El viejo oficial de grandes bigotes blancos dio rienda suelta a su indignación.
—¿Cómo es posible que todos ustedes, jovenzuelos, no tengan más
sentido común? A muchos de ustedes no les vendría mal limpiarse los
labios de leche antes de juzgar a los rezagados de una generación que
han hecho mucho, y sufriendo no poco, por su tiempo.
Los oyentes hicieron sentir al instante su arrepentimiento y el anciano guerrero se calmó un poco, pero no se quedó en silencio.
—Yo soy uno de ellos, me refiero a que soy uno de los rezagados
—continuó con calma—. ¿Y qué fue lo que hicimos? ¿Qué conseguimos? El
gran Napoleón cayó sobre nosotros con la intención de emular las gestas
de Alejandro de Macedonia, con toda una multitud de naciones apoyándole.
A la impetuosidad y fuerza francesas nosotros opusimos enormes espacios
desiertos, y después presentamos dura batalla hasta que su ejercito se
quedó inmóvil en sus posiciones y durmiendo sobre sus propios cadáveres.
Después de aquello sucedió el muro de fuego de Moscú, se le vino
totalmente encima.
»A partir de ahí empezó la derrota del Gran Ejército. Yo les vi en
desbandada como si se tratara del fatídico descenso de miles de pálidos y
demacrados pecadores a través del círculo helado del infierno de Dante,
abriéndose cada segundo un poco más ante sus miradas llenas de
desesperación.
»Los que consiguieron escapar con vida casi tuvieron que llevar las
armas clavadas al cuerpo con doble remache para poder salir de Rusa en
medio de aquella helada que partía las piedras, pero quien nos culpara
de que les dejamos huir no estaría más que diciendo una insensatez. ¿Por
qué? Porque nuestros mismos hombres llegaron hasta el límite de su
resistencia… ¡Su resistencia rusa!
Información texto 'El Alma del Guerrero'