Textos más populares esta semana publicados por Edu Robsy publicados el 1 de noviembre de 2020

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editor: Edu Robsy fecha: 01-11-2020


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¿A Dónde Vas?

Rafael Delgado


Cuento


Declina el sol, y al hundirse detrás de la vasta cordillera, baña en oro las cumbres del Citlaltépetl y arrastra en llanuras y dehesas su manto de púrpura.

Fatigados y lentos vuelven los toros del abrevadero, y el zagal, recogida la honda, sigue de lo lejos a las reses.

Humea la choza, humea, y hermosa columna de humo azuloso y fragante, sube y se difunde en el espacio por sobre los ramajes enflorecidos.

¡Espléndida tarde! La última de mayo. ¡Espléndido crepúsculo! ¡Cuán alegre la música del pueblo alado! ¡Qué grato el aroma de las flores campesinas! Abren las maravillas sus corolas de raso al soplo del viento vespertino, y resuena en el barranco la voz tremenda de Albano.

Allá —en el fondo del valle —Pluviosilla— la túrrida Pluviosilla—, parece arder incendiada por los últimos fuegos del sol, y nube de grana y oro, con reflejos de gigantesca hornaza, anuncia ardiente día y viento abrasador.

En las regiones de Oriente, en piélagos de ópalo, vagan esquifes de plata con velas rosadas y cordajes de color de lila.

Paso a paso, en una yegua retinta, avanza por la vereda el buen Andrés. El mozo garrido piensa en las lluvias que aún no vienen; en el cafetal agostado y marchito por los calores de mayo; en la nívea floración, que, a las primeras aguas, será como níveo plumaje entre las frondas de los cafetos, cuando el izote, erguido como un cocotero, dé a los vientos, entre las recias púas, su ramillete de alabastro. Piensa en el fruto rojo, en la cosecha pingüe, en la venta oportuna y al contado, en los días alegres de diciembre y enero, en la fiesta nupcial, en la boda ruidosa, y en su amada, soberbia campesina de ojos negros, en cuyas pupilas centellean todas las estrellas del cielo.

Y dice para sí:


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Misa de Madrugada

Rafael Delgado


Cuento


Al Sr. Pbro. D. Juan María de la Bandera

I

El reloj de la Basílica dió las tres. Y luego, en la alcoba inmediata, el «cucú» del P. Rector las dió también, como repitiendo la hora, y a poco el achacoso y cascado péndulo del dormitorio lanzó metálico ronquido, y, tras un ruido de leves campanillas, murmuró: ¡tin! ¡tin! ¡tin!

La llamita blanca de la veladora chisporroteaba vacilante y próxima a extinguirse. Agonizaba. De cuando en cuando, como si quisiera agotar las pocas fuerzas que le quedaban, ardía con luces juveniles, languidecía casi hasta apagarse, y estallaba después en azulados medrosos relámpagos que parecían aumentar la intensidad de las sombras dando a los objetos, principalmente, a la cajonera monumental —verdadera cómoda de sacristía— aspectos extraños y terríficos.

La igualdad de los muebles, la colocación simétrica de las camas, alineadas a cada lado contra los muros, la desnudez helada de éstos, la vaga claridad lunar que trabajosamente entraba por los vidrios empañados y rotos de las ventanas, daban al salón mucho de la pavorosa tristeza que tienen las salas de los hospitales.

Cuando se reanimaba la veladora percibía yo desde mi lecho el gran cuadro de la Guadalupana, protectora del dormitorio y del colegio, antiquísimo cuadro, de marco plateresco, curioso patrocinio en el cual estaban retratados el Arzobispo Núñez de Haro y el Canónigo Belle y Cisneros.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Margarita

Rafael Delgado


Cuento


Al Sr. Lic. Don Ignacio Pérez Salazar

No me atrevo a decir que ella fué causa de todo. Acaso la buena señora tuvo razón. Era madre y debía alejar a sus hijos de todo peligro. Pero ello es que la muchacha fué a dar, mediante la aprobación del Cura, y gracias a sus buenas relaciones y a su prudente influjo, a la casa del señor Lic. don Marcelino de Aguayo, persona cristianísima, de mediana edad, riquillo, muy acreditado en el foro, bien reputado en el pueblo, casado y… sin hijos!

El Cura vió claramente en el asunto, y le dijo a doña Carlota:

—¿Lo has pensado bien, hija mía? Diez años lleva esa criatura a tu lado; de ti ha recibido piadosa educación, y si tú has visto hasta hoy a Margarita como a hija tuya, ella —que es buena, dulce—, te ama y te respeta como si te debiera la vida. Tienes razón, sí que la tienes, y yo soy el primero en concedértela. Tus hijos van siendo grandes, y son unos chicos simpáticos y listos. Paco tiene ocho años (¡cómo pasa el tiempo! no parece sino que ayer fué el bautizo!) y quien no lo sepa creerá que tiene catorce; Eduardito tiene doce, y quien por primera vez le vea y le trate, dirá, no lo dudes, que tiene más de quince. Son excelentes muchachos, excelentes, hija. ¡Dios te ha bendecido en ellos! No creo, como tú, que el peligro sea inminente… Todo depende de la manera como los eduques, y del modo como dirijas tu casa…

—Sí, Padre; pero… recuerde usted lo que pasó con la muchacha aquella a quien con tanto cariño acogieron en la casa de don Prudencio López… usted sabe en que paró todo. Un matrimonio desigual —¡y, démonos de santos!— puso término a la aventura y al escándalo… Alfonso merecía otra mujer…


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Asesinato de Palma-Sola

Rafael Delgado


Cuento


(Histórico)

Al Sr. Lic. D. José López-Portillo y Rojas

Cuando el Juez se disponía a tomar el portante y sombrero en mano buscaba por los rincones el bastón de carey y puño de oro, el Secretario —un viejo larguirucho, amojamado y cetrino, de nariz aguileña, cejas increíbles, luenga barba y bigote dorado por el humo del tabaco— dejó su asiento, y con la pluma en la oreja y las gafas subidas en la frente, se acercó trayendo un legajo.

—Hágame Ud. favor… ¡Un momentito!… Unas firmitas…

—¿Qué es ello? —respondió contrariado el jurisperito.

—Las diligencias aquellas del asesinato de Palma-Sola. Hay que sobreseer por falta de datos…

—Dios me lo perdone, amigo don Cosme; pero ese mozo a quien echamos a la calle tiene mala cara, muy mala cara! La viudita no es de malos bigotes, y…

—Sin embargo… ya usted vió!

—Sí, sí, vamos, deme Ud. una pluma.

Y el Juez tomó asiento, y lenta y pausadamente puso su muy respetable nombre y su elegante firma —un rasgo juvenil e imperioso— en la última foja del mamotreto, y en sendas tirillas otras tantas órdenes de libertad, diciendo, mientras el viejo aplanaba sobre ellas una hoja de papel secante:

—Ese crimen, como otros muchos, quedará sin castigo. Nuestra actividad ha sido inútil… En fin… ¿no dicen por ahí que donde la humana justicia queda burlada, otra más alta, para la cual no hay nada oculto, acusa, condena y castiga?

Don Cosme contestó con un gesto de duda y levantó los hombros como si dijera:

—¡Eso dicen!

—¿Hay algo más?

—No, señor.

—Pues, abur!

El secretario recogió tirillas y expedientes, arrellanóse en la poltrona y encendió un tuxteco.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Mi Única Mentira

Rafael Delgado


Cuento


A Enrique Hernández González

I

Aquello era todas las noches.

Apenas apagábamos la vela, principiaba el ruido, un ruidito leve, cauteloso, tímido, como el que haría un enano de Swift, que, a obscuras y de puntillas, explorase el terreno, temeroso de graves peligros. A lo que imagino, primero reconocía el campo, iba y venía, subía y bajaba, se paseaba a su gusto por todas partes, retozaba entre las jaboneras de mi lavabo, revolvía los papeles de mi humilde escritorio escolar, profanando las odas de Horacio y las églogas de Virgilio; se trepaba al «buró», y con toda claridad oía yo cerca de mí los pasos del audaz, el roce de sus uñas en la fosforera, en el libro y en el sonoro platillo de la palmatoria.

Una vez quise sorprenderle, y encendí rápidamente una cerilla: estaba encaramado en el extremo de la bujía, como un equilibrista japonés en lo alto de una pértiga de bambú.

Chiquitín como era, el molesto visitante me causaba miedo atroz. Sólo de pensar que, aprovechándose de mi sueño, iría a mi cama, se instalaría en las almohadas, saltaría a mi cabeza y arrastraría por mis labios aquella colita inestable y helada, me daba calofrío. Y héteme en vela, como escucha en vísperas de combate, conteniendo el aliento, atento el oído y abiertos los ojos para ver a mi osado enemigo. La imaginación me lo pintaba —tanto así le temía yo— colosal, horrible, hambriento, feroz como una tigre hostigada que ha perdido sus cachorros. En esta inquietud, nervioso, sobresaltado, asustadizo, pasaba yo dos o tres horas, mientras en el otro lecho dormía mi padre el sueño dulce y tranquilo que nunca falta a las personas de buena conciencia.

A la mañana olvidaba yo mis temores y recelos de la víspera, sin pensar durante el día en el ratoncillo aquel de nuestra alcoba, teatro de sus correrías.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Para Testar

Rafael Delgado


Cuento


Al Sr. Lic. Don Joaquín Baranda

I

El Dr. Fernández, levantándose y componiéndose las gafas, dió a uno de los jóvenes la receta que acababa de firmar, y éste la puso en manos de un lacayo que esperaba en la puerta.

—Estas enfermedades cardíacas, tan obscuras y tan misteriosas, son de las más traidoras.

Los cuatro mozos palidecieron.

El médico prosiguió:

—Paréceme que hemos llegado al principio… ¡del fin!… Debo ser franco: haría muy mal en no decir la verdad, y en fomentar en ustedes ilusiones y esperanzas que no deben abrigar. Mi pobre amigo no vivirá mucho… Vamos muy de prisa…

—Pero, Doctor… —repuso el más joven— con eso ¿quiere usted decirnos que ha llegado el momento de que papá haga testamento y de que dicte sus últimas disposiciones, y, en pocas palabras, de que se prepare para morir?

—¡Sí! —contestó tristemente el facultativo.

—Por mi parte… —exclamó el mayor—… no pienso ni en bienes ni en intereses. ¡Si no hace testamento, que no le haga! ¡No es necesario! Y así, como yo, piensan todos mis hermanos. ¿No es cierto?

—¡Sin duda! —dijo Luis.

—Pero un hombre de negocios, como el padre de ustedes, por bien arreglados que tenga los suyos, necesita dar instrucciones y debe dejar todo aclarado, a fin de que sus herederos no tropiecen mañana con dificultad alguna. Además: las creencias religiosas de don Ramón exigen que…

—¡Eso sí! —interrumpió Jorge—. En ellas hemos sido criados y educados. Los intereses terrenos poco importan; pero hay otros de tejas arriba…

—Está bien, Doctor no hablemos más; —dijo Alejandro—, pero ¿quién de los cuatro tendrá valor para decir a papá que debe arreglar sus asuntos, testar y prepararse para morir?

Los cuatro se miraron atónitos, llenos de lágrimas los ojos.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Retrato del Nene

Rafael Delgado


Cuento


A Ciro B. Ceballos


… «tu auras fait un crime? Un crime n’est pas bien difficil à faire, va, il suffit d’avoir du courage après le désir…»

MALLARME.
 

La muchacha era simpática, alegre, trabajadora y muy metidita en casa. Los vecinos, que eran muchos y muy curiosos, no la veían sino rara vez, al entrar o salir, cuando en el balcón, de mañanita, lavaba la jaula del canario, un canario muy bullicioso y cantador, o cuando regaba aquel rosal anémico y entristecido, cuyas flores primaverales eran cada año más y más pálidas y caducas.

Inés se pasaba el día cosiendo, cerca del anciano, o leyéndole los periódicos. Viejo empleado, pobre y con pocas economías, muy dado a la política, no podía vivir sin periódicos, sin el pasto diario de la chismosa gacetilla. Entretanto la tía, doña Carmen, andaba por la cocina o en otros domésticos quehaceres.

—¡Qué bonita muchacha! —decían todos—. ¡Qué hacendosa y qué buena!

Julio mismo no sabe cómo fué aquello. Jamás correspondió Inés a sus guiños ni a sus plácidas sonrisas de enamorado.

La chica se mostraba desdeñosa y casi casi despreciativa.

Él vió que la cosa no pegaba y dejó de pensar en ella.

Pero un día de fiesta, en marzo, a la sazón que charlaba en la esquina con dos o tres amigos, pasó Inés muy guapa y emperejilada, linda como un sol.

—¿A dónde irá? —díjose el mancebo, y siguió de lejos a la joven por calles y calles, hasta que la vió entrar en una casa de buen aspecto, allá por la Colonia de Guerrero, en una casa baja, cuyos dueños, a juzgar por el mueblaje de la sala, debían ser personas de cómodos y regulares recursos.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Amparo

Rafael Delgado


Cuento


A Eliézer Espinosa

I

El padre, muy honrado y trabajador, antiguo empleado de un ferrocarril, pereció, como tantos otros, en un descarrilamiento. La infeliz viuda, abandonada en extraña tierra, dolorida y delicada, buscó y halló trabajo en una fábrica de cigarros; mas débil por naturaleza no soportó mucho aquella tarea superior a sus fuerzas y se enfermó. La tisis, esa enfermedad de los pobres y de los miserables, le echó la garra con tanta crueldad que pronto la infeliz viuda, antes tan activa y diligente, comenzó a languidecer de tal manera, que era cosa de milagro cómo se sostenía y atendía a todo.

Sin embargo, como podía iba a la fábrica.

Después de aquella horrible desgracia, después de aquella horrible noche en que le entregaron el cadáver de su marido destrozado por la locomotora y despedazado en el hospital por los médicos, la viuda se gastó cuanto tenía. Pasados tres meses, la miseria y el hambre entraron en aquella casa y tomaron posesión de ella.

El jornal era corto, hubiera sido fácil duplicarlo, pero la viuda se veía obligada a trabajar poco. Las fuerzas le faltaban. La calentura y los sudores eran continuos.

—¡Esto acabará en breve! —decía tristemente, cuando algunas compañeras le indicaban remedios—. No es la enfermedad lo que mata, es la tristeza. ¿Qué será de mi hija si yo me muero? Yo… pronto me he de morir.

Vino la primavera, la estación de la vida, y la pobre enferma mejoró de salud; alivio de algunos días que pasó como una nube desvanecida por el viento.

A las cinco ya estaba en pie, preparando el desayuno o vistiendo a la niña, porque al irse tenía que dejarla en casa de unas vecinas, las cuales cuidaban de la chiquitina y la mandaban a la escuela.


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La Noche Triste

Rafael Delgado


Cuento


(1819)

Al Sr. Lic. D. Victoriano Salado Alvarez

I

Era el Sr. don Francisco de Hevia, Coronel del Regimiento de Castilla, un militar por extremo pundonoroso, valiente y ameritado, tan quisquilloso en las cosas del servicio, que pasaba por uno de los jefes más exigentes y terribles de cuantos sostenían en Nueva España los derechos de la corona de Carlos V.

Nunca risa placentera alegró aquel su rostro moreno, donde parecían unidos en simpático maridaje el ardor impetuoso del morisco y la férrea energía del castellano.

Distinguíale, por desgracia, altivo y colérico carácter, del cual se contaban horrores tamaños, y tales que a ellos atribuían muchos el que no hubiera alcanzado grados mayores en los Reales Ejércitos. Ni en formación ceñía espada —según fama—, por expresa prohibición de S. M. a causa de haber matado a un recluta, cierto día de parada en un arrebato de ira.

Era tan aseado que, al decir de sus asistentes, tenía tantas mudas de ropa blanca como días el año, y jamás, ni aun estando en guerra, se le vió en los vestidos la más leve mancha.

Cristiano viejo y rancio —como buen castellano— aunque un si es no es maleado por aquel liberalismo regalista, declamador y ardiente de la Junta de Aranjuez, que por boca de Quintana, y en proclamas escritas, a juicio de Capmany, en «estilo anfibio con vocabulario francés», desahogó sus opiniones histórico-políticas, nuestro Coronel, andaba muy extraviado en lo que loca a fueros eclesiásticos, no embargante lo cual cumplía casi de diario con sus deberes religiosos, como si le hubiesen estado prescriptos y ampliamente precisados en la Ordenanza.


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Justicia Popular

Rafael Delgado


Cuento


A Erasmo Castellanos

Son las diez de la mañana y el sol quema, abrasa en el valle. Llueve fuego en la rambla del cercano río, y la calina principia a extender sus velos en la llanura y envuelve en gasas las montañas. Ni el vientecillo más leve mueve las frondas. Zumba la «chicharra» en las espesuras, y el «carpintero» golpea el duro tronco de las ceibas. En las arenas diamantinas de la ribera centellea el sol, y en pintoresca ronda un enjambre de mariposas de mil colores, busca en los charcos humedad y frescura.

El bosque de «huarumbos», de higueras bravías, de sonantes bananeros y de floridos «jonotes», convida al reposo, y las orquídeas de aroma matinal embalsaman el ambiente.

En el cafetal sombrío, húmedo y fresco, todo es bullicio y algazara, ruido de follajes, risas juveniles, canciones dichas entre dientes, carcajadas festivas.

Temprano empezó el corte, y buena parte del plantío quedó despojado de sus frutos purpúreos.

Límite del cafetal es un riachuelo de pocas y límpidas aguas, protegido por un toldo de pasionarias silvestres que de un lado al otro extienden sus guías y forman tupidísima red florida, entre la cual cuelgan sus maduros globos las nectáreas granadas campesinas. En las pozas, bajo los «cacaos», media docena de chicos, caña en mano, y el rostro radiante de alegría, pescan regocijados. Cada pececillo que cae en el anzuelo merece un saludo. En tanto, en el cafetal sigue el trabajo, se enreda la conversación entre mozas y mozos, y en los cestos sube hasta desbordarse la roja cereza.

Cuando calla la gente en la espesura, y los granujas, atentos a la pesca, se están quedos, resuena allá a lo lejos sordo ruido, el golpe acompasado de los majadores: ¡tan! ¡tan! ¡tan!


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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