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La Alegre Romería de San Marcial

Pierre Loti


Cuento


Hendaya, ocho de la mañana del 30 del hermoso mes de junio. Es algo tarde para dirigirme a la montaña española, a la alegre romería de hoy. Los demás romeros, estoy seguro, están ya en camino y llegaré el último. ¡Da igual! En coche, con el fin de recuperar el tiempo perdido, salgo hacia San Marcial, con la esperanza de alcanzar la procesión que me lleva bastante ventaja.

La antigua capilla de San Marcial se encuentra situada en la cima de un collado puntiagudo, por delante de la gran cordillera pirenaica y desde aquí, desde las márgenes del Bidasoa, se la ve en el aire, muy blanca y muy sola, destacando sobre el alto telón sombrío de las montañas del fondo. Es allí adonde, desde hace aproximadamente cuatro siglos, hay costumbre de dirigirse todos los años en la misma fecha, para asistir a una misa, con música y trajes regionales, en memoria de una antigua batalla que dejó sobre esta pequeña cumbre numerosos muertos tendidos sobre el helechal.


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6 págs. / 10 minutos / 52 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Aflicción de un Viejo Presidiario

Pierre Loti


Cuento


Es una historia muy breve que Yves me contó una noche tras haber ido a la rada a conducir con su lancha cañonera un cargamento de condenados hasta el buque que salía hacia Nueva Caledonia.

Entre ellos se encontraba un presidiario muy viejo (setenta años por lo menos) que llevaba consigo, con toda ternura, un pobre gorrión en una jaula pequeña. Para matar el tiempo, Yves había entablado conversación con aquel viejo que, al parecer, no tenía mal aspecto y que estaba unido por una cadena a un joven grosero, burlón, que llevaba gafas de miope sobre una fina nariz descolorida.

El viejo trotamundos, detenido por quinta o sexta vez por vagabundeo y robo, decía:

—¿Cómo arreglárselas para no robar una vez que se ha comenzado; cuando no se tiene un oficio; cuando la gente no te quiere en ningún sitio? Hay que comer ¿no? Mi última condena fue por un saco de patatas que había cogido en un campo, con un látigo de carretero y una calabaza. Y yo me pregunto: ¿no podrían haberme dejado morir en Francia, en lugar de enviarme allá tan lejos, tan viejo como soy?

Y feliz al ver que alguien aceptaba escucharlo con compasión, a continuación le había mostrado a Yves lo más precioso que tenía en este mundo: una jaulita y un gorrión. Un gorrión domesticado, que conocía su voz y que durante cerca de un año, en la cárcel, había vivido subido a su hombro. ¡Ah! ¡No había sido sin esfuerzo como había conseguido el permiso para llevárselo consigo a Nueva Caledonia! Y luego, hubo que hacerle una jaula adecuada para el viaje; conseguir madera, un poco de alambre viejo y un poco de pintura verde para pintarlo todo y que estuviera bonito.

Aquí, recuerdo textualmente las palabras de Yves:

—¡Pobre gorrión! Como comida tenía en su jaula un trocito de ese pan gris que se da en las cárceles. Pero parecía encontrarse contento pese a todo; daba saltitos como cualquier otro pájaro.


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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Adolescente

Katherine Mansfield


Cuento


Con el vestidito azul, los pómulos ligeramente sonrosados, sus ojos azules, y los rizos dorados recogidos como si se los hubiesen sujetado por primera vez —recogidos como para que no la molestasen cuando alzase el vuelo—, la hija de la señora Raddick parecía que acabase de descender del radiante firmamento. La mirada tímida, ligeramente sorprendida y profundamente admirada de la señora Raddick parecía confirmarlo; pero su hija no estaba demasiado entusiasmada —¿por qué iba a estarlo?— de haber ido a parar a la escalinata del Casino. Era lógico, se aburría; estaba aburrida como si el cielo se hallase repleto de casinos con santos viejos y catarrosos como croupiers y coronas con las que jugar.

—¿Seguro que no le importa llevarse a Hennie? —dijo la señora Raddick—. ¿De veras? Ahí está el coche, pueden ir a tomar el té y nos volvemos a encontrar aquí mismo, en este mismísimo escalón, dentro de una hora, ¿de acuerdo? Ve, a mí me gustaría que pudiese entrar. No ha estado nunca y vale la pena verlo. Me parece de simple justicia.

—Oh, calla de una vez, mamá —dijo la muchacha, hastiada—. Anda, vamos. No hables tanto y vámonos. Además llevas el bolso abierto; vas a volver a perder todo el dinero.

—Lo siento, hijita —dijo la señora Raddick.

—¡Oh, entremos, venga! Quiero ganar dinero —dijo aquella voz impaciente—. A ti todo te está bien… ¡pero yo no tengo ni cinco!

—Toma…, coge cincuenta francos, hija, ¡coge cien!

Y vi como la señora Raddick apretujaba unos billetes en su mano mientras pasaban por las puertas giratorias.

Hennie y yo permanecimos unos instantes en las escaleras, contemplando a la gente. Tenía una sonrisa anchurosa, encantadora.

—Mira —dijo— allí va un bulldog inglés. ¿Permiten entrar con perros, aquí?

—No, está prohibido.


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Publicado el 8 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Abandonada o la Mujer Solitaria

Katherine Mansfield


Cuento


Durante todo el día, el calor fue terrible. El viento soplaba a ras del suelo, rastreando entre las matas de hierba y deslizándose todo a lo largo del camino, de modo que el polvo blanquecino y volcánico, agitado en remolinos, nos fustigaba el rostro, depositándose en él, endureciéndose y formando una especie de piel reseca que pugnaba por extenderse a todo el cuerpo. Los caballos avanzaban penosamente tosiendo y resoplando. El que llevaba la impedimenta estaba enfermo; tenía una llaga enorme y sangrante bajo el vientre, producida por el roce de la cincha, y de vez en cuando se quedaba parado en seco, volvía la cabeza para mirarnos, como si fuera a quejarse, y relinchaba. El cielo era pizarroso y en él chirriaban cientos de alondras, de modo que me recordaban el chirriar del pizarrín al escribir en la pizarra. No se alcanzaba a ver otra cosa que oleadas y oleadas de herbazal, salpicado por orquídeas purpúreas y matas de manuka, recubiertas de espesas telarañas.

Jo cabalgaba en cabeza. Llevaba una camisa de galatea azul, pantalón de pana y botas de montar. Se había anudado alrededor del cuello un pañuelo blanco moteado de rojo, que daba la impresión de haber servido para enjugar una hemorragia nasal. De su flexible de fieltro con anchas alas se escapaban mechones de cabello cano, y su bigote y cejas podía decirse que eran blancos. Iba ladeado en la silla y rezongando. Ni una sola vez había cantado en todo el día su estribillo:


No podía. Pues, ¿qué?, ¿no comprendes?,
estaba mi suegra delante de mí.
 


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13 págs. / 23 minutos / 98 visitas.

Publicado el 9 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Abadía

Robert E. Howard


Cuento


El sol se ponía entre los árboles cuando llegué a la abadía… un edificio chato, de tres plantas, de arquitectura claramente sajona. Me detuve asombrado. Había contemplado antes numerosas ruinas de abadías y capillas, pero esta se hallaba en un notable estado de conservación. No parecía rodeada de ninguna clase de claustro o pared perimetral, y los altos robles arrojaban sombras druídicas sobre su plementería. A poca distancia de ella había un estanque redondo, rodeado de piedras resbaladizas y cubiertas de musgo… evidentemente, había sido construido por el hombre. Pensé que resultaba muy probable que el edificio continuara en uso hoy en día. Pero el silencio reinaba por doquier y no acerté a ver a nadie.

Entré. Era como si todos sus ocupantes acabaran de ser evacuados, dejando el tosco mobiliario en el mismo lugar en el que lo habían empleado. Me fijé en un anticuado escritorio, como el que solían emplear aquellos monjes que iluminaban los manuscritos, y escribían sobre rollos de pergamino. Me fijé también en un pedazo de papel, que aparecía dejado allí por descuido, como si su propietario lo hubiera olvidado. Lo recogí, esperando de un modo infantil que se encontrara plagado de símbolos arcaicos. Pero estaba escrito en inglés, y con una letra innegablemente femenina. Comenzaba abruptamente.


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13 págs. / 22 minutos / 50 visitas.

Publicado el 4 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

Kwaidan: Historas y Estudios Sobre Cosas Extrañas

Lafcadio Hearn


Cuento, Leyenda


La historia de Mimi-Nashi Hōichi

Hace más de 700 años, en Dan-no-ura, en el litoral del estrecho de Shimonoseki, se libró la última batalla de la larga guerra que enfrentó a los Heike, el clan de los Taira, con los Genji, el clan de los Minamoto. Fue en aquel lugar donde perecieron todos los Heike, con sus mujeres y niños, y también el emperador infante, hoy recordado como Antoku Tennō. Aquellos mares y aquellas costas llevan siete siglos hechizados por los espíritus de los muertos… En alguna otra parte he descrito los extraños cangrejos que habitan esa zona —y que son conocidos como «cangrejos Heike»—, en cuyos caparazones se dibujan rostros humanos que se dice representan las caras de los fieros guerreros Heike. Pero otras muchas cosas insólitas se ven y se oyen a lo largo de esas costas. En las noches oscuras, miles de fuegos espectrales se posan sobre la playa y revolotean sobre las olas —pálidas luces que los pescadores llaman oni-bi o fuegos del demonio—, y siempre que sopla el viento, arrastra consigo lo que parecen alaridos y gritos del fragor de la batalla provenientes del mar.


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72 págs. / 2 horas, 7 minutos / 85 visitas.

Publicado el 4 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Kull

Robert E. Howard


Cuento


Prólogo

Poco se sabe de aquella época conocida por los cronistas nemedianos como la Era Precataclísmica, excepto de su última parte, y eso se halla envuelto en las neblinas de la leyenda. La historia conocida se inicia con el declive de la civilización precataclísmica, dominada por los reinos de Kamelia, Valusia, Verulia, Grondar, Thule y Commoria. Esos pueblos hablaban una lengua similar, y argumentaban un origen común. Había otros reinos, igualmente civilizados, pero habitados por otras razas diferentes y aparentemente, más antiguas.

Los bárbaros de aquellos tiempos eran los pictos, que vivían en islas lejanas, en el océano de poniente; los atlantes, que habitaban en el pequeño continente situado entre las islas pictas y la tierra firme o continente thurio; y los lemures, que habitaban una cadena de grandes islas situadas en el hemisferio oriental.

Había vastas regiones de territorios inexplorados. Los reinos civilizados. aunque de extensión enorme, sólo ocupaban una parte comparativamente pequeña de todo el planeta. Valusia era el más occidental de los reinos del continente thurio, y Grondar el más oriental. Al este de Grondar, cuyo pueblo era menos civilizado que los de otros reinos, se extendía un territorio salvaje y árido de desiertos. En las zonas menos áridas, en las junglas, y entre las montañas, vivían diseminados clanes y tribus de salvajes primitivos. Bastante más al sur había una civilización misteriosa, no relacionada con la cultura thuria, con la que de vez en cuando entraban en contacto los lemures. Aparentemente, procedía de un continente envuelto en las sombras, sin nombre, que debía encontrarse en alguna parte al este de las islas lemures.


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Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Kottō: Curiosidades Japonesas con Diversas Telarañas

Lafcadio Hearn


Cuento, leyenda


La leyenda de Yurei-Gaki

Cerca de la aldea de Kurosaka, en la provincia de Hōki, hay una cascada llamada Yurei-Gaki, o Cascada de los Fantasmas. El porqué de este nombre lo desconozco. Al pie de la cascada se alza un pequeño santuario sintoísta consagrado a la deidad local, a la cual los lugareños llaman Taki-Dairnyōjin; enfrente del santuario hay una pequeña caja de madera para las ofrendas —saisen bako— en la que los creyentes depositan sus óbolos. Y esa caja de ofrendas tiene su historia.

Una fría tarde invernal, hace ya treinta y cinco años, las mujeres y las muchachas empleadas en cierta asatoriba, una fábrica de cáñamo, en Kurosaka, se reunieron en torno al gran brasero de la sala de hilar una vez finalizada su jornada de trabajo y se entretuvieron contando historias de fantasmas. Llevaban ya una docena de relatos cuando la mayoría de ellas comenzaron a sentirse incómodas; una muchacha chilló para intensificar el placer del miedo:

—¡Imaginad tener que ir esta noche, en completa soledad, a la cascada de Yurei-Gaki!

Esta sugerencia provocó un griterío general seguido de un estallido de risas nerviosas…

—Le daré todo el cáñamo que he hilado hoy a la que vaya hasta allí —propuso burlona una del grupo.

—¡Yo también! —exclamó otra.

—¡Y yo! —dijo una tercera.

—¡Y todas nosotras también! —afirmó una cuarta.

Entonces, de entre las hilanderas, una tal Yasumoto O-Katsu, la mujer del carpintero, se puso en pie. A la espalda llevaba a su hijo, un pequeño de dos años, que dormía plácidamente envuelto en un chal ceñido al cuerpo de su madre.

—Escuchad —dijo O-Katsu—, si accedéis a darme todo el cáñamo que habéis hilado hoy, iré a Yurei-Gaki.


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Publicado el 4 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Konovalov

Máximo Gorki


Cuento


Al pasar distraídamente la vista por una hoja de periódico, me encontré con el apellido Konovalov e interesado en él leí lo que sigue:

«Ayer por la noche, en la celda número 3 de la prisión local, se colgó del respiradero de la estufa el pancista de la ciudad de Murom Aleksandr Ivánovich Konovalov, de 40 años. El suicida había sido arrestado en Pskov por vagabundeo y había sido enviado bajo escolta a su tierra natal. Según las autoridades carcelarias, era un individuo que siempre estaba tranquilo, callado y pensativo. Debe considerarse, tal y como ha concluido el doctor de la prisión, que la causa que ha inducido a Konovalov al suicidio ha sido la melancolía».

Leí esta breve nota y pensé que tal vez yo podría conseguir explicar con más claridad la causa que había inducido a este hombre pensativo a huir de la vida, ya que yo lo conocía. Es posible que ni tan siquiera tuviera derecho a no hablar de él: era buena gente, de la que no se encuentra con frecuencia en el camino de la vida.

… Tenía dieciocho años cuando conocí a Konovalov. Por aquel entonces, yo trabajaba en una tahona como ayudante de panadero. El panadero había sido soldado del cuerpo de músicos, bebía vodka de manera exagerada, con frecuencia estropeaba la masa y, cuando estaba borracho, le gustaba silbar y redoblar con los dedos sobre lo primero que pillaba. Cuando el dueño de la panadería le amonestaba por los productos estropeados o los que no estaban preparados a su hora, se enfurecía, regañaba al dueño sin piedad y siempre le hacía notar además su talento musical.


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Publicado el 11 de abril de 2018 por Edu Robsy.

Kirilka

Máximo Gorki


Cuento


… Cuando el carruaje salió rodando del bosque al lindero, Isái se levantó ligeramente sobre el pescante, estiró el cuello, miró a lo lejos y dijo:

—¡Diablos, parece que se mueve!

—¿Y bien?

—Y a derecho… como si avanzara…

—¡Arrea rápido!

—¡A-ay tú, mer-rmeladota!

El animal, pequeñito y rechoncho, con orejas de asno y pelo de perro maltés, en respuesta al golpe de látigo que recibió en la grupa saltó a un lado del camino, se paró y moviendo las patas en el sitio, comenzó a balancear la cabeza ofendido.

—¡A-arre, ya te enseñaré yo! —gritó Isái, tirando de las riendas.

El salmista Isái Miakínnikov era un hombre deforme, de cuarenta años de edad. En la mejilla izquierda y bajo la barbilla le crecía barba roja, pero en la derecha le había crecido un enorme tumor que le cerraba el ojo y le caía como un saco arrugado sobre el hombro. Borracho impenitente, filósofo pasable y burlón, me llevaba a ver a su hermano, amigo mío, maestro de pueblo, que se estaba muriendo a causa de la tisis. En cinco horas no habíamos avanzado ni veinte verstas, porque el camino era malo y porque el estrambótico animal que nos llevaba tenía mal carácter. Isái lo llamaba shishiga, moledor, mortero, y otros nombres raros, dándose la circunstancia de que todos ellos le iban igual a este caballo, subrayando con exactitud uno u otro rasgo de su apariencia y carácter. También entre la gente se encuentran con frecuencia seres así de complicados a los que va bien cualquier nombre menos el de persona.


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14 págs. / 25 minutos / 56 visitas.

Publicado el 11 de abril de 2018 por Edu Robsy.

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