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La Araucana

Alonso de Ercilla


Poesía, poema épico


Prólogo del autor

Si pensara que el trabajo que he puesto en esta obra me había de quitar tan poco el miedo de publicarla, sé cierto de mí que no tuviera ánimo para llevarla al cabo. Pero considerando ser la historia verdadera y de cosas de guerra, á las cuales hay tantos aficionados, me he resuelto en imprimirla, ayudando á ello las importunaciones de muchos testigos que en lo de más dello se hallaron, y el agravio que algunos españoles recibirían quedando sus hazañas en perpetuo silencio, faltando quien las escriba; no por ser ellas pequeñas, pero porque la tierra es tan remota y apartada y la postrera que los españoles han pisado por la parte del Perú, que no se puede tener della casi noticia, y por el mal aparejo y poco tiempo que para escribir hay con la ocupación de la guerra, que no da lugar á ello; así el que pude hurtar le gasté en este libro, el cual, porque fuese más cierto y verdadero, se hizo en la misma guerra y en los mismos pasos y sitios, escribiendo muchas veces en cuero por falta de papel, y en pedazos de cartas, algunos tan pequeños que apenas cabían seis versos, que no me costó después poco trabajo juntarlos; y por esto, y por la humildad con que va la obra, como criada en tan pobres pañales, acompañándola el celo y la intención con que se hizo, espero que será parte para poder sufrir quien la leyere las faltas que lleva. Y si á alguno le pareciere que me muestro algo inclinado á la parte de los araucanos, tratando sus cosas y valentías más extendidamente de lo que para bárbaros se requiere; si queremos mirar su crianza, costumbres, modos de guerra y ejercicio della, veremos que muchos no les han hecho ventaja, y que son pocos los que con tan gran constancia y firmeza han defendido su tierra contra tan fieros enemigos como son los españoles.


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409 págs. / 11 horas, 57 minutos / 208 visitas.

Publicado el 13 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

A Buen Juez, Mejor Testigo

José Zorrilla


Poesía


I

Entre pardos nubarrones
pasando la blanca luna,
con resplandor fugitivo,
la baja tierra no alumbra.
La brisa con frescas alas
juguetona no murmura,
y las veletas no giran
entre la cruz y la cúpula.
Tal vez un pálido rayo
la opaca atmósfera cruza,
y unas en otras las sombras
confundidas se dibujan.
Las almenas de las torres
un momento se columbran,
como lanzas de soldados
apostados en la altura.
Reverberan los cristales
la trémula llama turbia,
y un instante entre las rocas
riela la fuente oculta.
Los álamos de la vega
parecen en la espesura
de fantasmas apiñados
medrosa y gigante turba;
y alguna vez desprendida
gotea pesada lluvia,
que no despierta a quien duerme,
ni a quien medita importuna.
Yace Toledo en el sueño
entre las sombras confusas.
y el Tajo a sus pies pasando
con pardas ondas lo arrulla.
El monótono murmullo
sonar perdido se escucha,
cual si por las hondas calles
hirviera del mar la espuma.
¡Qué dulce es dormir en calma
cuando a lo lejos susurran
los álamos que se mecen,
las aguas que se derrumban!
Se sueñan bellos fantasmas
que el sueño del triste endulzan,
y en tanto que sueña el triste,
no le aqueja su amargura.
Tan en calma y tan sombría
como la noche que enluta
la esquina en que desemboca
una callejuela oculta,
se ve de un hombre que aguarda
la vigilante figura,
y tan a la sombra vela
que entre las sombras se ofusca.
Frente por frente a sus ojos
un balcón a poca altura
deja escapar por los vidrios
la luz que dentro le alumbra;
mas ni en el claro aposento,
ni en la callejuela oscura,
el silencio de la noche
rumor sospechoso turba.


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10 págs. / 18 minutos / 662 visitas.

Publicado el 21 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

Sueño

José Francisco de Isla


Poesía


Dedicatoria

Escrito por el Padre
Josef Francisco de la Isla,
en la exaltación
del Señor D. Carlos III
(que Dios Guarde)
al Trono de España.

Octavas


I

No pasa el mar, quien nunca se aventura,
dicen las Mozorruelas redomadas,
y como este refrán las asegura,
por eso hay tantas bien-aventuradas.
Esta desatinada conjetura
alentó mis tibiezas desmayadas
para que la aprehension se encaracole,
temple la gayta, y apareje el fole.


II

¿Ello ha de ser? Pues manos á la obra,
pongo papel en mesa, y pluma en ristre:
todo à la vela está, todo de sobra,
no hay quien me turbe, enfade, ni registre.
Ahora bien, con quietud y sin zozobra,
expresiones al cálamo ministre
la chola con alguna extravagancia,
fresca del tiempo, y al asunto rancia.


III

Córto la pluma: doy una palmada
en mi rugosa dilatada frente:
atusome la greña mal peinada:
nada discurro: déjolo impaciente:
vuelvo segunda vez á la estacada,
tomo un polvo, y me asaltan de repente
entusiasmos de un Sueño, en cuyo empeño
dejando de dormir, me rindo al Sueño.


IV

¡Bravamente ha salido el conceptillo!
Lo pudiera lucir en un Poema;
y luego me dirán, que es blanco el Grillo;
pues vamos adelante, y valga flema.
Ya he cebado el fogón, y alcé el gatillo,
polvora es el capricho, blanco el tema,
y dispuesta la idea en el encaro,
ninguno se me oponga, que disparo.


V

Yo no he de andar en el comun debate
de invocar à las Musas, ni lo esperen,
que tienen un capricho botarate,
son feminas, y quieren quando quieren.
Para decir mal dicho un disparate
me sobran las especies que sugieren
quantos (gongoricemos) à montones
esquinas entapizan papelones.


VI


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8 págs. / 14 minutos / 86 visitas.

Publicado el 20 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Jándalo

José María de Pereda


Poesía


I

Después que lanza el invierno
el penúltimo suspiro,
y cuando montes y peñas
de este rincón bendecido
sobre campo de esmeralda
pardos levantan los picos,
y más clara el agua corre,
y en sus cauces van los ríos,
llega el espléndido mayo
sobre las auras mecido,
despejando el horizonte
y aliviando reumatismos;
tras de mayo viene junio,
como siempre ha sucedido,
y San Juan, según el orden
que va siguiendo hace siglos,
antes que junio se acabe
da al pueblo su día magnífico.
Todo lo cual significa,
para evitar laberintos,
que en San Juan vienen los jándalos
y que entonces vino el mío.

Ya tocaba en el ocaso
del sol el fúlgido disco,
y sobre el campo cayendo
leves gotas de rocío,
daban vida á los maizales
y al retoño ya marchito,
cuando en la loma de un cerro
á cierto lugar vecino,
cuyo nombre no hace al caso,
y por eso no le cito,
un jinete apareció
sobre indefinible bicho,
pues desde el lomo á los pechos
y desde el rabo al hocico,
llevaba más alamares
que sustos pasa un marido.
Todo un curro era el jinete,
á juzgar por su trapío:
faja negra, calañés
y sobre la faja un cinto
con municiones de caza,
pantalón ajustadísimo,
marsellés con más colores
que la túnica de un chino,
y una escopeta, al arzón
unida por verde cinto.

Al ver entre matorrales
destacarse y entre espinos
el escueto campanario,
de su hogar místico abrigo,
detuvo la lenta marcha
del engalanado bicho,
descubrióse la cabeza,
exhaló tierno suspiro,
meditó algunos instantes …
y continuó su camino.


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5 págs. / 9 minutos / 63 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Primavera

José María de Pereda


Poesía


Deja, Fabio, esa lira
que tanto te recrea,
ó aprende lo que ignoras
y canta lo que aprendas.
Basta de idilios tiernos,
basta de dulces églogas;
no más pastores, Fabio;
Fabio, no más praderas.
Yo quise entre los rústicos
paisajes de mi tierra
buscar de tus cantares
la realidad perfecta;
y ¡ay, Fabio!, tú no has visto
jamás la primavera.
Tú no has pisado el «campo
de terciopelo y seda»;
ni respiraste el «fresco
cefirillo que juega
de los sombríos bosques
con la enrramada espesa»;
ni la cascada viste
que «rauda se despeña
en el profundo abismo
desde la altura inmensa»;
ni «matizadas flores»
cojiste entre la yerba,
ni oístes el «murmullo
del que manso la riega,
arroyo cristalino
do beben las Napeas
y encuentran las pastoras
cristal que les refleja
de sus cabellos de oro
las ondulantes hebras»;
ni el trino has escuchado
de «mil y mil parleras,
pintadas avecillas,
de las de arpada lengua,
entre el follaje verde
de misteriosa selva»;
ni vistes el cabrito
«triscar la mata fresca,
trepar de roca en roca
la tímida gacela,
ni sobre el fácil soto
rumiar la mansa oveja»,
ni, en fin, esos primores
que describir intentas
en las limadas coplas
que, tierno, canturreas.
Tu campo es un tapete,
tus bosques son macetas,
tus flores, inodoras,
tus cefirillos, hielan;
de trapo son tus ninfas,
tus pastores, horteras,
gorriones tus jilgueros;
y tu cascada horrenda,
del carcomido techo
que á tu numen alberga,
por más que la levantes
es húmeda gotera.


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4 págs. / 7 minutos / 62 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Santa

Juan Valera


Cuento, poesía


El rey de Anga, Lomapad glorioso,
A un brahmán ofendió, no dando en premio
De un sacrificio lo que dar debiera.
Irritados entonces los brahmanes,
Salieron todos de su reino: el humo
Del holocausto al cielo no subía;
Indra negaba la fecunda lluvia,
Y la miseria al pueblo devoraba.
Lomapad, consternado, saber quiso
El parecer de los varones doctos,
Y los llamó a consejo, y preguntoles
Qué medio hallaban de aplacar la ira
Del Dios que lanza el rayo y amontona
En el cielo del agua los raudales.
Mil sentencias se dieron; mas al cabo
El más prudente de los sabios dijo:
—Escucha ¡oh rey! mientras brahman no haya
Que sacrificio en este suelo ofrezca,
Indra no saciará la sed abriendo
El líquido tesoro de las nubes.
Los brahmanes, movidos del enojo,
Al sacrificio no se prestan. Oye
Para cumplir el venerando rito
Cómo hallar sólo sacerdote puedes.
En la fértil orilla del Kausiki,
En lo esquivo y recóndito del bosque,
Del trato humano lejos, su vivienda
Vinfandák tiene, el hijo de Kasyapa,
Brahman austero y penitente. Vive
En el yermo con él su único hijo,
El piadoso mancebo Risyaringa.
No vio a más hombre que a su padre nunca;
Sólo frutos silvestres, hierbas sólo
Y licor sólo que entre rocas mana,
Alimento le dieron y bebida.
Tan inocente y puro es el mancebo,
Que de lo qué es mujer no tiene idea.
Manda, pues, rey, que una doncella hermosa
Vaya al bosque, le hable, y con hechizos
De amor, cautivo a la ciudad le traiga.
No bien sus pies en tus sedientos campos
La huella estampen, no lo dudes, Indra
Dará propicio el suspirado riego.
Así habló el sabio, y su atinado aviso
Agradó mucho al rey.


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3 págs. / 6 minutos / 49 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Épodas

Horacio


Poesía


I. A MECENAS

¿Irás en los bajeles liburnos, amigo Mecenas, entre las altas fortalezas de las naves, resuelto a afrontar todos los peligros del César? ¡Ah!, ¿qué será de mí, a quien la existencia parece tan grata mientras vives, como le sería insoportable con tu muerte? ¿Habré de obedecer y condenarme a una quietud que únicamente me agrada en tu compañía, o temes acaso que no pueda sobrellevar las fatigas de la guerra con el ánimo que conviene a los fuertes varones? Las soportaré y te seguiré con pecho animoso por las cumbres de los Alpes, del Cáucaso inhospitalario y las últimas comarcas de Occidente.

¿Me preguntas cómo yo tan débil y apocado he de ayudar tus esfuerzos con los míos? Acompañándote será menos mi temor, que siempre acobarda más a los ausentes, así el ave que cobija a sus tiernos polluelos recelosa del ataque de la serpiente, teme mucho más cuando los abandona, aunque su presencia no les sirva de auxilio.

Con el mayor gozo iría a esta y otras campañas sólo en la esperanza de complacerte, y no por aumentar las parejas de bueyes uncidas a mis arados relucientes, ni porque mis rebaños, al amenazar el estío, truequen los de Calabria por los pastos lucanos, ni para que mi granja se extienda hasta tocar las murallas de la elevada Túsculo. Bastante me ha enriquecido tu liberalidad a manos llenas. Jamás codiciaré tesoros que esconda en la tierra, como el avaro Cremes, o que disipe como un joven manirroto.

II. ALABANZA DE LA VIDA CAMPESTRE

Dichoso el que alejado de los negocios y libre de toda usura, como los primitivos mortales, trabaja los paternos campos con bueyes de su propiedad; ni le despierta en el campamento el aviso de la cruel trompeta, ni le intimidan las borrascas del iracundo mar, y evita por igual los pleitos del foro que los soberbios umbrales de los ciudadanos poderosos.


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15 págs. / 27 minutos / 243 visitas.

Publicado el 14 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

Odas

Horacio


Poesía


LIBRO I

I. A MECENAS

Mecenas, descendiente de antiguos reyes, refugio y dulce amor mío, hay muchos a quienes regocija levantar nubes de polvo en la olímpica carrera, evitando rozar la meta con las fervientes ruedas, y la palma gloriosa los iguala a los dioses que dominan el orbe.

Éste se siente feliz si la turba de volubles ciudadanos le ensalza a los supremos honores; aquel, si amontona en su granero espacioso el trigo que se recoge en las eras de Libia.

El que se afana en desbrozar con el escardillo los campos que heredó de sus padres, aun ofreciéndole los tesoros de Átalo, no se resolverá, como tímido navegante, a la travesía del mar de Mirtos en la vela de Chipre.

El mercader, asustado por las luchas del Ábrego con las olas de Icaria, alaba el sosiego y los campos de su pais natal; mas poco dispuesto a soportar los rigores de la pobreza, recompone luego sus barcos destrozados.

No falta quien se regala con las copas del añejo Másico, y pasa gran parte del día, ora tendido a la fresca sombra de los árboles, ora cabe la fuente de cristalino raudal.

A muchos entusiasma el clamor de los campamentos, los sones mezclados del clarín y la trompeta, y las guerras aborrecidas de las madres.

El cazador, olvidado de su tierna esposa, sufre de noche las inclemencias del frío, y persigue la tímida cierva con la traílla de fieles sabuesos, o acosa al jabalí marso que destroza las tendidas redes.

La hiedra que ciñe las sienes de los doctos me aproxima a los dioses inmortales; la fría espesura de los bosques y las alegres danzas de las Ninfas con los Sátiros me apartan del vulgo, y si Euterpe no me niega su flauta, si Polihimnia me consiente pulsar la cítara de Lesbos, y tú me colocas entre los poetas líricos, tocaré con mi elevada frente las estrellas.


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Dominio público
73 págs. / 2 horas, 9 minutos / 325 visitas.

Publicado el 14 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

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