Todas las tardes el joven Pescador se internaba en el mar, y arrojaba sus redes al agua.
Cuando el viento soplaba desde tierra, no lograba pescar nada, porque
era un viento malévolo de alas negras, y las olas se levantaban
empinándose a su encuentro. Pero en cambio, cuando soplaba el viento en
dirección a la costa, los peces subían desde las verdes honduras y se
metían nadando entre las mallas de la red y el joven Pescador los
llevaba al mercado para venderlos.
Todas las tardes el joven Pescador se internaba en el mar. Un día, al
recoger su red, la sintió tan pesada que no podía izarla hasta la
barca. Riendo, se dijo:
—O bien he atrapado todos los peces del mar, o bien es algún monstruo
torpe que asombrará a los hombres, o acaso será algo espantoso que la
gran Reina tendrá deseos de contemplar.
Haciendo uso de todas sus fuerzas fue izando la red, hasta que se le
marcaron en relieve las venas de los brazos. Poco a poco fue cerrando el
círculo de corchos, hasta que, por fin, apareció la red a flor de agua.
Sin embargo no había cogido pez alguno, ni monstruo, ni nada pavoroso; sólo una sirenita que estaba profundamente dormida.
Su cabellera parecía vellón de oro, y cada cabello era como una hebra
de oro fino en una copa de cristal. Su cuerpo era del color del marfil,
y su cola era de plata y nácar. De plata y nácar era su cola y las
verdes hierbas del mar se enredaban sobre ella; y como conchas marinas
eran sus orejas, y sus labios eran como el coral. Las olas frías se
estrellaban sobre sus fríos senos, y la sal le resplandecía en los
párpados bajos.
Información texto 'El Pescador y su Alma'