. Hurrah por la casa de los locos. Me recuerdo de un tiem­po cuando temia estar loco; cuando me despertaba sobresaltado de mi sueño, y cayendo de rodillas rogaba á Dios me libertara de la maldicion de mi raza: cuando huia de la alegria y de la felicidad y me ocultaba en algun lugar solitario, y pasaba las pesadas horas observando el progreso de la calentura que debia consumir mi cerebro. Sabia que la locura estaba en mi misma sangre, hasta en el tuétano de mis huesos; que una generacion habia pasado sin que la pestilencia apareciese entre ellos, y que yo era el primero en quien debia revivir. Sabia que asi debia ser, que asi siempre habia sido, y que asi siempre seria; y cuando huia del contacto de mis semejantes á algun oscuro rincon; veia desde alli á los hombres hablar en voz baja, y señalar, y volver los ojos hacia mi, y conocia se estaban refiriendo unos á otros la prescrita locura, y conociéndolo en silencio gemia. Esto hice por años, largos, largos años fueron aquellos.


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Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 887 visitas.

Publicado el 16 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Marido Pantasma

Francisco de Quevedo y Villegas


Teatro, Entremés, Comedia


Figuras que se introducen

MUÑOZ
DOÑA OROMASIA
MENDOZA
TRES MUERES
LOBÓN
LOS MÚSICOS

El Marido Pantasma

Salen MUÑOZ y MENDOZA; MUÑOZ de novio galán.

MENDOZA
Sea el señor Muñoz muy bien venido.

MUÑOZ
Sea el señor Mendoza bien hallado.

MENDOZA
¿Qué intento le ha traído
con tan bien guarnecido frontispicio?

MUÑOZ
Vengo a ponerme a oficio;
vengo, señor Mendoza,
a ponerme a marido en una moza.

MENDOZA
Señor Muñoz, poniéndolo por obra,
el mu le basta y todo el ñoz le sobra.
Tiene lindas facciones de casado.

MUÑOZ
La mujer de quien he de ser velado,
para quitar de todo enconvenientes,
no ha de tener linaje ni parientes;
quiero mujer sin madre y sin tías,
sin amigas ni espías,
sin viejas, sin vecinas,
sin visitas, sin coches y sin Prado,
y sin lugarteniente de casado;
que hay doncella que vende de su esposo,
a raíz de las propias bendiciones,
a pares las futuras sucesiones.

MENDOZA
Mujer sin madre, ¿dónde podrá hallarse?

MUÑOZ
Ella es invención nueva.

MENDOZA
Vusted perdió linda ocasión en Eva;
mas ya que no tenía
madre, suegra ni tía,
tuvo culebra.


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Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 1.688 visitas.

Publicado el 18 de junio de 2018 por Edu Robsy.

El Matadero

Esteban Echeverría


Cuento


A pesar de que la mía es historia, no la empezaré por el arca de Noé y la genealogía de sus ascendientes como acostumbraban hacerlo los antiguos historiadores españoles de América que deben ser nuestros prototipos. Temo muchas razones para no seguir ese ejemplo, las que callo por no ser difuso. Diré solamente que los sucesos de mi narración, pasaban por los años de Cristo de 183… Estábamos, a más, en cuaresma, época en que escasea la carne en Buenos Aires, porque la iglesia adoptando el precepto de Epitecto, sustine abstine (sufre, abstente) ordena vigilia y abstinencia a los estómagos de los fieles, a causa de que la carne es pecaminosa, y, como dice el proverbio, busca a la carne. Y como la iglesia tiene ab initio y por delegación directa de Dios el imperio inmaterial sobre las conciencias y estómagos, que en manera alguna pertenecen al individuo, nada más justo y racional que vede lo malo.

Los abastecedores, por otra parte, buenos federales, y por lo mismo buenos católicos, sabiendo que el pueblo de Buenos Aires atesora una docilidad singular para someterse a toda especie de mandamiento, solo traen en días cuaresmales al matadero, los novillos necesarios para el sustento de los niños y de los enfermos dispensados de la abstinencia por la Bula…, y no con el ánimo de que se harten algunos herejotes, que no faltan, dispuestos siempre a violar los mandamientos carnificinos de la iglesia, y a contaminar la sociedad con el mal ejemplo.


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Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Quinto Evangelio

Clemente Palma


Cuento


A don Juan Valera


Era de noche. Jesús, enclavado en el madero, no había muerto aún; de rato en rato los músculos de sus piernas se retorcían con los calambres de un dolor intenso, y su hermoso rostro, hermoso aun en las convulsiones de su prolongada agonía, hacía una mueca de agudo sufrimiento… ¿Por qué su Padre no le enviaba, como un consuelo, la caricia paralizadora de la muerte?… Le parecía que el horizonte iluminado por rojiza luz se dilataba inmensamente. Poco a poco fue saliendo la luna e iluminó con sarcástica magnificencia sus carnes enflaquecidas, las oquedades espasmódicas que se formaban en su vientre y en sus flancos, sus llagas y sus heridas, su rostro desencajado y angustioso…

—Padre mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué esta burla cruel de la Naturaleza?

Los otros dos crucificados habían muerto hacía ya tiempo, y estaban rígidos y helados, expresando en sus rostros la última sensación de la vida; el uno tenía congelada en los labios una mueca horrorosa de maldición; el otro una sonrisa de esperanza. ¿Por qué habían muerto ellos, y él, el Hijo de Dios, no? ¿Se le reservaba una nueva expiación? ¿Quedaba aún un resto de amargura en el cáliz del sacrificio?…

En aquel momento oyó Jesús una carcajada espantosa que venía de detrás del madero. ¡Oh! Esa risa, que parecía el aullido de una hiena hambrienta, la había él oído durante cuarenta noches en el desierto. Ya sabia quién era el que se burlaba de su dolorosa agonía: Satán, Satán que infructuosamente le había tentado durante cuarenta días, estaba allí a sus espaldas, encaramado a la cruz; sentía que su aliento corrosivo le quemaba el hombro martirizando las desolladuras con la acción dolorosa de un ácido. Oyó su voz burlona que le decía al oído:


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Dominio público
5 págs. / 8 minutos / 240 visitas.

Publicado el 14 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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