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editor: Edu Robsy etiqueta: Cuento infantil textos disponibles


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La Más Feliz

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


—¡Qué rosas tan bellas! —dijo el Sol—. Y todas las yemas se abrirán, y serán tan hermosas como ellas. ¡Son hijas mías! Yo les he dado el beso de la vida.

—Son hijas mías —dijo a su vez el rocío—. Les he dado a beber mis lágrimas.

—Pues yo diría que su madre soy yo —exclamó el rosal—. Ustedes no son sino los padrinos, que les ofrecieron un regalo según sus posibilidades y su buena voluntad.

—¡Rosas, hermosas hijas mías! —dijeron los tres, y les deseaban a todas la mayor felicidad de que puede gozar una rosa. Sin embargo, una sola podía ser la más feliz; y otra debía ser la menos feliz de todas. Era inevitable. Pero, ¿cuál sería?

—Yo lo averiguaré —dijo el viento—. Voy volando hasta muy lejos y en todas direcciones, me meto en las rendijas más estrechas, sé lo que pasa en todas partes.

Todas las rosas abiertas oyeron la conversación, y los capullos henchidos, también.

En esto se presentó en el jardín una madre amorosa vestida de luto, con semblante triste, y cogió una rosa a medio abrir, fresca y lozana; la que le pareció más hermosa. Se la llevó a su solitaria habitación, donde pocos días antes había estado brincando su hijita, enamorada de la vida, y que ahora yacía en el negro ataúd, dormida estatua de mármol. La madre besó a la muerta, y besando luego la rosa semiabierta, la depositó sobre el pecho de la muchacha, como esperando que su frescor y el beso de una madre pudieran hacer palpitar nuevamente el corazón.

Pareció como si la rosa se hinchara; cada uno de sus pétalos temblaba de gozo:

—¡Qué destino de amor me ha sido concedido! He llegado a ser como una criatura humana, recibo el beso de una madre escucho palabras de bendición y me voy al reino desconocido, soñando junto al pecho de la muerta. Indudablemente he sido la más feliz de todas las hermanas.


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4 págs. / 7 minutos / 104 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Llave de la Casa

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Todas las llaves tienen su historia, y ¡hay tantas! Llaves de gentilhombre, llaves de reloj, las llaves de San Pedro... Podríamos contar cosas de todas, pero nos limitaremos a hacerlo de la llave de la casa del señor Consejero.

Aunque salió de una cerrajería, cualquiera hubiese creído que había venido de una orfebrería, según estaba de limada y trabajada. Siendo demasiado voluminosa para el bolsillo del pantalón, había que llevarla en la de la chaqueta, donde estaba a oscuras, aunque también tenía su puesto fijo en la pared, al lado de la silueta del Consejero cuando niño, que parecía una albóndiga de asado de ternera.

Se díce que cada persona tiene en su carácter y conducta algo del signo del zodíaco bajo el cual nació: Toro, Virgen, Escorpión, o el nombre que se le dé en el calendario. Pero la señora Consejera afirmaba que su marido no había nacido bajo ninguno de estos signos, sino bajo el de la «carretilla», pues siempre había que estar empujándolo.

Su padre lo empujó a un despacho, su madre lo empujó al matrimonio, y su esposa lo condujo a empujones hasta su cargo de Consejero de cámara, aunque se guardó muy bien de decirlo; era una mujer cabal y discreta, que sabía callar a tiempo y hablar y empujar en el momento oportuno.

El hombre era ya entrado en años, «bien proporcionado», según decía él mismo, hombre de erudición, buen corazón y con «inteligencia de llave», término que aclararemos más adelante. Siempre estaba de buen humor, apreciaba a todos sus semejantes y gustaba de hablar con ellos. Cuando iba a la ciudad, costaba Dios y ayuda hacerle volver a casa, a menos que su señora estuviese presente para empujarlo. Tenía que pararse a hablar con cada conocido que encontraba; y sus conocidos no eran pocos, por lo que siempre se enfriaba la comida.

La señora Consejera lo vigilaba desde la ventana.


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12 págs. / 21 minutos / 117 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Rosa Más Bella del Mundo

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Érase una reina muy poderosa, en cuyo jardín lucían las flores más hermosas de cada estación del año. Ella prefería las rosas por encima de todas; por eso las tenía de todas las variedades, desde el escaramujo de hojas verdes y olor de manzana hasta la más magnífica rosa de Provenza. Crecían pegadas al muro del palacio, se enroscaban en las columnas y los marcos de las ventanas y, penetrando en las galerías, se extendían por los techos de los salones, con gran variedad de colores, formas y perfumes.

Pero en el palacio moraban la tristeza y la aflicción. La Reina yacía enferma en su lecho, y los médicos decían que iba a morir.

—Hay un medio de salvarla, sin embargo —afirmó el más sabio de ellos—. Tráiganle la rosa más espléndida del mundo, la que sea expresión del amor puro y más sublime. Si puede verla antes de que sus ojos se cierren, no morirá.

Y ya tienen a viejos y jóvenes acudiendo, de cerca y de lejos, con rosas, las más bellas que crecían en todos los jardines; pero ninguna era la requerida. La flor milagrosa tenía que proceder del jardín del amor; pero incluso en él, ¿qué rosa era expresión del amor más puro y sublime?

Los poetas cantaron las rosas más hermosas del mundo, y cada uno celebraba la suya. Y el mensaje corrió por todo el país, a cada corazón en que el amor palpitaba; corrió el mensaje y llegó a gentes de todas las edades y clases sociales.


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2 págs. / 4 minutos / 176 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Una Rosa de la Tumba de Homero

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


En todos los cantos de Oriente suena el amor del ruiseñor por la rosa; en las noches silenciosas y cuajadas de estrellas, el alado cantor dedica una serenata a la fragante reina de las flores.

No lejos de Esmirna, bajo los altos plátanos adonde el mercader guía sus cargados camellos, que levantan altivos el largo cuello y caminan pesadamente sobre una tierra sagrada, vi un rosal florido; palomas torcaces revoloteaban entre las ramas de los corpulentos árboles, y sus alas, al resbalar sobre ellas los oblicuos rayos del sol, despedían un brillo como de madreperla.

Tenía el rosal una flor más bella que todas las demás, y a ella le cantaba el ruiseñor su cuita amorosa; pero la rosa permanecía callada; ni una gota de rocío se veía en sus pétalos, como una lágrima de compasión; inclinaba la rama sobre unas grandes piedras.

—Aquí reposa el más grande de los cantores —dijo la rosa—. Quiero perfumar su tumba, esparcir sobre ella mis hojas cuando la tempestad me deshoje. El cantor de la Ilíada se tornó tierra, en esta tierra de la que yo he brotado. Yo, rosa de la tumba de Homero, soy demasiado sagrada para florecer sólo para un pobre ruiseñor.

Y el ruiseñor siguió cantando hasta morir.

Llegó el camellero, con sus cargados animales y sus negros esclavos; su hijito encontró el pájaro muerto, y lo enterró en la misma sepultura del gran Homero; la rosa temblaba al viento. Vino la noche, la flor cerró su cáliz y soñó:


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1 pág. / 2 minutos / 223 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Los Verdezuelos

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Había un rosal en la ventana. Hasta hace poco estaba verde y lozano, mas ahora tenía un aspecto enfermizo; algo debía ocurrirle.

Lo que le pasaba es que habían llegado soldados y tenía que alojarlos. Los recién llegados se lo comían vivo, a pesar de tratarse de una tropa muy respetable, en uniforme verde.

Hablé con uno de los alojados, que aunque sólo contaba tres días de edad, era ya bisabuelo. ¿Sabes lo que me dijo? Pues me contó muchas cosas de él y de toda la tropa.

—Somos el regimiento más notable entre todas las criaturas de la Tierra. Cuando hace calor damos a luz hijos vivos, pues entonces el tiempo se presta a ello; nos casamos enseguida y celebramos la boda. Cuando hace frío ponemos huevos; así los pequeños están calientes. El más sabio de todos los animales, la hormiga, a la que respetamos sobremanera, nos estudia y aprecia. No se nos come, sino que coge nuestros huevos, los pone entre los suyos y en el piso inferior de su casa, los coloca por orden numérico en hileras y en capas, de manera que cada día pueda salir uno del huevo. Entonces nos llevan al establo y, sujetándonos las patas posteriores, nos ordeñan hasta que morimos: es una sensación agradabilísima. Nos dan el nombre más hermoso imaginable: «dulce vaquita lechera». Éste es el nombre que nos dan los animales inteligentes como las hormigas; sólo los hombres no lo hacen, lo cual es una ofensa capaz de hacernos perder la ecuanimidad. ¿No podría escribir nada para arreglar esta embarazoso situación y poner las cosas en su punto?

Nos miran estúpidamente, y, además, con ojos coléricos, total porque nos comemos unos pétalos de rosa, cuando ellos devoran todos los seres vivos, todo lo que verdea y florece. Nos dan el nombre más despectivo y más odioso que quepa imaginar; no me atrevo a decirlo, ¡puh! Me mareo sólo al pensarlo. No puedo repetirlo, al menos cuando voy de uniforme; y como nunca me lo quito...


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2 págs. / 3 minutos / 90 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Campesino, el Oso y la Zorra

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Un día un campesino estaba labrando su campo, cuando se acercó a él un Oso y le gritó:

—¡Campesino, te voy a matar!

—¡No me mates! —suplicó éste—. Yo sembraré los nabos y luego los repartiremos entre los dos; yo me quedaré con las raíces y te daré a ti las hojas.

Consintió el Oso y se marchó al bosque.

Llegó el tiempo de la recolección. El campesino empezó a escarbar la tierra y a sacar los nabos, y el Oso salió del bosque para recibir su parte.

—¡Hola, campesino! Ha llegado el tiempo de recoger la cosecha y cumplir tu promesa —le dijo el Oso.

—Con mucho gusto, amigo. Si quieres, yo mismo te llevaré tu parte —le contestó el campesino.

Y después de haber recogido todo, le llevó al bosque un carro cargado de hojas de nabo. El Oso quedó muy satisfecho de lo que él creía un honrado reparto.

Un día el aldeano cargó su carro con los nabos y se dirigió a la ciudad para venderlos; pero en el camino tropezó con el Oso, que le dijo:

—¡Hola, campesino! ¿Adónde vas?

—Pues, amigo —le contestó el aldeano—, voy a la ciudad a vender las raíces de los nabos.

—Muy bien, pero déjame probar qué tal saben.

No hubo más remedio que darle un nabo para que lo probase. Apenas el Oso acabó de comerlo, rugió furioso:

—¡Ah, miserable! ¡Cómo me has engañado! ¡Las raíces saben mucho mejor que las hojas! Cuando siembres otra vez, me darás las raíces y tú te quedarás con las hojas.

—Bien —contestó el campesino, y en vez de sembrar nabos sembró trigo.

Llegó el tiempo de la recolección y tomó para sí las espigas, las desgranó, las molió y de la harina amasó y coció ricos panes, mientras que al Oso le dio las raíces del trigo.

Viendo el Oso que otra vez el campesino se había burlado de él, rugió:

—¡Campesino! ¡Estoy muy enfadado contigo! ¡No te atrevas a ir al bosque por leña, porque te mataré en cuanto te vea!


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2 págs. / 5 minutos / 239 visitas.

Publicado el 12 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Corredor Veloz

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


En un reino muy lejano, lindando con una ciudad había un pantano muy extenso; para entrar y salir de la ciudad había que seguir una carretera tan larga que, yendo de prisa, se empleaba tres años en bordear el pantano, y yendo despacio se tardaba más de cinco.

A un lado de la carretera vivía un anciano muy devoto que tenía tres hijos. El primero se llamaba Iván; el segundo, Basiliv, y el tercero, Simeón. El buen anciano pensó hacer un camino en línea recta a través del pantano, construyendo algunos puentes necesarios, con objeto de que la gente pudiese hacer todo el trayecto tardando solamente tres semanas o tres días, según se fuese a pie o a caballo. De este modo harían todos gran economía de tiempo.

Se puso al trabajo con sus tres hijos, y al cabo de bastante tiempo terminó la obra; el pantano quedó atravesado por una ancha carretera en línea recta con magníficos puentes.

De vuelta a casa, el padre dijo a su hijo mayor:

—Oye, Iván, ve, siéntate debajo del primer puente y escucha lo que dicen de mí los transeúntes.

El hijo obedeció y se escondió debajo de uno de los arcos del primer puente, por el que en aquel momento pasaban dos ancianos que decían:

—Al hombre que ha construido este puente y arreglado esta carretera, Dios le concederá lo que pida.

Cuando Iván oyó esto salió de su escondite, y saludando a los ancianos, les dijo:

—Este puente lo he construido yo, ayudado por mi padre y mis hermanos.

—¿Y qué pides tú a Dios? —preguntaron los ancianos.

—Pido tener mucho dinero durante toda mi vida.

—Está bien. En medio de aquella pradera hay un roble muy viejo: excava debajo de sus raíces y encontrarás una gran cueva llena de oro, plata y piedras preciosas. Toma tu pala, excava y que Dios te dé tanto dinero que no te falte nunca hasta que te mueras.


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8 págs. / 14 minutos / 201 visitas.

Publicado el 12 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Gato y la Zorra

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Érase un campesino que tenía un gato tan travieso, que su dueño, perdiendo al fin la paciencia, lo cogió un día, lo metió en un saco y lo llevó al bosque, dejándolo allí abandonado.

El Gato, viéndose solo, salió del saco y se puso a errar por el bosque hasta que llegó a la cabaña de un guarda. Se subió a la guardilla y se estableció allí. Cuando tenía ganas de comer cazaba pájaros y ratones, y después de haber satisfecho el hambre volvía a su guardilla y se dormía tranquilamente. Estaba contentísimo de su suerte.

Un día se fue a pasear por el bosque y tropezó con una Zorra. Ésta, al ver al Gato, se asombró mucho, pensando: «Tantos años como llevo viviendo en este bosque y nunca he visto un animal como éste.»

Le hizo una reverencia, preguntándole:

—Dime, joven valeroso, ¿quién eres? ¿Cómo has venido aquí? ¿Cómo te llamas?

El Gato, erizando el pelo, contestó:

—Me han mandado de los bosques de Siberia para ejercer el cargo de burgomaestre de este bosque; me llamo Kotofei Ivanovich.

—¡Oh Kotofei Ivanovich! —dijo la Zorra—. No había oído ni siquiera hablar de tu persona, pero ven a hacerme una visita.

El Gato se fue con la Zorra, y llegados a la cueva de ésta, ella lo convidó con toda clase de caza, y entretanto le preguntaba detalles de su vida.

—Dime, Kotofei Ivanovich, ¿estás casado o eres soltero?

—Soy soltero —dijo el Gato.

—Yo también soy soltera. ¿Quieres casarte conmigo?

El Gato consintió y en seguida celebraron la boda con un gran festín.

Al día siguiente se marchó la zorra de caza para procurarse más provisiones, poderlas almacenar y poder pasar el invierno, sin preocupaciones, con su joven esposo. El Gato se quedó en casa.

La Zorra, mientras cazaba, se encontró con el Lobo, que empezó a hacerle la corte.

—¿Dónde has estado metida, amiguita? Te he buscado por todas partes y en todas las cuevas sin poder encontrarte.


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3 págs. / 6 minutos / 106 visitas.

Publicado el 12 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Araña Mizguir

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


En tiempos remotos hubo un verano tan caluroso que la gente no sabía dónde esconderse para librarse de los ardientes rayos del Sol, que quemaban sin piedad. Coincidiendo con esta época de calor apareció una gran plaga de moscas y de mosquitos, que picaban a la desgraciada gente de tal modo que de cada picadura saltaba una gota de sangre. Pero al mismo tiempo se presentó el valiente Mizguir, incansable tejedor, que empezó a tejer sus redes, extendiéndolas por todas partes y por todos los caminos por donde volaban las moscas y los mosquitos.

Un día una mosca que iba volando fue cogida en las redes de Mizguir. Éste se precipitó sobre ella y empezó a ahogarla; pero la Mosca suplicó a Mizguir:

—¡Señor Mizguir! ¡No me mates! ¡Tengo tantos hijos, que si los pobres se quedan sin mí, como no tendrán qué comer, molestarán a la gente y a los perros!

Mizguir tuvo compasión de la Mosca y la dejó libre. Ésta echó a volar, zumbando y anunciando a todos sus compañeros:

—¡Cuidado, moscas y mosquitos! ¡Escóndanse bien bajo el tronco del chopo! ¡Ha aparecido el valiente Mizguir y ha empezado a tejer sus redes, poniéndolas por todos los caminos por donde volamos nosotros y a todos matará!

Las moscas y los mosquitos, a todo correr, se escondieron debajo del tronco del chopo, permaneciendo allí como muertas. Mizguir se quedó perplejo al ver que no tenía caza; a él no le gustaba padecer hambre. ¿Qué hacer? Entonces llamó al grillo, a la cigarra y al escarabajo, y les dijo:

—Tú, Grillo, toca la corneta; tú, Cigarra, ve batiendo el tambor, y tú, Escarabajo, vete debajo del tronco del chopo. Vayan anunciando a todos que ya no vive el valiente Mizguir, el incansable tejedor; que le pusieron cadenas, lo enviaron a Kazán, le cortaron la cabeza sobre el patíbulo y luego fue despedazado.


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1 pág. / 2 minutos / 111 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Bruja y la Hermana del Sol

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


En un país lejano hubo un zar y una zarina que tenían un hijo, llamado Iván, mudo desde su nacimiento.

Un día, cuando ya había cumplido doce años, fue a ver a un palafrenero de su padre, al que tenía mucho cariño porque siempre le contaba cuentos maravillosos.

Esta vez, el zarevich Iván quería oír un cuento; pero lo que oyó fue algo muy diferente de lo que esperaba.

—Iván Zarevich —le dijo el palafrenero—, dentro de poco dará a luz tu madre una niña, y esta hermana tuya será una bruja espantosa que se comerá a tu padre, a tu madre y a todos los servidores de palacio. Si quieres librarte tú de tal desdicha, ve a pedir a tu padre su mejor caballo y márchate de aquí adonde el caballo te lleve.

El zarevich Iván se fue corriendo a su padre y, por la primera vez en su vida, habló. El zar tuvo tal alegría al oírle hablar que, sin preguntarle para qué lo necesitaba, ordenó en seguida que le ensillasen el mejor caballo de sus cuadras.

Iván Zarevich montó a caballo y dejó en libertad al animal de seguir el camino que quisiese. Así cabalgó mucho tiempo hasta que encontró a dos viejas costureras y les pidió albergue; pero las viejas le contestaron:

—Con mucho gusto te daríamos albergue, Iván Zarevich; pero ya nos queda poca vida. Cuando hayamos roto todas las agujas que están en esta cajita y hayamos gastado el hilo de este ovillo, llegará nuestra muerte.

El zarevich Iván rompió a llorar y se fue más allá. Caminó mucho tiempo, y encontrando a Vertodub le pidió:

—Guárdame contigo.

—Con mucho gusto lo haría, Iván Zarevich; pero no me queda mucho que vivir. Cuando acabe de arrancar de la tierra estos robles con sus raíces, en seguida vendrá mi muerte.

El zarevich Iván lloró aún con más desconsuelo y se fue más allá. Al fin se encontró a Vertogez, y acercándose a él, le pidió albergue; pero Vertogez le repuso:


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4 págs. / 7 minutos / 160 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

1819202122