Textos más populares este mes publicados por Edu Robsy disponibles publicados el 30 de octubre de 2020 | pág. 5

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editor: Edu Robsy textos disponibles fecha: 30-10-2020


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Molinos de Maíz

Rufino Blanco Fombona


Cuento


El pueblo, blanco y pequeñito, al pie de la montaña, entre los árboles, es un huevo de paloma; aparece como ninfa desnuda, deslumbrante de blancor, adormecida en el valle, á la sombra.

Desde el camino, el viandante, al mirar la aldehuela, bajo las ceibas florecidas, piensa ver una perla al través de una esmeralda.

Aquello es paradisiaco. Las casucas no trepidan al paso de los trenes; ni turban el silencio de la comarca las rápidas locomotoras.

¡El pueblecito, como olvidado en el repuesto valle, á la falda del monte, qué había de conocer luchas de grandes intereses, ecos de industrias, rumoreos de ciudad populosa! A manera de eremita, ignora de las cosas del mundo. Hasta su recinto sólo llegan el canto matinal de azulejos y turpiales; el chirrido de guacamayos multicolores; las estridentes voces de alguna banda de pericos, que vuela hacia los maizales, á picar en el oro de las mazorcas, y raya el cielo azul del poblacho como una cinta verde, como nube de esmeralda.

El pueblo es dulce; pero monótono. Allí no hay otro espectáculo sino el de la naturaleza, siempre nuevo, siempre hermoso, grato siempre á la vista del hombre.

A trechos, en la montaña, los conucos florecen; en los claros del monte las rozas humean; y plantaciones de café, pequeñitas, desaparecen cubiertas de nevados jazmines, á la sombra bienhechora de los bucares, que se extienden, como quitasoles de púrpura, bajo el cielo azul.

Fue en este pueblo arcádico donde instaló D. Sergio, vecino del lugar, una molienda de maíz.

* * *

La industria de D. Sergio prosperaba. Desde mucho antes del advenimiento de la aurora el molino hervía en gente.

El pueblo, agricultor, se levantaba con el alba á cultivar el campo que florecía como un opimo cuerno de la abundancia; y al abrir ojos lo esperaba sobre la mesa, en el copioso desayuno, la arepa calientita, provocante y dorada.


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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Cuento de Italia

Rufino Blanco Fombona


Cuento


I

Lucio, el zapatero de viejo, es un joven. Sus primaveras brillan al sol de la tarde. La luz entra en el tabuco, besa el lomo de un angora, perezoso como un viejo poeta, y en la frente á la madre de Lucio, suerte de Margarita anciana, vejezuela adorable, de blancura risueña y sonrisa de amor.

La viejecita hace calceta; el gato sueña un poema de ratones, mientras recibe un baño de sol; Lucio trabaja, junto á la puerta, encapotado el ceño y en la boca un gesto de amargura. De hito en hito, echa ojeadas fuera, á la calle.

Discurren gentes, á las cuales ve el zapatero sin mirarlas. Una mujer, flor de la plebe, gentil de persona, muy maja, cruza rozando su faldellín, de exprofeso, con el quicio de Lucio; y lanza adentro una mirada, insolente como una provocación. El zapatero fulmina su martillo sobre la suela. Al golpe violento la viejecita, asustada, lo reprocha:

—Caramba, Lucio.

Pero nada advierte la anciana. Desde su mullido sitial del fondo, y el pensamiento muy distante, no mira qué pasa en la calle, á su puerta.

La mujer de mirada atrevida como una provocación, repasa. Lucio finge no verla; y asume un aire distraído. La provocadora cruza una vez más; ésta con un hombre. A la mirada y sonrisa de la hembra, el zapatero responde cantando:


La donna è mobile
qual piuma al vento....
 

La vejezuela escucha, regocijada, á su hijo. Del corazón de la anciana, como de un nido, salen volando recuerdos. Y no penetra la blanca viejecita cuánto es dolorosa la figura de aquel joven, la pena en el alma, y en los labios una canción fingida.


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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Pájaro Verde

Juan Valera


Cuento


I

Hubo, en época muy remota de esta en que vivimos, un poderoso Rey, amado con extremo de sus vasallos, y poseedor de un fertilísimo, dilatado y populoso reino, allá en las regiones de Oriente. Tenía este Rey inmensos tesoros y daba fiestas espléndidas. Asistían en su corte las más gentiles damas y los más discretos y valientes caballeros que entonces había en el mundo. Su ejército era numeroso y aguerrido. Sus naves recorrían como en triunfo el Océano. Los parques y jardines, donde solía cazar y holgarse, eran maravillosos por su grandeza y frondosidad, y por la copia de alimañas y de aves que en ellos se alimentaban y vivían.

Pero ¿qué diremos de sus palacios y de lo que en sus palacios se encerraba, cuya magnificencia excede a toda ponderación? Allí muebles riquísimos, tronos de oro y de plata, y vajillas de porcelana, que era entonces menos común que ahora; allí enanos, jigantes, bufones y otros monstruos para solaz y entretenimiento de S. M.; allí cocineros y reposteros profundos y eminentes, que cuidaban de su alimento corporal, y allí no menos profundos y eminentes filósofos, poetas y jurisconsultos, que cuidaban de dar pasto a su espíritu, que concurrían a su consejo privado, que decidían las cuestiones más arduas de derecho, que aguzaban y ejercitaban el ingenio con charadas y logogrifos, y que cantaban las glorias de la dinastía en colosales epopeyas.

Los vasallos de este Rey le llamaban con razón el Venturoso. Todo iba de bien en mejor durante su reinado. Su vida había sido un tejido de felicidades, cuya brillantez empañaba solamente con negra sombra de dolor la temprana muerte de la señora Reina, persona muy cabal y hermosa a quien S. M. había querido con todo su corazón. Imagínate, lector, lo que la lloraría, y más habiendo sido él, por el mismo acendrado cariño que le tenía, causa inocente de su muerte.


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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Alma Enferma

Rufino Blanco Fombona


Cuento


I

Toda la tarde estuvo Eudoro, la cabeza entre las manos, los ojos perdidos en no sé cuál lejanía de ensueño, muy lejos de sí mismo, en una escapada melancólica al país de los recuerdos.

Estaba triste, muy triste. Por la primera vez amaba de veras, y su amor era la causa de su pena. Ese amor no podía vivir. Lo mataba la inopia. Y el pensamiento del joven, adolorido, se fue á los buenos tiempos de la infancia.

El recuerdo es amargo y embriagador como el ajenjo. La memoria de las cosas pasadas, de los amores muertos, de las viejas alegrías, es de una voluptuosidad dolorosa. Eudoro pensó en su padre, en el gallardo militar muerto de cara al enemigo, en pro de su bandera. Tuvo envidia de aquella desaparición luminosa. El hijo del héroe sintió la nostalgia de la gloria. Sentía vagas aspiraciones hacia esa dulce quimera. Retoño de una aristócrata, que despreció siempre las clases bajas, y de un soldado, que despreció siempre la vida, Eudoro sentía cómo se alzaban en su corazón desdenes atávicos, cumbres de orgullo, doradas nieblas de vanidad. Estas nieblas, ahora rompidas por la miseria, no eran sino trágicos girones; estas cumbres, fulminadas por el dolor, ardían; estos orgullos, enfrenados, se encabritaban como potros cerriles.

Nacido en cuna de oro, criado en la opulencia, gozando una primera juventud color de rosa, Eudoro, como la Porcia de Musset, vivió:


Ignorant le besoin, et jamais, sur la terre,
Sinon pour l'adoucir, n'ayant vu de misère.
 


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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Santa

Juan Valera


Cuento, poesía


El rey de Anga, Lomapad glorioso,
A un brahmán ofendió, no dando en premio
De un sacrificio lo que dar debiera.
Irritados entonces los brahmanes,
Salieron todos de su reino: el humo
Del holocausto al cielo no subía;
Indra negaba la fecunda lluvia,
Y la miseria al pueblo devoraba.
Lomapad, consternado, saber quiso
El parecer de los varones doctos,
Y los llamó a consejo, y preguntoles
Qué medio hallaban de aplacar la ira
Del Dios que lanza el rayo y amontona
En el cielo del agua los raudales.
Mil sentencias se dieron; mas al cabo
El más prudente de los sabios dijo:
—Escucha ¡oh rey! mientras brahman no haya
Que sacrificio en este suelo ofrezca,
Indra no saciará la sed abriendo
El líquido tesoro de las nubes.
Los brahmanes, movidos del enojo,
Al sacrificio no se prestan. Oye
Para cumplir el venerando rito
Cómo hallar sólo sacerdote puedes.
En la fértil orilla del Kausiki,
En lo esquivo y recóndito del bosque,
Del trato humano lejos, su vivienda
Vinfandák tiene, el hijo de Kasyapa,
Brahman austero y penitente. Vive
En el yermo con él su único hijo,
El piadoso mancebo Risyaringa.
No vio a más hombre que a su padre nunca;
Sólo frutos silvestres, hierbas sólo
Y licor sólo que entre rocas mana,
Alimento le dieron y bebida.
Tan inocente y puro es el mancebo,
Que de lo qué es mujer no tiene idea.
Manda, pues, rey, que una doncella hermosa
Vaya al bosque, le hable, y con hechizos
De amor, cautivo a la ciudad le traiga.
No bien sus pies en tus sedientos campos
La huella estampen, no lo dudes, Indra
Dará propicio el suspirado riego.
Así habló el sabio, y su atinado aviso
Agradó mucho al rey.


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Garuda o la Cigüeña Blanca

Juan Valera


Cuento


I

En las fértiles orillas del azul y caudaloso Danubio, no muy lejos de la gran ciudad de Viena, vivía, hace ya cerca de medio siglo, la Condesa viuda de Liebestein, nobilísima y fecundísima señora. Al morir el Conde, su marido, le había dejado en herencia muchos pergaminos, poquísimo dinero, escasas rentas, abundantes deudas, y once hijos, entre varones y hembras, el mayor de dieciocho años.

La Condesa, con admirable economía, fue poco a poco pagando todas las deudas del Conde, y halló además recursos para dar carrera a sus hijos varones, que fueron militares, unos al servicio de Prusia, otros al de Austria, y otros al de Baviera. Casó además con caballeros de su clase, que todos eran Condes, y el que menos tenía dieciséis cuarteles, a cuatro de sus hijas, condesas también desde su nacimiento.

Conseguido tan difícil triunfo, la Condesa viuda vivía tranquila y retirada en el castillo o mansión señorial que le había dejado en usufructo y de por vida su difunto esposo.

Las hijas, casadas, se habían ido con sus respectivos consortes. Los hijos, militares, andaban por los campamentos, o de guarnición, o asistiendo y sirviendo en distintas residencias imperiales y regias.

La Condesa se hubiera quedado sola con su servidumbre, si el cielo no hubiera dispuesto que el más alegre y entendido de sus hijos, cuando apenas tenía doce años, hiciese la travesura de montar en un potro cerril, que se despeñó y rodó con él por un barranco, dejándole lisiado para siempre, y tan cojo, que difícilmente podía salir de casa, a no tomar muletas, en vez de tomar las armas. El conde Enrique vivía en el castillo; acompañaba a su madre, y, pensador y estudioso, se iba haciendo gran sabio y leía mucho, porque en el castillo daba pábulo a su afición una copiosa y escogida biblioteca, fundada hacía siglos por sus antepasados y acrecentada de continuo.


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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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