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El Príncipe Danilo

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Érase una princesa que tenía un hijo y una hija; los dos eran sanos y guapísimos. Un día vino a visitarla una vieja bruja, que se puso a alabar a los niños, y al despedirse, dijo:

—Querida amiga mía: he aquí un anillo; ponlo en el dedo de tu hijo, porque le traerá suerte y siempre será rico y feliz; pero que tenga cuidado de no perderlo y de no casarse más que con la joven a la que el anillo se le ajuste exactamente.

La princesa agradeció mucho el regalo, no sospechando la mala intención de la bruja, y al llegar la hora de su muerte legó a su hijo el anillo, obligándose a casarse con la joven a la cual éste se le ajustase exactamente.

Así transcurrieron unos cuantos años, y el príncipe cada día era más fuerte y guapo. Al fin llegó a la edad de casarse; se puso en busca de novia. Primero le gustó una, luego se enamoró de otra; pero a ninguna le venía bien el anillo; o era demasiado grande o demasiado pequeño.

Viajó de una ciudad a otra, de un pueblo a otro de su reino e hizo ensayar el anillo a todas las jóvenes; pero no logró encontrar a su prometida y volvió a casa triste y pensativo.

—¿En qué estás pensando, hermanito?¿Por qué estás tan triste? —le preguntó su hermana.

Éste le contó su desgracia.

—Pero ¿cómo es ese anillo maravilloso que no hay joven a quien le sirva? —exclamó la hermana—. Déjame ensayarlo.

Se lo puso, y le entró tan justamente como si hubiese sido hecho de propósito para su manita.

El príncipe, viendo brillar el anillo en el dedo de su hermana, exclamó con júbilo:

—¡Oh hermanita! ¡Tú eres mi prometida! Me casaré contigo.

—¿Has perdido el juicio? ¿Quién sería capaz de casarse con su propia hermana? Dios te castigaría.

Pero el príncipe no hacía caso de estas palabras y, saltando de alegría, le ordenó que se preparase para la boda.


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5 págs. / 9 minutos / 85 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Sol, la Luna y el Cuervo

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Érase un matrimonio ya anciano que tenía dos hijas y un hijo. Un día fue el marido al granero a buscar grano; cogió un saco, lo llenó de trigo y se lo llevó a su casa; pero no se fijó en que el saco tenía un agujero, por el que el trigo se iba saliendo y esparciéndose por el camino.

Cuando llegó a su casa, su mujer le preguntó:

—¿Dónde está el grano? Sólo veo el saco vacío.

No hubo más remedio que ir a recoger del suelo el grano esparcido, y el marido, mientras trabajaba, decía gimiendo:

—Si el buen Sol me calentase con sus rayos, la Luna me iluminase y el sabio Cuervo me ayudase a recoger el grano, al Sol le daría en matrimonio a mi hija mayor, al sabio Cuervo le daría mi segunda hija y a la Luna la casaría con mi hijo.

Apenas acabó de decirlo cuando el Sol lo calentó, la Luna iluminó el patio y el Cuervo le ayudó a recoger los granos. El viejo volvió a casa satisfecho y dijo a su hija mayor:

—Vístete con tu mejor vestido y ve a sentarte a la puerta de la casa.

Su hija lo obedeció; se vistió lo mejor posible y se sentó en el escalón de la puerta. En cuanto el Sol vio a la hermosa joven se la llevó a su casa.

Luego, el padre ordenó lo mismo a su segunda hija, la que se puso su mejor traje y se dirigió al patio; aún no había pisado el umbral de la puerta cuando apareció el Cuervo, la cogió con sus garras y se la llevó a su reino.

Le llegó el turno al hijo, a quien el padre dijo:

—Ponte tu mejor vestido y sal a la puerta.

Entonces la Luna, al ver al muchacho, se enamoró de él y se lo llevó a su palacio.

Pasado algún tiempo, el padre sintió deseos de ver a sus hijos y para sus adentros se dijo:

«Me gustaría visitar a mis yernos y a mi nuera.»

Y sin pensarlo más se dirigió a casa del Sol. Andando, andando, al fin llegó.

—¡Hola, suegro mío! ¿Cómo te va? ¿Quieres que te convide? —dijo el Sol.


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2 págs. / 5 minutos / 119 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Zarevich Cabrito

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Eran un zar y una zarina que tenían un hijo y una hija. El hijo se llamaba Ivanuchka y la hija Alenuchka.

Cuando el zar y la zarina murieron, los hijos, como no tenían ningún pariente, se quedaron solos y decidieron irse a recorrer el mundo.

Se pusieron en camino y anduvieron hasta que el sol subió en el cielo a su mayor altura y sus rayos los quemaban implacablemente, haciéndolos ahogarse de calor sin ver a su alrededor vivienda alguna que les sirviera de refugio, ni árbol a la sombra del cual pudieran acogerse.

En la extensa llanura percibieron un estanque, al lado del cual pastaba un rebaño de vacas.

—Tengo sed —dijo Ivanuchka.

—No bebas, hermanito, porque si bebes te transformarás en un ternero —le advirtió Alenuchka.

Ivanuchka obedeció y ambos siguieron su camino.

Anduvieron un buen rato y llegaron a un río, a la orilla del cual pacía una manada de caballos.

—¡Oh, hermanita! ¡Si supieras qué sed tengo! —dijo otra vez Ivanuchka.

—No bebas, hermanito, porque te transformarás en un potro.

Ivanuchka obedeció y continuaron andando; después de andar mucho tiempo vieron un lago, al lado del cual pacía un rebaño de ovejas.

—¡Oh, hermanita! ¡Quiero beber!

—No bebas, Ivanuchka, que te transformarás en un corderito.

Obedeció el niño otra vez; siguieron adelante y llegaron a un arroyo, junto al cual los pastores vigilaban a una piara de cerdos.

—¡Oh, hermanita! ¡Ya no puedo más, tengo una sed abrasadora! —exclamó Ivanuchka.

—No bebas, hermanito, porque te transformarás en un lechoncito.

Otra vez obedeció Ivanuchka, y ambos siguieron adelante. Anduvieron, anduvieron; el sol estaba todavía alto en el cielo y quemaba como antes; el sudor les corría por todo el cuerpo y todavía no habían podido encontrar ninguna vivienda. Al fin vieron un rebaño de cabras que pacía cerca de una laguna.


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4 págs. / 8 minutos / 91 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Gorrioncito

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Un matrimonio viejo que no tenía hijos rezaba a Dios todos los días para merecer la misericordia divina; pero Dios, sordo, al parecer, a las súplicas, no le concedía la gracia de tener un niño.

Un día se fue el marido al bosque para recoger setas y encontró a un viejecito que le dijo:

—Yo sé cuál es la pena que escondes en tu corazón y cuán grande es tu deseo de tener hijos. Óyeme bien: ve al pueblo, pide en cada casa un huevo; luego coge una gallina, hazla sentar sobre ellos para que los empolle y ya verás lo que sucede.

El anciano volvió al pueblo, que tenía cuarenta y una casas; en cada una de ellas entró y pidió un huevo, y luego, volviendo a la suya, cogió una gallina y la hizo empollar los cuarenta y un huevos.

Pasaron dos semanas; los ancianos fueron al gallinero, y cuál sería su asombro al ver que de los huevos nacieron cuarenta niños fuertes y robustos y uno pequeño y débil.

El padre le puso a cada uno un nombre; pero al llegar al último, ya no se le ocurría qué nombre ponerle. Entonces, atendiendo a que era el pequeño, dijo:

—Como no tengo nombre para ti, te llamaré Gorrioncito.

Los niños crecieron con tal rapidez, que algunos días después de nacer pudieron ya trabajar y ayudar a sus padres. Eran unos muchachos guapísimos y trabajadores; cuarenta de ellos labraban el campo y Gorrioncito hacía los trabajos de casa.

Llegó la temporada de siega, y los hermanos se fueron a guadañar y hacer haces de heno. Pasaron una semana en las praderas y luego volvieron a casa, cenaron y se acostaron. El anciano los contempló y dijo gruñendo:

—¡Oh juventud indolente! Comen mucho, duermen aún más y estoy seguro de que no han trabajado nada.

—Padre, antes de juzgar, ve a ver —dijo Gorrioncito.

El anciano se vistió, fue a las praderas y vio con satisfacción que estaban ya listos cuarenta grandes haces de heno.


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4 págs. / 7 minutos / 91 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Ciencia Mágica

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


En una aldea vivían un campesino con su mujer y su único hijo. Eran muy pobres, y, sin embargo, el marido deseaba que su hijo estudiase una carrera que le ofreciese un porvenir brillante y pudiera servirles de apoyo en su vejez. Pero ¿qué podían hacer? ¡Cuando no se tiene dinero…!

El padre llevó a su hijo a varias ciudades y pueblos para ver si alguien quería instruirle de balde; pero sin dinero nadie quería hacerlo. Volvieron a casa, lloró él, lloró la mujer, se desesperaron los dos por no tener bienes de fortuna, y cuando se calmaron un poco, cogió el viejo a su hijo y otra vez se marcharon ambos a la ciudad cercana. Cuando llegaron a ésta encontraron en la calle a un hombre desconocido que paró al campesino y le preguntó:

—¿Por qué estás tan triste, buen hombre?

—¿Cómo no he de estarlo? —dijo el padre—. Hemos visitado muchas ciudades, buscando quién quiera instruir de balde a mi hijo, y no he podido encontrarlo; todos me piden mucho dinero y yo no lo tengo.

—Déjamelo a mí —le dijo el desconocido—. En tres años yo le enseñaré una profesión muy lucrativa; pero, acuérdate bien: dentro de tres años, el mismo día y a la misma hora que hoy, tienes que venir a recogerlo; si llegas a tiempo y reconoces a tu hijo, te lo podrás llevar; pero si llegas tarde o no lo reconoces, se quedará para siempre conmigo.

El campesino se puso tan contento que se olvidó de preguntar sus señas al desconocido y qué era lo que iba a enseñar a su hijo. Se despidió de éste, volvió a su casa, y con gran júbilo contó lo ocurrido a su mujer. No se había dado cuenta de que el desconocido a quien había dejado su hijo era un hechicero.


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7 págs. / 12 minutos / 184 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Vaquita Parda

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Éranse en un reino un zar y una zarina que tenían una hija llamada María. Cuando la zarina murió, el zar se casó al poco tiempo con una mujer llamada Yaguichno. De este segundo matrimonio tuvo tres hijas; la mayor tenía un solo ojo, la segunda nació con dos, y la tercera tenía tres ojos.

La madrastra no quería bien a su hijastra María, y un día la vistió con un vestido viejo y sucio, le dio una corteza de pan duro y la envió al campo a apacentar una vaquita parda.

La zarevna1 condujo a la vaquita a una pradera verde, entró en la vaca por una oreja y salió por la otra, ya comida, bebida, lavada y engalanada. Limpia y arreglada como una zarevna, cuidó todo el día de la vaquita, y cuando el sol se puso María se quitó su vestido de gala, vistió su traje andrajoso, volvió a casa con la vaquita y guardó el pedazo de pan duro en el cajón de la mesa.

«¿Qué es lo que habrá comido?», pensó la madrastra. Al día siguiente Yaguichno dio a su hijastra la misma corteza de pan duro y la envió a apacentar la vaquita; pero hizo que la acompañase su hija mayor, la que tenía un solo ojo, a la que antes de marcharse dijo:

—Observa, hija mía, qué es lo que come y bebe María, la cual vuelve saciada sin haber probado el pan que le doy.

Llegadas las muchachas a la pradera, María dijo a su hermana:

—Ven, hermanita; siéntate a mi lado y apoya tu cabeza sobre mis rodillas, que te voy a peinar.

Y cuando apoyó la cabeza en sus rodillas, peinándola, dijo:

—No mires, hermanita; cierra tu ojito; duerme, hermanita mía, duerme, querida.

Cuando la hermana se durmió, María se levantó, se acercó a la vaquita, entró en ella por una oreja, salió por la otra comida, bebida y bien vestida, y todo el día, engalanada como una zarevna, cuidó de la vaquita.

Cuando empezó a oscurecer, María se cambió de traje y despertó a su hermana, diciéndole:


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3 págs. / 5 minutos / 108 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Reina de las Abejas

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Allá en aquellos tiempos hubo un rey que tenía dos hijos, que se fueron en busca de aventuras, lanzándose a todos los excesos de la disipación, por lo que no volvían a su casa paterna. Fue a buscarlos su hermano menor, al que llamaban el Simple, pero cuando los encontró comenzaron a burlarse de él, porque en su sencillez pretendía saber dirigirse en un mundo donde se habían perdido ellos dos, ellos dos que tenían mucho más talento que él.

Habiéndose puesto en camino juntos encontraron un hormiguero. Los dos hermanos mayores querían llenarle de tierra para divertirse viendo la ansiedad de las hormigas que correrían por todas partes cargadas con sus huevos; pero su hermano el Simple les dijo:

—Dejad en paz a esos animales; no consentiré que les hagáis daño.

Poco después encontraron un lago en el que nadaban no sé cuantos patos. Los dos mayores querían coger un par de ellos para mandarlos asar, pero el menor se opuso diciendo:

—Dejad en paz a esos animales; no consentiré que los mate nadie.

Mucho mas allá todavía distinguieron en un árbol una colmena tan llena de miel que corría por el tronco abajo. Los dos mayores querían prender fuego el árbol para ahumar a las abejas y apoderarse de la miel; pero su hermano el Simple los contuvo, diciéndoles:

—Dejad en paz a esos animales; no consentiré que los queméis.


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2 págs. / 4 minutos / 411 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Sepultura

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Un labrador muy rico estaba un día delante de su puerta, mirando sus campos y sus huertos; el llano estaba cubierto por la cosecha; los árboles estaban cargados de fruta. El trigo de los años anteriores llenaba de tal modo sus graneros, que las vigas del techo se doblaban bajo su peso. Sus establos estaban llenos de bueyes, de vacas y de caballos.

Entró en su cuarto y dirigió una mirada al cofre en que encerraba el dinero, pero mientras estaba absorto en la contemplación de estas riquezas, creyó oír en su interior una voz que le decía:

—¿Has hecho feliz, a pesar de todo tu oro, a alguno de los que te rodeaban? ¿Has aliviado la miseria de los pobres? ¿Has repartido tu pan con los que tenían hambre? ¿Has estado satisfecho con lo que poseías y no has deseado nunca más?

Su corazón no vaciló en contestar:

—Siempre he sido duro e inexorable, nunca he hecho nada por mis parientes ni por mis amigos. Más que en Dios he pensado siempre en aumentar mis riquezas. Aun cuando hubiera poseído el mundo entero, no hubiera tenido nunca bastante.

Este pensamiento le atemorizó, temblándole las rodillas de tal modo que se vio obligado a sentarse. Al mismo tiempo llamaron a la puerta. Era uno de sus vecinos, cargado de hijos, a quienes no podía sustentar.

—No ignoro, pensaba para sí, que mi vecino es mucho más desapiadado que rico; sin duda no hará caso de mí, pero mis hijos me piden pan; voy a hacer una prueba.

En cuanto llegó a la presencia del rico, le dijo de esta manera:

—No ignoro que no os gusta socorrer a nadie, pero me dirijo a vos en la última desesperación, como un hombre que, estando próximo a ahogarse, se agarra a la más débil rama. Mis hijos tienen hambre: prestadme un puñado de trigo. Un rayo de compasión penetró por primera vez en el hielo de aquel corazón avaro.

—No te prestaré un puñado, le respondió; te daré una fanega, pero con una condición.


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3 págs. / 6 minutos / 130 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Los Seis Compañeros que lo Consiguen Todo

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Había una vez un hombre que era muy hábil en todos los oficios. Se hizo soldado y sirvió con valor, pero cuando se concluyó la guerra recibió la licencia con algún dinero para el gasto del camino. Esto no le convenía y se propuso, si encontraba compañeros, obligar al rey a darle todos los tesoros del reino.

Tomó incomodado el camino del bosque, y vio allí a un hombre que acababa de desarraigar seis árboles muy grandes con la mano, como si no hubieran sido más que seis hojas de yerba.

Le preguntó:

—¿Quieres seguirme y servir a mis órdenes?

—Con mucho gusto —respondió el otro—, pero antes tengo que llevar a mi madre este hacecillo de leña.

Y cogiendo uno de los árboles ató con él los otros, y se echó el haz a espaldas y se lo llevó.

Volvió a poco a encontrar a su amo, que le dijo:

—Nosotros dos lo conseguiremos todo.

Un poco más allá encontraron un cazador que estaba de rodillas y que apuntaba con su escopeta.

El soldado le preguntó:

—¿A qué apuntas, cazador?

Él le contestó:

—Dos leguas de aquí hay una mosca colocada en la rama de una encina, y quiero meterla la bala en el ojo izquierdo.

— ¡Oh! Ven conmigo —le dijo el soldado—. Nosotros tres lo conseguiremos todo.

El cazador le siguió y llegaron delante de siete molinos de viento que daban vueltas con la mayor velocidad, sin embargo de que no hacía un pelo de viento y no se movía la hoja de ningún árbol.

El soldado le dijo:

—No concibo cómo pueden andar estos molinos, pues no hace aire.

Dos leguas más allá vieron un hombre que estaba subido en un árbol; tenía una de las narices tapada y soplaba con la otra.

—¿Qué diablos soplas ahí arriba? —le preguntó el soldado.

—Dos leguas de aquí —le respondió—, hay siete molinos de viento, y estoy soplando para hacerlos andar.


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5 págs. / 9 minutos / 149 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Los Tres Ramos Verdes

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Había una vez un ermitaño que vivía en un bosque al pie de una montaña; pasaba el tiempo rezando y haciendo buenas obras, y todas las tardes llevaba por penitencia dos cubos grandes de agua desde la ladera hasta la cumbre de la montaña, para regar las plantas y dar de beber a los animales, pues reinaba en aquella altura un aire tan fuerte que todo lo secaba, y los pájaros, que huían en aquel desierto de la presencia del hombre, buscaban en vano agua que beber con sus perspicaces ojos. Un ángel del Señor se aparecía al ermitaño para recompensar su piedad, y en cuanto concluía su tarea le daba de comer, como a aquel profeta que era sustentado por los cuervos de orden del Eterno.

El ermitaño llegó así, en olor de santidad, hasta una edad muy avanzada; pero un día en que vio a lo lejos un pobre pecador, a quien llevaban al cadalso, se atrevió a decir:

—Ya vas a pagar lo que has hecho.

Por la tarde, cuando subió el agua a la montaña, no se le apareció el ángel como costumbre, ni le trajo su comida. Atemorizado, inquirió en el fondo de su corazón en lo que podía haber ofendido a Dios, y no podía descubrirlo. Postrose en tierra y estuvo orando día y noche sin querer tomar alimento alguno.

Un día, cuando estaba llorando amargamente en el bosque, oyó a un pájaro que cantaba con una voz tan melodiosa que no pudo menos de decirle:

—¡Ah!, pajarito, ¡qué contento cantas! El Señor no está incomodado contigo. ¡Ay!, si pudieras decirme en lo que le he ofendido, haría penitencia y volvería la alegría a mi corazón.

El pájaro le contestó:

—Has cometido una mala acción, condenando a un pobre pecador que llevaban al cadalso: por eso está incomodado contigo el Señor, pues solo a él le corresponde juzgarle. Sin embargo, si haces penitencia y te arrepientes de tu pecado, te perdonará.


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2 págs. / 4 minutos / 110 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

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