El Secreto de Don Juan
Leopoldo Lugones
Cuento
A Tito Arata
Uno de esos últimos compromisos de la tarde, cuya tiránica 
futilidad asume carácter de obligación en el atolondramiento de las 
ciudades populosas, más atareado por el trabajo y más mudable que la 
inquietud, habíamos acarreado, con el retraso fatal de las citas 
porteñas... sin carácter íntimo —pues quiero creer que las de esta clase
 formarán la excepción, aun aquí— el contratiempo de no encontrar 
comedor reservado en aquel restaurante, un tanto bullicioso, si se 
quiere, pero que nuestro anfitrión, Julio D., consideraba el único de 
Buenos Aires donde pudieran sentarse confiados en la seguridad de una 
buena mesa, cuatro amigos dispuestos a celebrar sin crónica el regreso 
de un ausente. Debimos, pues, resignarnos a la promiscuidad, por cierto 
brillante, del salón común, con sus damas muy rubias, sus caballeros muy
 afeitados, su orquesta muy frecuente y su iluminación de joyería, que 
valorizaba con limpidez ojos seguidores y diamantes audaces; pero Julio 
D. consiguió, a título de cliente privilegiado, la promesa de una 
eventual desocupación para tomar el café a solas.
Todos ustedes conocen a Julio D. lo suficiente para dispensarme la inicial de su apellido que han completado sin vacilar, pero tras la cual disimulo, la semitransparencia de la buena educación, no exenta, para el caso, de justa ironía, la característica falta de puntualidad con que nos había retrasado, siendo, no obstante, el anfitrión.
 Dominio público
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 Publicado el 6 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

