Textos más populares este mes publicados por Edu Robsy publicados el 12 de octubre de 2022 | pág. 2

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editor: Edu Robsy fecha: 12-10-2022


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Respeto

Javier de Viana


Cuento


Es verano.

Los corderos de la parición de primavera están gordos y fuertes.

No hay pestes en las haciendas, y faltas de presas fáciles y del gratuito festín de las carroñas, las rapaces, hambrientas, experimentan la exacerbación de sus instintos criminales, de su desprecio por la vida ajena.

Las fieras del aire, como las que rampan en la tierra, sólo son compasivas cuando están ahitas.

Se entropillan los lobos y se mancomunan los hombres para devorar una pieza que no se atreven a atacar individualmente, y se reparten el botín con fingida fraternidad.

Porque cuando el hambre atenacea las visceras, lobos y hombres olvidan los vínculos familiares, y el más fuerte masacra al más débil sin ningún género de misericordia...

Es verano.

Estío benigno. No se han recalado las aguas. Los arroyos y los canalizos conservan aún suficiente caudal para saciar las sedes de los ganados y permitir la supervivencia de los peces, los carpinchos y las nutrias.

En los esteros, los aperiases y los sapos guapean todavía.

Pero las rapaces sufren. Ellos son los agiotistas humanos, cuando las calamidades castigan la tierra...

En la cumbre de un cerrillo está posada un águila.

El hambre, madre del odio, le hace rojear los ojos.

A cincuenta, metros de distancia, una banda de caranchos, acecha, observa, espera el momento oportuno para llevarle la carga.

Están silenciosos los caranchos.

No insultan ni denigran al enemigo que se han propuesto ultimar.

Después de la batalla, si salen triunfadores en aquella suprema lucha por la vida, en que no hay más remedio que matar para no morir, podrán jactarse de la victoria.

Los hombres, en general, primero insultan, después matan y dan los insultos como justificativos del crimen.

Los caranchos no obran así.

Los gauchos tampoco.


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Publicado el 12 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

El Mancarrón

Javier de Viana


Cuento


Un caballo que plantado sobre sus cuatro patas avejigadas, con las ranillas peludas, abrojientas las crines y la cola, lanudo el pelambre, estira el pescuezo, agacha la cabeza y ni se queja mientras la cincha cruel, de la que apenas quedan cinco o seis hilos, le oprime la panza abultada, dilatada por su habitual alimentación de pastos ruines, es solamente “un caballo”; es algo menos que un caballo, es un “mancarrón”.

Es feo, es desgarbado. No es, generalmente, viejo, sino envejecido.

Es fuerte todavía.

Aguanta todo un día cinchando leña en el monte y no se queja por que después de haberlo galopado a lo largo de veinte leguas, lo desensillen al anochecer y lo larguen al campo, bañado en sudor, para que sus pulmones desafíen el horror de las heladas invernales.

Es humilde, es dócil y ha dejado de presumir.

Cuando algún peoncito zaparrastroso, —de mucha melena y pata descalza,— lo hacía formar en la orilla del camino entre los espectadores de una “carrera grande”, él, con el pescuezo estirado y la cabeza gacha, ni tentaciones experimentaba de comparar la miseria del “apero” que le vestía, con los “herrajes” de plata y oro de sus vecinos, fletes de lujo cuando no “parejeros” a la expectativa de un lance.

Y cuando “soltaban” la carrera y los contendientes pasaban en frenético galope entre el estruendo de aplausos, de gritos, de incitaciones, —que les hacían redoblar energías, espoloneados por el orgullo del triunfo,— él, que en un tiempo fué parejero que en más de una ocasión experimentó esas sensaciones de arrogante desafío, de ansias de victoria, permanecía indiferente, agachadas las orejas, fijos los grandes ojos tristes en el suelo árido, pelado, que no ofrecía ni la amarillenta raíz de una sosa pastura a su estómago veterano en hambrunas.

Mancarrón...


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Publicado el 12 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Nupcial

Javier de Viana


Cuento


La prolongada sequía estival convirtió en polvo las pasturas de los serranos campos del norte.

Los cañadones mostraban áridas y ardientes, como la piel del desierto, las doradas arenas de sus lechos.

Los arroyos quedaron reducidos a exiguas lagunetas, aisladas unas de otras por los médanos de los altos fondos.

Los grandes ríos, exhaustos, acostumbrados a decir imperativamente al viajador: ¡por aquí nadie pasa!... semejábanse en su magrura a gigantes éticos, y debían sufrir viendo cribada de portillos su imponente muralla líquida.

El aire caldeado, cargado con las emanaciones de los millares de osamentas de vacunos, era casi irrespirable.

Ni un clavel, ni un malvón, ni un toronjil resistieron a la aridez feroz. Cayeron achicharradas las hojas de los cedrones, y se consumieron sin madurar las rojas frutas de los ñangapirés.

Los hacendados más pudientes resolvieron trashumar sus haciendas, —los animales que aún caminaban,— en busca de las tierras del sud, más fértiles, menos castigadas por la sequía.


* * *


Una tarde, después de angustiosa recorrida del campo, Maneco de Souza penetró en el galpón y encarándose con Yuca Fleitas, el hijo de su viejo mayordomo y su peón de más confianza, le dijo:

—Esto es el acabóse. Ya la gente no alcanza ni pa cueriar la animalada que muere... ¿Te animás a marchar pal sur con una tropa de tres mil novillos?. ..

—Yo me animo a tuito lo que me mande, patrón.

—Hay que dir más de cincuenta leguas p'abajo.

—Iré.

—Con seguridá que vas a dir dejando el tendal de novillos pu’el camino.

—Anque me quede uno solo he llegar al destino, con la ayuda de Dios...

—Güeno; mañana, al clariar el día, paramos rodeo y apartamo lo mejorcito, y lo que llegue que llegue, y que lo que ha de llevar el diablo, que cargue cuantiantes con él!...


* * *


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Publicado el 12 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

El Santo de “La Vieja”

Javier de Viana


Cuento


Prímula impera. El cielo divinamente azul y estriado de oro, acaricia con su luminosa tibiedad el verdegal del campo, constelado de florecillas multicolores.

Los pájaros, en tren de parranda, han abandonado la selva húmeda y crepuscular para lanzarse en rondas frenéticas por la atmósfera inmóvil, donde se embriagan de luz y de perfumes.

Y otra vez el amor, el germen de la vida, la semilla de eterno poder germinativo emerge del vientre fecundo de la madre tierra, de inagotable juventud.

En los ranchos de don Servando, grandes nidos de hornero. El bruno de las paredes desaparece encubierto por el opulento follaje de las parietarias silvestres, entre cuyas redes zumban los mangangás, revolotean las mariposas y ejecutan sus acrobacias los incansables colibríes. Los chingólos familiares se persiguen, gritan, saltan, vuelan, permitiéndose hasta audaces incursiones al interior de los ranchos, y a veces rozan sus alas el cordaje de las guitarras, probando fugaces armonías que semejan burlescas risas de alegres jovenzuelos.

Diseminados por el patio se ven numerosos grupos. Sentados a la sombra del ombú, el dueño de casa y otros viejos, vacían pavas y tabaqueras, evocando recuerdos de los tiempos remotos.

Los guitarreros se turnan para que todos puedan compartir los placeres del baile y del galanteo; y también se turnan las muchachas, reemplazándose en el acarreo del mate y en los preparativos de la cena, teniendo por base la vaquillona con cuero, cuyos asados preparan desde hace horas, emulando en maestría y en paciencia, viejos de enmarañadas barbas tordillas y mocetones lampiños.

El horno, cargado al alba, conserva aún ardientes sus entrañas: después del “amasijo”, las tortas y las roscas, y últimamente, a fuego lento, los lechoncitos mamones...


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Publicado el 12 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

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