Textos más descargados publicados por Edu Robsy disponibles publicados el 27 de julio de 2025 | pág. 3

Mostrando 21 a 23 de 23 textos encontrados.


Buscador de títulos

editor: Edu Robsy textos disponibles fecha: 27-07-2025


123

El Garcero

Juan José Morosoli


Cuento


Pedro el garcero aprontaba su arma. Ya había ordenado sus bártulos y estaba pronto para partir hacia los bañados a hacer zafra de plumas.

Aprontar el arma era un trabajo delicado. Desarmar su mecanismo bañándole en fino aceite, tomaba tiempo. Ablandarla y hacerla celosa al dedo, era obra de paciencia y atención.

Fue entonces que llegó a la puerta de su rancho aquella mujer.

Era una parda retacona, de dulces curvas que hacían brotar firmes los senos y la manzana del vientre. Un milagro de la ropa hundía el centro de la fruta.

—La señora —se regañó— me pidió el mandao y vine…

Quería que él, Pedro, le trajera una bolsa de plumón de cisne.

—¡Hay que verla!… ¡Siempre durmiendo en chala y ahora quiere pluma!…

Pedro tomó el encargo sin convenir precio. Tenía el arma acostada en el brazo. Como a un niño. Deseaba terminar con la mujer. Que se fuera.

Pero ella buscaba atar prosa.

—Cuando vuelva, ¿cómo me anoticeo?

Él buscaba la contestación cuando ella volvió a hablar:

—Mire, mejor que vaya a casa… Golpée nomás.Yo estoy sola.

—¿Dónde?

—Es al lao del rancho largo…

El rancho largo tiene muy mala fama. Allí es donde los soldados van a divertirse cuando cobran. Casi siempre hay bailes que terminan mal.

Como si él hubiera dicho algo, ella continúa:

—¡Como yo vivo sola y no me meto con nadie!…

Además vive más en el arroyo que en la casa. Es lavandera.

—¡Ajá! —aprueba él.

—De lavandera es bravo, pero no tengo que aguantar a nadie…

—¡Pues!

Ella sabe que él también vive solo. Se lo ha contado el turco que vende cosas a plazos en aquel barrio.

—Sí —dice Pedro para terminar—; el turco Felipe…

Este le ha dicho delante de todos, en el boliche, que le tiene envidia:

—Daría mi capital por vivir como usté…


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 8 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2025 por Edu Robsy.

El Domador

Juan José Morosoli


Cuento


<p>En el mar hay cementerios de barcos.</p>
<p>–Sí. Y en mi pago hay cementerios de caballos. Como en la India hay cementerios de elefantes. Una cañada, unos sauces criollos y unas piedras que están al borde de la huella parecen tentar con su paz a los viejos caballos in querencia que ambulan por los caminos...</p>
<p>–Mi pueblo es el cementerio de los circos...</p>
<p>Es un pueblo perdido en el campo. Trasmano de toda huella. Para allí no vienen ni van caminos. Los circos llegaban allí a reparar sus fuerzas. Como los barcos en los diques careneros. A veces no lo lograban y se morían allí. Restos de sus lonas y de sus letreros estaban por los bordes del pueblo como restos de un naufragio. Frente a la pulpería de las carretas hay un letrero que dice: Fenómenos, bestias y leones...</p>
<p>Por eso mi pueblo está lleno de viejos artista que no tienen sino recuerdos. Uno de estos hombres –el domador Arbelo– es quintero.</p>
<p>Tenía treinta años cuando llegó allí por primera vez. Me dijo que cuando juntara algún dinero compraría tierra y haría una quinta.</p>
<p>Cuando llegó allí por última vez, viejo ya, se le murió el último león. Entonces era domador y caramelero, pues el dueño no dejaba vender dentro de la carpa sino caramelos que fabricaban allí. Como llovió durante varios días seguidos, el circo quedó cercado por el barro. Uno a uno comenzaron a irse los artistas. A Arbelo se le enfermó el león. Decía que lo había muerto la humedad. La noche se llenaba de unos rugidos mezclados de golpes de tos que daban mucha lástima.</p>
<p>Arbelo terminaba:</p>
<p>–Perdí el león que era lo único que quería en el mundo, pero si el circo no hubiera terminado, nunca hubiera sido quintero...</p>


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 8 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2025 por Edu Robsy.

Los Carboneros

Juan José Morosoli


Cuento


Por la noche veíamos el resplandor rojizo de las hornallas y el humo liviano y azulino de la “quema”, subir suavemente a las estrellas.

Adivinábamos las figuras negras y apresuradas como hormigas de los cuidadores de “las bocas”.

Algunas noches la música de un acordeón, lejano y leve como el humo, parecía salir del horno mismo y quedarse vagando por el monte.

Los carboneros eran los dueños del humo de la noche, de las bocas con fuego de las hornallas, de la música del acordeón vagabundo. Del monte entero donde de hora en hora cantaban algún pájaro sin sueño.

Deseábamos ser carboneros como aquellos hombres.

Un atardecer sin luz, cruzado de garúas, nos acercamos a ellos.

Sus chozas estaban mojadas. En el piso de barro hacían equilibrio míseros catres de guascas.

Vestían ropas absurdas y calzaban tamangos de lona. En sus caras erizadas de barba ardían los ojos febriles.

–Hace noches que vigilan, defendiendo su tesoro de vientos y lluvias –dijo mi padre...

Fogones abandonados rodeados de huesos iban señalando su camino de conquistadores de la selva...

Pensamos en las noches de sus chozas con barro y sin luz. En sus catres sin calor. En la vigilia entre garúas y vientos.

El calor de los viejos troncos que ardían bajo el retobo de barro de los hornos no sería para ellos.

Desde ese día dejamos de envidiarlos.

Empezamos a quererlos.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 9 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2025 por Edu Robsy.

123