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editor: Edu Robsy fecha: 05-03-2017 contiene: 'u'


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El Filo de la Noche

Rudyard Kipling


Cuento


¡Ah! ¿De qué sirve el giro clásico
o la palabra precisa,
ante la fuerza del hecho,
contado sin amañar?

¿Qué es el Arte que plasmamos
en pintura, rima y prosa
ante a la Naturaleza bruta
que mil veces nos derrota?

—¡ Eh! ¡Eh! ¡Contén a tus caballos! ¡Detente!… ¡Bien! ¡Bien! —Un hombre enjuto, con un abrigo forrado de marta, saltó de un vehículo privado, impidiéndome el paso camino de Pall Mall—. ¿No me conoces? Es comprensible. Apenas llevaba nada encima la última vez que nos vimos… en Sudáfrica.

Cayeron las escamas de mis ojos y lo vi con una camisa militar de color azul claro, tras un alambre de espino, entre los prisioneros holandeses que se lavaban en Simonstown, hace más de doce años.

—Pero ¡si eres Zigler…! ¡Laughton O. Zigler! —exclamé—. ¡Cuánto me alegro de verte!

—¡Por favor! No malgastes tu inglés conmigo. «Cuánto me alegro de verte… y bla, bla, bla». ¿Vives aquí?

—No, he venido a comprar provisiones.

—En ese caso, sube a mi automóvil. ¿Adónde vas?… ¡Sí, los conozco! Mi querido lord Marshalton es uno de los directores. Piggott, llévanos a la Cooperativa de Suministros Navales y Militares, S. L., en Victoria Street, Westminster.

Se acomodó en los mullidos asientos neumáticos color paloma y su sonrisa fue como si todas las luces se encendieran de pronto. Tenía los dientes más blancos que los accesorios de marfil del coche. Olía a un jabón extraño y a cigarrillos, los mismos que me ofreció de una pitillera dorada con un encendedor automático. En mi lado del coche había un espejo con marco de oro, una baraja y un estuche de tocador. Lo miré con aire inquisitivo.


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21 págs. / 36 minutos / 79 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Rickshaw Fantasma

Rudyard Kipling


Cuento


No turben mi reposo malos sueños,
ni me asedien las Fuerzas de lo Oscuro.

Himno vespertino

Una de las pocas ventajas que tiene la India sobre Inglaterra es su mayor familiaridad. Al cabo de cinco años de servicio un hombre conoce directa o indirectamente a doscientos o trescientos funcionarios de su provincia, las cantinas de diez o doce regimientos y baterías, y cerca de mil quinientas personas ajenas a la casta funcionarial. En diez años puede haber duplicado su número de conocidos, y en veinte tener conocimiento o amistad con todos los ciudadanos ingleses del Imperio y viajar a cualquier destino sin pagar facturas de hotel.

Algunos trotamundos para quienes la diversión es un derecho han ido borrando esta calidez de trato incluso en mi memoria, pese a lo cual las casas todavía siguen abiertas a todo aquel que pertenezca al círculo íntimo, siempre y cuando no sea un zafio o una oveja negra, y nuestra pequeña comunidad es muy, pero que muy amable y servicial.

Rickett, de Kamartha, se alojaba con Polder, de Kumaon, hará cosa de quince años. Pensaba pasar dos noches con él, mas cayó enfermo de fiebres reumáticas y por espacio de seis semanas desorganizó el establecimiento de Polder, impidió trabajar a Polder y a punto estuvo de morir en el dormitorio de Polder. Polder aún hoy se comporta como si hubiera contraído una importante deuda con Rickett, y todos los años envía a los pequeños de la familia Rickett un paquete con regalos y juguetes. En todas partes sucede lo mismo. Hombres que no se toman la molestia de ocultar que a uno le tienen por un zopenco inútil, y mujeres que mancillan la reputación de uno y no comprenden las diversiones de su esposa, se dejarán la piel por uno si cae enfermo o se ve en graves problemas.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Valle de la Luna

Jack London


Novela


LIBRO PRIMERO

I

—¿Escuchas, Saxon? Ven aquí. ¿Y qué sucedería si fuesen los albañiles? Allí tengo amigos que son verdaderos caballeros, al igual que tú. Vendrá la banda de Al Vista, y ya sabes que toca como el cielo. Y sobre todo a ti te gustará, que bailas…

Muy cerca de ellas, una mujer corpulenta y madura cortó las insinuaciones de la muchacha. Era una mujer de espaldas móviles, abultadas y deformes, y comenzó a agitarse convulsivamente.

—¡Dios! —gritó—. ¡Oh, Dios!

Echaba miradas salvajes hacia los costados de la habitación de paredes descoloridas, llena de calor y muy sofocante por el vapor que se escapaba de las telas mojadas, que eran alisadas por las planchas encendidas, manejadas por numerosas mujeres. Parecía un animal acorralado. Las rápidas miradas de sus compañeras de labor se clavaron en ella. Hasta ese instante habían agitado firmemente los hierros a bastante velocidad, y entonces el trabajo y la eficiencia se resintieron. El grito que había lanzado esa mujer produjo un efecto semejante a una pérdida de dinero, entre aquellas planchadoras de ropa almidonada que trabajaban a destajo.

Después de un esfuerzo visible, la muchacha se reprimió, y la plancha se detuvo sobre el vestido humedecido, de delicados volados, que estaba extendido sobre la mesa.

—¡Y suponía que ella ya lo tenía de nuevo!… ¿No creías lo mismo? —dijo la joven.

—Es una vergüenza… Es una mujer de edad y de cierta condición… —respondió Saxon, mientras alisaba el vuelo de un encaje con la plancha de rejilla. Sus movimientos eran delicados, rápidos y seguros, y aunque su rostro estaba pálido por la fatiga y el calor abrumador, sin embargo no había lentitud en el ritmo de su tarea.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Ciudad de la Noche Atroz

Rudyard Kipling


Cuento


El calor denso y húmedo que cubría como un manto el rostro de la tierra aniquilaba de raíz cualquier esperanza de sueño. Las cigarras ayudaban al calor, y el aullido de los chacales a las cigarras. Era imposible estarse quieto en el eco de la casa oscura y vacía viendo cómo el abanico golpeaba el aire muerto. A las diez de la noche clavé la punta de mi bastón en el centro del jardín y esperé a ver cómo caía. Señaló directamente hacia el camino iluminado por la luna que conduce a la Ciudad de la Noche Atroz. El ruido del bastón al caer asustó a una liebre, que corrió a refugiarse en un cementerio mahometano en desuso, donde los cráneos sin mandíbulas y los fémures de cabeza roma, cruelmente expuestos a las lluvias de julio, refulgían como la madreperla en la tierra acanalada por el agua. El aire caliente y la tierra pesada habían hecho salir incluso a los muertos en busca de frescor. La liebre avanzó renqueando, olisqueó con curiosidad un trozo de cristal ahumado procedente de una lámpara rota, y se perdió en la sombra de unos tamariscos.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Colmena Madre

Rudyard Kipling


Cuento


La polilla de la cera jamás habría entrado si la colonia no hubiera sido vieja y no estuviese superpoblada, pero cuando se concentran demasiadas abejas en una colmena, es inevitable que aparezcan enfermedades y parásitos. El calor en las galerías aumentó en el mes de junio, con el trasiego de la miel, y aunque las ventiladoras trabajaban para refrescar la colmena hasta que les dolían las alas, todo el mundo sufría.

Una abeja joven trepó por la resbaladiza y pisoteada plancha de vuelo.

—Disculpa —empezó a decir—, es mi primer vuelo recolector. ¿Serías tan amable de indicarme si ésta es mi…?

—¿… colmena? —respondió el centinela con brusquedad—. ¡Sí! ¡Pasa y que te infecte ese asqueroso parásito! ¡La siguiente!

—¡Qué vergüenza! —exclamaron media docena de obreras con las alas y los nervios destrozados, y hubo protestas y zumbidos.

La pequeña polilla de la cera, agazapada en una grieta de la plancha de vuelo, llevaba todo el día esperando esta oportunidad. Se escabulló como un fantasma y, como sabía que las abejas adultas la expulsarían de inmediato, se escondió en una de las cámaras de cría, donde las más jóvenes que aún no habían visto a los vientos soplar ni a las flores asentir con sus cabezas, debatían sobre la vida. Allí estaría a salvo, pues las recién nacidas toleraban a cualquier extranjero. Llegó tras ella la abeja que había sido insultada por el centinela.

—¿Cómo es el mundo, Melissa? —preguntó una compañera.

—¡Cruel! Vengo cargada hasta más no poder, con un material de primera, ¡y el centinela me dice que me infecte ese asqueroso parásito! —Se sentó en la corriente fresca que soplaba entre los panales.

—¡Tendríais que haber oído en qué tono insolente ha maldecido el centinela a nuestra hermana! —dijo la polilla de la cera con voz almibarada—. Ha suscitado la indignación de toda la comunidad.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Vigilia de Gow

Rudyard Kipling


Cuento


Acto V, escena tercera

Después de la batalla.

La PRINCESA junto al estandarte en el fortín.

Entra GOW, con la corona del reino.

GOW: He aquí la muestra de que la reina se ha rendido.
Presuroso la trajo su último emisario.

PRINCESA: Ya era nuestro. ¿Dónde está la mujer?

GOW: Huyó con su caballo. Con el albor partieron.
No ha dado el mediodía y ya eres reina.

PRINCESA: Por ti… gracias a ti. ¿Cómo podré pagarte?

GOW: ¿Pagarme a mí? ¿Por qué?

PRINCESA: Por todo… todo… todo…
¡Desde que el reino sucumbió! ¿Lo habéis oído? «Me pregunta ¿por qué?».
Tu cuerpo entre mi pecho y el cuchillo de ella,
tus labios en la copa con la que quiso ella envenenarme;
tu manto sobre mí, esa noche en la nieve
de vigilia en el paso de Bargi. Cada hora
nuevas fuerzas, hasta este inconcebible desenlace.
«¿Honrarlo?». Te honraré… te honraré…
Es tu elección.

GOW: Niña, eso queda muy lejos.

(Entra FERDINAND, como recién llegado a caballo).

Éste hombre sí es digno de todos los honores. ¡Sé bienvenido, Zorro!

FERDINAND: Y tú, Perro Guardián. Es un día importante para todos.
Lo planeamos y lo hemos conseguido.

GOW: ¿La ciudad se ha tomado?

FERDINAND: Lealmente. Ebrios de lealtad están en ella.
El ánimo virtuoso. Tus bombardeos han contribuido…
Pero traigo un mensaje. La Dama Frances…

PRINCESA: Enferma la he dejado en la ciudad. Ningún quebranto, espero.

FERDINAND: Nada que a ella así le pareciera. Muy poco, en realidad, lo que (a gow) vengo a decirte. Que estará aquí enseguida.

GOW: ¿Es ella quien lo ha dicho?

FERDINAND: Escrito.
Esto. (Le da una carta). En la noche de ayer.
En mis manos lo puso el sacerdote…
La acompañó en su hora.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Zorritos

Rudyard Kipling


Cuento


Un zorro salió de su madriguera en las orillas del gran río Gihon, que fluye por Etiopía. Vio a un hombre blanco cabalgando entre los agostados campos de mijo y, para que el hombre pudiera cumplir su destino, el zorro aulló.

El jinete se detuvo entre los campesinos y se volvió, apoyándose en el estribo.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—Eso —respondió el jefe de la aldea— es un zorro, su excelencia nuestro gobernador.

—¿No es un chacal?

—Nada de chacal. Es Abu Hussein, el Padre de la Astucia.

—Soy el mudir de esta provincia —dijo el hombre blanco alzando un poco la voz.

—Cierto —exclamaron los campesinos—. Ya, Saart el Mudir («su excelencia nuestro gobernador»).

El gran río Gihon, acostumbrado a los caprichos de los reyes, fluía entre sus riberas de más de un kilómetro de ancho en dirección al mar, mientras el gobernador alababa a Dios con un grito inquisitivo y sonoro jamás oído por el río.

Cuando el gobernador hubo retirado el dedo índice de detrás de la oreja derecha, los aldeanos le hablaron de sus cosechas de centeno, de mijo, de cebollas y otros cultivos similares. El gobernador estaba de pie sobre los estribos. Veía al norte una franja de sembrados verdes de varios metros de ancho, tendida como una alfombra entre el río y la línea rojiza del desierto. Esta franja se extendía por espacio de noventa kilómetros ante sus ojos y otros tantos a sus espaldas.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Régulo

Rudyard Kipling


Cuento


El general romano Régulo derrotó a los cartagineses en 256 a. C., pero fue vencido y apresado por ellos un año más tarde, y enviado a Roma con una embajada para solicitar la paz o un intercambio de prisioneros. Tras aconsejar firmemente al Senado romano que no realizara ningún pacto con el enemigo, Régulo regresó a Cartago para ser ejecutado.

Fueron varias las ocasiones en que la Oda Quinta salió a relucir en la vida escolar, en todos los rincones del colegio Horacio. Los examinadores militares concedían por aquel entonces miles de puntos a quienes sabían latín, y la detestada labor del profesor King consistía en derrotarlos.

Oigámoslo una cruda mañana de noviembre, en la segunda hora de clase.

—¡Ajá! —dijo, frotándose las manos—. Cras ingens iterabimus aequor. Hoy nos ocuparemos de la Oda Quinta del Libro Tercero, que habla de un caballero llamado Régulo. ¿Cuántas veces la hemos estudiado?

—Dos, señor —dijo Malpass, el delegado de la clase.

El señor King dio un respingo y dijo:

—Sí, dos, literalmente. Hoy, pensando en vuestros exámenes viva voce, ¡uf!, os pediré una versión más libre y florida. Con sentimiento y comprensión, a ser posible. Eximiré —barrió con la mirada las últimas filas— a nuestro amigo y compañero Beetle, a quien como siempre le pido una traducción absolutamente literal.

La clase entera rió servilmente.

—¡Le ahorraremos sonrojos! Beetle, sea el primero en deleitarnos.

Beetle se puso en pie, confiado al hallarse en posesión de un buen aval, el análisis sintáctico de M’Turk, que ese día estaba resfriado y se encontraba en la enfermería. Beetle era pese a todo un alumno demasiado mediocre para mostrar su confianza.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Sin Pasar por la Vicaría

Rudyard Kipling


Cuento


Antes de primavera coseché las ganancias del otoño;
a destiempo mi campo se vistió de grano blanco.
Y a mi pena le confió el año sus secretos.
Desflorada y forzada, una estación enferma a la otra sucedía,
dio misteriosamente la abundancia paso a la escasez;
vi llegar el ocaso antes de que otros contemplaran el día,
yo, que sé demasiado de lo que no debiera.

BITTER WATERS

I

—Pero ¿y si fuera niña?

—No, por Dios. Tantas noches he rezado y tantas ofrendas he enviado al altar de Sheij Badl, que estoy segura de que Dios nos dará un hijo… un varón que se convertirá en un hombre. Debes estar contento. Mi madre será su madre hasta que yo pueda ocuparme de él, y el mullah de la mezquita pastún anunciará su nacimiento… ¡Dios quiera que nazca en hora auspiciosa! Y entonces tú nunca te cansarás de mí, tu esclava.

—¿Desde cuándo eres tú una esclava, mi reina?

—Desde el principio… desde que esta bendición vino a mí. ¿Cómo podía estar segura de tu amor, sabiendo que me habías comprado con plata?

—No; eso fue la dote que le pagué a tu madre.

—Que la enterró y se pasa el día entero sentada encima de ella, como una gallina clueca. ¡Qué dices de dote! Me compraste como a una bailarina de Lucknow, no como a una muchacha.

—¿Y lamentas la compra?

—Lo he lamentado; pero ahora estoy contenta. ¿Verdad que nunca dejarás de amarme? Di, mi rey.

—Nunca… nunca. No.

—¿Ni siquiera cuando las mem-log, las mujeres blancas de tu propia sangre, te ofrezcan su amor? Recuerda que las he visto pasar en coche por las tardes, y son muy hermosas.

—Y yo he visto centenares de cometas. Y he visto la luna; y ya no quiero ver más cometas.

Amira aplaudió y rió.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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