Textos favoritos publicados por Edu Robsy | pág. 117

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editor: Edu Robsy


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Dafnis y Cloe

Longo


Novela


Proemio

Cazando en Lesbos, en un bosque consagrado a las Ninfas, vi lo más lindo que vi jamás: imágenes pintadas, historia de amores. El soto, por cierto, era hermoso, florido, bien regado y con mucha arboleda. Una sola fuente alimentaba árboles y flores; pero la pintura era más deleitable que lo demás: de hábil mano y de asunto amoroso. Así es que no pocos forasteros acudían allí, atraídos por la fama, a dar culto a las Ninfas y a ver la pintura. Parecíanse en ella mujeres de parto, otras que envolvían en pañales a los abandonados pequeñuelos, cabras y ovejas que les daban de mamar, pastores que de ellos cuidaban, mancebos y rapazas que andaban enamorándose, correría de ladrones y algarada de enemigos.

Otras mil cosas, y todas de amor, contemplé allí con tanto pasmo, que me entró deseo de ponerlas por escrito; y habiendo buscado a alguien que me explicase bien la pintura, compuse estos cuatro libros, que consagro al Amor, a las Ninfas y a Pan, esperando que mi trabajo ha de ser grato a todos los hombres, porque sanará al enfermo, mitigará las penas del triste, recordará de amor al que ya amó y enseñará el amor al que no ha amado nunca; pues nadie se libertó hasta ahora de amar, ni ha de libertarse en lo futuro, mientras hubiere beldad y ojos que la miren. Concédanos el Numen que nosotros mismos atinemos otros.

Libro primero

Ciudad de Lesbos es Mitilene, grande y hermosa. La parten canales, por donde entra y corre la mar, y la adornan puentes de lustrosa y blanca piedra. No semeja, a la vista, ciudad, sino grupo de islas. A unos doscientos estadios de Mitilene, cierto rico hombre poseía magnífica hacienda, montes abundantes de caza, fértiles sembrados, dehesas y colinas cubiertas de viñedo: todo junto a la mar, cuyas ondas besaban la arena menuda de la playa.


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82 págs. / 2 horas, 24 minutos / 293 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

¡Ay del Solo!

Carmen de Burgos


Cuento


Vae soli!

Eccles., cap. IV, v. 10.


Los veía todas las mañanas durante esos días otoñales en que el cielo de Madrid finge sonrisas de primavera; sentados frente al borde de las aceras, la larga fila de vendedores ambulantes se extendía á lo largo de la calle.

Antes de volver la esquina, en lo más ancho de la plazoleta, bajo los árboles casi desnudos que se desprendían lentamente de sus hojas, estaba el puesto de libros viejos, pretenciosamente alineados los de texto, encuadernados y voluminosos. Recordaban con su aspecto la ciencia adocenada y la mediocre burguesía de los catedráticos que los escribieron para rodar de mano en mano de una á otra generación de estudiantes, á los cuales se da todos los años patente de sabiduría por repetir de memoria unos renglones. Cerca de estos libros científicos se apilaban las novelas de folletín y de entregas, con las hojas grasientas ó rotas en su mayoría, y algunos ejemplares modernos, en cuyas anteportadas podían leerse las dedicatorias de inexpertos autores á tal cual crítico ó periodista.

Una mesilla de flores tristes y descoloridas, sobre las cuales caían como lágrimas de la Naturaleza las resecas hojas de los árboles, unía estas petrificaciones del pensamiento que repercute en las aulas de las universidades al kiosquillo donde se ofrecen los periódicos con su incitante olor de tinta fresca. Vuelto el recodo de la acera, las opulentas cestas de bellotas extremeñas, con su luciente cáscara de nogal bruñido, esparcían al sol sus tonos calientes, pareciendo alegrar con una evocación de montañas distantes a los cientos de pajarillos prisioneros dentro de sus jaulones, que revoloteaban mostrando el delicado plumón polícromo escondido debajo de las alas.


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4 págs. / 8 minutos / 108 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

Aroma de Pecado

Carmen de Burgos


Cuento


Sola, en la elegante habitación del hotel, se revolvía en el lecho, sin poderse dormir. Sus carnes producían rumor de raso al rozar contra las sábanas, y los encajes se quebraban á su contacto con acento de caricia.

Apretó el botón de la luz eléctrica y paseó una mirada investigadora por el cuarto. La cama se retrataba en la gran luna del armario, con su regia magnificencia. Sobre la chimenea jarrones de flores; en todas partes juguetes y bibelots; el tocador lleno de frascos y cajas de perfumes; los muebles rientes: chaise-longue, butaquitas coquetas, alfombras muelles y cojines. ¡Qué distante estaba aquella habitación de su severa alcoba de Madrid! Recordábala con su enorme lecho de nogal, sus sábanas planchadas, la colcha modesta, las escasas sillas y el reclinatorio de terciopelo. No había más muebles que esos y la mesa de noche con la botella del agua y el libro de devociones. Siempre, al tender la mirada en torno, halló los cuadros de mártires, de santos, la cara sufriente de una Dolorosa ó las llagas de un Crucificado. Ahora era su propia imagen la que se le ofrecía en los espejos múltiples.

Se alzó en el lecho, y dirigió la vista á la luna más próxima. ¿Era tan hermosa como se contemplaba? ¡Hacía tanto tiempo que no reparaba en su belleza! Suelto el negro cabello sobre los hombros, encendidas las mejillas, rojos los labios, brillantes las pupilas bajo su cortinaje de negras pestañas, con el seno amplío, la garganta firme y los brazos morenos, la luz arrancaba á sus carnes tonalidades plateadas. Por un momento sintió admiración, ternura hacia su pobre cuerpo, descuidado en prematura vejez, y estrechando dulcemente sus senos, bajó la cabeza y se besó los brazos...

¿Qué hacía? Dudó un momento. Después echóse atrás y saltó resuelta al suelo, para acercarse al espejo.


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Dominio público
11 págs. / 19 minutos / 172 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

Enrique Libre Pons No Irá al Paraíso

Arturo Robsy


Cuento


Enrique Libre Pons no irá al Paraíso. Así se ha decidido.

Sin equivocarnos, podríamos echar la culpa a sus muchos pecados. Amaba, por ejemplo, con fundir a las jovencitas retándolas a repetir, a toda velocidad, "del coro al caño y del caño al coro", en espera de que se les trabucase alguna vocal entre coro y caño y resultara una palabra contra la moral.

Daba extraños consejos a los amigos, siempre con aquel tono entre burlón e incitante de marginado social: "no pongas un solo cojín en la bandeja de tu coche —decía—: pon dos y bien grandes y hermosotes. Así, cuando pases por ahí la gente podrá comentar: ¡vaya dos cojines que tiene el tipo! Algo es algo, ¿no?"

Predicaba alegremente en el desierto y encontraba divertidas las angustias que a los hombres les calientan el vientre y les hacen sentir la infelicidad de su especie. A un amigo le dijo en cierta ocasión, a raíz de una historia morbosa que acababa de contarle: "si la vecina de enfrente duerme con las ventanas abiertas, ve al oculista o aprende a respetar la intimidad. Todos, bajo los vestidos o tras de las paredes, estamos igualmente desnudos. Pienso que existen más de mil novecientos millones de cosas como las que ves en tu vecina, por muy redonditas y tersas que te parezcan".

A principios de año jugaba a desanimar. "Año nuevo, vida nueva —explicaba—. Pero como tu vida no va a cambiar mientras no lo haga la de tu vecino, si de verdad te interesa ser otro, vivir de distinta manera, pertenecerte o ensayar una nueva forma de ser feliz, aléjate de él. Vete a los espacios libres. Hazte jipi (hippie) o vagabundo. ¿Por qué no? Y, si no te interesa, ya es otra cosa: no digas año nuevo, vida nueva".


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7 págs. / 12 minutos / 53 visitas.

Publicado el 6 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Si de Verdad Fuera el Hombre un Tipo Racional Compuesto de Alma y Cuerpo

Arturo Robsy


Cuento


¿Sí? Pero, bueno: es que, después de todo, ¿resulta que no es cierto que el hombre sea...? Verán, hasta el extremo de esta afirmación, no.

—¡Epa!

Alto ahí: antes de seguir adelante es preciso afirmar que no se estoy diciendo nada herético.

—Eso tendrá que demostrarlo.

Y lo haré. Creo que no existen dudas acerca de si el hombre está o no compuesto de cuerpo. Es —para los escépticos— esa especie de colcha blanca y pilosa que nos envuelve, eso que nos cuelga cuando nos sentamos en un sillón. Y para demostrar su existencia no hay más que acudir a un dentista o dejarnos escayolar una pierna. Es en estas manipulaciones cuando el cuerpo se nos hace gloriosamente presente.

Históricamente, los filósofos han negado, por turno, el conocimiento, la realidad, el espíritu y la esencia, pero ninguno, embutido en sus sesenta u ochenta quilos de músculos y adiposidades, se ha atrevido con la presencia (cómoda o ingrata) de su cuerpo.

Respecto al alma, las cosas aparecen menos claras. Nadie ignora que el alma, como elemento integrante de la Creación, ha tenido sus detractores y sus propagandistas. En todo caso puede que el alma no sea lo que unos afirman, ni deje de ser lo que otros niegan. Su presencia, en cambio, se advierte en las manifestaciones humanas y éste sí es un hecho a tener en cuenta.

A los muy convencidos les diré que si el alma está tras un taco de su dueño, tras una calumnia, tras una estafa, tras una mentira o tras un eructo, se trata de un espíritu bastante cochino que ha sido injustamente ensalzado.


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7 págs. / 13 minutos / 63 visitas.

Publicado el 21 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Retrato de Navidad

Arturo Robsy


Cuento


(A las tantas de la tarde del día veinticuatro o día de Nochebuena. Por las calles húmedas viene y va la gente. "Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad". "Dame la bota, María, que me voy a emborrachar". "Y al Niño recién nacido los pañales le han robado". Esta gente es, según su piel, blanca, sonrosada y atezada. Según su vestido, gris, negra, verde, ocre, marrón y azul. Según su pelo, negra, dorada, roja y marrón. Y, así, todos los colores acaban por cernerse sobre cada persona, según sus ojos, sus uñas, sus ilusiones y sus miserias).

Por estas calles sin cielo (porque el cielo amenaza lluvia y ruina de alegrías) los amigos catalogan escaparates y jovencitas; aspiran con glotonería el olor a refrito que sube de las bodegas y que revolotea en torno a los bares; hablan de Navidades ya desvanecidas donde hubo aventuras, trasnochos vinosos y canciones que tiritaban en el alba fría.

A esos amigos me acerco precisamente. Mañana tal vez necesitarán tisanas para despejar las ideas, pero hoy, en mitad de la tarde que termina, están lúcidos y poseen todos los rincones de sus ilustres cabezas.

—Encuesta Pública: ¿Qué es la Navidad? —pregunto.

—Págate un vino y tendrás respuestas.

(Así pues, bajamos al calorcillo de una bodega y nos instalamos en mitad de ese tufo a gente, de los humos conjugados del aceite y del tabaco, y nos ponemos a beber a tragos cortos, que es como se bebe de verdad).

—La Navidad —me dice Miguel— es un pretexto.

—¿Para qué?

(Miguel abre los brazos como un viejo Cristo velazqueño).

—Para todo. Para bebe, como ahora nosotros. Para gastar. Para cantar. Para hacer regalos. Para alegrarse. Para vender...

(Vicente interviene sonriéndose para adentro).

—Hay una teoría: que se celebra el nacimiento de un Dios, del Dios Hijo. Pero sólo es una teoría.

—¿Por qué? —vuelo a preguntar.


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8 págs. / 14 minutos / 62 visitas.

Publicado el 7 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

El Hombre que No Hacía Sombra

Arturo Robsy


Cuento


El sol es un astro enteramente neutral, al menos, eso dicen los astrónomos: todo lo más tiene unas ridículas manchitas y períodos de turbulencia cada once años: nada que le pueda comprometer. Los griegos, sin embargo, pensaban de otra modo: Apolo, que conducía el carro del sol, también lanzaba las flechas de la peste y, en ocasiones, se enfadaba como un demonio y era de temer. Los griegos era un pueblo observador. No diré que tuvieran razón, no, pero sí ojo clínico y talento para explicar las cosas en lugar de hacerse telescopios. Cerebros de primer orden estos griegos.

Mi experiencia es más reducida. Yo viene al mundo con un pan debajo del brazo, pero, una vez que me lo hube terminado, tuve que espabilarme para continuar en la brecha. Verán: la humanidad es variopinta (como dice un poeta que rima Francia con fragancia) y tú cuando naces, es como si te sometieras a un sorteo. O, al revés, quienes acuden a la rifa son tus padres. Naces rubio y las cosas van bien; naces moreno o alto o delgado o fornido, o listo o matemático, o atleta, o guapo y tampoco tienes que preguntarte: las cosas siguen bien. Pero también hay otros aspectos y puedes emerger cojo, o tuerto, o enano, o místico, o poeta, o jorobado, o estrábico, o zoquete, o ambiguo, y, entonces, da lo mismo que te preocupes o no: las cosas van pésimas y no tienen solución. ¿Comprenden el juguete? Son asuntos de la Naturaleza y la Naturaleza es sabia. Nosotros, no, ya que no conseguimos entenderla. En todo caso, los perfectos aman la perfección. Y los imperfectos también si les dejan los otros. Los griegos, los espartanos, vuelven a ser ejemplo por aquel viejo asunto del Taigeto, por donde despeñan a todo quisque que no nacía en perfecto estado de revista.


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5 págs. / 9 minutos / 65 visitas.

Publicado el 9 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Aquel que Era Patriota y No Entendía ni Torta

Arturo Robsy


Cuento


«Vale más dominar un mercado que disponer de una fábrica». Guglielmo Tagliacarne.


—¿Cuándo hemos estado mejor que ahora? —me decía aquel que era patriota y no entendía ni torta.

—Nunca.

—¡Ajá! —exclamaba satisfecho—. ¿Y cuándo hemos tenido tanta riqueza?

—Nunca fueron tan ricos los ricos y los pobres.

—¿Cómo? Un pobre de nuestros días vive mil veces mejor que Creso o Midas.

—Desde luego: ni Creso ni Midas se paseaban en autobús o pagaban el recibo de la luz.

Mi conocido, el falso patriota, se hincha como un balón y me mira sonriente, consciente de haberme demostrado ya las ventajas de nuestro tiempo. Compone con las manos un gesto de "¿se-puede-pedir-mas?" y me convida a tabaco.

—Los jóvenes —me dice con paternal confianza— no habéis conocido malos tiempos. No, no me refiero a la guerra...

(¡Menos mal! —pienso— ¡Menos mal!)

—Con hambre los problemas son mayores. Nada hay peor que un padre de familia que no tiene trabajo, porque no lo hay. Vosotros ya habéis vivido en la época de la abundancia y no recordáis las cartillas de racionamiento que tuvisteis de pequeños.

—No hay nada de malo en eso.

—Claro que no; claro que no —se repite para darme a entender que simpatiza con los jóvenes—. Yo creo en la juventud.

(¡Ay! Lo dice igual que cuando afirma creer en Dios, en el Mercado Común y en la Resurrección de la Carne. Nada hay peor que un hombre que cree en demasiadas cosas y no tiene tiempo para comprender ninguna).

—Sois —explica— nobles, abnegados, románticos. Os bullen las ilusiones y estáis dispuestos a sacrificaros por una buena causa. Idealistas: eso es.

(Continúa, pues, acumulando tópicos).

—Entonces...

—Nada... Salvo que, como no habéis conocido otros tiempos, os es muy fácil criticar a la ligera.


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4 págs. / 8 minutos / 79 visitas.

Publicado el 26 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

A la Medida

Arturo Robsy


Cuento


Desde Pirandello nadie se extraña de que los personajes de una supuesta ficción tengan vida propia. Desde Pirandello —repito— estamos acostumbrados a verlos vagar de escenario en escenario, a tropezárnoslos en las colas del cine o el autobús y a mezclar con los suyos nuestros problemas de hombres reales (por más irreal, demencial y absurda que sea nuestra existencia).

Mas antiguamente sucedía esto también, pero la gente no estaba dispuesta a admitirlo. Nadie tan vivo, tan de todos los días, como Hamlet (hijo de Shakespeare), como Sancho (de Cervantes), como Segismundo (de Calderón), como el doctor Fausto (de Goethe) sólo que Hamlet y Sancho, Segismundo y Fausto están vivos aún; todavía se les encuentra uno en las calles... Mientras que Shakespeare y Cervantes y Calderón y Goethe murieron hace mucho.

Que la obra sobrevive a su autor es cosa demostrada: viven las pirámides y no los faraones. Vive el Partenón y no Fidias. Vive el Moisés y no Miguel Ángel...

Con este prólogo por delante nadie quedará sorprendido por la historia que sigue, y mucho menos si está acostumbrado a las fantásticas noticias, a los monolíticos camelo que prensa, radio y televisión sirven, bien cocinaditos y sazonados, al público en general.

Allá por 1971, cuando todavía escribía por escribir (y no como ahora, que lo hago para enriquecerme), parí una historia que dejé inconclusa por una u otra razón. El cuento en sí quizá se merecía este tratamiento.

Tras los cuatro primeros folios perdí interés por el tema y lo abandoné sin preocuparme más. Preferí cambiarlo por un buen libro de Dino Buzzatti (maestro de cuentistas) y olvidarlo a continuación.

El argumento, hasta donde llegué, venía a ser el siguiente: en un dormitorio de muebles de castaño despiertan un hombre y una mujer.. Primero uno y luego otro, para dar tiempo a que el escritor los retrate con todo lujo de detalles.


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7 págs. / 13 minutos / 260 visitas.

Publicado el 4 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

¡Esta noche es Noche Buena!

Arturo Robsy


Cuento


Él acaba de llegar. Ha abierto la puerta, que chirría débilmente, y ha dejado caer el fardelillo con la ropa, pobre ropa de faena, sobre la silla. De la cocina le llega la voz de María:

—¿Eres tú, Pedro?

¡Estas mujeres! Él ya no hace mucho caso de esas preguntas que son una costumbre irremediable: ¿Eres tú? ¿A qué hora te levantarás mañana? ¡Como si él pudiera elegirla! Todos los días, María, todos los días igual: a las seis menos cuarto el despertar y a las seis, en el bar, a tomar el cafelito y, si entra, la copichuela de cazalla para entibiar el cuerpo congelado y somnoliento. ¿Es que, acaso, hay elección, María?

Pero, claro, ellos ya no hablan de estas cosas: se las saben demasiado bien para querer explicarlas de nuevo. Por eso, Pedro ha dicho solamente "Hola", y se ha ido al cuartucho que les sirve de baño a quitarse tanta mugre y tierra como ha acumulado en la jornada. El mismo pelo lleva blanco de chispas de polvo. Y la piel renegrida, con la tierra y el cemento pegados al sudor, porque Pedro es albañil; bueno, un poco menos: Pedro es un peón y, ahí, no está de Dios que salga.

Se lava. Se frota bien con el jabón gordo y se restriega con la toalla que sirve para eso exclusivamente: para enrojecerle el cuero cada noche, cuando ha terminado. También se echa algo de colonia en los sobacos, de esa colonia que vendían, por garrafas, en una baratura: hace ya tres años.

La mujer entonces le tiene ya lista la cena. Humean los platos y llenan la habitación de un calorcillo de hogar que recuerda aquellas otras cenas, de niños, con papá y mamá, cuando se guardaba silencio en la mesa y el padre, al acabar, encendía parsimoniosamente el pitillo recién liado y gruñía tristemente: ¿Os ha gustado la comida, niños?


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6 págs. / 11 minutos / 46 visitas.

Publicado el 10 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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