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editor: Edu Robsy textos disponibles fecha: 24-12-2021


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Las Romerías

Antonio de Trueba


Cuento


A don Vicente de Arana

I

Querido Vicente: El cuento popular que va usted á leer acaso permanecería en mi cartera en forma de breves apuntes, si la víspera de San Vicente mártir, del presente año 1880, no nos hubiéramos encontrado usted y yo en Abando, cerca de la iglesia parroquial donde recibió usted el bautismo y están los recuerdos religiosos más queridos y venerandos para usted y su buena familia.

A pesar de que corrían los últimos días del mes de Enero, era el tiempo todo lo hermoso que puede ser en tal estación: la temperatura, que en nuestros apacibles valles de Vizcaya apenas desciende nunca al grado de congelación, era este cruel invierno tan baja; que ya se habían helado casi todos los naranjos y limoneros de los mismos valles; pero al de noche helaba con intensidad aquí desconocida, de día brillaba el sol espléndidamente, porque, como dije, no recuerdo en cuál de mis escritos, el cielo de Vizcaya, cuando le da por vestirse de azul, que es pocas veces, hasta la camisa se pone de este hermoso color.

Como sé el amor que tiene usted á todo lo que se relaciona con la aldea natal, cuyos amenos campos han inspirado á su alma de verdadero poeta y á su patriotismo de verdadero vizcaíno tantos hermosos versos y tantas hermosas leyendas, de cuyo mérito da testimonio el éxito de su libro, modestamente titulado El oro y el oropel, hablóle á usted de la festividad del día siguiente, cuya romería tenía probabilidades de ser muy concurrida y alegre, merced á la hermosura del tiempo.


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Dominio público
14 págs. / 25 minutos / 48 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Flor de la Maravilla

Arturo Reyes


Cuento


I

Cuando, ya ordenados, sobre el pequeño mostrador, los cacharros de flores, disponíase Rosario la Pinturera á confeccionar las coronas y ramilletes que en el día anterior le encargaran sus numerosos parroquianos:

—¿Me pudiera usté decir, mi morena, cuanto es lo que vale la flor de la maravilla?—le preguntó con acento zalamero, deteniéndose delante del mostrador y mirándola con amartelada pupila, Antoñico Vidondo, más conocido por el Niño del Altozaiio, mozo de no más de veinte y cinco abriles y de regular estatura, de cuerpo fino, nervioso, flexible, de movimientos sueltos y elásticos y de rostro que pregonaba de manera elocuentísima, que algunas gotas debían correr por sus venas, de la sangre más gitana.

Contempló Rosario con desdeñosa indiferencia al que flor tan preciada pretendía y

—Esa flor—le repuso con acento aun más desdeñoso que su mirar—no nace en estos jardines.

—¿Que no nace en estos jardines? pos si ahora mismito la estoy viendo yo de cimbrearse en su tallo, prenda mia.

Y después, y siempre mirando á la gentil ramilletera con mirada codiciosa, medío canturreó, medío recitó, con ritmo dulce y quejumbroso como el de una canturía oriental.


Porque aromas cual las flores
y cómo las flores brillas,
á tí te deben llamar
la Flor de la Maravilla,


Rosario sonrió ligeramente, pero después, como arrepentida, exclamó anulando el efecto de su sonrisa con lo desabrido de su voz:

—Vamos, hombre, no me venga usté á mi con coplitas, que se pone usté siete veces más pesao que los chopos en cazuela.

No se desconcertó el Niño por la poco galante salida de Rosario, y después de poner en libertad un suspiro, patente de la robustez de sus pulmones.


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18 págs. / 33 minutos / 51 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

El Primer Herrero

Arturo Robsy


Cuento


Aquellas viejas historias que la tele asesinó...


Hubo un tiempo en que Menorca no era nada. El Mediterráneo era un juvenil mar, más amigo de los díscolos vientos y de las turbias nubes que de cobijar a los hombres. Sólo algunos pescadores se aventuraban por sus riberas dispuestos a medirse con el joven mar desde la tierra: así nacieron los boliches y los palangres, ciertos tipos de nasas y las cañas de pescar.

Pero esto era insuficiente y el mar lo sabía y sonreía feliz en las crestas de sus más impresionantes olas: el hombre tardaría muchos, muchísimos años en aventajarle.

Hubo pues, un tiempo en el que Menorca no era nada. Su lugar lo ocupaban las espumas mediterráneas, los desbocados vientos, las lluvias del otoño y las familias de los animales marinos. Solamente mar y mar, sin tierra verde, sin algodonosos bosques de pinos, sin hombres sudando sobre los arados y sin calafates encaramados a las volcadas barcas.

El rey Pons, que buscaba reino, se asomó un día a las orillas del continente, al lugar preciso en que la piedra cede al mar violento y es arena y barro. Le alucinó el Mediterráneo; le llenó el alma de sal y, con la sal, de verdosas semillas de viento del norte y de prolongados espacios.

Y Pons ya no quiso ser rey más que de las olas y la espuma. Ya no quiso los imperios de la tierra firme, ni las fuerzas de la piedra, y pensó en Menorca, pero Menorca, amigos, no existía. Menorca no era nada: ¡Pobre rey Pons a punto de naufragar con sus ilusiones!

Pero el rey Pons, que buscaba reino, rodeó el mar y conoció a todos los hombres que vivían en sus orillas. Habló con los corredores de caballos de mar, con los pastores de delfines, con los inquietos buscadores de ágatas, con los tostados olivareros y hasta fue amigo de Festos, que por aquel entonces comenzaba a manejar los primeros rojizos metales.


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Licencia limitada
5 págs. / 10 minutos / 45 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

El Campanillita

Arturo Reyes


Cuento


I

Como claveteado en la típica montura jerezana, recto en ella como una pica; en una mano las riendas y la otra apoyada en la cadera; bañado en luz; luciendo el flamante marsellés de pana, el encarnado ceñidor y el amplísimo pavero, avanzaba el señor Joseito el Campanillea por la carretera de Almería una mañana de estío, ginete en una yegua, grande como la del Apóstol, que con la boca en el pretal, rectas como rehiletes las orejas, enarcado el robusto cuello y ondulante la larguísima cola, movía como por música los finísimos remos cuando...

—¿Aonde vá lo más retepinturero de los de pámpana amarilla de mi tierra?—preguntóle afectuosamente Isabel la Gallardota, asomándose á la puerta del ventorrillo que resguardaba del sol un enorme parral, del que pendían aterciopelados racimos.

—Hola, ¡primor de los primores! pos pá Cala der Morá; voy á ver si arrecojo unos pencos en sarmuera!—repúsole aquél, refrenando el paso de su cabalgadura.

—Y ¿no quiee su mercé hoy ni catar, tan siquiera, la sargalona?

—Pos ¿cuándo dije yo que nones arguna vez á cosas tan de mi gusto?—murmuró el señor Joseito; y después, arrojando una mirada escrutadora en el interior del establecimiento, continuó:—Pero tu hombre ¿por donde anda? ¿se lo han llevao los civiles?

—Mi hombre—repúsole la Gallardota dejando escapar un hondo suspiro—mi hombre anda aventao, desde jace ya cuatro días no le veo ni el pelo de la ropa, ni le jurgo los carcetines.

—Y eso ¿cómo y por qué? ¿es que le ha tocao la quinta?

¡Otra cosa es la que le debía tocar! pero ¿por qué no desmonta usté, y se sienta usté y se bebe usté un par de cholos, der que tenemos pá cuando vienen los príncipes?


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6 págs. / 12 minutos / 39 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

De Andalucía

Arturo Reyes


Cuentos, colección


En el olivar del Tardío

I

Veinte años acababa de cumplir Toval, el Puchi, un chaval airoso y fuerte como un pino, cuando una mañana fría y luminosa en que el sol doraba las cumbres, en que el cielo despojábase, á sus besos, de sus brumas matutinales; en que piaban melancólicamente las alondras entre los riscos del monte; en que el laurel rosa lucía sus tintas más carmesíes en las risueñas cañadas donde destrenzábanse los arroyos en raudales cristalinos; en que los gallos se retaban de corral á corral con arrogantes cacareos; mañana en que se adornaba la vida con sus más bellos atavíos, cogió Toval, ya engalanado con flamante pantalón de pana, rojo ceñidor, entre marsellés y chaqueta de paño burdo, amplio pañuelo de seda blanco á guisa de corbata, sombrero de rondeña estirpe y recios zapatones de vaqueta; cogió Toval—repetimos—la reluciente vizcaína, los bordados bolsones de la pólvora y los plomos, y salió del lagar, tan alegre al parecer, como el día, y tan ágil como un corzo.

—Que no vengas mu tarde, Tovalico—le gritó su madre asomándose á la puerta de la casa.

—No tenga usté cuidiao, que estaré aquí á sol poniente.

—Que no eches por los Jerrizales—le gritó de nuevo aquélla, que no se apartó del umbral del edificio hasta ver perderse á lo lejos á su gallardo retoño.

Cuando la vieja penetró de nuevo en el lagar, su marido, ceñudo y con la mirada torva, entreteníase en contemplar el alegre chisporroteo de la leña húmeda, sentado junto al fuego que brillaba bajo la gran chimenea, sobre cuyo amplísimo alero parecían entonar los limpios peroles un canto á la condición hacendosa de su dueña.

—¿Qué tiées, Juan?—preguntó á éste su mujer, posando en él con interrogadora expresión sus ojillos obscuros y maliciosos.


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90 págs. / 2 horas, 39 minutos / 123 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Casa de Préstamos

Arturo Reyes


Cuento


—Mire usted—me dijo el prestamista sonriendo benévolamente—en estacasase admite todo, y á esto y á una poca de conciencia que tengo se debe la prosperidad de mi casa. Aquí se dá dinero por todo; aquí vienen todos los afligidos y todos se van relativamente consolados; y puesto que dice usted que su visita es principalmente por estudiar la miseria del pueblo en este establecimiento, suelte usted el sombrero, siéntese en esa mesa como si fuese un nuevo empleado y así podrá usted presenciar las cien escaramuzas que tengo que librar á diario con mis enemigos, que solo esgrimen, como armas, las lágrimas, el ruego, la astucia y á veces hasta la amenaza.

—¿Y no resulta usted nunca vencido?

—En un principio si, muchas, muchísimas veces, las primeras; pero ya es muy difícil: en este negocio se puede ser algo tirano con la vanidad, pero no con el hambre; lo que deja de ganarse con esta se gana con la otra... Pero póngase usted en su sitio, que ya diviso alguna guerrilla del ejército enemigo.

Y tomé posesión del puesto que me indicaba, y pronto vi atravesar la puerta de cristales una vieja rugosa, plegada y carcomida, con el vestido sucio, chancleteando torpemente y con un envoltorio en el delantal.

—Dios lo bendiga á osté, señó Don José; cómo está osté de salú?; y el ama?; y la señorita Rosario?... Qué requetebonita que está la señorita Rosario... Cuánto rocío que le ha puesto Dios en la cara!

—Y qué traes hoy por aquí?—contéstale Don José, tecleando sobre el mostrador como sobre un piano.


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5 págs. / 10 minutos / 39 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

A Punta de Capote

Arturo Reyes


Cuento


I

—Comadre, mu güenos días.

—¡Josús y cuánto güeno por aquí! ¡Qué méritos habré jecho yo esta noche pasá pa tener este alegrón por la mañana!

—Pos no repique usté mucho, comadre, que entoavía puée ser que concluya usté por ponerme en mitá de la del Rey.

—Eso no lo jaría yo nunca, asín viniera usté á traerme dos disjustos emparmaos.

—Un colirio es lo que yo vengo á traerle á usté, un colirio pa que vaya usté mejoran» de una miajita de los ojos.

—Pero qué empeño que tiée usté, comadre, en que yo estoy mal de la vista.

—Y tan mal como está usté; pero por mí no deje usté su jacienda, que no tengo yo priesa ninguna.

—Pos mire usté, si usté me lo premite, yo voy á seguir planchando este camisón, porque, según parece, mi señor don Paco, tiée hoy que vestirse de gala pa dir á ver á algún diputao á cortes.

—¿A un diputao, verdá? No es mal diputao elque tiée que ver su caballero de usté; otro diputao como el que tiée que ver el mío, porque el mío también hoy se ha vestío de tiros largos; como que me ha dao un sofoquín porque no tenía calcetines de colores.

—¿Pero por qué ha de ser usté siempre tan mal pensá, comadre? ¿Por qué no ha de ser verdá que tengan que dir dambos á jacer esa visita?

—¡Que por qué no ha de ser verdá!—exclamó incorporándose como sacudida por un fleje de acero, Rosalía la Chiripera—porque no lo es, porque yo sé que no lo es... la jacer una visita! ¡y tan visita! como que dambos tiéen que dir hoy á pendonear con dos archiduquesas que acaban de llegar de Sivilla, dos asperones más jarticos de roar que un mingo sobre un tapete.

—Pero, comadre, ¿por qué se ha de creer usté siempre lo que la gente le dice ó lo que á usté se le antoja?


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8 págs. / 15 minutos / 78 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

A la Sombra de un Chaparro

Arturo Reyes


Cuento


El sol caía á plomo sobre la desierta carretera; lucía el cielo su más deslumbrante azul; la montaña, los tonos más brillantes y más rojizos de sus laderas, el verde más lozano de sus viñedos y el obscuro más intenso de sus retorcidos olivares; ora medío escondidos entre los repliegues del monte, ora sobre sus bien soleadas cumbres, destacábanse acá y acullá, los blancos caseríos sombreados por copudos algarrobos...

El pobre jamelgo enganchado á la polvorienta diabla manotea con todos los músculos en desesperada tensión y el pescuezo estirado, por dominar uno de los repechos, mientras que con el látigo en una mano y con la otra aferrada á uno de los rayos de las ruedas pugna el Bellotero por ayudar al pobre animal en su desesperado esfuerzo.

—Riá, riaaá, Poderosa, riaá, riaá, niña de mis ojos, riaá, riaaá, prenda mía!—grita el Bellotero, sin que su voz logre prestar al pobre penco los vigores que necesita.

—Esto no puée ser, hombre exclama saltando del vehículo un mozo bien plantado, de rostro curtido, ojos relampagueantes y luciendo rico traje de los más típicos de Andalucía.

—Y qué le jago yo! riaá, riaaá, Poderosa

—Deja á la Poderosa que tome resuello ú dale una miajita de somatose, camará que es lo que le está jaciendo muchísima falta; no ves que la pobre, si la sigues achuchando, va á morir sin testar, entre tus brazos.

—Pero si es que yo no sé lo que hoy le pasa á este bicho; si este animal tira más que la «yunta de las ánimas»l

—Pos déjala que escanse una miaja y tan y mientras jecharemos un cigarro!

—Pos lo jecharemos.

Y mientras el Bellotero colocaba á la sombra que proyectaba sobre el camino una cortadura del monte, al animal, el desconocido sentábase al pie de uno de los árboles que brindan, acá y acullá, en el empinado camino, un sombroso refugio al caminante.


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4 págs. / 7 minutos / 191 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Los Últimos los Primeros

Arturo Reyes


Cuento


Cumplida su misión huyen las nubes a par que las sombras de la noche, y el sol, apareciendo triunfante en un horizonte de zafir, vierte sus rayos de oro sobre la tierra húmeda y engalanada en sus más rientes verdores.

Cruzan las palomas el espacio azul como saetas nítidas, despéñanse los arroyos en las pintorescas cañadas donde el torrente despojó el adelfal de sus flores carmesíes; lanza el mirlo su nota estridente en el espeso zarzal; cruzan los campesinos por los accidentados senderos que ponen en comunicación los blancos caseríos, que se destacan como arropados por árboles añosos en cumbres y en laderas; casi escondidos por los florecientes matujos ramonean acá y acullá los rebaños, haciendo resonar el melancólico sonido de la esquila; discurren las aldeanas por entre los maltrechos bancales de los huertos; camina con paso perezoso por la carretera flanqueada de altos pencales, la acansinada recua, y allá en lo distante parece que para unirse al mar, descendió el horizonte ó que para unirse al horizonte elevó el mar su onda azulada y cristalina.

Al canto del gallo que lanza desde el corral su reto matutino, entreabre Dolores la puerta del lagar y pasea sus ojos llena de zozobra, por todos los atajos del monte; están pálido su semblante moreno y tristes sus ojos, de oriental estirpe, y caída en desorden la negrísima guedeja sobre la espalda que tantas veces le quemó y requemó el sol al verla segando las escasas mieses, por prestar también en aquella ruda labor su concurso al cansado compañero.

Dolores se sienta sobre el múrete que circunda la limitada planicie que sirve de antesala á la reducida vivienda, mas la inquietud que la tortura le hace incorporarse á poco y dirigirse hacia el hogar gritando con voz de timbre de plata:

—Tía Pepa, yo me voy á alargar á la trocha, que ya estoy la mar de acongojaíta, que yo no he podio pegar en toa la noche los ojos.


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3 págs. / 6 minutos / 53 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Verdad

Antonio de Trueba


Cuento


Cuento popular de Vizcaya

I

Este era un comerciante de Bilbao, muy rico, muy rico, llamado don Juan de Eguía, de quien tengo noticia por un viejecito de Deusto, que aunque de algunas cosas sabia mucho menos que yo, de otras sabía mucho más, como lo prueba la siguiente lecioncita que me dió un día que le hablé de cuentos populares:

—Cuentan que un soldado llevaba siempre en la mochila un par de guijarros, y en cuanto llegaba al alojamiento, encargaba á la patrona que se los guisara en salsa, con lo cual engañaba el pan de munición, moja que moja en la salsilla. Los cuentos populares son guijarros que andan rodando por los campos y no tienen sustancia, y á veces descalabran al buen sentido: pero si se los guisa bien, se chupa uno los dedo con la salsilla y al buen sentido que anda algo torcido, le pone derecho como un uso.

Pero volvamos á don Juan de Eguía, que ya tendremos ocasión de volver al viejecito de discreto. Don Juan era hombre bueno y discreto, pero tenía una manía singular: partiendo del supuesto vulgar de que su apellido ¡que significa «localidad angulosa») significaba «la verdad», y queriendo vivir de acuerdo con él, llevaba tan adelante el amor á esta virtud, que la convertía en generadora de todas las virtudes humanas, de modo que para él, hombre capaz de faltar á la verdad, era capaz de faltar á todo lo bueno y santo.

Y he llamado manía á su extremado amor á la verdad, porque la exageración, áun en los afectos más santos, conduce al fanatismo, y el fanatismo, á su vez, conduce á todo lo malo.

«Una mentira bien compuesta, mucho, vale y poco cuesta», dice un proverbio vulgar, y hay casos en que la mentira es santa, porque sin causar mal alguno, previene y evita males muy grandes. Vaya un ejemplo de esto que me puso el viejecito de Dausto, al contarme el cuento de don Juan de Eguía, que estoy guisando como Dios me da á entender:


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11 págs. / 20 minutos / 45 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

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