Flora
Juan José Morosoli
Cuento
Cuando la familia se fue a la capital dejó la casa puesta. Las señoritas —sesentonas, solteronas, amigas de bordados, iglesias y cementerios— no se resignaban a dejar solos los viejos salones. Sin sus cuadros, su confidente rodeado de un coro de butacas enfundadas y sus viejas cómodas, llenas de ricos vestidos que un día vistieron los abuelos y los padres. Tampoco querían que transformaran el viejo patio colonial, siempre perfumado del olor consolador del cedrón y la menta.
Fue cuando le encargaron a Flora, una "muchacha" de treinta años, criada por la familia, que no quiso seguirlas, el cuidado de la casa y el panteón.
—Reparas la casa, cuidas las flores, limpias el panteón.
Y eso es lo que hace Flora.
* * *
Desde la ciudad llegaban noticias de las mujeres. Cada vez más
lejanas. Primero escribían las señoritas, preguntando cosas del pueblo,
nombrando vecinos... Después las cartas fueron breves, con órdenes a
cumplir.
Luego dejaron de escribir. Lo hacían por ellas las sobrinas. Cada vez con menos órdenes.
Un día vinieron a sepultar a Ángela, la mayor de las señoritas.
Flora lo supo cuando ya el cuerpo estaba al borde del panteón. Artemia, la hermana sobreviviente, no vino.
—La pobre ya no está para viajes ni entierros... Del sillón a la cama... Le queda poca vida...
Le dijeron eso a Flora y partieron.
* * *
En el invierno espaciaba las visitas al cementerio. No había
flores y no quería ir con las manos vacías. Alguna vez llevaba sendos
ramos de cedrón.
Le parecía el de esta planta, un perfume de enfermedad pues le había entrado al espíritu siendo niña, cuando la finada Manuela se estaba alejando de la vida y llenaba la pieza con ramos de la planta.
—Es un olor consolador que me entra al corazón —decía.
Dominio público
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Publicado el 10 de junio de 2025 por Edu Robsy.