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editor: Edu Robsy fecha: 07-12-2020 contiene: 'u'


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El Tiempo sobre una Roca

Isabel Petrus


Cuento


I

Ella había sido de las primeras en llegar a Es Murtar, cuando sólo había cinco casas, hacía más de cincuenta años. Los veranos de entonces eran mucho más largos, casi eternos, en un tiempo que aún no había inventado la prisa, y que disfrutaba del silencio y la tranquilidad. Se iba a la casita de la playa el fin de semana, solamente, con la comida de dos días preparada, con ganas de cantar, de reír, de disfrutar, y dispuestos para una larga caminata.

No había frigoríficos, televisores, ni artilugios que hoy consideramos imprescindibles. Todo ocurrió en uno de estos domingos alegres, que se rompió justo en la mitad con sus gritos, y rompió a la vez su vida, partiéndola en dos, antes y después de este mediodía.

No se dieron cuenta de nada, hasta que encontraron el cuerpecito del niño flotando, inerte, en el agua. No saben cómo pasó, y era inútil lanzar reproches, buscar culpables. Simplemente, había pasado. En un momento, en un descuido, se rompieron dos vidas: la de un niño, casi sin darse cuenta, y la de una madre, que dejó, en la orilla, su alegría y su sentido común. Tras el primer grito, no volvió a ser la misma. Notaba, por segundos, que se le escapaba la vida y la cordura por la boca.

Vivió la madre todavía varios años, a un paso siempre de recuperar la razón, una razón que estaba perdida definitivamente. Creo que ni intentó recuperarla jamás, pues la realidad de una vida sin su hijo era demasiado desastrosa. Nunca más, mientras vivió, volvieron a dejarla acercarse al mar, por temor a remover en ella un dolor demasiado terrible.

Al fin, murió de la misma forma que había pasado sus últimos años: sin darse cuenta, sin quejarse apenas. En realidad, murió su cuerpo, pues su alma hacía tiempo, años ya, que había muerto.


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Hacha Mística

Miguel de Unamuno


Cuento


Era lo que se llama un investigador. Buscaba el misterio de la vida, que lo es de la muerte, ya que ese misterio no es sino la linde misma en que ambas se unen, acabando aquélla, la vida, para empezar ésta, la muerte. Y buscaba ese misterio por el camino de la Ciencia, como si ésta resolviese misterios, cuando más bien los suscita. De cada problema resuelto surgen veinte problemas por resolver, se ha dicho. Y también que el océano de lo desconocido crece a nuestra vista según escalamos la montaña del conocimiento.

Dedicóse a disecar células armado de los más potentes microscopios, y el misterio de la vida, que no es sino la misma vida conocida, no aparecía por parte alguna. Quiso, con la química, llegar a la entraña del átomo, del último elemento material, y se sorprendió haciendo geometría fantástica. Y acabó por dedicarse a la paleontología y a la exploración de las cavernas en busca de los más antiguos restos del hombre. Es decir, restos del hombre más antiguo, del que ya no sería hombre.

Descubrió un día una nueva caverna a orillas del mar; penetró en la cueva y escarbando dio con una hacha de sílice sujeta, como a mango, a un hueso de animal antediluviano, y allí grabado una svástica.


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Dominio público
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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Maruja S.L.

Isabel Petrus


Cuento


Maruja es cualquier cosa menos una sociedad limitada.

Derrocha tiempo, humanidad, presencia a su alrededor. Corre de un lado para otro desde que empieza el día porque, claro, ella no trabaja, y, ante esto, todo el mundo en casa se siente capacitado para pedirle algo, exigirle más, esperar que ella se desmonte por piezas por el resto de la familia.

Anda en esta edad indecisa, que se difumina en su cara y en su cuerpo como una nube, bordeando los cuarenta, aunque a veces ha de esforzarse para recordar que ya ha cumplido los treinta.

Y es que, todo, absolutamente todo, parece que pasó ayer. Ha de contar mentalmente los años que han transcurrido desde su boda, desde el nacimiento de Carlos, desde que Lorena hizo la primera comunión. Claro que guarda un álbum gordote y estropeado en los bordes, en el que todo el mundo le sonríe desde la distancia en el tiempo, en el que ella, más que nadie, conoce fechas y felicidades, aventuras y desventuras, sin necesidad de que nadie le recuerde el cuándo, el cómo, el dónde.

Sin ella saberlo, es un prototipo ideal. Es, exactamente, lo que no quiere ser su hija, lo que no fue su madre, lo que no querría ser ella misma.


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Una Casa con Mucho Amor

Isabel Petrus


Cuento


Habían empezado como en un sueño. Despacito, poco a poco, a costa de ataques de nervios continuos, convirtieron aquella especie de nave inmensa, esto sí, muy bien situada, en la casa de sus sueños.

Me explicaban, entre la ilusión y el ensueño, cómo se habían colocado las baldosas del baño, minúsculas, una a una, cómo cada uno de los detalles se había discutido hasta la saciedad, y cómo cada uno de los logros acumulados era fruto de discusiones continuas con los albañiles, con todo el personal que compartió los sabores y sinsabores de tan magna obra.

Doscientos metros cuadrados arrancados a la vulgaridad, a la nada, para convertirlos en un sueño hecho realidad: ellos podían hacerlo, tenían los medios, el lugar, los sueños y la ilusión, y, poco a poco, lo convirtieron en esta presencia viva que les envolvió, después, durante años, y les hizo más fácil la convivencia, el ensueño, la continua presencia que significa, de repente, pasar de ser uno a ser dos, con los inmensos problemas que ello conlleva.

Discutir sobre azulejos, madera de parquet, o acabados de obra, une mucho. Durante algún tiempo uno no necesita ser chistoso, ocurrente o extraordinario, porque no hace falta inventar temas de conversación: la decoración lo llena todo, y los posibles vacíos se llenan con cemento de obra, mármol, lechos y molduras de yeso. Esto siempre da un respiro a uno mismo, y uno juega a ser genio, por encima de cualquier vulgaridad, uno se siente al pairo de tantos problemas de cada día.

Poco a poco, fue tomando forma y color aquel sueño que les había ocupado, y liberado, anocheceres y discusiones, que había hecho de ellos genios creadores, y había llenado vacíos llenos de sinamor, pero ocupados al fin.

Nadie les había avisado del peligro que corrían al terminar su aventura, nadie imaginaba lo que podía pasar después. Verdaderamente, era difícil de adivinar.


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Quince Años

Isabel Petrus


Cuento


Ella tiene quince años en esta foto. Y luego, en la misma caja de recuerdos, hay fotos de quince, dieciséis, dieciocho años: estos años que compartimos, en los que los sueños se acumulaban, hablar de ellos era hablar de todo un mundo, y nuestras ilusiones jugaban a la par con nuestras ansias.

Como digo, en esta foto, ella tiene quince años. A su lado, a mi lado, otros chicos y chicas de quince y dieciséis años miran expectantes a la cámara, como preguntándole al tiempo que será de ellos, que pasará con su vida.

Pero ella no lo pregunta. Ella se queda anclada en estos quince años que la satisfacen en este momento, y que nunca más, nunca más, se repetirán.

Porque después de esta época, la vida fue, para ella, distinta. Aquí, en sus quince años, acumula todavía la ilusión, y esto le basta. Sabe que la vida no la ha favorecido hasta este momento, con muchas cosas. Por ello, espera una compensación, y está segura de obtenerla. Qué inocente.

Pero siempre fue muy dura. Obstinada. Consecuente. Ella dejaba pasar las tardes del domingo, con el libro de la mano, repasando lecciones difíciles, mientras nosotros dábamos vueltas a la Explanada, perseguíamos al chico de ojos claros que nos enredaba el alma, y dejábamos transcurrir un tiempo difícil, a la sombra de esta dorada inocencia. Pero ella no. Ella, estudiaba, luchaba, porque estaba segura de que tarde o temprano la vida le devolvería lo que le había robado.


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Escritora de Historias

Isabel Petrus


Cuento


Las tenía de todos los tamaños, de todas las medidas, de todos los sabores, de todos los colores.

Lo suyo era visceral, total: amaba escribir historias, y hacía de ello su vida misma. Pasaba las horas ante su máquina de escribir, y se olvidaba, al hacerlo, de hablar, de comer, de dormir. Cuando sentía nacer una historia en su interior, nada era capaz de detener el impulso que la llevaba a agarrar su máquina, y llenar aquel folio blanco que era como una tentación, como un pecado.

Había empezado como un juego, y acabó siendo más fuerte que la vida misma. Y arrancaba chispas a su máquina de escribir, mientras su imaginación volaba por libre, descubriendo mundos, inventando realidades que, hasta que ella aparecía, se escondían muchas veces detrás de la realidad misma. Y lo que escribía era tan obvio, tan real, tan cierto, que nadie dudaba de que su vida era rica y densa, interesante, como sus mismas historias. Nadie podía escribir con tal intensidad, convenciendo tanto, sin ser parte real de lo contado.

Cuando ella hablaba de amor, una imaginaba las más ardientes historias, los más densos romances, los besos más apasionados, los más agotadores clímax. No podía ser de otro modo. Y, quienes la leían, sentían envidia de sus vivencias, e intentaban imitarla, igualar lo que ella explicaba:

«Sus ojos la subyugaban. Y ella se dejaba hipnotizar. Sus caricias, ¡ah, sus caricias!. Y el placer inmenso se extendía en oleadas, mientras besaba su cuello, y sus manos recorrían su cuerpo, sin darle un momento de reposo...».

¿Cómo no creer que era la mejor amante del mundo? Se preguntaba más de una, mientras suspiraba resignada, mirando al manta de su marido, que nunca la llevaba a estas colas de placer, ni le hacía sentir algo parecido, y que se limitaba a darse la vuelta, en la cama, tras musitar un:


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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