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El Chelín de Plata

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Érase una vez un chelín. Cuando salió de la ceca, pegó un salto y gritó, con su sonido metálico «¡Hurra! ¡Me voy a correr mundo!». Y, efectivamente, éste era su destino.

El niño lo sujetaba con mano cálida, el avaro con mano fría y húmeda; el viejo le daba mil vueltas, mientras el joven lo dejaba rodar. El chelín era de plata, con muy poco cobre, y llevaba ya todo un año corriendo por el mundo, es decir, por el país donde lo habían acuñado. Pero un día salió de viaje al extranjero. Era la última moneda nacional del monedero de su dueño, el cual no sabía ni siquiera que lo tenía, hasta que se lo encontró entre los dedos.

—¡Toma! ¡Aún me queda un chelín de mi tierra! —exclamó— ¡Hará el viaje conmigo!

Y la pieza saltó y cantó de alegría cuando la metieron de nuevo en el bolso. Y allí estuvo junto a otros compañeros extranjeros, que iban y venían, dejándose sitio unos a otros mientras el chelín continuaba en su lugar. Era una distinción que se le hacía.


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4 págs. / 8 minutos / 162 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Blancanieves y los Siete Enanitos

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Había una vez una niña muy bonita, una pequeña princesa que tenía un cutis blanco como la nieve, labios y mejillas rojos como la sangre, y cabellos negros como el azabache. Su nombre era Blancanieves.

A medida que crecía la princesa, su belleza aumentaba día tras día hasta que su madrastra, la reina, se puso muy celosa. Llegó un día en que la malvada madrastra no pudo tolerar más su presencia y ordenó a un cazador que la llevara al bosque y la matara. Como ella era tan joven y bella, el cazador se apiadó de la niña y le aconsejó que buscara un escondite en el bosque.

Blancanieves corrió tan lejos como se lo permitieron sus piernas, tropezando con rocas y troncos de árboles que la lastimaban. Por fin, cuando ya caía la noche, encontró una casita y entró para descansar. Todo en aquella casa era pequeño, pero más lindo y limpio de lo que se pueda imaginar. Cerca de la chimenea estaba puesta una mesita con siete platos muy pequeñitos, siete tacitas de barro y al otro lado de la habitación se alineaban siete camitas muy ordenadas. La princesa, cansada, se echó sobre tres de las camitas, y se quedó profundamente dormida.

Cuando llegó la noche, los dueños de la casita regresaron. Eran siete enanitos, que todos los días salían para trabajar en las minas de oro, muy lejos, en el corazón de las montañas.

—¡Caramba, qué bella niña! —exclamaron sorprendidos—. ¿Y cómo llegó hasta aquí?

Se acercaron para admirarla cuidando de no despertarla. Por la mañana, Blancanieves sintió miedo al despertarse y ver a los siete enanitos que la rodeaban. Ellos la interrogaron tan suavemente que ella se tranquilizó y les contó su triste historia.

—Si quieres cocinar, coser y lavar para nosotros —dijeron los enanitos—, puedes quedarte aquí y te cuidaremos siempre.


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2 págs. / 3 minutos / 3.280 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Las Tres Hojas de la Serpiente

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Vivía una vez un hombre tan pobre, que pasaba apuros para alimentar a su único hijo. Díjole entonces éste:

— Padre mío, estáis muy necesitado, y soy una carga para vos. Mejor será que me marche a buscar el modo de ganarme el pan.

Dióle el padre su bendición y se despidió de él con honda tristeza.

Sucedió que por aquellos días el Rey sostenía una guerra con un imperio muy poderoso. El joven se alistó en su ejército y partió para la guerra. Apenas llegado al campo de batalla, se trabó un combate. El peligro era grande, y llovían muchas balas; el mozo veía caer a sus camaradas de todos lados, y, al sucumbir también el general, los demás se dispusieron a emprender la fuga. Adelantóse él entonces, los animó diciendo:

— ¡No vamos a permitir que se hunda nuestra patria!

Seguido de los demás, lanzóse a la pelea y derrotó al enemigo. Al saber el Rey que sólo a él le debía la victoria, ascendiólo por encima de todos, dióle grandes tesoros y lo nombró el primero del reino.

Tenía el monarca una hija hermosísima, pero muy caprichosa. Había hecho voto de no aceptar a nadie por marido y señor, que no prometiese antes solemnemente que, en caso de morir ella, se haría enterrar vivo en su misma sepultura: «Si de verdad me ama —decía la princesa—, ¿para qué querrá seguir viviendo?». Por su parte, ella se comprometía a hacer lo mismo si moría antes el marido. Hasta aquel momento, el singularísimo voto había ahuyentado a todos los pretendientes; pero su hermosura impresionó en tal grado al joven, que, sin pensarlo un instante, la pidió a su padre.

— ¿Sabes la promesa que has de hacer? —le preguntó el Rey.

— Que debo bajar con ella a la tumba, si muere antes que yo —respondió el mozo—. Tan grande es mi amor, que no me arredra este peligro.

Consintió entonces el Rey, y se celebró la boda con gran solemnidad y esplendor.


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4 págs. / 7 minutos / 358 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Familia Feliz

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


La hoja verde más grande de nuestra tierra es seguramente la del lampazo. Si te la pones delante de la barriga, parece todo un delantal, y si en tiempo lluvioso te la colocas sobre la cabeza, es casi tan útil como un paraguas; ya ves si es enorme. Un lampazo nunca crece solo. Donde hay uno, seguro que hay muchos más. Es un goce para los ojos, y toda esta magnificencia es pasto de los caracoles, los grandes caracoles blancos, que en tiempos pasados, la gente distinguida hacía cocer en estofado y, al comérselos, exclamaba: «¡Ajá, qué bien sabe!», persuadida de que realmente era apetitoso; pues, como digo, aquellos caracoles se nutrían de hojas de lampazo, y por eso se sembraba la planta.

Pues bien, había una vieja casa solariega en la que ya no se comían caracoles.

Estos animales se habían extinguido, aunque no los lampazos, que crecían en todos los caminos y bancales; una verdadera invasión. Era un auténtico bosque de lampazos, con algún que otro manzano o ciruelo; por lo demás, nadie habría podido suponer que aquello había sido antaño un jardín. Todo eran lampazos, y entre ellos vivían los dos últimos y matusalémicos caracoles.


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3 págs. / 6 minutos / 268 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Caza del Tatú Carreta

Horacio Quiroga


Cuento infantil


Chiquitos míos:

En mi carta anterior les prometí un relato divertido. ¡Quién había de decirme que en plena selva, cazando un enorme animal salvaje, me iba a reír a carcajadas!

Así fue, sin embargo. Y los indios que cazaban conmigo, aunque son gente muy seria cuando cazan, bailaban de risa, golpeándose la barriga con las rodillas.

Pero antes debo decirles que esta fiesta de monte tuvo lugar un mes después de mi encuentro con el tigre cebado. Los cinco canales que me había abierto en carne viva con sus garras se echaron a perder, a pesar del gran cuidado que tuve.

(Las uñas de los animales, hijitos míos, están siempre muy sucias, y precisa lavar y desinfectar muy bien las heridas que producen. Yo lo hice así; y a pesar de todo estuve muy enfermo y envenenado por los microbios.)

Los cazadores de que les hablé en mi anterior carta me llevaron acostado sobre una mula hasta la costa del Paraná y cuando pasó un vapor que volvía del Iguazú, lo detuvieron descargando al aire sus escopetas. Fui embarcado desmayado, y hasta tres días después no recobré el conocimiento.

Hoy, un mes más tarde, como les dije, me encuentro sano del todo, en los esteros de la gobernación de Formosa, escribiéndoles sobre una cáscara de tatú que me sirve de mesa.

Bien, chiquitos. Por el título de esta carta ya han visto que se refiere a la cacería de un tatú. (Ante todo, es menester que sepan que el quirquincho, la mulita, el peludo y el tatú son más o menos un mismo y solo animal.) Oigan ahora lo que nos pasó.

Anteayer atravesábamos el bosque para alcanzar esa misma noche las orillas del río Bermejo, tres indios y yo. Caminábamos hambrientos como zorros, cuando...


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 636 visitas.

Publicado el 22 de enero de 2024 por Edu Robsy.

La Casa Vieja

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Había en una callejuela una casa muy vieja, muy vieja; tenía casi trescientos años, según podía leerse en las vigas, en las que estaba escrito el año, en cifras talladas sobre una guirnalda de tulipanes y hojas de lúpulo. Había también versos escritos en el estilo de los tiempos pasados, y sobre cada una de las ventanas en la viga, se veía esculpida una cara grotesca, a modo de caricatura. Cada piso sobresalía mucho del inferior, y bajo el tejado habían puesto una gotera con cabeza de dragón; el agua de lluvia salía por sus fauces, pero también por su barriga, pues la canal tenía un agujero.

Todas las otras casas de la calle eran nuevas y bonitas, con grandes cristales en las ventanas y paredes lisas; bien se veía que nada querían tener en común con la vieja, y seguramente pensaban:

«¿Hasta cuándo seguirá este viejo armatoste, para vergüenza de la calle? Además, el balcón sobresale de tal modo que desde nuestras ventanas nadie puede ver lo que pasa allí. La escalera es ancha como la de un palacio y alta como la de un campanario. La barandilla de hierro parece la puerta de un panteón, y además tiene pomos de latón. ¡Se habrá visto!».


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8 págs. / 15 minutos / 261 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Hermanito y Hermanita

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Un hermanito tomó a su hermanita de la mano, y la dijo:

—Desde que ha muerto nuestra madre no hemos tenido una hora buena; nuestra madrastra nos pega todos los días, y si nos arrimamos a ella, nos echa a puntillones. Los mendrugos del pan que quedan son nuestro alimento, y al perro que está debajo de la mesa, le trata mucho mejor que a nosotros, pues le echa alguna vez un buen pedazo de pan. Dios tenga piedad de nosotros, ¿si lo supiera nuestra madre? Mira, ¿no será mejor irnos a correr el mundo! ¡Acaso nos vaya mejor!

Caminaron todo el día atravesando campos, prados y sierras, y cuando llovía decía la hermanita:

—Dios llora lo mismo que nuestros corazones.

Por la noche llegaron a un bosque muy espeso, y estaban tan fatigados por el hambre, el cansancio y el disgusto, que se acurrucaron en el hueco de un árbol y se durmieron.

Cuando despertaron al día siguiente, el sol estaba ya en lo alto del cielo y calentaba con sus rayos el interior del árbol.

Entonces dijo el hermanito:

—Tengo sed, hermanita, si supiera dónde hay una fuente, iría a beber. Me parece que he oído sonar una.

Se levantó el hermanito, tomó a su hermanita de la mano y se pusieron a buscar la fuente. Pero su malvada madrastra era hechicera, había visto marcharse a los dos hermanitos, había seguido sus pasos a hurtadillas, como hacen las hechiceras, y había echado yerbas encantadas en todas las fuentes de la selva. En cuanto encontraron una fuente que corría murmurando por entre las piedras, el hermanito quiso beber, pero la hermanita oyó decir a la fuente por lo bajo.

—El que de mi agua bebe, tigre se vuelve; el que de mi agua bebe, tigre se vuelve.

La hermana le dijo:

—Por Dios, hermano, no bebas, pues te volverás tigre y me harías pedazos.

El hermanito no bebió aunque tenía mucha sed, y dijo:

—Esperaré basta llegar a otra fuente.


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6 págs. / 12 minutos / 141 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Rey Rana o el Fiel Enrique

Hermanos Grimm


Cuento infantil


En aquellos remotos tiempos, en que bastaba desear una cosa para tenerla, vivía un rey que tenía unas hijas lindísimas, especialmente la menor, la cual era tan hermosa que hasta el sol, que tantas cosas había visto, se maravillaba cada vez que sus rayos se posaban en el rostro de la muchacha.

Junto al palacio real extendíase un bosque grande y oscuro, y en él, bajo un viejo tilo, fluía un manantial. En las horas de más calor, la princesita solía ir al bosque y sentarse a la orilla de la fuente. Cuando se aburría, poníase a jugar con una pelota de oro, arrojándola al aire y recogiéndola, con la mano, al caer; era su juguete favorito. Ocurrió una vez que la pelota, en lugar de caer en la manita que la niña tenía levantada, hízolo en el suelo y, rodando, fue a parar dentro del agua. La princesita la siguió con la mirada, pero la pelota desapareció, pues el manantial era tan profundo, tan profundo, que no se podía ver su fondo. La niña se echó a llorar; y lo hacía cada vez más fuerte, sin poder consolarse, cuando, en medio de sus lamentaciones, oyó una voz que decía:

— ¿Qué te ocurre, princesita? ¡Lloras como para ablandar las piedras!

La niña miró en torno suyo, buscando la procedencia de aquella voz, y descubrió una rana que asomaba su gruesa y fea cabezota por la superficie del agua.

— ¡Ah!, ¿eres tú, viejo chapoteador? —dijo—. Pues lloro por mi pelota de oro, que se me cayó en la fuente.

— Cálmate y no llores más —replicó la rana—. Yo puedo arreglarlo. Pero, ¿qué me darás si te devuelvo tu juguete?

— Lo que quieras, mi buena rana —respondió la niña—: mis vestidos, mis perlas y piedras preciosas; hasta la corona de oro que llevo.


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4 págs. / 7 minutos / 124 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Lobo y la Zorra

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Existía en el bosque un lobo muy malo que tenía asustados a todos los animales del bosque. No había animal en el bosque que no huyera al sentir la presencia del lobo. A ese bosque llegó un día una joven zorra. Estaba perdida y había llegado allí para establecer un

hogar.

La zorra hizo su casa en un tronco hueco de un árbol gigante. Era una muy buena casa con todas las comodidades. Ella estaba muy feliz. Un día que paseaba por el bosque se encontró frente a frente con el lobo. Él le exigió que le diera comida.

La zorra, muy astuta, le dijo que no tenía comida pero que lo llevaría a un lugar donde podría pescar. El lobo aceptó y la zorra lo llevó hasta una montaña muy alta y fría. En la cima de la montaña había un lago congelado. La zorra cogió una piedra e hizo un agujero en el hielo.

Luego metió su cola dentro del agua fría y en un segundo sacó un pez del lago.

El lobo asombrado, quitó a la zorra del agujero y metió su cola. Efectivamente a los pocos segundos, un pez mordió la cola, el lobo la sacó y atrapó el pescado.

Contento con ese nuevo método de caza, el lobo volvió a meter la cola para pescar. La zorra, disimuladamente huyó del lugar, mientras que el lobo seguía esperando el próximo pescado. Sin embargo los peces habían descubierto el truco y se habían ido a otro lugar.

El lobo esperó durante muchas horas hasta que el agua se congeló, al igual que su cola. El lobo quedó atrapado en el lago. A los dos días la zorra volvió a la montaña y descubrió al lobo en el lago con hambre y todo congelado. La zorra lo tomó de una pata y tiro de él hasta que lo sacó del lago. Sin embargo la cola del lobo se quedó


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2 págs. / 4 minutos / 250 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Cuentos de Mamá Ganso

Charles Perrault


Cuento infantil


La bella durmiente del bosque

En otros tiempos había un rey y una reina, cuya tristeza porque no tenían hijos era tan grande que no puede ponderarse. Fueron a beber todas las aguas del mundo, hicieron votos, emprendieron peregrinaciones, pero no lograron ver sus deseos realizados, hasta que, por último, quedó encinta la reina y dio a luz una hija. La explendidez del bateo no hay medio de describirla, y fueron madrinas de la princesita todas las hadas que pudieron hallar en el país, y siete fueron, con el propósito de que cada una de ellas le concediera un don, como era costumbre entre las hadas en aquel entonces; y por este medio tuvo la princesa todas las perfecciones imaginables.

Después de la ceremonia del bautismo, todos fueron a palacio, en donde se había dispuesto un gran festín para las hadas. Delante de cada una se puso un magnífico cubierto con un estuche de oro macizo, en el que había una cuchara, un tenedor y un cuchillo de oro fino, guarnecido de diamantes y rubíes.

En el momento sentarse a la mesa, vieron entrar una vieja hada que no había sido invitada, debido a que durante más de cincuenta años no había salido de una torre y se la creía muerta o encantada.

Mandó el rey que le pusieran cubierto, pero no hubo medio darle un estuche de oro macizo como a las otras, porque sólo se había ordenado construir siete para las siete hadas. Creyó la vieja que se la despreciaba y gruñó entre dientes algunas amenazas. Una de las hadas jóvenes que estaba a su lado, oyola, y temiendo que concediese algún don dañino a la princesita, en cuanto se levantaron de la mesa fue a esconderse detrás de un tapiz para hablar la última y poder reparar hasta donde le fuera posible el daño que hiciera la vieja.


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Dominio público
71 págs. / 2 horas, 5 minutos / 2.391 visitas.

Publicado el 4 de enero de 2019 por Edu Robsy.

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