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editor: Edu Robsy etiqueta: Cuento infantil textos disponibles


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Fomá Berénnikov

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Érase una anciana que vivía con su hijo Fomá Berénnikov. Un día el hijo se fue a labrar al campo; su caballo era un rocín flaco y débil, y el pobre Fomá, desesperando de hacerle trabajar, se sentó en una piedra.

Las moscas zumbaban volando sobre un montón de basura, y Fomá, cogiendo una rama seca, les pegó y se puso a contar cuántas había matado. Contó hasta quinientas, y aun había muchas más, que no pudo contar porque se cansó. Luego acercose a su rocín y vio hasta una docena de tábanos que lo picaban; los mató también, y volviendo a su casa pidió a su madre la bendición, diciéndole:

—He matado tal cantidad de enemigos, que ni siquiera se pueden contar, y entre ellos había doce guerreros valientes; déjame, madre mía, ir a realizar hazañas dignas de un hombre valeroso, pues no conviene a un hombre como yo seguir labrando la tierra: quédese eso para un campesino y no para un héroe.

La madre le dio la bendición y lo dejó ir a realizar sus valerosas proezas.

Fomá Berénnikov se colgó sobre los hombros una alforja, se sujetó a la faja una vieja hoz y se dirigió por un camino desconocido hasta llegar a un sitio donde estaba clavado un poste en el suelo.

Buscó en sus bolsillos, sacó un pedazo de yeso y escribió en el poste:

«Pasó por aquí el valiente Fomá Berénnikov, que de un golpe mató una multitud de enemigos, y entre ellos doce guerreros valerosos.»

Una vez escrito esto, siguió su camino. Poco rato después pasó por el mismo sitio Ilia Murometz; se acercó al poste, leyó la inscripción y dijo:

—¡Cómo se echa de ver en este letrero la naturaleza y el carácter de un hombre valeroso! ¡No gasta ni oro ni plata; sólo usa yeso!

Y escribió en el poste con un pedazo de plata:

«Tras Fomá Berénnikov pasó por aquí el valiente Ilia Murometz.»

Siguió por el camino, y alcanzando a Fomá Berénnikov, le preguntó respetuosamente:


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4 págs. / 7 minutos / 82 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Invernada de los Animales

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Un toro que pasaba por un bosque se encontró con un cordero.

—¿Adónde vas, Cordero? —le preguntó.

—Busco un refugio para resguardarme del frío en el invierno que se aproxima —contestó el Cordero.

—Pues vamos juntos en su busca.

Continuaron andando los dos y se encontraron con un cerdo.

—¿Adónde vas, Cerdo? —preguntó el Toro.

—Busco un refugio para el crudo invierno —contestó el Cerdo.

—Pues ven con nosotros.

Siguieron andando los tres y a poco se les acercó un ganso.

—¿Adónde vas, Ganso? —le preguntó el Toro.

—Voy buscando un refugio para el invierno —contestó el Ganso.

—Pues síguenos.

Y el ganso continuó con ellos. Anduvieron un ratito y tropezaron con un gallo.

—¿Adónde vas, Gallo? —le preguntó el Toro.

—Busco un refugio para invernar —contestó el Gallo.

—Pues todos buscamos lo mismo. Síguenos —repuso el Toro.

Y juntos los cinco siguieron el camino, hablando entre sí.

—¿Qué haremos? El invierno está empezando y ya se sienten los primeros fríos. ¿Dónde encontraremos un albergue para todos?

Entonces el Toro les propuso:

—Mi parecer es que hay que construir una cabaña, porque si no, es seguro que nos helaremos en la primera noche fría. Si trabajamos todos, pronto la veremos hecha.

Pero el Cordero repuso:

—Yo tengo un abrigo muy calentito. ¡Miren qué lana! Podré invernar sin necesidad de cabaña.

El Cerdo dijo a su vez:

—A mí el frío no me preocupa; me esconderé entre la tierra y no necesitaré otro refugio.

El Ganso dijo:

—Pues yo me sentaré entre las ramas de un abeto, un ala me servirá de cama y la otra de manta, y no habrá frío capaz de molestarme; no necesito, pues, trabajar en la cabaña.

El Gallo exclamó:


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3 págs. / 5 minutos / 124 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Vaquita Parda

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Éranse en un reino un zar y una zarina que tenían una hija llamada María. Cuando la zarina murió, el zar se casó al poco tiempo con una mujer llamada Yaguichno. De este segundo matrimonio tuvo tres hijas; la mayor tenía un solo ojo, la segunda nació con dos, y la tercera tenía tres ojos.

La madrastra no quería bien a su hijastra María, y un día la vistió con un vestido viejo y sucio, le dio una corteza de pan duro y la envió al campo a apacentar una vaquita parda.

La zarevna1 condujo a la vaquita a una pradera verde, entró en la vaca por una oreja y salió por la otra, ya comida, bebida, lavada y engalanada. Limpia y arreglada como una zarevna, cuidó todo el día de la vaquita, y cuando el sol se puso María se quitó su vestido de gala, vistió su traje andrajoso, volvió a casa con la vaquita y guardó el pedazo de pan duro en el cajón de la mesa.

«¿Qué es lo que habrá comido?», pensó la madrastra. Al día siguiente Yaguichno dio a su hijastra la misma corteza de pan duro y la envió a apacentar la vaquita; pero hizo que la acompañase su hija mayor, la que tenía un solo ojo, a la que antes de marcharse dijo:

—Observa, hija mía, qué es lo que come y bebe María, la cual vuelve saciada sin haber probado el pan que le doy.

Llegadas las muchachas a la pradera, María dijo a su hermana:

—Ven, hermanita; siéntate a mi lado y apoya tu cabeza sobre mis rodillas, que te voy a peinar.

Y cuando apoyó la cabeza en sus rodillas, peinándola, dijo:

—No mires, hermanita; cierra tu ojito; duerme, hermanita mía, duerme, querida.

Cuando la hermana se durmió, María se levantó, se acercó a la vaquita, entró en ella por una oreja, salió por la otra comida, bebida y bien vestida, y todo el día, engalanada como una zarevna, cuidó de la vaquita.

Cuando empezó a oscurecer, María se cambió de traje y despertó a su hermana, diciéndole:


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3 págs. / 5 minutos / 108 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Vejiga, la Paja y el Calzón de Líber

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Una vejiga, una paja y un calzón de líber se reunieron y decidieron irse a recorrer el mundo para conocer gente y hacerse célebres. Llegaron a la orilla de un arroyito y se detuvieron indecisos al no encontrar el modo de atravesarlo. Entonces el Calzón de líber le dijo a la Vejiga:

—Oye, Vejiga, tú puedes muy bien servirnos de barca.

Pero la Vejiga repuso:

—No, Calzón de líber; eso no me conviene. Mejor será que la Paja se tienda de una orilla a otra y nosotros podremos pasar por encima como si fuese por un puente.

Aceptaron los tres esta proposición y la Paja se tendió de una orilla a otra.

El Calzón de líber quiso pasar por encima de ella, y con gran dificultad llegó al centro del arroyo; pero entonces la Paja, no pudiendo resistir el peso, se quebró, y el Calzón cayó al arroyo y se ahogó.

Al ver esto le dio a la Vejiga tal acceso de risa que se puso a reír a carcajadas hasta que reventó.

Así acabó el viaje de los tres amigos.


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1 pág. / 1 minuto / 106 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Pelusa

Luis Coloma


Cuento infantil


Dedicatoria

A Pilarita Azlor Aragón y Guillamas y a Isabelita Silvia y Azlor Aragón

En las largas y solitarias horas de esta mi última enfermedad me imaginaba algunos días que veníais las dos, como tantas otras veces, y apoyadas en mis rodillas me pedíais que os contara un cuento; y para realizar en parte esta dulce ilusión os escribí entonces esta historia de Pelusa.

Creo que esto será lo último que escriba; y no porque piense colgar mi pluma como el bueno de Cervantes, sino porque la enfermedad me la arrebató ya de las manos, y la muerte se encargará pronto de tirarla a la basura, que es el lugar más adecuado.

Espero, sin embargo, que cuando las dos seáis unas viejecitas muy monas y leáis este cuento a vuestros nietos diréis al terminarlo: ¡Pobre P. Coloma!… ¡Qué tonto era!… ¡Pero cuánto nos quería!.. Y rezaréis después un padrenuestro por mi alma.

Madrid, 2 Noviembre 1912.

Pelusa

Pues, señor, que era vez y vez de una vieja, más vieja que el modo de llover, más fea que pegarle a su padre y más mala que el pecado mortal, que se llamaba la vieja Paví. Pues vamos a que esta vieja Paví tenía consigo una niña de cinco a seis años, blanca y rubia como el angelito que juega a los pies de la Virgen con un manojito de flores.


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Dominio público
18 págs. / 32 minutos / 193 visitas.

Publicado el 11 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Zapatero Remendón

Teodoro Baró


Cuento infantil


En una callejuela estrecha, que no recibía de día más luz que la que lograba penetrar por el escaso trecho que separaba las altas y pobres casas de uno y otro lado; iluminándola de noche dos faroles que más bien parecían candilejas, pues encerrada en ellos despedía luz rojiza la torcida, anegada en aceite de mala calidad, sin lograr sus reflejos otra cosa que hacer más densas las sombras, vivía un zapatero remendón que tenía su tenducho en un portal bajo, húmedo y oscuro. Llamábase Francisco y se le veía durante todo el día, y a veces parte de la noche, encorvado sobre los zapatos, mejores para tirados que para remendados.

Teníanle los niños mucha afición, que él les agradecía poco, pues consistía en molestarle; y al salir de la escuela, en vez de ir directamente a sus casas, tomaban por la callejuela y pasaban corriendo delante del tenducho, gritando:


Zapatero, zapatero,
echa suela en el puchero;
zapatero remendón,
te has comido un gran ratón.
 

Francisco procuraba dominarse y no levantar la cabeza; pero se pintaba tal expresión de tristeza en su cara, que si los niños se hubiesen fijado en ella no le hubieran molestado más; porque, por lo regular, los niños son buenos y no creen causar el daño que a veces hacen con sus travesuras. El más travieso, el que más molestaba al remendón y el que capitaneaba a sus compañeros todos los días al salir de la escuela, se llamaba Rafaelito, tenía nueve años y era el que mayor ligereza mostraba en los pies y mayor fuerza en la garganta para huir y gritar a un tiempo:


Zapatero, zapatero,
echa suela en el puchero;
zapatero remendón,
te has comido un gran ratón.
 


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 101 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Cerezas

Teodoro Baró


Cuento infantil


Juanito tenía diez años; unos ojos grandes como manzanas y negros como moras y labios semejantes a su fruta favorita, las cerezas. Era aficionado a ellas con locura, y con ser tantas las que pesaban en las ramas de un cerezo que había delante de su casa, llevaba la cuenta de ellas, comiéndose todos los días las que estaban más maduras, no sin que algunas veces, por falta de medida en el comer, que todo la requiere en este mundo, y por pecar de goloso, que es cosa fea como todo pecado, hallaba en éste la penitencia y lo purgaba con indigestiones. Cuando estaba en cama y a dieta, hacía formal propósito de enmienda, que duraba tanto como la indisposición, pues no tenía fuerza de voluntad bastante para abstenerse de lo que no le convenía.

Si las cerezas gustaban a Juanito, también gustaban a los gorriones; y como en el elegir la fruta sazonada son maestros los pájaros, abrían con su pico un agujero en las más maduras y azucaradas y se recreaban comiendo y bebiendo a un tiempo. Pero lo que era solaz para los gorriones, era desesperación para el niño, que se ponía furioso cada vez que al coger una cereza la hallaba picada; y aunque hubiesen dejado para él la mejor parte, no se consolaba, por más que los gorriones al picotear cantasen:


¡Qué rica está! ¡Pi, pi, pi!
Hay para ti y para mí.
 

—Ahora verás lo que hay para ti, decía Juanito echando espumarajos de rabia, sin tener en cuenta que los niños se ponen muy feos cuando tal hacen, porque la ira es cosa del infierno. Cogía piedras y las tiraba a los gorriones, acertándoles algunas veces; y cuando caían atontados, los remataba para que no volvieran a comerse sus cerezas. También tenía guerra declarada a los insectos, porque a veces encontraba en ellas algún gusanillo que las tomaba por morada; y cuando los veía en el suelo o en las hojas de las flores, los aplastaba, repitiendo lo que decía cuando mataba algún gorrión:


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 39 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Pedro y Perico

Julia de Asensi


Cuento infantil


Ocho años hacía que el príncipe Pedro había contraído matrimonio con la princesa Rosalía, la mujer más buena y más hermosa de su época, sin que Dios hubiese bendecido su unión dándoles un hijo. Los sobrinos, presuntos herederos de aquellos vastos dominios, se regocijaban interiormente al pensar que uno de ellos sería el sucesor de sus inmensas riquezas y podría disponer un día de sus pueblos y de sus vasallos. Tenían ya toda una corte de aduladores que se creían seguros de ser los futuros ministros, generales y títulos de la nación.

Pero he aquí que cuando estaban más confiados corrió por el país, en voz baja primero, públicamente después, la nueva de que la princesa iba a ser madre, por lo que había encargado que se celebrasen funciones en acción de gracias en todas las iglesias del principado.

Los sobrinos viéndose despojados súbitamente por aquel heredero importuno, empezaron a conspirar contra él antes de que naciese.

—Le haremos incapaz de reinar —dijeron—, será un imbécil, la adulación matará el germen de todo lo bueno y cuando falte su padre le derribaremos sin dificultad del trono.

—Para eso —aconsejaron otros—, le apartaremos de sus padres, dándole preceptores sin ilustración primero, y malos consejeros después.

Estas palabras fueron repetidas a la princesa por un fiel servidor, que las escuchó casualmente, llenando de dolor y de terrores el alma de la bondadosa Rosalía.

Se prepararon grandes fiestas para cuando se verificase el nacimiento; bailes, iluminaciones, banquetes y conciertos en diferentes puntos de la capital para que pudiesen disfrutarlas todas las clases sociales.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 75 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Pareja de Enamorados

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Un trompo y una pelota yacían juntos en una caja, entre otros diversos juguetes, y el trompo dijo a la pelota:

—¿Por qué no nos hacemos novios, puesto que vivimos juntos en la caja?

Pero la pelota, que estaba cubierta de un bello tafilete y presumía como una encopetada señorita, ni se dignó contestarle.

Al día siguiente vino el niño propietario de los juguetes, y se le ocurrió pintar el trompo de rojo y amarillo y clavar un clavo de latón en su centro. El trompo resultaba verdaderamente espléndido cuando giraba.

—¡Míreme! —dijo a la pelota—. ¿Qué me dice ahora? ¿Quiere que seamos novios? Somos el uno para el otro. Usted salta y yo bailo. ¿Puede haber una pareja más feliz?

—¿Usted cree? —dijo la pelota con ironía—. Seguramente ignora que mi padre y mi madre fueron zapatillas de tafilete, y que mi cuerpo es de corcho español.

—Sí, pero yo soy de madera de caoba —respondió la peonza— y el propio alcalde fue quien me torneó. Tiene un torno y se divirtió mucho haciéndome.

—¿Es cierto lo que dice? —preguntó la pelota.

—¡Qué jamás reciba un latigazo si miento! —respondió el trompo.

—Desde luego, sabe usted hacerse valer —dijo la pelota—; pero no es posible; estoy, como quien dice, prometida con una golondrina. Cada vez que salto en el aire, asoma la cabeza por el nido y pregunta: «¿Quiere? ¿Quiere?». Yo, interiormente, le he dado ya el sí, y esto vale tanto como un compromiso. Sin embargo, aprecio sus sentimientos y le prometo que no lo olvidaré.

—¡Vaya consuelo! —exclamó el trompo, y dejaron de hablarse.


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2 págs. / 4 minutos / 165 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Las Aventuras del Cardo

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Ante una rica quinta señorial se extendía un hermoso y bien cuidado jardín, plantado de árboles y flores raras. Todos los que visitaban la finca expresaban su admiración por él. La gente de la comarca, tanto del campo como de las ciudades, acudían los días de fiesta y pedían permiso para visitar el parque; incluso escuelas enteras se presentaban para verlo.

Delante de la valla, por la parte de fuera junto al camino, crecía un enorme cardo; su raíz era vigorosa y vivaz, y se ramificaba de tal modo, que él sólo formaba un matorral. Nadie se paraba a mirarlo, excepto el viejo asno que tiraba del carro de la lechera. El animal estiraba el cuello hacia la planta y le decía: «¡Qué hermoso eres! Te comería». Pero el ronzal no era bastante largo para que el pollino pudiese alcanzarlo.

Habían llegado numerosos invitados al palacio: nobles parientes de la capital, jóvenes y lindas muchachas, y entre ellas una señorita llegada de muy lejos, de Escocia. Era de alta cuna, rica en dinero y en propiedades, lo que se dice un buen partido. Así lo pensaba más de un joven soltero, y las madres estaban de acuerdo.

Los jóvenes salieron a correr por el césped y a jugar al «crocket»; pasearon luego entre las flores, y cada una de las muchachas cogió una y la puso en el ojal de un joven. La señorita escocesa estuvo buscando largo rato sin encontrar ninguna a su gusto, hasta que, al mirar por encima de la valla, se dio cuenta del gran cardo del exterior, con sus grandes flores azules y rojas. Sonrió al verlo y pidió al hijo de la casa que le cortase una de ellas.

—Es la flor de Escocia —dijo—. Figura en el escudo de mi país. Dámela.

El joven eligió la más bonita y se pinchó los dedos, como si la flor hubiese crecido en un espinoso rosal.


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4 págs. / 7 minutos / 92 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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