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El Refugio

Manuel Chaves Nogales


Cuento


Como los chicos corrían más llegaron antes al refugio. Aquello de esconderse de los aviones no pasaba de ser para ellos un juego divertido. El padre y le madre tanto ajetreo. Aquello era insoportable. ¿Cuántas veces el día tenían que abandonar sus quehaceres para ir a meterse en los sótanos del caserón designado como refugio para los vecinos de aquel viejo rincón de Bilbao? Le vida se les hacía imposible. Los aviones bombardeaban la villa de hora en hora y en ocasiones los cuatro toques de sirena que anunciaban el cese del peligro eran seguidos de una nueva señal de alarma porque otra escuadrilla venía a relevar a la que en aquellos momentos se alejaba después de derramar su carga mortífera sobre las viviendas hacinadas de los barrios populosos en cuyas entrañas se apiñaba estremecida una abigarrada muchedumbre que no obstante las rigurosas órdenes dictadas para que se guardase silencio en los refugios promovía una algarabía formidable, un espantoso guirigay en el que se destacaban los llantos desgarrados de los nidos, las voces broncas de los padres agrupando a su prole y los gritos histéricos de las mujeres que clamaban a todos los santos de la corte celestial contra aquel castigo que les llovía del cielo.


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Publicado el 9 de septiembre de 2025 por Edu Robsy.

Yo, mi Mujer y mis Hijos

Manuel Chaves Nogales


Cuento


He sido siempre muy poquita cosa; en casa de mis padres me llamaban "Mijita"; en la escuela me zurraban todos los chicos, y no sé cómo había en mi personilla insignificante sitio para que en ella se posasen a un tiempo tantas manos y tantas punteras de zapatos; en el Instituto y en la Universidad tuve que hacer mis estudios dedicando todo un curso a cada asignatura; en la cervecería todos mis amigos cuentan sus libaciones por vasos grandes; yo tengo que contarlas por buches pequeños; en mi casa todos comen con aquella voracidad que las gentes imaginativas atribuyen a los chacales; yo estoy equiparado para estos efectos a la cotorra que distrae los ocios y las malas intenciones de mi señora madre política.

Mi producción corre pareja con mi consumo; en mi larga vida administrativa al servicio del Estado he conseguido despachar hasta cuatro o cinco expedientes; dedicado por afición a las buenas letras he trazado en veinte años unas seis croniquitas, alguna que otra aleluya y hasta cierto soneto sin estrambote, que de no haberme dado él la inmortalidad, ya es difícil que la logre en lo poco de vida que aún me queda.

Y, sin embargo, he aquí un caso bastante extraño. Contraje matrimonio con una señorita lo más honesta que me fue posible encontrar, dada mi falta de recursos, y de entonces acá, transcurridos apenas doce años, mi mujer ha traído al mundo quince chicos, el que más y el que menos más grande que su padre; gordos, robustos, tragones, capaces ellos solos de poblar de nuevo el globo terráqueo si fuere preciso.

La primera vez que mi señora dio de sí, quedé altamente maravillado y orgulloso de mí mismo: aquel cachalote mantecoso, que berreaba apocalíptico, era hijo mío, prolongación de mi personalidad, reproducción –ampliada, por lo visto— de mi mismo ser.


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Publicado el 9 de septiembre de 2025 por Edu Robsy.

Los Guardias en la Sierra

Manuel Chaves Nogales


Cuento


El cuartelillo era demasiado pequeño; en él se alojaban cuatro guardias y un cabo con sus mujeres y sus hijuelos innumerables; había poco sitio y tenían que moverse como piojos en costura. Estas molestias mutuas provocaban frecuentes altercados entre las mujeres y los chicos. Los guardias eran hombres sensatos y dirimían entre sí estas querellas amistosamente y con estricta justicia; amonestaban gravemente a sus consortes cada vez que entre ellas estallaba la contienda por la posesión de un trozo de patizuelo o de un rincón de cocina, y se reiteraban recíprocamente sus palabras sensatas y cordiales.

Además, el campo era muy grande, y para el guardia, que, por defenderlo se esclaviza y afana, todo el campo es suyo. Así, pues, los hijos de los guardias salíanse gozosos del cuartelillo y gran parte del día estaban triscando libremente por las estribaciones de la sierra, o tendidos panza arriba al sol, en los prados.

La misión de los guardias era penosísima; se hallaban destacados en un rincón estratégico de Sierra Morena, y desde allí custodiaban una considerable extensión de terreno, ya que no contra las hazañas de los bandidos legendarios, contra las acometidas de los mineros hambrientos en tiempos de huelga y "lock-out", y contra los desmanes de los campesinos que, cuando se soliviantan, incendian las mieses y saquean las casas de labor.


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Publicado el 9 de septiembre de 2025 por Edu Robsy.

El Crimen de Anoche

Manuel Chaves Nogales


Cuento


La crónica negra tiene que registrar desde anoche un nuevo crimen que, por las circunstancias especiales en que se ha producido, la calidad de los protagonistas y el misterio que los rodea, interesará vivamente a la opinión pública, sobrepujando en sensacionalismo al último atentado contra las Juntas de Defensa.

Recogiendo versiones distintas en el lugar mismo del suceso, y siguiendo de cerca las investigaciones de la Policía, que ya tiene una pista, como no podía menos de suceder, daremos a nuestros lectores un relato, en el que no omitiremos detalle alguno por nimio que parezca. Premuras de tiempo y espacio nos impiden hoy publicar la foto en que aparecen las vísceras de las víctimas; pero en nuestro próximo número gozará nuestro público su contemplación.

ANTECEDENTES. Hace ocho años contrajeron matrimonio la bellísima señorita de Gómez y el instruido ingeniero don Juan Jiménez. La felicidad conyugal no se alteró en todo este tiempo, y el matrimonio, según nos han dicho sus familiares y algunos vecinos, hacía una vida normal y ejemplarísima, sin que jamás hubiese entre ellos motivo de discordia. Favorecidos por una sólida posición social, jóvenes ambos, disfrutando de una salud envidiable, y dotados de apacibles caracteres, que se ensamblaban completándose, habían logrado el disfrute de una felicidad estable que no se recataban en mostrar. Ellos mismos dijeron en varias ocasiones a sus íntimos que la dicha que les envolvía era completa.

Los negocios del marido marchaban con una prudente prosperidad, y la esposa frecuentaba, al lado siempre de su esposo, algunos círculos aristocráticos, los espectáculos públicos y el trato íntimo con personas de gran significación social, que dispensaban una alta consideración a la feliz pareja.


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Publicado el 9 de septiembre de 2025 por Edu Robsy.

El Marido de la Fea

Manuel Chaves Nogales


Cuento


Era intolerablemente fea. Fea por dentro. De esa fealdad que sale a flor de piel a través de los cosméticos, las pinturas y las sedas, que son capaces de destruir todas las fealdades superficiales; todas las fealdades que no sean, como la de aquella mujer, una fealdad de dentro a fuera, una fealdad íntima y consustancial.

La fealdad femenina es una de las cosas suprimidas por la civilización. Las artes cosméticas, los viejos secretos de tocador, que ya no son tales secretos, han acabado con la fealdad. Ya no hay ninguna mujer fea, socialmente fea, municipalmente fea. En las calles de las grandes ciudades no se ve nunca una mujer desagradable. La belleza se ha democratizado; está al alcance de todas las fortunas. Subsisten las feas sólo en provincias y en los arrabales. El colorete, el maquillaje, las cremas, el baño cotidiano, la falda por encima de la rodilla y la exhibición habilidosa de las formas bajo la grata mentira de las telas actuales han suprimido la fealdad.

Por eso aquella mujer lo peor que tenía no era su fealdad superficial, que al ser municipalizada bajo la luz de los arcos voltaicos o a la sombra discreta de las acacias callejeras podía ser tolerable, sino su fealdad interior, aquello de ser fea también por dentro. Era este fondo desagradable, sucio, de mala persona, de feminidad viciada, torpe y purulenta, que fatalmente tiene una traducción fisionómica, lo que más la afeaba.

El marido de esta mujer fea era un hombre razonable, discreto, ecuánime, certero en sus juicios y de una agudeza excepcional al considerar todas las cosas y al juzgar a todas las personas. Menos cuando se trataba de su mujer. Entonces perdía su clarividencia, desaparecía su fina sensibilidad y no sabía ver a través de aquella arpía más que a una criatura excepcional dotada de todas las gracias. ¿El amor? ¡Bah, el amor! Sabemos a qué atenernos respecto a ese desacreditado tabú.


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Publicado el 9 de septiembre de 2025 por Edu Robsy.

Juan Ramón y el Otro

Manuel Chaves Nogales


Cuento


Paré en seco y me quedé escuchando. La calle estaba silenciosa y desierta. Me pareció haber oído unos pasos que me seguían muy de cerca. Pero debió ser una alucinación. Eché a andar de nuevo, pegado a las fachadas de las casas, negras y altas como las cortaduras de un abismo, por cuyo fondo iba yo divagando. Sólo había luz en una ventanita alta como el firmamento, detrás de cuyos cristales una figura de hombre aparecía inmóvil. ¿Qué haría aquel tipo allí a aquellas horas?

Seguí caminando a la deriva y volví pronto a sumirme en mis imaginaciones. Había estado trabajando penosamente durante todo el día en beneficio de mi patrón; después, en casa, había consagrado un par de horas a los míos; luego, en el café, me dediqué a los amigos. Ahora, mientras callejeaba, me adjudicaba un poco de tiempo a mí mismo, al pobre Juan Ramón, a mi inevitable compañero de siempre, Juan Ramón.

Me entretenía en ir poniendo un poco de orden en mis asuntos, mientras recorría de madrugada las calles solitarias. Tenía muchos problemas que resolver; problemas económicos, problemas espirituales, problemas de conducta. ¡Pobre Juan Ramón, tan insignificante dentro de su gabancillo y con tan graves preocupaciones! Al dar la vuelta a una esquina volví a detenerme súbitamente. Juraría que alguien caminaba junto a mí. Me quedé quieto y callado, atento a los leves ruidos de la ciudad en el conticinio. Un «auto» runruneaba débilmente a lo lejos, y a mi lado el mechero de un farol de gas se distraía aprendiendo a silbar.

—Bah –pensé–. Debe ser el eco de mis propios pasos. Seguí caminando sumido en mis preocupaciones y sin hacer caso ya de aquellos pasos que sonaban claros y distintos a compás de los míos. Iba preguntándome cómo era tan insensato que soportaba aquella vidilla afanosa y triste de pobre hombre que llevaba, cuando sentí que me cogían suavemente del brazo, y con un tono tan familiar, que no me causó la menor sorpresa, me decían:


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Publicado el 9 de septiembre de 2025 por Edu Robsy.

El Hombrecito de la Limalla de Oro

Manuel Chaves Nogales


Cuento


Era un hombrecito triste, maduro ya, cargadas las espaldas, trabajado el rostro moreno, que debió ser blanco y armonioso en la adolescencia, claros los ojos y el aire distraído. Venía de sorberse la tarde trago a trago a lo largo de las rondas que, ya anochecido y escamondadas por el aire delgado de Castilla, daban una neta sensación de intemperie con sus esqueletos de árboles y sus faroles de luz blanca y fría. Anhelaba ya ganar la casa, aquel gigantesco cubo de ladrillo, avanzada valiente de la urbe que recortaba en la línea del horizonte su masa blanqueada, veía nacer y ponerse el sol y miraba de lejos y con envidia a la ciudad. Vivía en ella gente toda de medio pelo.

Matrimonios jóvenes que cumplirían allí su condena; gente llegada de provincias, que da a los arrabales un tinte aldeano ya descolorido; ex cocineras casadas después de haber hecho su pacotilla con algún hombrachón harto de trabajar y malvivir; mancebitas hijas de buenas familias que poblaban la resonancia de los patios interiores con el moscardoneo de sus fonógrafos y con sus caras de tontainas iban contando a todo el mundo la escena aquella de la seducción mientras mecanografiaban o cosían. Policías, maestros de escuela, empleados y ordenanzas se repartían los cuartos interiores, y en los sótanos hallaban su cobijo docenas de trabajadores, madres e hijas que ejercían la prostitución discretamente, un afinador de pianos, una santera, familias todas miserables, con una miseria vergonzante que se advertía a través de las ropas zurcidas y el zapato lustroso y sin suela. Galeotes de aquel navío de alto porte anclado a orillas de la gran ciudad, iban y venían como piojos en costura por los corredores sombríos, siempre aprisa, malhumorados siempre, cada cual atento a sus hambres y sus dolores. Desde su jaulita el portero, con su cara dura de ex guardia civil, vigilaba los movimientos del enjambre.


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Publicado el 9 de septiembre de 2025 por Edu Robsy.

En la Puerta del Cielo

Jacinto Octavio Picón


Cuento


En esas regiones superiores, en esos espacios misteriosos que los ojos de la materia no alcanzan y que sólo puede fingirse la mirada del espíritu; en esa gloria que la religión promete al justo, por la que muere el mártir y de que duda el sabio, vive, según dice la doctrina católica, una vida eterna y bienaventurada aquel apóstol Pedro, á quien Cristo dio, con las llaves de su reino, la facultad de conceder ó negar la entrada en el Paraíso á cuantos pecadores lleguen á sus puertas cargados con el pesado fardo de la culpa ú orgullosos de su virtud.

Estaba un día Pedro recordando la noche en que negó á su Divino Maestro por tres veces, cuando vio que hacia él venía, con paso firme, una mujer vestida con esos hábitos tristemente poéticos, de color sombrío y de grosero aspecto, que llevan las hermanas de la Caridad. Iba ya el apóstol á preguntarle quién era y cómo había vivido, antes de darle ingreso en el reino de los cielos, cuando por el lado opuesto apareció otra mujer que caminaba lentamente, con la frente baja y como temerosa de haber andado en vano y de tener que deshacer lo andado. Venía completamente desnuda; había sido en la vida cortesana, y al empezar ese viaje que el alma emprende cuando muere, había renunciado á las galas que cubrían sus formas, ganadas con los besos del pecado y realzadas por el brillo de la hermosura.

Chocaron, desde luego, al varón santísimo la actitud resuelta, segura y decidida de la una para entrar en el cielo, y la cortedad é incertidumbre de la otra; el que una viniera á reclamar su parte de Paraíso, cual si tuviera el billete comprado de antemano, y el que otra pareciera, en su ademán, y su postura, implorar, como limosna de la gracia divina, su asiento entre los elegidos.


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Publicado el 5 de septiembre de 2025 por Edu Robsy.

La Experiencia

José Echegaray


Cuento


Don Tomás Barrientos era persona de juicio y de prudencia. Nunca tomaba resolución alguna sin meditarla largo rato y sin pesar antes las ventajas y los inconvenientes en balanza de precisión.

No, hombre precipitado no lo era don Tomás. Y no se fiaba de su razón, ni de sus impulsos naturales, ni de su instinto, sino que pesaba y medía las cosas y las contrastaba en la experiencia propia y en la ajena.

A la experiencia le profesaba don Tomás Barrientos culto respetuoso.

En lo pasado decía él que estaba escrito lo porvenir, y que allí debía buscar todo hombre las reglas de su conducta.

El raciocinio á priori era engañoso, propio solo de idealistas insustanciales y de los viejos siglos de la Metafísica.

Y así él, siempre que había de tomar una resolución en asuntos de cierta importancia, buscaba en su memoria ó en los apuntes de su diario algún caso análogo, y en él tomaba enseñanza, y por sus enseñanzas se decidía á ejecutar tales ó cuales actos.

Pero como el diablo es travieso y á quien más le gusta atormentar es al hombre prudente, la experiencia le solía dar soberanos chascos á don Tomás Barrientos.

Vaya de ejemplos:

Llegaba el 15 de Octubre, y el diario le decía que el día 15 del Octubre anterior había hecho frío, y que por no llevar ropa de invierno había cogido un terrible catarro, que á poco más se gradúa de pulmonía.

Pues aunque el termómetro marcaba 18º á la sombra y algunos más al sol, don Tomás vestía ropa de invierno, mediante cuya precaución sudaba más de lo justo, y se acatarraba también.

Pero no por esto perdía confianza en la experiencia, porque observaba que el año anterior había sido bisiesto y que el corriente no lo era, con lo que corregía de este modo el precepto experimental; en los años bisiestos hay que ponerse ropa de invierno el 15 de Octubre; cuando no lo son, hay que consultar el termómetro.


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Publicado el 5 de septiembre de 2025 por Edu Robsy.

Tiro de bolas perdido

Javier de Viana


Cuento


I

Desde chiquilín, don Macario Beneochea había hecho maletas con sus actividades, distribuyendo por peso igual, de un lado el trabajo y del otro las diversiones. A un hombre que es honbre, y más aún si ese hombre es un gaucho, no le debe asquear ninguna labor, así fuese más pesada que un toro padre y más peligrosa que galopar por el campo en una de esas noches en que el cielo se entretiene en plantar rayos sobre la tierra.

Si el deber ordena pasar cuarenta y ocho horas sin apearse del caballo, sin comer y sin dormir, calado por la lluvia, amoratado por el frío, se aguanta; y a cada vez que el hambre, el sueño, el cansancio, se presentan con ánimo de interrumpir la tarea, se les pega un chirlazón como a perro importuno, diciéndole:

—Ladiate che, que pa pintar una rodada, sobra con los tacuruses del campo y los ahujeros del camino...

Mas cuando los clarines tocan rancho, hay que llenar la panza, con lo mucho y lo mejor, empujando hasta donde quepa, como quien hace chorizos, apretando hasta que no quede gota de suero, como quien amasa queso.

Y cuando tocan a divertirse, en el armonioso bullicio del baile o de las cameras, o en el silencio de las carpetas o de los velorios, sin preocuparse de aflojarle las cinchas a los pingos de la imaginación y el sentimiento...

A galope tendido por el amplio y liso camino real de los placeres, con absoluta despreocupación de cuanto va quedando detrás de las ancas del caballo. Él lo exponía en su parla gráfica:

—La vida, pa ser linda, y debe ser como debe ser, ha de tener comparancia con las yapas de las riendas; entre argolla y argolla un corredor.

Así fué en el transcurso de muchos años, manteniendo siempre el equilibrio prudente las dos alas de la alforja.

Mas, al trasponer la portera de los cincuenta, empezó a romperse la armonía. Del nacimiento hasta los veinte, los años marchan al tranco; de ahí hasta los cuarenta trotan; y más p'adelante le meten galope tendido.


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13 págs. / 22 minutos / 9 visitas.

Publicado el 31 de agosto de 2025 por Edu Robsy.

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