Textos más vistos publicados por Edu Robsy publicados el 18 de noviembre de 2020 | pág. 3

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editor: Edu Robsy fecha: 18-11-2020


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La mujer del ciego ¿para quién se afeita?

José María de Pereda


Cuento


I

Es evidente que el hombre se acostumbra a todo.

Ama con delirio a su esposa, a su hijo, a su madre: cree que si la muerte le arrebatara el objeto de su amor, no podría sobrevivirle; y llega la muerte al cabo, y le lleva la prenda querida... y no se muere: la llora una semana, suspira un mes, viste de luto un año; y con el crespón que arranca de su sombrero a los trece meses, desarraiga de su pecho el último recuerdo doloroso.

Vive en la opulencia, contempla la miseria que agobia a su vecino, y cree de buena fe que si él se arruinara sucumbiría al rigor de la desesperación antes que aclimatarse a las privaciones, a la levita mugrienta, a la estrechez de una buhardilla y, sobre todo, al desdén de los ricos. Y un día la inestable rueda da media vuelta, y le coge debajo, y le desocupa los bolsillos, y le desgarra el frac, y le reduce a la más precaria de las situaciones; y lejos de morirse, frota y cepilla sus harapos, devora los mendrugos de su miseria, y con cada humillación que le produce el desprecio de sus mismas hechuras, más afortunadas que él, siente mayor apego a la vida.

Quien se imagina, porque nació en América, que sin aquel sol, sin plátanos, sin dril y jipi-japa, fenecería en breve; y la suerte le trasplanta a la mismísima Laponia, y allí, bajo una choza de hielo, sin sol, chupando témpanos, royendo correas de bacalao y vestido de pieles, engorda como un tudesco.

Quien otro, artista fanático, gana el pan que le sustenta vergando pipas de aceite o pesando fardos de pimentón...

Y si así no fuera; si Dios, en su infinita misericordia, al echar sobre la raza de Adán tantísima desdicha, tanta contrariedad, no hubiera dado al hombre una memoria frágil, un corazón ingrato, un cuerpo de hierro y una razón débil y tornadiza, ¿cómo llegaría al término de su peregrinación por este mundo pícaro sin ser un santo?


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Bellas Teorías

José María de Pereda


Cuento


¡Dichosa edad, dichoso siglo XIX! ¡Tú, con, tu ciencia, arrancaste a los pueblos de la barbarie de sus antecesores; tú, con la razón por bandera, redimiste a la humanidad del pecado de la estúpida ignorancia de nuestros abuelos! Ya no hay privilegios, ya no hay distancias, ya no hay razas, ya no hay fuertes ni débiles, víctimas ni verdugos. Las diversas naciones del mundo culto forman un solo pueblo; los hombres una sola familia; todos somos hermanos con una sola religión, la ciencia; con un solo gobierno, la virtud; con una misma riqueza, el trabajo. La antorcha de la razón, disipando las densas tinieblas de las viejas preocupaciones, ha transformado la naturaleza pensante. La razón es la luz, la razón es el pan, la razón es la Providencia, la razón es la famosa palanca que soñó el sabio. Yo digo que blanco, mi vecino que negro: he aquí la palanca. Demuestro yo mi teoría, sostiene el otro la suya: he aquí el punto de apoyo. Se la combate, me la protesta, se formaliza el debate, la discusión, que llamamos; he aquí que el mundo se tambalea y que al fin acaba por dar la voltereta.

Resumen: El talento es el árbitro soberano de la tierra.

Corolario: Sólo los necios tendrán hambre, sed y frío.

Vamos a verlo.

Juan era todo un mozo modelado a la última (no quiero decirlo en francés). Admiraba la ciencia, adoraba la idea y respetaba el talento. Tenía fe ciega en el progreso moderno, soñaba con la perfectibilidad hasta el extremo de vislumbrar lo perfecto; creía en todo, de tejas abajo, porque todo cabía dentro de la razón; dudaba de todo cuanto debía dudar un hombre que creía como él creía, cuanto debía dudar un verdadero espíritu fuerte; dudaba, en fin, de tejas arriba, de todo.


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Visitas

José María de Pereda


Cuento


I

Ponte los guantes, lector; sacude el blanco polvo de la levita que llevabas puesta cuando despachaste el último correo (supongamos que eres hombre de pro); calza las charoladas botas que, de fijo, posees; ponte majo que hoy es día de huelga, no hay negocios en vamos a hacer visitas.

Este modo de pasar el tiempo no será muy productivo que digamos; no rendirá partidas para el debe de un libro de caja; pero es preciso hacer un pequeño sacrificio, lo menos una vez a la semana, en pro del hombre-especie de parte del hombre individuo; es decir, dejar de ser comerciante para ser una vez sociable.

Y para ser sociable, es de todo punto necesario atender a las exigencias del gran señor que se llama Buen-tono. Ser vecino honrado, independiente y hasta elector, son cualidades que puede tener un mozo de cuerda que haya sacado un premio gordo a la lotería.

Para vivir dignamente en medio de esta marejada social, es indispensable tener muchas «relaciones», hacer muchas visitas, aunque entre todas ellas no se tenga un amigo.

Porque amistad es hoy una palabra vana: es un papel sin valor, que nadie toma, aunque le encuentre en medio de la calle.

La amistad, tal como la comprenden los hombres de buena fe, es una señora que, si bien produce algunas satisfacciones, en cambio acarrea muy serios compromisos, y no es esto lo que nos conviene. Hállese un afecto, llámese como quiera, que aparentando las primeras evite los segundos, y entonces estaremos montados a la dernière. En esta época de grandes reformas todo lo viejo debe desaparecer como innecesario, si no quiere pintarse al uso moderno.


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Pachín González

José María de Pereda


Novela corta


Nihil in terra sine causa fit, et de humo non oritur dolor.

(JOB, c. V, 6.)
 

Salió de su casa el día preciso (el de los Difuntos, por más señas), después de oír las tres misas del párroco de su aldea; día bien triste, ciertamente, para los vivos, si tienen memoria para recordar y corazón para sentir, porque los hay que no sienten ni recuerdan, sobre los cuales pasan esas y otras remembranzas como el viento sobre las rocas. Sin los alientos que le infundió el cura aquella misma mañana, sabe Dios si hubiera padecido serios quebrantos su resolución, porque fue mucho lo que lloró su madre oyendo las misas y comulgando a su lado, aunque afirmaba la buena mujer que solamente lloraba por los pedazos de su corazón que pudrían en la tierra: por aquel esposo tan providente y tan bueno, por aquella hija tan garrida y cariñosa, cuyas vidas había segado el dalle de la muerte tres años antes. Sería o no sería esto la pura verdad en opinión del hijo, que también lagrimeaba por contagio y a cuya sutileza de magín no se ocultaban ciertas cosas; pero las reflexiones del párroco por una parte, y por otra la labor tentadora de cierto diablejo que no descansaba un punto en su imaginación pintándole cuadro tras de cuadro y siempre el último más risueño que el anterior, lograron hacerle triunfar, sin gran esfuerzo, de sus flaquezas de hombre y de sus ternuras de hijo cariñoso. Tocante a lo señalado del día, no era posible elegir otro más alegre. El vapor zarpaba el 4 a media mañana, y no le sobraba una hora del 3 para despachar debidamente los indispensables quehaceres que le esperaban en la ciudad.

Ello fue que la madre y el hijo llegaron a Santander, según lo anotó a pulso el jovenzuelo en su flamante cartera, «en la tardezuca del 2 de noviembre de 1893».


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Por lo que Valga

José María de Pereda


Cuento


También yo, aunque lego, voy a echar mi cuarto a espadas, o si se prefiere, porque encaje mal cuanto se parezca a broma en un caso tan serio, a poner la pluma en el que han sacado a relucir en las columnas de El Atlántico dos entusiastas y distinguidos redactores de él, en los números correspondientes al sábado y el domingo últimos. En el primer artículo se trata la cuestión, con la autoridad y la lucidez de un experto criminalista, doctrinalmente y con el más alto e independiente espíritu de crítica; en el segundo, sin perderse de vista este aspecto de la cuestión, se apela al sentimiento público con hermosos arranques de generosa piedad, a favor del reo condenado a muerte por esta Audiencia, en el juicio oral celebrado ante ella pocos días hace. Ambos escritores afirman, y afirman la pura verdad, que fue hondísimo el sentimiento, y más grande aún la sorpresa que recibió el público al conocer ese terrible fallo del Tribunal de derecho. Natural es lo del sentimiento en este triste caso y en otros de igual linaje; pero ¿qué hay de anómalo, de irregular o de raro en este negro proceso para que la extrañeza haya sido tan grande como la conmiseración entre las gentes que teníamos fija la atención en él, no tratándose de un criminal a la usanza de los famosos del día, sino de un obscuro, vulgar y embrutecido presidiario, extraño en todo y por todo a la tierra montañesa y jamás visto de nadie aquí? Según los dos escritores mencionados, según lo que pudo verse y estimarse en lo que tuvo de público el juicio oral, cuya parte más larga y minuciosa, por lo que había en ella de escandaloso y repulsivo a la moral, se celebró a puertas cerradas, la inconcebible exigencia de un precepto legal absurdo, que obligó a tres dignos y rectos magistrados a ser, antes que jueces justicieros, hombres de ley inexorables.


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Reminescencias

José María de Pereda


Cuento


Esto de comparar tiempos con tiempos, no es siempre una manía propia de la vejez, como la fama asegura y muchos ejemplos lo acreditan.

Manía es, en los que se van, creerse de mejor madera que los que vienen, porque la raza humana, desde Caín acá, ha variado muy poco en el fondo; pero ¿quién podrá negar que en el siglo que corre, como en ningún otro, los usos y las costumbres y el aspecto exterior de los hombres, ofrecen notabilísimas diferencias, de generación en generación, de año en año, de día en día?

Tales y parecidas cavilaciones me asaltan la mente cada vez que, obligado a ello por una irresistible exigencia de carácter, me detengo a contemplar con infantil curiosidad esos enjambres de niños que a las horas de paseo invaden las alamedas, y corren, y saltan, y gritan, y dan vida, gracia y armonías, como los pájaros al bosque, con sus regocijos y colores, a aquel monótono bamboleo de señores graves y de jovenzuelas presumidas, que recorren, arriba y abajo, el recto y empolvado arrecife, como tropa disciplinada en revista de comisario.

¡Qué asombrosa variedad de formas, de matices, de adornos, de calidades, la de aquellos arreos infantiles! No se ven dos vestidos iguales, ni rapaz que no varíe el suyo tres veces a la semana; y cada traje es lo que aparenta, es decir, que no es pana lo que parece terciopelo, ni talco lo que por oro toma la vista.


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Va de Cuento

José María de Pereda


Cuento


Vase un lugarejo (lindante, por más señas, con el mío) de reducidos términos y hacienda escasa, pero rico en galas y ornamentos de la naturaleza: floridos prados, selvas umbrías, montes abruptos, rumor de oleajes, auras marinas... lugar costeño, en fin, de la Montaña, y está dicho todo.

Habitábanle pobres labriegos, tan pobres, que a duras penas sacaban de los senos de la madre tierra, dándoles muchas vueltas cada año, el necesario jugo para nutrir mal y vestir a medias el cuerpo encanijado. En cambio, gozaban fama, muy bien adquirida, de ser la gente más lista de toda la comarca. Sabían algo de letras de molde, y se perecían por estar al tanto de las cosas y sucesos del mundo.

Érase, al mismo tiempo, un señorón de la corte, que había dado en la gracia de visitar a menudo aquel lugar, tentado de la codicia de sus bellezas naturales. El tal señorón no lo parecía por la sencillez de su porte, ni por la suavidad de su carácter, ni por la llaneza patriarcal de sus costumbres. Súpose, al cabo, allí, que no era «sujeto de los de tres al cuarto», por la fama vocinglera, que ya lo tenía bien pregonado por esos mundos de Dios; y fue la noticia motivo de gran asombro para aquellos aldeanos, no sólo por lo que les descubría de repente, sino porque no acertaban a explicarse cómo un hombre de tan erguido copete y de tan grande poder se daba por contento allí con trepar a las montañas, pintar en unas tablucas caseríos y peñascos, coger en el arenal caracoles y concharras, y con verlo y observarlo todo, grande y chico... y desde lejos, para no molestar a nadie, sin pedirles jamás nada, ni siquiera el voto a favor de un candidato para alcalde del lugar, ni una parcela de lo baldío para anzuelo de otras muchas que iría pescando poco a poco, hasta alzarse «en su día» con todo el territorio comunal.


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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