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El Golem

Gustav Meyrink


Novela


Sueño

La luz de la luna cae al pie de mi cama y se queda allí como una piedra grande, lisa y blanca.

Cuando la luna llena empieza a encogerse y su lado derecho se carcome — como una cara que se acerca a la vejez, mostrando primero las arrugas en una mejilla y perfilándose después — a esa hora de la noche, se apodera de mí una inquietud sombría y angustiosa.

No estoy dormido ni despierto, y, en el ensueño, se mezclan en mi alma lo vivido con lo leído y oído, como corrientes de distinto brillo y color que confluyeran. Antes de acostarme había leído la vida de Buddha Gotama e incesantemente volvían a repetirse en mi mente, de mil formas, estas frases:

«Una corneja voló hacia una piedra que parecía un trozo de grasa y pensó:

quizás haya aquí un buen bocado. Pero como la corneja no encontró nada apetitoso, se alejó. Del mismo modo que la corneja que se había acercado a la piedra, abandonamos — nosotros, los seguidores — al asceta Gotama, cuando hemos perdido placer en él.»

Y la imagen de la piedra que parece un pedazo de grasa crece monstruosamente en mi mente:

Camino por el lecho seco de un río y recojo guijarros lisos.

De color gris — azulado, cubiertos de polvo brillante, sobre los que pienso y recapacito y con los que, sin embargo, no sé qué hacer — y después otros negros con manchas amarillas de azufre, como petrificados intentos de un niño por imitar unas salamandras toscamente moteadas.

Y quiero arrojar estos guijarros lejos de mí, pero una y otra vez se me caen de las manos, y no puedo apartarlos de mi vista.

Aparecen a mi alrededor todas las piedras que han jugado un papel en mi vida.

Algunas se esfuerzan desmesuradamente por surgir de la tierra a la luz — como grandes cangrejos de color pizarra, subiendo con la marea,empeñados en atraer mi mirada hacia ellos y decirme cosas de importancia infinita.


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238 págs. / 6 horas, 57 minutos / 316 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Novia de Lammermoor

Walter Scott


Novela


I. Donde aun no comienza esta historia pero se decide su autor a escribirla

POCOS estuvieron al tanto de cómo compuse estas narraciones, que no es probable sean publicadas en vida de su autor. Aunque esto ocurriese, no ambiciono la honrosa distinción digito monstrarier. Confieso que preferiría permanecer oculto tras la cortina, como el ingenioso manipulador de Polichinela, disfrutando del asombro y de las conjeturas de mi público. Quizás entonces pudiera ver ensalzadas por los juiciosos y admiradas por los sensibles las producciones del desconocido Peter Pattieson, mientras el crítico las atribuyese a alguna celebridad literaria, y la cuestión de cuándo y por quién fueron escritos estos relatos llenara huecos de charla en centenares de círculos y tertulias. No disfrutaré de esto mientras viva; pero a más tampoco se atrevería nunca a aspirar mi vanidad.


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277 págs. / 8 horas, 6 minutos / 423 visitas.

Publicado el 14 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.

Tartarín de Tarascón

Alphonse Daudet


Novela


EPISODIO PRIMERO. EN TARASCÓN

I. EL JARDIN DEL BAOBAB

Mi primera visita a Tartarín de Tarascón es una fecha inolvidable de mi vida; doce o quince años han transcurrido desde entonces, pero lo recuerdo como si fuese de ayer. Vivía por entonces el intrépido Tartarín a la entrada de la ciudad, en la tercera casa, a mano izquierda, de la carretera de Aviñón. Lindo hotelito tarasconés, con jardín delante, galería atrás, tapias blanquísimas, persianas verdes y, frente a la puerta, un enjambre de chicuelos saboyanos, que jugaban al tres en raya o dormían al sol, apoyada la cabeza en sus cajas de betuneros.

Por fuera, la casa no tenía nada de particular.

Nadie hubiera creído hallarse ante la mansión de un héroe. Pero, en entrando, ¡ahí era nada!

Del sótano al desván, todo en el edificio tenía aspecto heroico, ¡hasta el jardín!...

¡Vaya un jardín! No había otro como él en toda Europa. Ni un árbol del país, ni una flor de Francia; todas eran plantas exóticas: árboles de la goma, taparos, algodoneros, cocoteros, mangos, plátanos, palmeras, un baobab, pitas, cactos, chumberas..., como para creerse transportado al corazón de Africa central, a 10 000 leguas de Tarascón. Claro es que nada de eso era de tamaño natural; los cocoteros eran poco mayores que remolachas, y el baobab —árbol gigante (arbos gigantea)— ocupaba holgadamente un tiesto de reseda. Pero lo mismo daba: para Tarascón no estaba mal aquello, y las personas de la ciudad que los domingos disfrutaban el honor de ser admitidas a contemplar el baobab de Tartarín salían de allí pasmadas de admiración.

¡Figuraos, pues, qué emoción hube de sentir el día en que recorrí aquel jardín estupendo!... Pues ¿y cuando me introdujeron en el despacho del héroe?...

Aquel despacho, una de las curiosidades de la ciudad, estaba en el fondo del jardín y se abría, a nivel del baobab, por una puerta vidriera.


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86 págs. / 2 horas, 31 minutos / 268 visitas.

Publicado el 18 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.

Suelo Virgen

Iván Turguéniev


Novela


PRIMERA PARTE

Para hacer que aflore el suelo virgen no debe usarse el arado de madera, que se desliza por la superficie, sino un arado que penetre hondo.

De las notas de un agricultor

I

A la una de la tarde de un día de la primavera del 1868 un joven de veintisiete años, vestido de manera descuidada y pobre, subía la escalera oscura de una casa de cinco pisos en la calle de los Oficiales, en San Petersburgo. Golpeando pesadamente con las galochas gastadas, balanceando lentamente su cuerpo pesado, torpe, llegó finalmente al último rellano, se detuvo ante una estropeada puerta entreabierta y, sin tocar el timbre, entró en un pequeño pasillo oscuro.

—¿Está Nezhdánov? —preguntó con voz alta y ruda. —No. Pero yo sí; entre —respondió desde la sala de al lado una voz, también bastante ruda, de mujer. —¿Es Mashúrina? —preguntó el recién llegado. —Sí, soy yo. Y usted, ¿es Ostrodúmov?

—Pimen Ostrodúmov —respondió él y, después de quitarse cuidadosamente las galochas y colgar en un clavo el abrigo gastado por el uso, entró en la habitación de donde venía la voz femenina.


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290 págs. / 8 horas, 28 minutos / 162 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Las Hojas Caídas

Wilkie Collins


Novela


A Caroline

Por la experiencia habida en la recepción de Las hojas caídas entre los lectores inteligentes, que han seguido la publicación periódica de la novela tanto en Inglaterra como en el extranjero, tengo la satisfacción de saber que el diseño de la obra habla por sí solo, y que la escrupulosa delicadeza del tratamiento empleado en determinadas porciones del relato ha sido apreciada en su justo punto, exactamente del modo que yo podía desear. Al no tener más explicaciones que dar ni (en lo tocante al tema elegido) disculpa alguna que pedir, dejo mi libro sin ninguna alegación más a modo de prefacio, para que aparezca ante el público lector revestido tan sólo por los méritos que pueda tener.

WILKIE COLLINS

Gloucester Place, Londres

1 de julio de 1879

PRÓLOGO

I

Los irresistibles influjos que un buen día han de reinar con supremacía absoluta sobre nuestros pobres corazones, amén de dar forma al breve y triste transcurso de nuestras vidas, a veces provienen de un origen remoto y misterioso, y encuentran el camino inescrutable para llegar a nosotros a través de los corazones y las vidas de algunas personas que nos resultan desconocidas.

Mientras gastaba su primera chaqueta y jugaba sus primeras partidas de bolos el joven cuya atribulada trayectoria nos proponemos aquí seguir, un terrible infortunio doméstico que sobrevino en el hogar de unos desconocidos estaba destinado, sin embargo, a surtir un definitivo efecto sobre su propia felicidad y a modelar a conciencia el posterior transcurso de su vida.


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467 págs. / 13 horas, 38 minutos / 93 visitas.

Publicado el 1 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Dama y la Ley

Wilkie Collins


Novela


Al lector

No creo necesario escribir un prefacio a este libro que ofrezco al lector. Sólo pido que se tengan presentes ciertas verdades establecidas que, de vez en cuando, se olvidan al leer una obra de ficción. Agradecería que se recordase:

a) que las acciones de los seres humanos no siempre se rigen por las leyes de la razón pura;

b) que el ser humano (en especial si es mujer) no suele ofrecer su amor a los seres que más se lo merecen en opinión de los amigos;

c) que, por todo lo dicho, los personajes y los hechos más inverosímiles pueden, dentro de los límites de nuestra experiencia personal, ser personajes perfectamente naturales y hechos perfectamente probables.

Habiendo escrito estas breves líneas, ya he dicho todo lo necesario por ahora. Me despido cordialmente.

W. C.

Londres, 1 de febrero de 1875.

Capítulo I. El error de la novia

«Porque, desde el principio de los tiempos, las mujeres santas que confiaban en Dios se honraban sometiéndose a sus esposos; Sara obedecía a Abraham, llamándole señor, y también sus hijas y las hijas de sus hijas».

Con estas conocidas palabras mi tío, el reverendo Starkweather, puso fin a la ceremonia del matrimonio según el rito de la Iglesia anglicana. Luego, cerró su libro y me miró desde el altar, con una cariñosa expresión de interés en su ancha y colorada cara. Al mismo tiempo, mi tía, la señora Starkweather, de pie junto a mí, me dio unos suaves golpecitos en el hombro y me dijo:

—¡Ya estás casada, Valeria!


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407 págs. / 11 horas, 53 minutos / 60 visitas.

Publicado el 3 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Casa Lúgubre

Charles Dickens


Novela


Introducción

La Casa lúgubre no es, desde luego, el mejor libro de Dickens, pero quizá sea su mejor novela. Tal distinción no es un mero artificio verbal: no deberíamos dejar de contrastarla con su obra. Esta historia en particular representa el cenit de su madurez intelectual. Madurez no significa necesariamente perfección. Sería absurdo decir que una patata madura es perfecta: a algunas personas les gustan las patatas nuevas. Una patata madura no es perfecta, pero es una patata madura; la mente de un epicúreo inteligente quizá no se encuentre capacitada sobre este asunto en particular, pero la mente de una patata inteligente admitiría al instante, sin duda, ser un espécimen auténtico y completamente desarrollado de su propia especie, ni más ni menos. En cierto grado, sucede lo mismo incluso en la literatura. Podemos intuir cuándo un humano ha llegado a su pleno desarrollo mental, hasta el extremo de desear que nunca lo hubiese alcanzado. Los niños son mucho más simpáticos que las personas mayores, pero el crecimiento es algo que existe. Cuando Dickens escribió La Casa lúgubre, había crecido.

Como Napoleón, levantó su ejército sobre la marcha. Había avanzado al frente de su tropel de enérgicos personajes como lo hizo Napoleón al frente de sus improvisados batallones de la Revolución. Y, como Napoleón, ganó batalla tras batalla antes de conocer su propio plan de campaña; como Napoleón, tenía un ejército victorioso casi antes de tener un ejército. Después de sus decisivas victorias, Napoleón comenzó a poner su casa en orden; después de sus decisivas victorias, Dickens comenzó a poner también su casa en orden. La casa, cuando la hubo arreglado, era La Casa lúgubre.


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1.097 págs. / 1 día, 8 horas / 228 visitas.

Publicado el 8 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Bel-Ami

Guy de Maupassant


Novela


PRIMERA PARTE

Capítulo 1

Cuando la dependienta le entregó la vuelta de sus cinco francos, George Duroy salió del restaurante.

Presumido por naturaleza y por petulante reminiscencia de su época como suboficial, hinchó el pecho, se atusó el bigote con un gesto marcial que le era característico y arrojó sobre los comensales que llegaban con retraso una mirada rápida y circunspecta, una de esas miradas de gavilán que todo lo abarca y penetra.

A su paso, las mujeres levantaron la cabeza. Eran tres obrerillas, una profesora de música, de cierta edad, reñida con el peine, desaliñada, que solía llevar su sombrero polvoriento y un vestido hecho a zurcidos; finalmente dos señoras de medio pelo, con sus correspondientes maridos, todos ellos parroquianos asiduos de aquel bodegón con cubiertos a precio fijo.

Ya en la acera, Duroy permaneció un momento inmóvil, como si se preguntase qué haría. Era el 29 de junio, y, para terminar el mes, le quedaban en el bolsillo tres francos y cuarenta céntimos, lo cual valía por dos almuerzos, sin las respectivas comidas, o bien por dos comidas sin los almuerzos correspondientes, a elegir. Pensó que si las refacciones matinales le suponían un gasto de un franco y diez céntimos, en lugar del uno cincuenta que le costarían las colaciones vespertinas, aún podía disponer, si se contentaba con los almuerzos, de su superávit de un franco y veinte céntimos, lo que suponía dos bocadillos de salchichón y el supremo placer de sus noches. Y echó calle de Notre Dame de Lorette abajo.


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339 págs. / 9 horas, 54 minutos / 222 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Una Vida

Guy de Maupassant


Novela


A Madame Brainne

Como homenaje de un devoto amigo
y en recuerdo de un amigo muerto.

Guy de Maupassant

Capítulo I

Jeanne, que ya había acabado de hacer los baúles, fue a mirar por la ventana, pero la lluvia seguía cayendo.

Toda la noche había estado sonando el aguacero contra los cristales y los tejados. Era como si hubiera reventado el cielo, bajo y grávido de agua, y se estuviese vaciando sobre la tierra, diluyéndola hasta convertirla en papilla, deshaciéndola igual que si fuera azúcar. Pasaban ráfagas cargadas de bochorno. El retumbar de los arroyos desbordados llenaba las calles desiertas; las casas chupaban como esponjas aquella humedad que se les metía dentro y, del sótano al desván, hacía rezumar las paredes.

Con aquella, eran cien las veces que, desde por la mañana, temerosa de que su padre no se decidiese a emprender la marcha si el tiempo seguía metido en agua, había examinado el horizonte Jeanne, que había salido del convento la víspera, libre al fin para siempre, dispuesta a hacer suyas todas las dichas de la vida con las que llevaba tanto tiempo soñando.

Se dio cuenta, luego, de que se le había olvidado guardar el calendario en el bolso de viaje. Quitó de la pared la cartulina dividida en meses, que mostraba, en el centro de un dibujo, los dorados números del año en curso: 1819. Tachó luego con un lapicero las cuatro primeras columnas, tapando con una raya los nombres del santoral hasta llegar al 2 de mayo, día en el que había dejado el convento.

Una voz dijo detrás de la puerta:

—¡Jeannette!

Jeanne respondió:

—¡Pasa, papá!

Y su padre entró.


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249 págs. / 7 horas, 17 minutos / 626 visitas.

Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Madame Bovary

Gustave Flaubert


Novela


PRIMERA PARTE

Capítulo I

Estábamos en la sala de estudio cuando entró el director, seguido de un «novato» con atuendo pueblerino y de un celador cargado con un gran pupitre. Los que dormitaban se despertaron, y todos se fueron poniendo de pie como si los hubieran sorprendido en su trabajo.

El director nos hizo seña de que volviéramos a sentarnos; luego, dirigiéndose al prefecto de estudios, le dijo a media voz:

—Señor Roger, aquí tiene un alumno que le recomiendo, entra en quinto. Si por su aplicación y su conducta lo merece, pasará a la clase de los mayores, como corresponde a su edad.

El «novato», que se había quedado en la esquina, detrás de la puerta, de modo que apenas se le veía, era un mozo del campo, de unos quince años, y de una estatura mayor que cualquiera de nosotros. Llevaba el pelo cortado en flequillo como un sacristán de pueblo, y parecía formal y muy azorado. Aunque no era ancho de hombros, su chaqueta de paño verde con botones negros debía de molestarle en las sisas, y por la abertura de las bocamangas se le veían unas muñecas rojas de ir siempre remangado. Las piernas, embutidas en medias azules, salían de un pantalón amarillento muy estirado por los tirantes. Calzaba zapatones, no muy limpios, guarnecidos de clavos.

Comenzaron a recitar las lecciones. El muchacho las escuchó con toda atención, como si estuviera en el sermón, sin ni siquiera atreverse a cruzar las piernas ni apoyarse en el codo, y a las dos, cuando sonó la campana, el prefecto de estudios tuvo que avisarle para que se pusiera con nosotros en la fila. Teníamos costumbre al entrar en clase de tirar las gorras al suelo para tener después las manos libres; había que echarlas desde el umbral para que cayeran debajo del banco, de manera que pegasen contra la pared levantando mucho polvo; era nuestro estilo.


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365 págs. / 10 horas, 39 minutos / 1.027 visitas.

Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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