Textos más populares este mes publicados por Edu Robsy disponibles publicados el 13 de diciembre de 2020 que contienen 'u' | pág. 6

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editor: Edu Robsy textos disponibles fecha: 13-12-2020 contiene: 'u'


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Stora

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Para vivir ahora en México, como para leer una novela de Zola, se necesita irremisiblemente llevar cubiertas las narices. Las primeras lluvias han convertido la ciudad en un mar fétido donde se hospedan las amarillas tercianas y el rapado tifo. ¡Quién estuviera en París! Cuando los primeros chaparrones descargan sobre la ciudad privilegiada, dice Banville, y cuando las primeras brumas, a la vez trasparentes y espesas, rodean su atmósfera, París es abominable y delicioso.

Un barro negro, inmóvil y estancado como las ondas de un lago infernal, extiende su mantel hediondo adonde travesean los pobres fiacres, manchados de pegajoso lodo y semejantes a la piel de tigre, los pesados tranvías y los pedestres caminantes que caen, tropiezan y chapalean en el agua con la actitud grotesca de los saltimbanquis. Toda la población parece una gran caricatura de Daumier o Gavarni. La ciudad, envuelta por un velo húmedo, como Ámsterdam o Venecia, toma el aspecto de una aguafuerte con sus feroces sombras y sus chorros de luz pálida, sus contornos confusos y sus droláticas figuras, adrede hechas para expresar el pensamiento extravagante de un artista loco. Los monumentos, desnaturalizados y deformes, distintos absolutamente merced a la bruma que los transfigura, erizan sus agujas, sus torres y sus cúpulas, como castillos de hechiceros, construcciones indias o castillos góticos. París, trasijado por el capricho de las nubes, se convierte en una enorme decoración maravillosa que hechiza la mirada, pero el mantel de lodo que extiende a las plantas del transeúnte es espantoso.


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4 págs. / 7 minutos / 49 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Tres Conquistas de Carmen

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Nunca he sido fuerte en derecho: soy jorobado, pero, a pesar de eso, me agrada el estudio de la jurisprudencia. Tengo un amigo, juez de primera instancia retirado del servicio, que suele ilustrarme en cuestiones de este género. Anoche tuve el placer de dirigirle por escrito una interpelación, y esta mañana he recibido su respuesta. Como el asunto de que trata es muy interesante, incluyo aquí su carta:


Muy querido amigo:

Aunque me tiño, tengo canas. Y hago a usted esa observación porque me falta al respeto preguntándome lo que me pregunta: ¿Ha tenido derecho el señor gobernador del Distrito a prohibir a las mujeres que no son señoras la entrada al jardín público del Zócalo? Contesto afirmativamente. La autoridad puede, indisputablemente, prohibir esos espectáculos promiscuos, como usted puede, sin que ninguno se lo impida, separar del corral en donde tiene sus gallinas japonesas, los animales que les sean nocivos. Esto es lógico.

En lo que yo presumo que se equivoca la prensa y el gobierno es en la pretendida importancia de esas desgraciadas. Tienen una reputación usurpada, como esos solterones que pasan por peligrosos desde el periodo de Santa Anna y son incapaces de romper un plato. Son como el Teatro Arbeu: todos vaticinamos que se incendiaba la primera noche de su estreno, y Villalonga perdió todos sus dientes antes de que el siniestro aconteciera.


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 47 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Un 14 de Julio

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


(Histórico)

Voy a referiros una breve y triste historia, y voy a referirla porque hoy habrá muchos semblantes risueños en las calles, y es bueno que los alegres, los felices, se acuerden de que hay algunos, muchos desgraciados. Es un episodio del 14 de julio, pero no del 14 de julio de 1789, sino del 14 de julio de 1890. Y la heroína es una paisana nuestra, una hermosa y desventurada mexicana. ¡Ah!, de ella hablaron mucho los diarios de París hace dos años, más que de madame Iturbe y de sus trajes, más que de la señorita Escandón y su boda. Arsenio Houssaye, ese anciano coronado de rosas, le dedicó una página brillante, una aureola de oro, como esas que circundan las sienes de los mártires. La Piedad la amó un momento, un momento nada más, porque la Piedad tiene siempre muchísimo que hacer. Y ahora que miro esas banderas, esas flámulas, esos gallardetes, símbolos de noble regocijo, pienso en la pobre mexicana que pasó en París el 14 de julio de 1890.

Estaba casada con un francés que vino a nuestra tierra cuando la malhadada Intervención. Aquí tuvo seis hijos… ¡Ya sabéis que la pobreza es muy fecunda! Vivían penosamente, y el marido, esperanzado en hallar protección más amplia en su país, regresó a Francia con su mujer y su media docena de criaturas. Él era pintor, decoraba, hacía cuadritos de flores y de frutas para comedores, iluminaba retratos, y tenía buena voluntad para admitir cualquier trabajo honesto. Pero he aquí lo que no hallaba. ¡Es tan grande París! ¡Hay en sus calles tanto ruido! ¡Es tan difícil percibir allí la voz de un hombre!

Altivo, orgulloso como era, jamás se habría resignado a pordiosear. La miseria, enamorada sempiterna del orgullo, vino a acompañarle.

Una noche, agotados ya todos sus recursos, dijo:

—Es preciso morir.

Le oyó el más pequeño de sus hijos y preguntó entonces a la madre:

—Mamá, ¿qué cosa es morir?


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4 págs. / 7 minutos / 78 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Perro

Rafael Barrett


Cuento


Por los anchos ventanales abiertos del comedor del hotel, contemplaba desde mi mesa el horizonte marino, esfumado en el lento crepúsculo. Cerca del muelle descansaban las velas pescadoras a lo largo de los mástiles.

Una silueta elegante cruzaba a intervalos, subiendo la rampa: cocotte que viene a cambiar de toilette para cenar, sportman aguijoneado por el apetito.

El salón se iba llenando; el tintineo de platos y tenedores preludiaba; los mozos, de afeitado y diplomático rostro, se deslizaban en silencio.

La luz eléctrica, sobre la hilera de manteles blancos como la nieve, saltaba del borde de una copa a la convexidad de una pulsera de oro para brillar después en el ángulo de una boca sonriente.

La brisa de la noche movía las plumas de los abanicos, agitaba las pantallas de las pequeñas lámparas portátiles, descubría un lindo brazo desnudo bajo la flotante muselina, y mezclaba los aromas del campo y del mar a los perfumes de las mujeres, Se estaba bien y no se pensaba en nada.

De pronto entró un hermoso perro en el comedor, y detrás de él una arrogante joven rubia, que fue a sentarse bastante lejos de mí.

Su compañero se dio a pasear, pasándonos revista. Era una especie de galgo, de raza cruzada. El pelo, fino y dorado, relucía como el de un tísico. La inteligente cabeza, digna de ser acariciada por una de esas manos que sólo ha comprendido Van Dick, no se alargaba en actitud pedigüeña.

Al aristocrático animal no le importaba lo que sucedía sobre las mesas. Sus ojos altaneros, amarillos y transparentes como dos topacios, parecían juzgarnos desdeñosamente.

Llegado hasta mí, se detuvo. Halagado por esta preferencia, le ofrecí un bocado de fiambre. Aceptó y me saludó con un discreto meneo de cola.

No creí correcto seguir, y le dejé alejarse. Miré instintivamente hacia la joven rubia. El profundo azul de sus pupilas sonreía con benevolencia.


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3 págs. / 5 minutos / 133 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Tempestad

Rafael Barrett


Cuento


No podía salir de casa sin pasar por la quinta, ni pasar sin entrar en el jardín cuyos cálices, siempre renovados, halagaban mi corazón. La puerta de hierro retorcido cedía confidencialmente a mi presión discreta; mis pasos hacían rechinar demasiado la arena del sendero; las anchas ventanas se abrían entre el verdor jugoso y sombrío de los árboles, y me amenazaban con sus miradas espías y burlonas; una timidez deliciosa me invadía. De pronto una risa juvenil cantaba como un pájaro raro en el aire de oro; una ondulante figura blanca, parecida a una gran flor errante, se desprendía de las flores, y mi amable destino, la señorita Luz, avanzaba hacia mí.

Luz tenía noble estatura y carne de amazona. Su cabellera ardiente la coronaba como un casco de llamas. La pureza de su alma batalladora y alegre resplandecía en sus claros ojos de un gris húmedo y sembrado de polvillo de estrellas. ¡Cuántas veces los había visto de cerca, y había navegado por aquella inocencia profunda y límpida, por aquel doble firmamento transparente que limpiaba mis pensamientos! ¡Cuántas veces había sentido mezclada a mi sangre la voluptuosidad cordial de aquellas manos finas y ágiles, cálidas y robustas, tan dulces, tan buenas! Jamás había dicho a Lux una palabra de ternura y, sin embargo, me confesaba aterrado que sus manos y sus ojos se habían apoderado de mi vida.


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1 pág. / 2 minutos / 37 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Memorias de un Paraguas

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Nací en una fábrica francesa, de más padres, padrinos y patrones que el hijo que achacaban a Quevedo. Mis hermanos eran tantos y tan idénticos a mí en color y forma, que hasta no separarme de sus filas y vivir solitario, como hoy vivo, no adquirí la conciencia de mi individualidad. Antes, en mi concepto, no era un todo ni una unidad distinta de las otras: me sucedía lo que a ciertos gallegos que usaban medias de un color igual y no podían ponerse en pie, cuando se acostaban juntos, porque no sabían cuáles eran sus piernas. Más tarde, ya instruido por los viajes, extrañé que no ocurriera un fenómeno semejante a los chinos, de quienes dice Guillermo Prieto, con mucha gracia, que vienen al mundo por millares, como los alfileres, siendo tan difícil distinguir a un chino de otro chino, como a un alfiler de otro alfiler. Por aquel tiempo no meditaba en tales sutilezas, y si ahora caigo en la cuenta de que debí haber sido en esos días tan panteísta como el judío Spinoza, es porque vine a manos de un letrado cuyos trabajos me dejaban ocios suficientes para esparcir mi alma en el estudio.


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11 págs. / 19 minutos / 149 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Visita

Rafael Barrett


Cuento


Una noche de bruma y de luna lívida, salió el poeta de la casa y recorrió el jardín. Los árboles, en la niebla iluminada blandamente, parecían fantasmas de árboles.

Todo estaba húmedo, misterioso y triste. Se diría que el suelo y las plantas habían llorado de frío, o quizá de soledad.

Enfrente, del otro lado del camino, en la espesura, había un hombre inmóvil. Se distinguían su pantalón negro y su camisa blanca. La cabeza faltaba. Era un decapitado que miraba fijamente al poeta.

Éste, después de un rato, volvió a la casa. Una raya de luz salía del adorado nido. Era su casa, y sin embargo, queriendo entrar, no pudo entrar.

Durante largos minutos angustiosos creyó que había sido despedido para siempre de ella, y que su espíritu impotente, pegado a los cristales, contemplaba la felicidad perdida.

Otra noche sintió ruido. Se levantó y se asomó. Un gran perro negro, de pie contra el portón, empujaba con las patas delanteras.

El poeta lo espantó, pero el animal volvió dos veces.

Aquella tarde, el poeta, con la frente apoyada en el vidrio de la ventana, se divertía en pensar.

Una mujer, vestida de luto, entró silenciosa y súbitamente, y se sentó. El velo que la cubría el rostro caía hasta el suelo.

El poeta había visto en el vidrio el vago reflejo de la intrusa, y se volvió sonriendo hacia ella.

—Hijo mío —dijo la mujer enlutada—, tienes demasiada fiebre. Mis brazos son frescos y puros como la sombra.

—Lo sé —dijo él—, y los deseo. Te deseo sanamente. No me lleva a ti, ¡oh consoladora!, el sufrimiento, sino la vida. Si yo fuera más fuerte, más joven, te desearía más. Tienes las llaves de la noche, del mar y del sueño.

—Ven conmigo.


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2 págs. / 3 minutos / 76 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Del Natural

Rafael Barrett


Cuento


En la casa de los tísicos.

Lo que mató al 4, más que la enfermedad, fue la idea. Apenas entró en el lazareto, le dió la manía de salir, convencido que de lo contrario moriría pronto.

Hablaba todavía menos que nosotros, y en el hospital no se habla mucho; pero le adivinábamos el pensamiento, como sucede donde se piensa demasiado. Las ideas fijas fluyen silenciosamente de los cráneos, y se ciernen sobre las cosas.

A pesar de que los que sufren son por lo común bastante crueles, el 4 nos inspiraba alguna lástima.

Su cama estaba enfrente de la mía. Era un muchachito de diez y seis años, rubio y blanco; parecía el hijo de un príncipe, y su andrajoso uniforme del establecimiento un disfraz inexplicable.

Tenía bucles de oro y admirables ojos azules. Estaba demacrado en extremo; andaba con el paso lento, autómata, propio de los clientes de la casa.

Sin embargo, una circunstancia extraña le distinguía de ellos: caminaba erguido.

Por excepción, su pecho no presentaba esa fúnebre concavidad de los tísicos, hecha por la muerte, que viene a sentarse allí todas las noches.

El 4 enflaquecía y se mantenía derecho; era un tallo cada vez más fino, y siempre gracioso. Sin duda su esqueleto era bonito y brillante como un juguete.

Supimos que era hijo no de un príncipe, sino de un herrero, que la madre estaba enferma y que tenía varios hermanos pequeñitos.

Le habían metido de ganga en un seminario, y se había escapado ansioso de libertad. Había regresado a Montevideo y trabajaba de tipógrafo. El polvo del plomo envenenó aquellos pulmones delicados, y ahora, preso en el «aislamiento», ¿qué le restaba?


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2 págs. / 4 minutos / 54 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

¿Recuerdas?

Rafael Barrett


Cuento


Era en el cariñoso silencio de nuestra casa. Por la ventana abierta entraba el aliento tibio de la noche, haciendo ondular suavemente el borde rizado de la pantalla color de rosa. La luz familiar de la vieja lámpara acariciaba nuestras frentes, llenas de paz, inclinadas a la mesa de trabajo.

Tú leías, y escribía yo. De cuando en cuando nuestros ojos se levantaban y se sonreían a un tiempo. Tu mano, posada como una pequeña paloma inquieta sobre mí, aseguraba que me querías siempre, minuto por minuto.

Y las ideas venían alegremente a mi cerebro rejuvenecido. Venían semejantes a un ancho río claro, nacido para aliviar la sed dolorosa de los hombres.

Las horas pasaron, y un vago cansancio bajó a la tierra. Cerraste el libro; mi pluma indecisa se detuvo. Concluía la jornada, y el sueño descendía sobre las cosas. Y el sueño era el reposo.

No teniendo nada que soñar, deseábamos dormir, dormir y despertar con la aurora para seguir viviendo el sueño real de nuestra vida.

Y nos miramos largamente, y vimos la vida en el hueco sombrío de nuestras órbitas.

La veíamos y no la comprendíamos. Por estrecharla nos abrazamos. Nuestras bocas al interrogarla chocaron una con otra, y no se separaron. La dulzura de tu piel languideció mi sangre. Tu corazón empezó a latir más fuertemente.

La vida se apoderaba de nosotros, estrujándonos con la voluptuosidad de sus mil garras. Inmóviles a la orilla del abismo, saboreábamos de antemano la delicia mortal…

De pronto un objeto minúsculo cayó sobre el disco del delgado bronce que tus cabellos rozaban.

Era una mariposilla de oro. Quedó yerta un momento. Y con repentina furia comenzó a agitarse contra el metal. Sus alas pálidas vibraban tan rápidas, que parecían un tenue copo de bruma suspendida. Su cabecita embestía el bronce y resbalaba por él, y la loca mariposa giró en giro interminable a lo largo del cóncavo y brillante surco.


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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Smart

Rafael Barrett


Cuento


Mrs. Kirby, en su palacio de la Quinta Avenida, invitaba aquella noche a un príncipe latino, de paso por Nueva York, y a un grupo de amigos cuidadosamente seleccionados entre «los cuatrocientos».

Rodeada de su camarera Mary, de su peluquero, del primer probador de su modisto y de un ayudante, ensayaba ante los altos espejos de su gabinete los trajes que había encargado.

Prefería uno rosa, de cinco mil dollars, y uno negro, de seis mil. ¿Pero cuál de los dos? Con el rosa, cuyas volutas de nácar lucían su frescura matinal, un reflejo de adolescencia coloreaba la tez de Mrs. Kirby, aclaraba sus ojos, suavizaba sus líneas, ponía en el ángulo de sus labios sonrientes una gota de luz del rocío que ofrecieron las flores a Venus recién nacida del tibio seno de los mares…

—Mary, mis perlas, mis rubíes.

Con el traje negro, en cambio, la belleza de Mrs. Kirby recobraba toda su dura majestad. La densa cabellera se ensombrecía, las órbitas profundas se cargaban de misterio; en la boca sinuosa aparecía el arco severo de Diana, y el busto pálido surgía de la toilette como el de una estatua, al claro de luna, entre el follaje de un bosque sagrado…

—Mary, mis diamantes.

¿Qué elegir? ¿Ser ninfa o ser diosa? ¿Ser de carne o de mármol?

—Me quedo con los dos —dijo Mrs. Kirby.

Los hombres se inclinaron y se fueron, con los dedos temblorosos aún de haber ataviado al ídolo.

—Tenga preparados los diamantes y el traje negro, Mary.

Y Mrs. Kirby, vestida de rosa, acariciada por la claridad de sus rubíes y de sus perlas, bajó a recibir a sus invitados. Al cruzar el hall hizo seña a John, el viejo sirviente, y le dio algunas órdenes en voz baja.


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3 págs. / 5 minutos / 53 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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