Textos por orden alfabético publicados por Edu Robsy etiquetados como Novela | pág. 5

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editor: Edu Robsy etiqueta: Novela


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Angelina

Rafael Delgado


Novela


PRÓLOGO DE LA PRIMERA EDICIÓN

Allá te va esa novela, lector amigo; allá te van esas páginas desaliñadas o incoloras, escritas de prisa, sin que ni primores de lenguaje ni gramaticales escrúpulos hayan detenido la pluma del autor. Son la historia de un muchacho pobre; pobre muchacho tímido y crédulo, como todos los que allá por el 67 se atusaban el naciente bigote, creyéndose unos hombres hechos y derechos; historia sencilla, vulgar, más vivida que imaginada, que acaso resulte interesante y simpática para cuantos están a punto de cumplir los cuarenta. Como el Rodolfo de mi novela, gran lector de libros románticos, eran todos mis compañeros de mocedad,—te lo aseguro a fe de caballero,—y ni más ni menos que como Villaverde algunas ciudades de cuyo nombre no quiero acordarme.

Ruégote por tu vida, amigo lector, que no te metas en honduras, que no te empeñes en averiguar dónde está Villaverde, cuna de mi protagonista. Mira que perderías el tiempo y correrías peligro de mentir. Ya sabes que los noveladores inventan ciudades que no existen, y de las cuales no te daría noticia ni el mismísimo García Cubas.... Tampoco busques en los capitulejos que vas a leer hondas trascendencias y problemas al uso. No entiendo de tamañas sabidurías, y aunque de ellas supiera me guardaría de ponerlas en novela; que a la fin y a la postre las obras de este género,—poesía, pura poesía,—no son más que libros de grata, apacible diversión para entretener desocupados y matar las horas, libritos efímeros que suelen parar, olvidados y comidos de polilla, en un rincón de las bibliotecas. Además: una novela es una obra artística; el objeto principal del Arte es la belleza, y... ¡con eso le basta!


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290 págs. / 8 horas, 28 minutos / 729 visitas.

Publicado el 28 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.

Años de Juventud del Doctor Angélico

Armando Palacio Valdés


Novela


ADVERTENCIA DEL EDITOR

Van transcurridos algunos años desde que di a la estampa varios de los papeles que me dejara en depósito mi amigo Angel Jiménez. Eran casi todos de orden filosófico, trazados con la libertad de espíritu del que escribe sólo para sí mismo y en el estilo conciso y desenfadado que le caracterizaba. El público los ha acogido con más benevolencia de la que podía esperarse tratándose de un escritor casi desconocido. Esto me anima a publicar hoy sus Memorias, que con el título de Años de juventud, encontré en uno de los legajos. Cuando empecé a leerlas confieso que experimenté una decepción. Pensaba hallar una historia circunstanciada de su vida. No es así: Las presentes páginas son más bien las memorias de sus amigos que las suyas propias. Jiménez poseía un carácter cerrado y huraño, no se interesaba demasiado por sí mismo, no tenía ansia de celebridad y gloria. En cambio, la vida privada y pública de sus amigos le agitaba más de lo justo. Tuvo algunos de relevante mérito y a ellos particularmente están consagrados la mayor parte de los capítulos de este libro. Yo hubiera preferido conocer en su intimidad la vida de un hombre a quien tanto he estimado. Sin embargo, el público no perderá nada con esta sustitución. Porque es seguro que más que la suya, oscura y tranquila, le ha de interesar la historia dramática de sus ilustres amigos,

A. P. V.

PRIMERA PARTE

I. MI VIAJE Y MI INSTALACIÓN EN LA CORTE DE ESPAÑA

Creo que mi padre tenía razón. En último resultado me hubiera convenido más permanecer a su lado, ayudarle en sus negocios, hacerlos prosperar y dejar transcurrir la vida dulcemente en el pueblo trabajando a mis horas, paseando a mis horas, durmiendo a mis horas, rezando a mis horas y no leyendo a ninguna.


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Dominio público
280 págs. / 8 horas, 10 minutos / 222 visitas.

Publicado el 14 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

Años y Leguas

Gabriel Miró


Novela


Dedicatoria

Sigüenza se ve como espectáculo de sus ojos, siempre a la misma distancia siendo él. Está visualmente rodeado de las cosas y comprendido en ellas. Es menos o más que su propósito y que su pensamiento. Se sentirá a sí mismo como si fuese otro, y ese otro es Sigüenza hasta sin querer. Sean estas páginas suyas para el amigo de Sigüenza, más Sigüenza y más él.

La llegada

Camino de su heredad de alquiler, se le aparece a Sigüenza el recuerdo de una rinconada de Madrid. Las ciudades grandes, ruidosas y duras, todavía tienen alguna parcela con quietud suya, con tiempo suyo acostado bajo unas tapias de jardines. Asoma el fragmento de un árbol inmóvil participando de la arquitectura de una casona viejecita.

Por allí se internaba muchas veces Sigüenza. La rinconada le dio su goce a costa del cansancio de la ciudad. Allí se escaparía cuando quisiera, llenándose el corazón y los ojos de todo aquello, como si se llenara, de prisa, los bolsillos.

Promesa de provincia; es decir, de infancia. Detrás de un cantón surge el horizonte de tierra labradora: follajes opulentos de la Casa Real; nieblas del río; senderitos que se tuercen y suben, y se apartan de Madrid, anda que andarás...

...Y al volver la memoria, le parecía a Sigüenza que volviese con recelo sus ojos a muchas leguas de distancia. Porque, ahora, desde la verdad rural, aquel sitio apacible, de consolación, no era sino el principio de la ciudad, un embuste de calma.

Iba Sigüenza montado en un jumento, porque así recorrió, hacía mucho tiempo, sus campos natales. Estaba muy gozoso, como entonces; no había más remedio, para guardarse fidelidad a sí mismo, al que era hacía veinte años. Y se inclinaba tocando la piel tibia y sudada de la cabalgadura, y se miró en sus ojos, gordos, dorados y dulces como dos frutos.


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Dominio público
202 págs. / 5 horas, 53 minutos / 270 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2020 por Edu Robsy.

Antígona

Roberto Payró


Novela


I. LA BORDADORA

Su belleza era grande, asi como sus ojos negros, llenos de luz; pero nadie hubiera sospechado que bajo esa corteza frájil y hermosa se escondieran un alma varonil y un carácter enérjico.

Aunque hubo un tiempo en que la fortuna sonreía á su familia, ese tiempo habia pasado, como todas las cosas de este mundo, y don Miguel Arelio, su padre, obligado á ganar el sustento por medio del trabajo diario, ocupaba un mal empleo en la Direccion Nacional de Rentas. Sus desdichas no se detenian ahí; Eugenia, la madre querida que la cuidara con tanto esmero en los no lejanos dias de la infancia, herida desde mucho tiempo atrás por una enfermedad incurable, la tísis, iba muriéndose poco á poco, con agonía lenta y dolorosa.

La anciana no abandonaba ya su lecho, y permanecia largas horas adormecida, agobiada por la enfermedad.

Muchas noches pasó Manuela con la vista fija en su madre, escuchando la tos que parecia desgarrarle las entrañas.

Vanos eran todos los remedios; el mal seguía su curso sin que pudieran detenerlo ni los medicamentos, ni los amorosos cuidados de la niña, que no se separaba un solo minuto del lado de la enferma.

Los honorarios de don Miguel eran tan pobres que apenas bastaban para la subsistencia de su familia. Así, las dos piezas ocupadas por ésta en una casa de los confines de la calle Bolívar, estaban tan miserablemente alhajadas que parecían la habitación de la pobreza misma. Sin embargo, el trabajo y la infinita paciencia de Manuela, que trataba de que todo estuviera siempre en órden, parecian llevar á la triste vivienda algo como un rayo de luz.

Nunca desaparecia de su rostro la sonrisa del que espera, y cuando su padre se quejaba de la suerte, tenia tales palabras de ternura y consuelo, que hacia que el buen anciano la tomara en sus brazos, besándola en la frente y derramando una lágrima de agradecimiento.


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Dominio público
130 págs. / 3 horas, 48 minutos / 174 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Antonina o la Caída de Roma

Wilkie Collins


Novela


La ville cesse d’être:
Le romain est esclave, el le Goth est son maitre.

SODDERE, Alarique

Prefacio

Al disponerse a escribir una obra de ficción basada sobre hechos reales, el autor de estas páginas no consideró requisito indispensable que sus protagonistas fueran personajes históricos de la época. Por el contrario, estimó que varias objeciones de peso se oponían a esa idea. Bien sabía que atenerse a la historia obligaba al autor a añadir a los datos conocidos mucho de su imaginación —a vestir, con el colorido de la ficción novelesca, el escueto esquema de la verdad histórica— y, por tanto, a situar la invención del novelista en lo que no podía menos que considerar un contraste sumamente desfavorable con la exactitud del historiador. Por otro lado, no estaba de ningún modo convencido de que un relato en el cual los actores principales fueran personajes históricos pudiera preservar la adecuada unidad de acción y mantenerse dentro de los límites apropiados para su desarrollo sin falsificaciones o confusiones de fechas históricas: una especie de licencia poética que no sentía la menor disposición de concederse, ya que su preocupación principal consistía en que su argumento naciera y se derivara en su totalidad de los grandes acontecimientos de la época, en el orden preciso en que ocurrieron.


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Protegido por copyright
533 págs. / 15 horas, 34 minutos / 128 visitas.

Publicado el 1 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Apolo en Pafos

Leopoldo Alas "Clarín"


Novela, Crítica literaria, Mitología


I

Conocí que era mi hombre, quiero decir, mi dios, en que almorzaba una tortilla de hierbas. Una asidua y larga observación me ha hecho adquirir la evidencia de que todos los personajes a quien cualquier periodista noticiero quiere sacar las palabras del cuerpo, se dejan sorprender siempre almorzando tortilla de hierbas, o, a todo tirar, huevos fritos. Ignoro la ley que preside a este fenómeno constante; apunto el hecho y prosigo.


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Dominio público
64 págs. / 1 hora, 53 minutos / 144 visitas.

Publicado el 10 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Armadale

Wilkie Collins


Novela


LIBRO PRIMERO

CAPÍTULO I

Los viajeros

En el balneario de Wildbad, se abría la temporada de mil ochocientos treinta y dos.

Las sombras de la noche empezaban a acumularse sobre la pequeña y tranquila ciudad alemana; la diligencia iba a llegar de un momento a otro. Delante de la puerta del edificio principal, hallábanse reunidos, esperando la llegada de los primeros visitantes del año, los tres personajes más importantes de Wildbad en compañía de sus esposas: el alcalde, que representaba a la población; el médico, como portavoz del balneario, y el propietario, en representación de su propio establecimiento. Apartados de este círculo selecto y formando alegres grupos en la bien cuidada plazuela de delante de la posada, los habitantes de la población se mezclaban aquí y allá con los campesinos, ataviados con sus pintorescos trajes alemanes y que esperaban plácidamente la llegada de la diligencia: los hombres, con chaqueta corta y negra, calzón negro ajustado y sombrero de castor de tres picos; las mujeres, con los rubios cabellos colgando en una gruesa trenza sobre la espalda y el talle de los cortos vestidos de lana púdicamente subido hasta debajo de los omóplatos. Alrededor de este grupo correteaban en perpetuo movimiento bandadas de chiquillos rollizos y de pelo albino; al mismo tiempo, misteriosamente apartados del resto de los moradores, los músicos del balneario permanecían tranquilos en un rincón olvidado, mientras esperaban la aparición de los primeros visitantes para tocar la serenata que abriría la temporada. La luz de aquel atardecer de mayo brillaba todavía en las cimas de los altos y frondosos montes que custodiaban la ciudad a derecha e izquierda, y la fresca brisa que sopla antes de ponerse el sol traía el penetrante perfume balsámico de los abetos de la Selva Negra.


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Protegido por copyright
900 págs. / 1 día, 2 horas, 15 minutos / 96 visitas.

Publicado el 31 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Arroz y Tartana

Vicente Blasco Ibáñez


Novela


I

A las tres de la tarde entró doña Manuela en la plaza del Mercado, envuelto el airoso busto en un abrigo cuyos faldones casi llegaban al borde de la falda, cuidadosamente enguantada, con el limosnero al puño y velado el rostro por la tenue blonda de la mantilla.

Tras ella, formando una pareja silenciosa, marchaban el cochero y la criada: un mocetón de rostro carrilludo y afeitado que respiraba brutal jocosidad, luciendo con tanta satisfacción como embarazo los pesados borceguíes, el terno azul con vivos rojos y botones dorados y la gorra de hule de ancho plato, y a su lado una muchacha morena y guapota, con peinado de rodete y agujas de perlas, completando este tocado de la huerta su traje mixto, en el que se mezclaban los adornos de la ciudad con los del campo.

El cochero, con una enorme cesta en la mano y una espuerta no menor a la espalda, tenía la expresión resignada y pacienzuda de la bestia que presiente la carga. La muchacha también llevaba una cesta de blanco mimbre, cuyas tapas movíanse al compás de la marcha, haciendo que el interior sonase a hueco; pero no se preocupaba de ella, atenta únicamente a mirar con ceño a los transeúntes demasiado curiosos o a pasear ojeadas hurañas de la señora al cochero o viceversa. Cuando, doblando la esquina, entraron los tres en la plaza del Mercado, doña Manuela se detuvo como desorientada.


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Dominio público
288 págs. / 8 horas, 25 minutos / 676 visitas.

Publicado el 19 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Arsenio Lupin Contra Herlock Sholmes

Maurice Leblanc


Novela


La dama rubia

1. El número 514, serie 23

El 8 de diciembre del año pasado, el señor Gerbois, profesor de matemáticas en el Liceo de Versalles, descubrió entre el batiburrillo de una tienda de compraventa, un pequeño secrétaire de caoba que le agradó por la variedad de sus gavetas.

«He aquí lo que necesito para el cumpleaños de Suzanne», pensó.

Y como se las ingeniaba, en la medida de sus modestos recursos, por complacer a su hija, le quitó el precio y pagó la suma de sesenta y cinco francos.

Cuando daba su dirección, un joven de aspecto elegante y que hacía un buen rato iba husmeando de un lado para otro, vio el mueble y preguntó:

—¿Cuánto?

—Está vendido —replicó el dueño de la tienda.

—¡Ah!… ¿Al señor, quizá?

El señor Gerbois saludó y, tanto más contento por haber comprado un mueble que le gustaba a un semejante, se retiró.

Pero no había dado diez pasos en la calle cuando se le unió el joven, el cual, con el sombrero en la mano y un tono de perfecta cortesía, le dijo:

—Le ruego que me perdone, señor. Pero voy a hacerle una pregunta indiscreta… ¿Buscaba ese secrétaire con mayor interés que cualquier otra cosa?

—No. Buscaba una balanza de ocasión para algunos experimentos físicos.

—Entonces, ¿no le importa mucho?

—Sí me importa.

—¿Porque es antiguo tal vez?

—Porque es cómodo.

—En ese caso, ¿consentiría en cambiarlo por otro secrétaire tan cómodo como ése, pero en mejor estado?

—Éste está en buen estado y el cambio me parece inútil.

—Sin embargo…

El señor Gerbois era hombre fácilmente irritable y de carácter receloso. Respondió secamente:

—Le suplico, señor, que no insista.

El desconocido se plantó delante de él.


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Protegido por copyright
184 págs. / 5 horas, 22 minutos / 1.643 visitas.

Publicado el 21 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Arsenio Lupin y la Aguja Hueca

Maurice Leblanc


Novela


1. El disparo

Raimunda aguzó el oído. De nuevo y por dos veces consecutivas aquel ruido se hizo escuchar lo bastante claro para poder diferenciarlo de los demás ruidos confusos que violaban el silencio de la noche; pero era a la vez tan débil que ella no hubiera sabido decir si su origen había sido próximo o lejano, si se producía dentro de los muros del vasto castillo o bien fuera, entre los rincones tenebrosos del parque.

Se levantó despacio. Su ventana estaba entornada y la abrió de par en par. La claridad de la luna descansaba sobre un tranquilo paisaje de céspedes y bosquecillos donde las ruinas dispersas de la antigua abadía se recortaban formando siluetas trágicas, columnas truncadas, ojivas incompletas, esbozos de pórticos y fragmentos de arbotantes. Un ligero vientecillo flotaba sobre la superficie de las cosas, deslizándose por entre las ramas desnudas e inmóviles de los árboles, pero agitando las hojas recién nacidas de los macizos.

Y de pronto, el mismo ruido… Provenía del lado de la izquierda y por encima del piso en que ella vivía, es decir, de los salones que ocupaban el ala occidental del castillo.

Aun siendo valiente y fuerte, la joven sintió la angustia del miedo. Se puso sus ropas de noche y tomó las cerillas.

—Raimunda… Raimunda…

Una voz débil como un suspiro la llamaba desde la habitación vecina, cuya puerta no estaba cerrada. Se dirigió hacia allí a tientas, cuando Susana, su prima, saltó a su encuentro y se arrojo sobre sus brazos.

—Raimunda…, ¿eres tú?… ¿Has oído?…

—Sí… ¿Entonces no duermes?

—Creo que es el perro el que me ha despertado… hace ya largo tiempo… Pero después no ha vuelto a ladrar. ¿Qué hora será?

—Deben ser aproximadamente las cuatro.

—Escucha… Alguien anda caminando por el salón.

—No hay peligro. Tu padre está allí, Susana.


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Protegido por copyright
194 págs. / 5 horas, 39 minutos / 1.508 visitas.

Publicado el 21 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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