I
Bayona, noche del 5 de octubre.
Madame,
En el momento de mi partida me hizo usted prometer que le
escribiría, no una carta sino tres o cuatro volúmenes de cartas. Tenía
razón. Ya conocía el ardor con que me entrego a las grandes cosas, mi
tendencia a olvidar las pequeñas, mi gusto por dar, y que no me gusta
dar a cambio de poco. Lo prometí; y ya lo ve, al llegar a Bayona empiezo
a cumplir mi promesa.
No me hago el modesto, Madame, y no disimulo que las cartas que le
envío serán impresas. Confieso además, con la impertinente ingenuidad
que, según sea el carácter de quienes me rodean, me hace tan buenos
amigos de los unos y tan fervientes enemigos de los otros; confieso,
decía, que las escribo con esa convicción; pero esté tranquila, tal
convicción no cambiará en nada la forma de mis epístolas. El público,
desde que entré en relación con él hace ya quince años, siempre ha
querido acompañarme por las diversas sendas que he recorrido y en
ocasiones trazado, en medio de ese vasto laberinto de la literatura,
desierto siempre árido para unos, eterna selva virgen para los otros.
También esta vez, así lo espero, el público me acompañará con su
habitual benevolencia por el camino familiar y caprichoso al cual lo
llamo a seguirme, y en el que retozaré por primera vez. Por lo demás,
nada perderá por ello el público: un viaje como éste que emprendo, sin
itinerario trazado, sin ningún plan a seguir, un viaje sometido, en
España, a las exigencias de las rutas y, en Argelia, al capricho de los
vientos; un viaje semejante se encontrará maravillosamente a gusto en la
libertad epistolar, una libertad casi ilimitada, que permite descender a
los detalles más vulgares y alcanzar los temas más elevados.
Información texto 'De París a Cádiz'