Textos más populares esta semana publicados por Edu Robsy publicados el 7 de septiembre de 2022 | pág. 2

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editor: Edu Robsy fecha: 07-09-2022


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La Peona

Javier de Viana


Cuento


Era un 25 de Mayo, la cosecha había sido buena, las autoridades no habían cometido muchas barbaridades y el resplandor de la gloria patria coincidía con el de un sol glorioso.

La calle principal estaba radiosa, festonada con arcos de madera y alambre, pintados de blanco y azul y adornados con gallardetes y guirnaldas tejidas con ramas de sauce y hojas de palma.

La municipalidad, deseosa de desmentir con hechos la afirmación calumniosa del periódico oposicionista de que no hacía nada en pro de la comuna, organizó, mediante una suscripción popular, los festejos, que consistirían en corrida de sortijas, fuegos artificiales y baile en el salón de la intendencia con entrada libre para todos los mozos que contribuyeran con diez pesos para el ambigú, fueran o no situacionistas.

Sobre la acera frente a la municipalidad se había construido una gradería, desde donde las más distinguidas familias del pueblo, contemplarían las carreras de sortijas en la tarde y la quema de los fuegos en la noche.

Entre esas familias privilegiadas, hallábase, en primera fila, la de don Cayetano Gambibella, excolono y en la actualidad dueño de treinta mil hectáreas de campo, dos almacenes y otros ítems.

Don Cayetano estaba, ese día, con su esposa, con sus seis hijas y con la sirvienta Balbina, quien tuvo la ligada porque el niño Genaro, el Benjamín, no quería ir a ninguna parte sin Balbina.

Balbina era una china vejancona, que debía estar ensillando los cuarenta.

El cuerpo era recio todavía; ñandubayescas las piernas y los muslos y los brazos; pero ya floja de senos, ajado el rostro, descoloridos los labios, que debieron ser brasas, y amortiguado el brillo cálido de sus enormes ojos negros, guardados por la espesa cerca de las cejas y por la doble hilera de largas y renegridas pestañas.


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Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Jugada Sin Desquite

Javier de Viana


Cuento


Había llovido hasta fastidiar a los sapos.

Todo el campo estaba lleno de agua. Las cañadas parecían ríos; parecían cocineras pavoneándose con los vestidos de seda de las patronas ausentes.

En la chacra recién arada, cada surco era un flete argentado qué hizo decir al bobo Cleto:

—¡Mirá che!... Parece el papel con rayas que venden los turcos pa escribir a la novia!...

No habiendo nada que hacer en tanto no bajasen las aguas y se secasen los campos, la peonada se lo pasaba en el galpón, tomando mate, jugando al truco o contando cuentos; engordando.

Algunos, aburridos de «estar al ñudo», mataban el tiempo recomponiendo «guascas». Entre estos hallábase Setembrino Lunarejo, un forastero.

Había caído al pago unos seis meses atrás. Pidió trabajo.

El capataz lo observó atentamente; le gustó, la estampa del mozo y como le hacía falta gente para una monteada, preguntóle:

—¿Si quiere ir a voltear unos palos?... ¿Sabe?

—Yo sé hacer todo lo que saben hacer los gauchos,—respondió con altanería. Y después, sonriendo enigmáticamente:

—Y hoy por hoy, pa la salú, prefiero trabajo e'monte.

El capataz había comprendido perfectamente y sin entrar en averiguaciones indiscretas, lo tomó.

Como resultara excelente, al concluirse el trabajo de monte le ofreció tomarlo como peón de campo, y él aceptó, haciendo la advertencia de que era posible alzara el vuelo el día menos pensado.

Buen compañero, siempre servicial, Setembrino no intimaba con nadie, sin embargo. Sin ser huraño, su reserva era extrema y sólo cuando las circunstancias lo exigían, tomaba parte en las conversaciones de los camaradas, ni tampoco en sus diversiones..

Pedro Lemos, que sentía por él una gran simpatía, tentó muchas veces, inútilmente, arrancarle el secreto de su taciturnidad o arrastrarlo a bailes y jaranas.


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Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Flor del Estero

Javier de Viana


Cuento


A la orilla de un arroyuelo menguado, de aguas turbias y perezosas, una cerca de otra, Albina y Fabia lavaban en silencio.

El cielo estaba gris, húmeda la atmósfera, frío y recio el viento, uno de esos días en que parece que el sol ha dormido mal y se levanta alunado.

A pesar de ello, Fabia, una morocha fuerte, regordeta, sonrosada, conservaba su constante buen humor y su sana alegría. Fregaba sin cesar y sin cesar cantaba, desmostrando que ni la tarea ni la agriedad del tiempo conseguían contrariarla.

No así Albina, quien mustia, desganada, silenciosa, suspendía con frecuencia su trabajo para permanecer inmóvil, encorvado el dorso, caídos los brazos, cerrados los ojos.

—¡Pero mujer,—exclamó Fabia,—anímate un poco, que da lástima verte con ese aire de cordero achuchao!...

Albina volvió la cabeza y dijo:

—Y a mí me hace sufrir verte siempre alegre, siempre contenta, siempre cantando, indiferente y despreocupada como los pájaros!

—¿Querés que me ponga a llorar porque no tengo ninguna pena?...

—¡Nunca faltan dolores que hagan sufrir!...

—Ya sé. Yo sufro cuando me pincho con l'auja o me clavo una espina en un pie o tengo retorcijones de tripas; pero eso no es como p'andar tuito el tiempo llorando y con cara de viernes santo.

—¡Es que a mí a cada momento me pinchan las aújas y se me clavan espinas!...

—¡Porque siempre andas con el corazón descalzo!—respondió riendo Fabia.

La risa de la chica resonó sonora en la soledad del arroyuelo y sorprendió a Patrocinio que pescaba plácidamente quince varas más abajo, separado y oculto de las mozas por un mechón de las largas y ásperas barbas del estero.

, No pudo contenerse; arrolló la línea, recogió la pesca y se encaminó al lavadero, donde se presentó de improviso, saludando con un:

—Güeñas tardes, linduras...


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Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Collera Rota

Javier de Viana


Cuento


En dos horas de recorrida por el campo, Corvalán no había hecho otra cosa que dejar trancurrir el tiempo vagando sin objeto, como un sonámbulo.

Al pasar por la linde del bañado, su rosillo dio una espantada violenta. Corvalán advirtió que la causa era una oveja muerta, semioculta entre las pajas, sin recordar, sin embargo, su deber de apearse y sacarle el cuero.

—Si vas mañana pu'el pastizal grande, fíjate si ha parido la bragada mocha, y la tráis pa descalostrarla, porque la patrona se queja de que las tamberas tienen los terneros muy grandes y cuasi no dan leche,—habíale dicho el patrón la víspera.

Y él pasó junto a la bragada mocha, sin advertir si estaba o no parida, sin recordar la recomendación del patrón.

Sus ojos no veín nada en medio de la radiosa luz del mediodía estival. Todo su esfuerzo concretábase a escudriñar las densas tinieblas que llenaban su alma.

Un portillo, abierto en el alambrado medianero, no le llamó la atención; ni tampoco la manada de yeguas ajenas que habían penetrado por allí y devoraban las pasturas reservadas para el próximo inverne de novillos.

Al regreso, a poca distancia de las casas, un tero se agitó colérico entre las manos de su caballo. Se detuvo, miró al suelo y desmontó para recoger en el pañuelo la nidada que el lindo pájaro defendía valientemente.

Fué un acto inconsciente. Él sabía que para su mujer ninguna golosina era más apacible que los huevos de tero; y bien que en ese instante estuviera muy lejos de su espíritu el deseo de serle agradable, se impuso la molestia, por fuerza del hábito, sin darse cuenta de lo que hacía.

De nuevo a caballo, embarazado con el paquete y recordando recientes agravios, tuvo tentaciones de arrojarlo al suelo.

—¡Ni güevos de chimango merece!—exclamó con violencia.

Se detuvo, sin embargo.


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Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Yo Siempre Fui Así

Javier de Viana


Cuento


El invierno siempre es feo, porque siempre es malo. Pero cuando su maldad no se manifiesta franca y violentamente, con lluvias, con vientos, con truenos y rayos; cuando le da por hacerse el manso y el bueno, es cuando resulta más feo; cuando se presenta apacible, cuando tiene una sonrisa de sol que no calienta, cuando está preparando la escarcha para el amanecer siguiente!...

En un día así, Baldomera estaba encerrada en su habitación, trabajando, sin entusiasmos, en su ajuar de novia.

Llevaba cerca de tres meses en la obra, que adelantaba con suma lentitud, pues sólo podía consagrarle los ratos perdidos, y éstos eran pocos. Casi toda la labor de la casa pesaba sobre ella. Misia Rosaura, su tía y madrina, estaba ya muy viejita y sin fuerzas; su prima Delfína era una pobre enferma, incapaz de servirse a sí misma y la negra tía María, negra ya de motas blancas, chocheaba casi.

Ella tenía, pues, que hacerlo todo y lo hacía sin protestas, aun que sin entusiasmo también.

Pero lo último era debido a su temperamento, que en una ocasión, hizo decir a su primo Camilo:

—Esta muchacha debe haber nacido un viernes trece, en el mes de Julio, durante una noche de helada!...

—Dejala, pobrecita,—había respondido don Timoteo;—ella es asina, pero es muy güena.

—Muy güena, no hay duda; pero lisa y fría como la escarcha.

Y si alguien se lo reprochaba, ella respondía invariablemente, con su voz pálida, impersonal:

—¡Yo siempre fui así!...

Y efectivamente, siempre fué así, desde chiquita.

Cuando hacían caso omiso de ella en los juegos o cuando le arrebataban un juguete suyo, nunca tenía una protesta. No lloraba, siquiera: desde un rincón, inclinada la cabecita, mordiendo la punta del delantal, se quedaba quietita mirando jugar a los demás.

Después, ya moza, concurría a los paseos y a los bailes con la misma indiferente tranquilidad.

Siempre fué así.


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Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

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